Por lo que conoce de armonía e instrumentaciones, Joe Troop podría vivir una vida cómoda en su Carolina del Norte natal, tocando bluegrass en clubes de bluegrass y rodeado de un paisaje que uno imagina, culpa de las películas, de un verde inmaculado. Y además, por cómo toca el violín, Joe Troop podría vivir en cualquier parte del mundo; podría dar clases en, qué se yo, la costa amalfitana, y tocar en bares que no sean de bluegrass con la piel bronceada. La gente así tiene en las manos y en la cabeza un conocimiento invaluable: una vez que alcanzás un cierto nivel de maestría, tus instrumentos son las llaves de tu casa en cualquier parte. Perdón si me emociono, pero creo que es una de los argumentos más fuertes a favor de ser músico, que puedas irte a donde quieras y caer más o menos parado, si sos bueno, al abrigo pobre de ese idioma universal.
Buenos Aires, el lugar que eligió hace siete años, le gustó por el mate y el anonimato: acá, dice, a nadie le importa qué hace y qué deja de hacer, nadie le rompe las pelotas. Al principio fue profesor de banjo de los chicos que hoy integran Che Apalache, y cuando vio que sus alumnos se lo estaban tomando en serio y que estaban tan enganchados como él, armó la banda de bluegrass que quería armar. Latin Grass es una mezcla del lugar donde nació con el lugar en donde vive. En el álbum que acaban de sacar no sólo interpretan géneros locales como el tango, el vals criollo, la chacarera y el chamamé; además le echan mano a ritmos como el son y el candombe, todo tamizado por el fiddle, el banjo, la guitarra y la mandolina, y recostado sobre brillosas armonías de voces sureñas.
El bluegrass (¡pasto azul!) es el primo hermano ágil y docto del country. Como el rock, el blues, el folk, el jazz, como todo, vio la luz en el fly-over country estadounidense, es decir en las zonas campesinas, brutalmente agrícolas. El bluegrass también se consolidó como género a lo largo de la primera mitad del siglo XX con la ayuda de las grabaciones y los medios de difusión. En el resto, no tiene nada que ver a los demás: el bluegrass tiene raíces en la música tradicional europea y es más caucásica que negra, aunque obviamente fuera permeada por los brotes vecinos. Tampoco fue protagonista de una pandemia como la del rock, ni tuvo la ubicuidad del blues, ni la suerte cosmopolita del jazz; el bluegrass se esparció con distancias de cabotaje, e incluso nombrar a íconos de la historia de la música como a Jerry García o a Doc Watson es de nicho al sur de la frontera. Che Apalache es, en ese sentido, una rareza, un cuarteto delicado que vale la pena atestiguar.
Hablemos de fronteras: el grupo acaba de desembarcar de cinco semanas girando por Estados Unidos, en donde tocaron en los campos que vieron nacer al género y, entre otros, en el festival más antiguo del país. El tema que cierra el disco, “The Wall“, es una canción acapella con un tono íntimo y religioso, tanto que hizo que unos amigos no se bajaran de mi auto hasta que la terminara, hace unos días, y eso que no eran tan amigos. Cantarlo arriba de ese escenario era una provocación obligatoria, pero a veces para eso se canta, y si te corren unos neonazis, todavía mejor.
“Nos tuvimos que ir corriendo. Igual hay miles de latinoamericanos, o gente que se relaciona con latinos, que nos agradecieron por expresar artísticamente la interseccionalidad de las dos identidades. Una señora de Virginia cuyo padre era de México se nos acercó en otro festival. Habíamos tocado “Tilingo Lingo,” un son veracruzano. Estaba tan emocionada que no podía hablar. Dijo ‘Mi papá era de Veracruz,’ y empezó a llorar. El arte siembra semillas que tarde o temprano dan frutos. Para resumir, creo que vamos a hacer muchas giras en EEUU; muchos festivales nos invitaron, porque les copa no solo nuestra música sino también nuestro mensaje”.
Che Apalache – Latin Grass
2017 – Impar
01. Pa´ mi pana Banu
02. Red rocking chair
03. María
04. Cornfed bluegrass man
05. Tilingo lingo
06. Cambalache
07. Bubblin´ up
08. Prisionero
09. I’ve endured
10. The ballad of jed clampett
11. The wall