El día que el superyó de Billie Eilish entró en escena con “Ocean Eyes”, su vida cambió tanto como la de los testigos de ese nacimiento. Fue un salto a la fama vertiginoso, como el de otros adolescentes prodigiosos de talento obnubilante y feroz -léase Olivia Rodrigo o Girl In Red-, pero que, además, traía una propuesta visual que bordeaba la periferia filosa del mainstream pop. Sus primeros dos álbumes de estudio When We All Fall Asleep, Where Do We Go? (2019) y Happier Than Ever (2021) fueron obras aclamadas por los grandes peces de la industria: Grammys, Billboard, Globos de Oro y compañía. Su sucesor, Hit Me Hard and Soft trajo la promesa y expectativa de igualar esa vara.
La apertura del disco, “Skinny“, pareciera la continuación al hito que le valió el Oscar, “What Was I Made For?”, creado por Eilish junto a su hermano Finneas para la ultrataquillera Barbie de Greta Gerwig. No solo en cuanto a la producción (es, al fin y al cabo, el último lanzamiento de Eilish previo a su tercer álbum de estudio) sino en la línea temática que la cantautora desenvuelve en el proyecto. La gran duda metafísica, ese intento de entender para qué fue hecha, qué se espera de ella y qué espera ella del mundo, se replica en sus propias preguntas. “Am I acting my age now?/ Am I already on the way out?”, pregunta al éter.
El proyecto sigue en su camino a la introspección con “Lunch“, en donde Eilish habla sobre su sexualidad no como una declaración pretendida sino como un hecho fáctico. Después de años de acusaciones de queerbaiting y exigencias de explicaciones prescindibles, todo se resume a una base sintética provocadora y líneas brillantes, como cuando pide a una chica que le avise cuando llegue y le advierte “I bought you somethin’ rare/ And I left it under ‘Claire'”. Ese segundo track, al igual que la afrancesada balada “L’amour de ma vie“, la contradictoria metáfora de “Bittersuite” y la psicótica “The Diner“, son una especie de 2×1 sonoro que logran su cometido solo parcialmente.
Si bien los hermanos O’Connell lograron perfeccionar una producción compleja donde el pop, soft rock, R&B y folk coexisten, por momentos pareciera que se torna complicado hacer que todo eso funcione. En Hit Me Hard and Soft, algunas rasgaduras dejan a la vista cambios demasiado bruscos o interrumpidos antes de tiempo. O, tal vez, es porque las piezas que destacan son las más homogéneas y congruentes. “Chihiro” es un track donde la progresión sonora construye una escucha inmersiva, cada segundo es más complejo que el anterior. La presencia del sintetizador, las cuerdas, la percusión, todo se justifica entre sí, gracias a la concatenación de los hechos. Son cinco minutos donde las transiciones dialogan entre sí en un mismo relato.
“Birds of a Feather” también aparece como una de las piezas más pulcras y redondas de todo el proyecto. Siguiendo la nostalgia ochentosa de un romance épico, el track retrotrae a una de las mayores fortalezas de Eilish y Finneas: crear en menos de cuatro minutos atmósferas cinematográficas impolutas. Los instrumentos entran a la escena como piezas de un dominó que cae de forma perfecta, con la voz de Billie en su máximo esplendor, en un tono maduro, estable, congruente y complejo. En casos así, se entiende el por qué de la supernova: la cascada de su voz, sumada a cada elección sonora gestionada junto a su hermano, hacen al carácter único de la obra. Cada cuerda da un giro a la historia, cada nota descubre un sentimiento distinto.
Si bien algunos de los delirios de grandeza del proyecto parecen no alcanzar el destino deseado, el track final, “Blue“, junta todo eso que quedó en el camino. Es la sobremesa del disco, en el mejor de los sentidos. La intro, que había sido entonada por Eilish años atrás en un concierto muy lejano a los que hoy protagoniza, es una explosión directa a la nostalgia. No solo porque revive a esa Billie joven que algún día eclipsó al mundo entero con su tristeza, sino porque, además de eso, juega a resumir toda la línea histórica que lo antecede.
Al final del camino, los mejores logros son emparchados en un mismo collage. Todos los intentos de coalición de texturas, sonidos y fuerzas se congregan en “Blue” de forma armónica (tan armónica como el caos lírico lo permite). La promesa del presente (“I try to live in black and white, but I’m so blue”), se encuentra con la retrospectiva de sus propios deseos (“I thought we were the same/ Birds of a feather, now I’m ashamed”). Minutos después, su reinado cae en manos ajenas mientras entona lo que serían detalles de esa vida que espía: “You were born reachin’ for your mother’s hands/ Victim of your father’s plans to rule the world”.
Hit Me Hard and Soft podría leerse como una obra donde algunas pinceladas erráticas todavía eximen la llegada al estado de perfección, sin que eso sea necesariamente malo. Al contrario, es ese juramento que mantiene perennes a sus movimientos indescifrables, la duda que hace que la rueda siga girando. Es la metamorfosis de sus pensamientos que nos pone en jaque, haciendo que nos preguntemos cuántos giros puede dar una misma historia.
Escuchá Hit Me Hard and Soft de Billie Eilish en plataformas de streaming (Spotify, Tidal, Apple Music).