Conociendo los movimientos previos de la criatura, me puse a escuchar el disco aceptando de antemano que podía llegar a tener todo lo que uno puede esperar de Mogwai: es decir, un disco que no iba a desilusionar pero que tampoco iba a sorprender. Así las cosas. No me hice expectativas justificando, de manera apresurada, que una banda de sonido no iba a ser un terreno propicio para la innovación, sino –o en el mejor de los casos-, una oportunidad para confirmar la efectividad de una banda operando en su zona de confort.
Fui injusto. Atomic resultó ser más que una banda de sonido y, entre otras cosas, plantea un lindo desafío a la primera escucha: ¿lo escuchamos antes o después de mirar el documental? Elijan su propia aventura.
Como OST debemos destacar que no es la primera vez que los escoceses participan en esta clase de proyectos: es la cuarta si se tiene en cuenta los soundtracks de Zidane: A 21st Century Portrait (2006), The Fountain de Darren Aronofsky (2006) y Les Revenants (2013). En este caso la música fue concebida para acompañar al documental Atomic: Living In Dread and Promise (dirigida por Mark Cousins y difundida por la BBC); un film que representa, de manera poco convencional, la paranoia atómica que se inicia con los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki y que se prolonga a lo largo de toda la Guerra Fría.
Uno de los rasgos fundamentales del documental es que la narración no recurre a explicaciones y voces en off, sino que se desarrolla a través de la sucesión de imágenes de archivo. El registro eminentemente visual, que eventualmente incorpora la palabra a partir de spots y audios de época, permite que la música adquiera mayor protagonismo (y en referencia a la banda, la interacción entre música y recortes de audio hace recordar a los montajes de Come On and Die Young).
Esta particularidad hace que se desdibujen los límites entre lo musical y lo visual, al punto de hacernos preguntar si es la música la que acompaña a las imágenes o viceversa (inversión que vuelve al documental el soporte visual del disco). Conjetura válida que se comprueba al ver el video de “Ether“, el primer tema difundido, donde la técnica del time-lapse no hace más que potenciar las fuerza de las sutiles evoluciones sonoras.
Pero si uno se propone escuchar el disco con independencia del film no demorará en notar una autonomía y una perspectiva distinta. En primer lugar los temas se desarrollan de manera completa (algo que, obviamente, no sucede en el film), haciendo valer las construcciones de climas que tanto caracterizan a la banda. Por otro lado, tanto desde la tapa como desde el nombre (en este caso se editó como Atomic, a secas), la banda invita a pensar una interpretación conceptual distinta que parece acercarse más al Cosmos de Carl Sagan que a las visiones del apocalipsis nuclear de Cousins. Por último, y de manera no menos relevante, el trabajo es el testimonio de un momento interno particular que se caracteriza por el distanciamiento de uno de sus miembros, el guitarrista John Cummings.
Con Atomic ya no se puede afirmar que Mogwai sea –simplemente- una banda de rock instrumental (opinión abonada por algunos de sus integrantes para distanciarse del ambiguo mote post-rockero).
Si al principio uno podía determinar que la música emergía de una formación típica de rock alternativo de principios de los ’90, cuyo laboratorio era la inmediatez de una sala de ensayo, ahora, entre capas de instrumentos depurados y mayor presencia de sintetizadores y alternativas digitales, la referencia de escucha se fue disolviendo en un espacio más abstracto que parece resistir cualquier tipo de etiqueta. Aunque existan marcas (“SCRAM” puede sonar a una especie de trip-hop progresivo, “Bitterness Centrifuge” a un shoegaze espacial, “U-235” a krautrock, “Pripyat” y “Little Boy” respiran aires barrocos) todos suenan a… Mogwai.
Salvo en “Are You Dancer?” y “Tzar“, que son los que más se asemejan a los discos anteriores, en la mayoría de los temas el ruido y la distorsión, los machaques de bajo y las matices de batería –donde uno podía llegar a escuchar la delicada vibración de las bordonas-, ceden y se estabilizan para darle forma a una sonoridad pulida y más comprimida, como se constata en “Wake Force” o “Fat Man“. Un espacialidad delicada, microscópica y a la vez inorgánica, que propicia una escucha menos física en favor de una experiencia estable y, desde cierto punto, ubicua. Una forma de preciosismo que expande la fórmula del extraño Rave Tapes (que se filtra en los beats de “U-235“) hacia una forma de minimalismo que los acerca a exponentes de la talla de Philip Glass (y si me lo permiten, aprovecho a comparar el modesto Atomic con el inefable trabajo de Glass en la trilogía QATSI, de Godfrey Reggio).
Estos elementos hacen que Atomic emane una luz propia. Una luz que tal vez no sea lo suficientemente intensa como la de sus mejores discos, pero que sin embargo está ahí para embellecer la inmediatez de una escena cotidiana (en mi caso las rutinas de una Córdoba pasada por agua). Una luz que se proyecta desde un umbral aletargado que de a ratos pareciera representar la reducción de signos vitales que precede a una nueva metamorfosis. Un estado de latencia que conjuga pasado y futuro. Presencia y ausencia. Una suspensión que invita a pensar en una nueva evolución de la banda.
Puede que Atomic no sea el mejor disco de Mogwai, pero vale decir que tampoco es el peor… lisa y llanamente porque todos los discos de la banda tienen la facilidad de conectarse de manera particular con cada oyente. Cada uno de nosotros tenemos nuestra versión personal de la banda y ese respeto lo trasladamos, incluso, a los discos que presumimos menos logrados. De aquí que cada lanzamiento sea una oportunidad para renovar el vínculo.
Atomic es otro disco de Mogwai… ni más ni menos.
Mogwai – Atomic
2016 – Rock Action Records
01. Ether
02. SCRAM
03. Bitterness Centrifuge
04. U-235
05. Pripyat
06. Weak Force
07. Little Boy
08. Are You a Dancer?
09. Tzar
10. Fat Man