“Ey, espero que vuelvas”, una onomatopeya y tres palabras que, sumando otras dos, invocan el sentir musical más enternecedor de los últimos tiempos. Intento con optimismo apelar a la universalidad de ese sentimiento. Es que, muchos saltos y gritos guturales entre sonrientes y sudados extraños (que con el pasar de los años fueron multiplicándose exponencialmente) parecerían confirmar mi anhelo. Existe un particular magnetismo que invita a esa comunión y condensa sus mejores intenciones en aquel emotivo instante. Y esa mágica sensación, aunque con el pasar de los años nos encuentre diferentes, siempre hace lo mejor por calar hondo y reencontrarnos. “Ey, espero que vuelvas” es lo que resta después de aquel demoledor impacto, como un amuleto anti-desolación. Con considerable distancia, se convierte en un mantra que ayuda a sobrellevar la falta, la espera… de una nueva producción, un nuevo show, una nueva visita… últimamente podía condensarse en un “Ey, espero que vuelvas y hagas un disco como este”.
No pretendo teñir esta reseña de objetividad porque hace mucho anticipé esa tarea como inútil. Me es imposible disociar El Mató del sentir que me produce (escribo esto en un anotador que me regaló la persona en la que pienso cuando escucho “El Tesoro” y que lleva una firma y un dibujo de Santiago Motorizado en la primera hoja). Como a muchos, sus himnos me traen amigos, lugares, sentimientos y viejas formas de ser a un plano sentimental muy urgente. Ahí, en ese lugar, todo duele más, pero todo también se vuelve más hermoso. De modo inevitable, la operación que prosigue es pensar en cambio, porque, así como con esa adictiva sensación “Chica Rutera”, los discos siguen ahí, con los mismos acordes, las mismas palabras, y en el justo devenir de la vida, todo a su alrededor cambió de forma más o menos vertiginosa. En este disco, en el que la banda anticipó un cambio y lo dejo instaurado con una producción bisagra (Violencia, 2015) y un single adelanto, me estimula pensar en este nuevo encuentro entre El Mató y sus seguidores. Gente que, como ellos, cambió en este imborrable tiempo y necesita nuevos sonidos y mantras para capitalizar sus sensaciones. Gente que entre incontables formas de vivir comparte esa única e inexplicable experiencia de encontrar y nutrir sentimientos con discos, de crecer escuchando El Mató, y transformarse a su par.
La síntesis O’Konor cumple con esa demanda y exige una entrega similar. Sus diez canciones invitan a sumergirse en un nuevo plano de emociones, algunas familiares, otras hermosamente desafiantes. Sus líricas empujan a enfrentar esos cambios, retratándolos con poderosas narrativas que con igual facilidad pintan escenarios de dicha y tremenda desolación. Su nueva complejidad composicional enaltece sus demandas emotivas, con joyas instrumentales que generan impactos sensoriales, sorpresas que sacuden al oyente y lo incitan a buscar placer en nuevos lugares y de nuevas maneras. Nuevos instrumentos, nuevos recursos en viejos instrumentos y una distintiva forma de apelar sentimientos que Santiago Motorizado escribe y vocaliza de modo inigualable, hacen de La síntesis O’Konor una aplaudida y necesaria adición en el repertorio de una banda que de a poco se fue animando a apuntar galaxias y transformarlas con sentir.
Para aniquilar cualquier duda sobre su imponente poderío emocional, La síntesis O’Konor abre con “El Tesoro”. Evité escucharla en formato single para poder entenderla dentro de un todo significativo y su impacto fue demoledor. No sólo por la belleza con la que se erigen sus primeros movimientos, sino también por la inevitable escalada afectiva de sus palabras, capaz de volver vulnerable hasta el más apático de los corazones. La sorpresa es otra. No es nada nuevo que El Mató genere magnéticas composiciones y conmovedoras letras, la proeza que guía este disco e impone su consigna desde esta primera producción es la de enaltecer esas virtudes con nuevos recursos musicales que imponen, desde su complejidad, una nueva paleta sensorial que se desafía y reinventa constantemente. Es esa rica pluralidad de estímulos la que guía la transición entre la calma de “El Tesoro” y la explosión de “Ahora Imagino Cosas”, canción que abrió su paso como la segunda de este LP desde el repertorio solista de Santiago.
“La Noche Eterna” apela desde su título a un plano más familiar, sus evocaciones al cosmos sólo confirman la sospecha. El verso se impulsa con dulzura, su optimismo invita a empujar la oscuridad y llegar al encuentro de uno de los puntos sensitivos más álgidos del disco: “hoy voy a hacer lo que yo quiero hacer, hoy voy a hacer lo inesperado”, mantra ganado con sabiduría y madurez que se impone como la premisa fundamental de La síntesis O’Konor. “Alguien que lo Merece” se mantiene en una similar línea, demanda fuertes emociones para embellecer escenarios desoladores, retratando un nuevo tipo de destrucción que no se materializa en un huracán ni precede un Armagedón, sino que nace del desencuentro afectivo, la falta de amor y empatía, la soledad.
Entre las cenizas de esa destrucción afectiva nace “Las Luces”, un tanto sombría inicialmente pero rápidamente animando su desarrollo. Minimalistas construcciones musicales se erigen como refugios entre versos que retratan lúgubres escenarios con gente fría y ríos sin agua, capitalizando la emotividad de esta producción que antecede a la canción que le da nombre al LP. La maravillosa “Síntesis O’Konor” eleva al máximo la complejidad instrumental y la estética fundante del disco. No necesita palabras para incitar un adictivo estado de elevación sensorial, optimismo y desenfreno, de esos que vienen acompañados con un agitar de cabeza a modo de afirmación y que desde su gestación debe preverse como himno poguero del porvenir.
“Destrucción” es otro de los puntos prominentes del disco, su frescura se impone rítmicamente, su verso contagia alegría y su estribillo contiene la virtud de la repetición mental incesante. “Excalibur” es un necesario reencuentro con la esencial e infalible receta de conmoción espiritual de las antiguas producciones. Esta vez, cuerdas y susurros se enriquecen con percusiones y efectos de sonido. El descenso ayuda a que la urgencia expresiva de “El Mundo Extraño” se imponga con mayor firmeza. La canción irrumpe con explosividad y sus letras retratan con simpatía muchos de los cambios que demanda la sensibilidad de este nuevo encuentro: “no sé que pasa en este lugar, todo el mundo es más joven que yo” es sólo una de muchas vociferaciones de instantánea empatía. Fiel a esa esencia que con los años se confirma demoledora, La síntesis O’Konor cierra con “Fuego”. Sintetizadores amenizan la salida con guitarras que juegan de modo casi imperceptible y luego exigen su protagonismo. Del mismo modo, la canción trasciende la inocencia para posicionarse fuerte y altiva en el descenso final: “Ey, te fuiste y ¿dónde estás ahora?” es la exclamación que cierra el disco y sirve para anhelar su regreso.
El mató a un policía motorizado – La síntesis O’Konor
2017 – Discos Laptra
01. El tesoro
02. Ahora imagino cosas
03. La noche eterna
04. Alguien que lo merece
05. Las luces
06. La síntesis O’Konor
07. Destrucción
08. Excalibur
09. El mundo extraño
10. Fuego