Los tiempos están cambiando, y quién mejor que Bob Dylan para convertir en poesía el apocalipsis. No parece casual que este contexto surrealista haya coincidido con la publicación de su álbum de estudio número 39, el primero con material original desde Tempest (2012), y esa agudeza lírica que cuatro años atrás le valió un premio Nobel, se mantiene intacta a sus 79. Aparte de su lucidez o lo premonitorio de algunos versos, lo conmovedor de Rough and Rowdy Ways es esa capacidad de Dylan para imprimirle magnetismo a una paleta sonora que, de otro modo, quizás sabría a ejercicio nostálgico. Entre tanta incertidumbre, resulta tranquilizador que hoy a Bob Dylan le sigan importando poco y nada las tendencias. Todavía es el mismo que se colgó la eléctrica en el emblemático festival de Newport y le plantó cara a los talibanes del folk: nada le preocupa menos que la complacencia.
En el crepúsculo de su carrera, el trovador de Minnesota está muy lejos de la decadencia. Y para probarlo, entrega otra pieza trascendental. Como toda su obra, Rough and Rowdy Ways es un canto a la utopía americana y las vicisitudes de la sociedad moderna, y estas diez nuevas canciones, al igual que el resto de sus discos, también podrían ser leídas como un nuevo capítulo en su autobiografía. Reflexiones sobre temáticas recurrentes como el amor, la memoria o la muerte, conmueven viniendo de un Dylan casi octogenario, que el 27 de marzo pasado sorprendió al mundo en plena pandemia con “Murder Most Foul”, una suerte de elegía mántrica de casi 17 minutos de duración. Por primera vez en su extensa trayectoria, alcanzó el puesto número uno en el chart de Billboard en Estados Unidos, y lo logró con este relato épico construido en torno al asesinato de J.F. Kennedy. “Esta es una canción inédita que grabamos hace un tiempo y que les puede resultar interesante”, rezaba irónicamente el post con el que acompañó el lanzamiento en las redes. Aunque plagado de referencias, como un fresco del paisaje cultural y social de los años 60 y 70, esta ambiciosa pieza en plan spoken word no es ninguna alabanza nostálgica del pasado. “A mí me habla del presente. Siempre fue así, sobre todo cuando estaba escribiendo la letra”, se encargó de aclarar Dylan en la entrevista que dio recientemente a New York Times, la primera en cuatro años. En cambio, es otra prueba irrefutable de por qué, mal que les haya pesado a los tradicionalistas en su momento, Dylan fue el primer –y hasta hoy único- músico galardonado con el Nobel de Literatura. Un hijo de Walt Whitman que habla a través de canciones.
El guiño al poeta del sombrero se vuelve explícito en “I Contain Multitudes”, una balada más convencional (en términos dylaneanos) que dialoga con “Song of Myself”, clásico universal incluido en su obra maestra Leaves of Grass. Pero aparte del carácter confesional, en Dylan eso de contener multitudes cobra otra dimensión: en su panteón de héroes personales conviven Shakespeare, Allan Poe, Anna Frank, Indiana Jones, William Blake y los Rolling Stones, y hasta el Cadillac rojo de Warren Smith. “Duermo con la vida y la muerte en la misma cama”, dice en una de las estrofas, y cuando le preguntan si le preocupa la mortalidad, asegura que solo lo piensa en ella de forma ligera. Ventajas de ser y saberse una leyenda.
Con “False Prophet”, rescata una gema poco conocida del sello Sun Records: se trata de “If Lovin’ Is Believing”, lado B de un single editado en 1954 por el bluesman Billy “The Kid” Emerson, cuyas canciones fueron versionadas, entre otros, por Elvis Presley, y que renunció a la música en la década del 70 para convertirse en predicador. El clima desafiante del blues le calza perfecto a las cuerdas vocales rústicas de Dylan, aunque ahora mucho más robustas y expresivas, y si bien su banda –la misma que lo acompaña en vivo- suena sólida y precisa, es evidente que esa garganta de crooner añejado es la gran protagonista del disco. “Si lo hago bien y pongo la cabeza recta, seré salvado por la criatura que creo”, canta en modo Frankenstein en la macabra “My Own Version of You”. Esa nueva criatura que fantasea con crear parece no ser otra cosa que una versión idealizada de sí mismo, una suerte de Dylan recargado que toca el piano como Leon Russell y Liberace, y en el que conviven íconos de la cultura popular como El Padrino o el Al Pacino de Scarface. “I’m not gonna get involved any insignificant details”, remata, quizá burlándose de los “dylanólogos” que buscan un significado oculto en cada palabra que ha escrito.
En “I’ve Made Up My Mind to Give Myself to You” vuelve a mutar. Inspirado por la melodía de “Barcarolle”, de Jacques Offenbach, abandona el sardonismo en pos de una lectura más vulnerable del amor, y entrega una balada que nada tiene que envidiarle a esos clásicos inoxidables de sus primeras épocas. Su fijación con la mortalidad aparece en forma de metáfora en “Black Rider”, junto con ese imaginario bíblico que supo cristalizar en su cuestionada trilogía cristiana (Slow Train Coming, Saved, y Shot of Love) entre 1979 y 1981. La estridente “Goodbye Jimmy Reed”, dedicada al pionero del blues eléctrico fallecido en 1976, antes que una lamento es una despedida rebelde y gloriosa con cierto aire a “Leopard-Skin Pill-Box Hat”, comandada por las guitarras de Charlie Sexton y Bob Britt, y salpicada por sutiles pasajes de armónica.
En la emotiva “Mother of Muses”, conecta con la Odisea de Homero desde ese primer verso, donde invoca a Mnemosyne -madre de las musas y diosa de la memoria en la mitología griega- para que lo ayude a recordar sus líneas, y la alusión a Martin Luther King suena a profecía en tiempos en los que la discriminación racial vuelve a copar la agenda en Estados Unidos. “¿Qué son estos días oscuros que veo?”, se pregunta, de nuevo profético, en “Crossing the Rubicon”, y aunque sienta “los huesos debajo de la piel”, desafía el paso del tiempo con la misma audacia que Julio César. “Key West (Philosopher Pirate)”, un idilio de 9 minutos endulzado por un acordeón, es la penúltima parada de este “áspero y ruidoso camino”. En esta travesía onírica donde la línea del horizonte se aleja una y otra vez, Dylan inmortaliza la ciudad más austral de los Estados Unidos mientras reflexiona sobre el ideal inalcanzable, y aprovecha para rendir homenaje al tridente de la generación Beat: “Nací en el lado equivocado de la vía del ferrocarril / Como Ginsberg, Corso y Kerouac“.
Como “escritas en un estado de trance casi hipnótico”, así describe su propio artífice (que de falso profeta no tiene nada) a estas diez canciones. Un antídoto necesario en estos tiempos inciertos, que llega como conclusión lógica de esa etapa inaugurada con Time Out of Mind (1997): la de un Dylan en sintonía con su propia humildad, y a la vez más radiante que nunca. Con Rough and Rowdy Ways logra dar vida a esa nueva versión de sí mismo que tanto anhelaba construir, y a esta altura del partido nada tiene que demostrarle a nadie. Su camaleónica figura ya cruzó el Rubicón hace tiempo.
Bob Dylan – Rough and Rowdy Ways
2020 – Columbia
01. I Contain Multitudes
02. False Prophet
03. My Own Version of You
04. I’ve Made Up My Mind to Give Myself to You
05. Black Rider
06. Goodbye Jimmy Reed
07. Mother of Muses
08. Crossing the Rubicon
09. Key West
10. Murder Most Foul