Afianzados en eso que han dado en llamar su Psicodelia de Monte, en El Manto de la Especie el trío cordobés demuestra su evolución permanente equilibrando la orientación instrumental que caracterizó al primer disco hacia un formato de canción poco ortodoxa que invita a redefinir las posibilidades del rock duro nacional.
Desde el comienzo de “Rock para huir de una ciudad” el trío confirma este cambio modelando y dinamizando las intensidades que forjaron su identidad previa a fuerza de riffs pregnantes, una ampliación de la paleta de sonidos (virtud de la colaboración del ex-Sur Oculto Fabricio Morás, que se pone la pilcha de Jon Lord expandiendo las líneas melódicas a fuerza de teclados setentosos) y una mayor presencia vocal que logra imponerse a través del notable desempeño de Juan Cruz Ledesma.
Al oscuro desenlace del tema de apertura se sucede, en tándem, “53 cosechas” (posiblemente más coreable de su incipiente discografía), donde la banda logra conciliar dos hemisferios musicales bien diferenciados: el costado más duro, influenciado por el doom, el sludge y la psicodelia oscura (donde destaca la influencia temprana del stoner de manual) junto al horizonte estético del rock argentino de finales de los ’60 y principios de los ’70 (incorporado a partir de la escucha madura de Manal, Pescado Rabioso, Pappo’s Blues, Color Humano et all.). Un mix que define la gestación de un sonido auténtico e inclasificable que algunos- como ser el caso de Bill Stinson, baterista de Yawning Man – han llegado a caracterizar por “regional”.
“El abuelo” no solo representa de manera cabal el poder de las interpretaciones en vivo (no es casual que disponga de registros previos), sino que da muestra del salto de calidad en la disposición y aprovechamiento de los recursos técnicos comprendidos en el proceso de grabación y post-producción: un proceso que logró captar el carácter analógico del trío a partir de un backline de colección, una excelente asistencia técnica made in Córdoba (a cargo de Mario Carnerero de Estudio 440 y Matías Sabagh como Drum Doctor) y el aporte sustancial de Billy Anderson en la masterización (un referente indiscutido del doom y el sludge metal, co-responsable del sonido de algunas bandas como Sleep, Neurosis, Fantômas, Mr. Bungle, Melvins y Los Natas).
En “Manifiesto al Sol” la banda se adentra en un plano más experimental, marcando así un punto de inflexión que definirá el tenor de la segunda mitad del trabajo, donde lo instrumental adquiere mayor presencia y relevancia. Con una introducción más “groovera” (esta vez, nuevamente con el aporte de Morás en los teclados), el tema crece hasta llegar a puntos de alta emotividad donde el misterio del nombre se devela: un concepto que completa el círculo insinuado en el arte de tapa, esa hermosa creación de Ángel Fundie Biela y Florencia Cossuta.
La agudeza poética, una vez más, se afirma en un estilo simple y depurado que no solo contribuye a consolidar un hilo conceptual que parece encontrar en el estado de naturaleza una forma de realización, sino que logra accionar el potencial genético del rock argento a través de la reincidencia de ciertas expresiones y cadencias de impronta arquetípica (como lo es la frecuente alusión al vocablo “nena”, una solución de continuidad que permite conectar la tradición del género desde Spinetta a Santiago Motorizado).
En su orientación al futuro “Un mañana aún más glorioso nos espera” reproduce los ecos de “Desalienación“, uno de los puntos altos del primer LP (“El futuro no es una línea recta, debe haber algún camino que podamos construir”), conectándose, incluso, con dos momentos spinetteanos – el de Artaud (“Mañana es mejor”) y el de Un mañana – .
Al igual que el tema anterior hay dos momentos claves que gravitan en torno a dos versos independientes. Bajo (Guido Di Carlo) y batería (Santiago Ludueña) funcionan como un mismo cuerpo, llevando el pulso, la crudeza y el sonido a su mayor nivel expresivo, mientras la viola vuela, libre, dando lugar al mejor desempeño vocal de Juan Cruz.
Luego de una tormenta de distorsión el disco cierra con “Recibimiento“, un epílogo instrumental que, por sus guiños al folk progresivo, suena como un homenaje a Color Humano. Un desacople necesario donde el trío ratifica su capacidad para generar un paisaje sonoro continuo, haciendo del disco un todo coherente que no parece admitir una escucha en shuffle.
El Manto de la Especie cierra así un círculo virtuoso que demuestra el excelente momento de la escena cordobesa, a la vez que se edifica como un disco de época: una pequeña y sutil manifestación de un zeitgeist de resistencia (estético y político) que, junto a discos como Volviendo a las Cavernas de Pez o La Nostalgia Soundsystem de Mi Amigo Invencible (por poner unos ejemplos), ilustran los puntos de fuga de un imaginario que insiste en interpelar al salvajismo que emerge desde las vísceras del Leviatán contemporáneo.
Un disco de síntesis que nos acerca al pulso primitivo del rock germinal (accesible, incluso, para oídos desaturados), que convalida la idea de que siguen pasando cosas, que el presente tiene una música propia, vital y activa, con un mensaje de altura poética que evade la simplicidad y el facilismo del rock de reviente.
Hijo de la Tormenta – El Manto de la Especie
2016 – Independiente
01. Rock para huir de una ciudad
02. 53 cosechas
03. El Abuelo
04. Manifiesto al Sol
05. Un mañana aún más glorioso nos espera
06. Recibimiento