Los personajes de Dime precioso, el álbum más reciente del músico y productor chileno Alex Anwandter, son como vampiros solitarios que recorren la ciudad afligidos por la luz del sol, presas de un anhelo inagotable y de una dependencia carnal que no terminan de satisfacer.
En lugar de la pista de baile –aquel espacio simbólico del placer y del libre ejercicio de la identidad que fue el telón de fondo de El diablo en el cuerpo, la entrega anterior del chileno– Dime precioso nos conduce por avenidas sombrías, bares sórdidos y las recurrentes orillas de un río que el narrador de estas canciones visita en un intento de ordenar sus emociones y pensamientos. Si El diablo en el cuerpo nos situaba en el frenesí de la fiesta, Dime precioso lidia con el bajón del día siguiente.
Esto no quiere decir que se trate de un disco deprimente o aburrido. Por el contrario, sus canciones están profundamente comprometidas con sus personajes y encuentran destellos de luz, amistad y empatía en las vidas disolutas que describen. En todo caso, frente a esta angustia vital –que podría verse como el hilo emocional que entreteje todo el álbum– Anwandter nos ofrece dos formas de expresión. La primera está plasmada en las tres canciones que abren la placa, que conforman una suerte de tríptico de la soledad y la angustia en la gran ciudad, cantado, esta vez, desde el punto de vista de la primera persona en singular.
“Perdido”, el tema encargado de abrir el disco, nos da la bienvenida con un tempo lento y ominoso, con los acordes graves y opresivos de un piano, y con unas breves melodías de sintetizador que surgen como luces de neón entre la lluvia. El tipo de acompañamiento que habría calzado a la perfección en los discos de oscuro new wave que Roxy Music publicó a finales de los 70. La voz encargada de narrar la historia –grave, adormecida, distante– se presenta dolida y confundida, anhelando el encuentro con un amante que podría regalarle algún tipo de emoción.
La canción que le sigue, “París, tal vez?”, pisa el acelerador con un acerado funk robótico que trae de vuelta al personaje, cada vez más paranoico, como si la ciudad estuviera cercándolo. En esta ocasión, la línea de fuga la establece un órgano que arrastra a la canción con un solo que se desliza como una serpiente sobre un desbordado ritmo house. El tríptico lo cierra “Gaucho”, el tema de la tríada poseedor de los mayores influjos house –los pianos, los coros, el ritmo mecánico y sensual– donde el personaje de las dos canciones anteriores, más anhelante, erotizado y dependiente que nunca, recorre con desesperación las orillas de un río en busca de un amante desaparecido.
Tomadas en conjunto, las tres canciones se asemejan a una película, a un cortometraje noir de angustia erótica situado en los barrios más indecentes de una metrópoli decadente. Su narratividad, su acabado cinematográfico y su descarnada exploración de profundidades emocionales en el marco de una fusión de new wave, rock, funk y música house hacen de estas tres canciones el momento más experimental y vertiginoso en toda la discografía del chileno.
Tras este imponente inicio, Anwandter nos presenta otra forma –más ligera, más pop– de abordar el núcleo emocional del disco. “Tu nueva obsesión” llega con una sonoridad cercana al eurohouse de inicios de los años 90. Aquí la voz de Awandter, libre del peso de contar la historia en primera persona, describe a un personaje que se levanta cada día para trabajar mientras sueña con las noches en las que podrá irse de fiesta. Si en la primera parte del álbum Anwandter se muestra inclemente y angustiado, en este contexto se muestra más emotivo y empático.
En “QTDE”, un tema de funk rock que parece influenciado por el Prince de 1999 –las guitarras, el bajo y la batería electrónica parecen deslizarse sobre plastilina púrpura–, mientras el cantante le suplica a un amigo que vaya a verlo para que lo anime y le devuelva la alegría de vivir. La oscuridad sigue presente –el personaje de la canción admite su depresión y sus pensamientos suicidas– pero, apoyado en la alegre plasticidad de la música, admite que todo esto no es más que una fase pasajera, y que, con la ayuda de sus amigos, pronto se va a reanimar.
La impronta de Prince continúa con “No me molesta”, la canción con mayor potencial pop de todo el álbum. Y la más entusiasta también: “Y aunque nunca haya dinero/ Podemos hacer la fiesta/ Ya no quiero trabajar/ Ya no quiero lo que cuesta/Somos sólo tú y yo/ Los amantes que se van/ Los amigos que se quedan”.
Pero el disco no sigue un orden lineal; no es un simple tránsito de la depresión al júbilo. Las dos canciones que lo cierran contienen, cada una, las dos formas de abordar la temática del álbum. “Conspiración en el bar” es una balada sombría con baterías electrónicas, sintetizadores y una clara impronta de tango que recuerda los momentos más oscuros de Charly García en Clics modernos, una influencia recurrente en las composiciones de Anwandter. Aquí no hay esperanza: el personaje del tema, a quien el cantante promete proteger, está condenado por su ambición y su frivolidad desde el inicio de la canción. “Dime precioso” resume el otro lado del álbum: una tajada de puro pop moderno en el que las limitaciones y los problemas se olvidan con una saludable dosis de vanidad, hedonismo y amistad.
Dime precioso podrá no ser el disco más logrado de Alex Anwandter –sus seguidores inclinan por Rebeldes (2011) o Amiga (2016) cuando se trata de elegir el mejor– pero muestra al chileno explorando nuevas formas de expresión, ya sea en las historias que cuenta en sus canciones –nunca fue tan oscuro como en “Perdido” o tan sórdido como en “Conspiración en el bar”–, como en esa mezcla de influencias donde se encuentran el cine, el funk, el house, el rock, el tango y el new wave. Al igual que su ídolo Prince, volverse más popular y conocido no ha apaciguado su ímpetu creativo, ni sus ganas de aventurarse y experimentar en su arte. Y en el mundo de la música pop, esto no es algo que se vea todos los días.
Escuchá Dime precioso de Alex Anwandter en plataformas de streaming (Spotify, Tidal, Apple Music).