En la era de la inmediatez, no alcanza con una sola escucha para comprender el sinfín de significantes que flotan, interactúan y evolucionan dentro y entre los discos de Kendrick Lamar. Tras cinco años de espera, el sucesor del agresivo y minimalista Damn. (2017) no iba a ser la excepción a una regla que ya es universal: Mr. Morale & The Big Steppers es una obra de arte integral y como tal no tiene como objetivo el sumar reproducciones de forma frenética en plataformas de streaming ni ser carne de cañón para el próximo intrascendente challenge de TikTok.
Mientras la mayoría de la crítica mainstream –y no tanto– se centra en estas cuestiones superficiales y banales, el nuevo disco de Kendrick Lamar plantea un claro antagonismo con los tiempos que corren. El artista abre un nuevo capítulo de su carrera como un predicador que tiene mucho para decir acerca del pasado, presente y futuro de su comunidad, y que se opone a conformarse con un debate inocuo que no vaya directamente al hueso. Si hay una reflexión que sirve para empezar a comprender a este trabajo, es que Lamar está buscando elevarse al máximo para poder conseguir la claridad que le permita mantener los pies (siempre) en el barro. La unidad del cuerpo y del alma en la tierra, allí donde todo comienza y termina; la esencia misma del Carnaval, una clara representación de la celebración popular por excelencia, de ese lugar en el que los límites se borran para dar lugar a un sincero abrazo comunitario.
Un abrazo que es el punto de partida: “The Heart Part 5” fue el regreso de un Mesías que –plagado de cicatrices, de marcas de supervivencia– estaba de vuelta para poner el cuerpo por todos sus hermanos y hermanas, haciendo foco en quienes alguna vez cayeron en la desgracia absoluta. Muchos hablaron de un “odio a la cultura de la cancelación”, pero el mensaje era más profundo: una canción convertida en un ejercicio de compasión y de entendimiento pocas veces visto en las últimas décadas. Impacto conceptual y sonoro. Y, claro, ese sampleo perfecto de “I Want You” del legendario Marvin Gaye. Estaba todo listo para un homecoming de magnitudes universales.
Considerando los trágicos y dolorosos eventos de la era post-Damn, es coherente que el movimiento Black Lives Matter (ardiendo, resistiendo, latiendo) siga estando en el centro de su mirada. Para la Comunidad Negra, el B.L.M. no es poner un cuadrado negro como foto de perfil para ganar más seguidores en la era del esnobismo; a Mr. Morale & The Big Steppers lo recorre una reflexión histórica tan cruda como poderosa. Un recorrido por una dolorosa realidad que se mantiene a lo largo de las décadas y una dura crítica hacia ciertas cuestiones que siempre hicieron mucho ruido en la Comunidad Negra y en el hip hop. Recorrido en el que Kendrick logra abrirse por completo y escarbar en lo más profundo de sus contradicciones sin miedo y con mucha humildad.
Sin anestesia, la apertura “United In Grief” es un tour de force que lo encuentra entre la prédica y el fuego. El juego entre la contemplación y el vértigo se produce a caballito de una extrema cruza entre el jazz y el afrobeat. La unidad en el dolor, duplicando la emoción liberadora de la misa dominical y la locura de trasnoche suburbana al ritmo de la trompeta y el saxo. Tan contundente y significativa como el videoclip que la acompaña, “N95” profundiza y va más allá del síntoma: tenemos que enfrentarnos con quienes realmente somos. Navegando entre las oleadas de un beat frenético, Lamar condensa modernidad y tradición y hasta se anima a sumergirse en lo industrial. El tándem con “Worldwide Steppers” es perfecto: desesperación, dolor, soledad, supervivencia y la constante lucha superadora que lleva a la redención. Aquí es el lugar en el que la crítica hacia la reducción absoluta del arte a un producto banal y guiado por el algoritmo por parte de la nueva-vieja cara de la industria se hace más directa.
