En el cierre de su disco anterior, Ayermaniana cantaba “Dejalo ser, somos el tiempo” y así lo reafirmaron con el lanzamiento de su último disco, El reflejo. Era solo cuestión de tiempo para que el conjunto encontrase el cierre a su tercer álbum, producido a través del sello y estudio propio de la banda, Aldea Records. La sincronía del conjunto dio con indagaciones entre lo espiritual y lo visceral. Las letras del disco son talladas por las verdades que provee la introspección a la vez que le sacude la diabólica mano a la experiencia. El reflejo halla la belleza en la cotidianidad exánime y lo plasma con el veneno metropolitano que caracteriza al conjunto.
Arranca el disco con “Moksha”: a paso lento el eco prolongado de la percusión retumba y la vibración de cuerdas entre harpa y sitara ronronea en una caja de madera. Así se abren las rejas bañadas de un oro rubí hacia una metrópoli árida, hasta que el último tramo de un defectuoso rollo de 35 mm nos conduce a “El color”, un tema que emula una tormenta de arena al son de los platillos de Santiago García. A golpe seco, la guitarra rebota agresiva en el verso como boxeador al saco. La voz de Maxi Leivas alarga la poesía de Ayermaniana sobre acordes abiertos, una percusión seductora y un cencerro que se asoma a lo lejos. Corte al riff de fondo y de tajo estalla el fuzz para dar con un solo que se escurre al cielo agudo del diapasón. El tema aterriza en escalera regresiva y eco del reverb.
En “Canto”, un rasgeo pesado parte el éter al medio y cae al son de un blues endemoniado y temible. Sombría, la pentatónica nos gime al oído, gozosa para guiarnos hasta el quiebre. Una pequeña pausa y la arena de un maraca, el peso del bajo y el redoblante caen al tiempo para acelerar el ritmo. Más adelante la guitarra irrumpe la escena con ira zeppelinesca; se alinea al coro y juntos convocan al baile de los muertos vivientes. En “Encuentro” los músicos navegan entre pedales acuosos contra las olas de un tormentoso riff. Sumergidos en un mar de acordes abiertos los oídos del oyente prestan atención para descubrir los movimientos milimétricos de gravedad cero en los que se oye estremecer las vocales.
Más tarde suena “Bienvenida”, y el bajo de Nicolas Granado lleva el pulso. A lo lejos, los alaridos de un guitarra se elongan con reverb suburbano. La batería pisa fuerte como si de una estampida se tratase; platillos y toms se combinan para llevarse todo en el camino. Acercados al cierre en “Un eco en el acantilado”, bajo y percusión confluyen para dar con una cadencia epiléptica en la que interfieren notas invernales con cornetas de la angustia y delirio. Arriba del subterráneo del inconsciente, los túneles cavados por Ayermaniana alojan al sepultador para predicar parco entre humo rojo. Y de repente, despertamos en “Nadie escucha tus lamentos”, el cierre del álbum. Los riffs demoledores del conjunto terminan de exprimir con agresividad su blues a todo lo que da. Solos lascivos y, para cerrar la anécdota su rock progresivo culmina con la harmonía con la que tan celestialmente nos invitaron al inicio del disco. Una pequeña veneración en reversa de una exquisita sítara y fin de la película.
Este verano pesado le sentó bien a la banda pues el lanzamiento del disco confluyó con una gira trasandina. Ayermaniana contó con una seguidilla de presentaciones en Chile entre las que contaron con la participación en el Festival Woodstaco junto Familia de Lobos, KNEI, y Poseidótica. Luego de las presentaciones en Chile de El reflejo, la gira continuará al interior de Argentina y culminará en Buenos Aires, hogar de la progresiva psicodelia del conjunto.
Ayermaniana – El reflejo
2019 – Aldea Records
01. Moksha
02. El color
03. Canto
04. Encuentro
05. Bienvenida
06. Un eco en el acantilado
07. Nadie escucha tus lamentos