Claro que las cicatrices no se esconden, y “Die Hard” nos recuerda que se llevan como una marca de lo que fuimos. Como un recordatorio de que el camino hacia la redención es uno que muy pocas personas pueden completar y que siempre dejará nuevas heridas. Los toques de R&B y soul hacen que el sentimiento sea transmitido de la forma más pura, sin recortes ni filtros, enfrentándose a la hegemonía de la falsedad virtual. Este ejercicio artístico llega a uno de sus primeros picos durante “Father Time”, una sentida y honesta reflexión acerca del paso del tiempo y de todo lo que ello significa para toda una comunidad en la que se debe madurar muy rápido para poder intentar llegar a viejo. El anclaje está puesto en la familia, círculo que protege y contiene ante las peores tragedias y que –paradójicamente– puede también ser el epicentro de ellas. No hay que olvidar lo vivido, pero sí aprender de ello –sobre todo de los errores cometidos– para poder ser mejores. La definición del sonido del rap clásico está escrita en el ADN de esta canción: el relato es crudo y descarnado; la agresividad es total, pero la furia es utilizada para refundar las bases de una comunidad que siempre se encuentra al borde de la ruptura total. Vivir con ira, vivir con un justo enojo, no significa gritar sin decir nada. Significa vivir con un objetivo entre ceja y ceja: conciencia y justicia social para los oprimidos.
La antesala clásica (“Rich”) instala una atmósfera de encierro y soledad, y el tono rasposo y firme presente en “Rich Spirit” denota tanto cansancio como perseverancia. Si hay una voz que nunca se detiene, es la de Kendrick Lamar y no necesita sacar un single cada dos meses para dejarlo en claro. La construcción de “We Cry Together” junto a Taylour Paige es un ejercicio espiritual y una sincera declaración en contra de la toxicidad masculina que nos instala en el corazón de una pelea amorosa que escala de forma incesante a pura angustia. Una pelea que recorre las heridas aún abiertas en una comunidad en la que siempre imperó el machismo y en la que el vital rol de la mujer no ha sido reconocido de forma justa. La sensación de estar en una obra de teatro experimental es un logro digno de dos actores de primer nivel y una jugada muy audaz. Mientras el debate avanza, la sazón jazzera en seco es un toque tan maestro como ese inesperado y caluroso final.
La primera mitad del disco se despide de la mano de “Purple Hearts” (con feats. infalibles de Summer Walker y Ghostface Killah), sumergiendo al oyente en una atmósfera entre neosoul y retrofuturista llena de emociones contradictorias. Todo esto se quiebra en “Count Me Out”, lugar en el que la épica gospel toca uno de sus tantos techos y el sonido del rap clásico se conecta con algunos retazos de la nueva era: la unidad entre presente y pasado del hip hop. Si hay algo que le gusta a Kendrick es volver como el caballo ganador que es cuando todos ya lo daban por acabado.
El continuum conceptual con la oscura y dramática “Crown” es un baldazo de agua fría: el camino a la cima está plagado de elogios que vienen con un pedido de favores al que no se puede decir que no. Hay también una clara negativa a convertirse en un símbolo potencialmente comercial de todos los raperos que intentan hacer rap consciente. La precisa y ácida “Silent Hill” (junto al, como mínimo, polémico Kodak Black) lo encuentra dialogando con el mumble rap, el trap y el futurismo; abriéndose a los sonidos del hoy para moldear un mañana inclasificable.
Los arreglos de cuerdas brillan en el interludio de la opresiva y elegante “Savior”, canción desde la que Lamar explica cómo las cicatrices del trauma hogareño pueden llevar al conformismo respecto de un sistema igual de opresivo. Su continuidad es un ataque frontal contra la fabricación de ídolos exprés, una crítica a la conflictividad y falsedad dentro de la comunidad negra y una explicación: su trabajo puede inspirar y abrir mentes, pero no va a salvar a nadie por sí solo. En un liberador ejercicio de autocrítica, el norteamericano elige exponer –sin edulcorante– en “Auntie Diaries” la manera en la que el conflicto con la comunidad LGBTQ cruzó a su familia de punta a punta, una canción que funciona como catarsis, disculpa e interpelación al mismo tiempo.
Buscando el origen de las heridas personales y comunitarias, la intensidad de “Mr. Morale” (con el feat. crudo de Tanna Leone) y la oscuridad fantasmagórica de “Mother I Sober” (junto a una brutal Beth Gibbons) encuentran una intersección en el dolor más genuino. La primera reabre la conversación acerca de cómo la fama y el dinero no son la cura ni la solución para problemas mucho más profundos; la segunda, es una descripción muy sentida de la manipulación psicológica –causada por un trauma previo, el círculo vicioso– que sufrió el mismo Kendrick por parte de un familiar cuando quiso exponer una situación de abuso de la cual él había sido víctima.
Al grito de “I chose me, I’m sorry”, Kendrick cierra Mr. Morale & The Big Steppers despojándose de todo lo ganado en términos de prestigio y exigiéndole a quién esté escuchando del otro lado que encuentre su propio camino hacia la libertad. De eso versa “Mirror”: de comprender que todos tenemos algo de héroe y algo de villano, porque si hay un color que atraviesa nuestras vidas es el gris en todas sus variantes posibles.
Como se anuncia desde la tapa, la familia es punto nodal de un disco que es doble solo por una cuestión conceptual: la primera parte representa esas fuerzas y conflictos que lo llevaron a las reflexiones presentes en la segunda parte. Tragar y luchar contra el dolor para sobrevivir a la hostilidad más pura. Una experiencia que está en el corazón de muchas familias de la comunidad y que él decide poner en primer plano. Llegar a la cima esquivando todos los disparos de un sistema hecho para aniquilar a las minorías. Y hacerlo sin jamás olvidarse del lugar del que uno vino; en palabras de Tupac Shakur: “Yes I’m gonna to say that I’m a thug, because I came from the gutter and I’m still here”. La conclusión es la misma de siempre, pero nunca está demás repetirla: Kendrick Lamar es el hip hop hecho carne porque es realidad pura. Talento y barrio. Una cosa es vivir bajo la regla de la pistola y otra muy distinta es la mera pose. Pertenecer sin tener que fingir un pasado de pobreza, opresión, lucha y resistencia; simplemente pertenecer.
Por eso lo que más resalta en la era de la obsesión por los clics, los streams y las reproducciones, es su negativa a entregar el arte y la lucha al negocio de unos pocos. Kendrick Lamar es un militante del “negocio” de los humanos, porque la esencia del hip hop es ser 100% real. ¿Qué significa esto? Que la hipocresía no tiene lugar, que la lucha siempre es colectiva y que en el relato de la realidad no se deben omitir las fallas y contradicciones que nos constituyen y definen. En ese sentido, si hay algo que Mr. Morale & The Big Steppers logra es expresar de una manera muy frontal y cruda ese círculo de odio y resentimiento del que emerge alguien severamente lastimado sin más opción (aparente) que esconder el dolor y lastimar a otras personas. Un círculo vicioso, un infierno al que la comunidad negra sigue siendo inducida mediante la esclavitud, el racismo, la desigualdad y la pobreza crónicos.
Mr. Morale & The Big Steppers es una declaración de principios muy elevada: esa realidad, esos pies bien hundidos en el barro, se combinan a la perfección con el virtuosismo. Una obra compuesta por dieciocho canciones en las que el diálogo entre el soul, el góspel, el R&B, el jazz y el funk, genera una multiplicación infinita de fronteras sónicas que se apoya en la esencia de la Black Music. Siguiendo el mandato histórico, la voz es el instrumento más versátil y poderoso. Cambios de tono y ritmo al por mayor, anclados en una habilidad cuasi imposible de empatar en los tiempos que corren. Virtuosismo y barro.
El peso de la corona no es tan gratificante como muchos se pueden ver tentados a creer. Es también el peso de lo sufrido, de los padecimientos colectivos de ayer y de hoy que se hacen carne en su persona. Para poder enfrentarse a una realidad cada vez más difícil, la solución no pasa ni por ahogarse en el materialismo blanco ni por exacerbar todas esas contradicciones y conflictos que siempre amenazaron con destruir los lazos familiares y comunitarios. Se puede debatir respecto de cuál es la salida, pero no hay dudas de que es entre todos. A fin de cuentas, la historia la escriben los victoriosos y la comunidad negra es experta en resistir y contragolpear: la corona siempre termina siendo de espinas. Una carga que duele, pero que Kendrick Lamar demostró que puede soportar y resignificar desde aquella vez en la que, bañado en lágrimas, recibió la bendición de Dr. Dre, Snoop Dogg y The Game. Él no va a poder salvarnos a todos (¿quién es verdaderamente capaz de ello?), pero si se presta mucha atención al camino recorrido desde Section.80 (2011) hasta Mr. Morale & The Big Steppers, queda muy en claro que él es el único que puede enseñarnos cuál es el camino.
Escuchá Mr. Morale & The Big Steppers en plataformas de streaming (Spotify, Apple Music).