Si tuviera que apostar, arriesgaría que el nexo temático que unifica al repertorio de Annie Clark reside en el sentimiento de alienación. Bajo el nombre de St. Vincent, ha lanzado una sucesión de discos impolutos cuyas canciones circunnavegan este tópico: Actor (2009) funcionó como una antología de cuentos cortos, escritos por una pluma que conciliaba la inquietud taciturna de Raymond Carver con el neuroticismo contemporáneo de Lorrie Moore y la evocación sensorial de Lucia Berlin. Sus relatos narraban escenas mundanas bajo las cuales subyacían tensiones a punto de erupcionar, y a veces lo hacían, irrumpiendo en forma de riffs inesperados que remitían a un Stravinsky empapado en distorsión. Su elenco de personajes, asimismo, vivía supeditado al juicio ajeno, renegando con su identidad y sucumbiendo insatisfecho ante su circunstancia. Los cortes más populares de Strange Mercy (2011), “Cruel” y “Cheerleader”, recapitularon esa aversión frente a las expectativas sociales. Y St. Vincent (2014), su homónimo quiebre comercial que la aproximó al mainstream, ya se trataba directamente de art-rock extraterrestre. Ese contraste entre el bienestar proyectado y el malestar interno era análogamente reflejado en su yuxtaposición sónica de ruido y melodía, de belleza y disonancia. Esta cualidad dicotómica es, precisamente, el rasgo que define a St. Vincent.
MASSEDUCTION (Loma Vista, 2017), su más reciente lanzamiento, es otro fidedigno retrato de enajenación, pero el detonante ahora es, inevitablemente, la fama – o la adyacencia a la fama. Tiene sentido si se considera el ascenso meteórico de Clark durante la última década: de exiliada de Berklee, a integrante alada de la banda en vivo de Sufjan Stevens, a solista ingenua, a guitar-hero aclamada por la crítica, a co-autora de una colaboración con David Byrne, a éxito comercial certificado con un Grammy, a anzuelo de la prensa por sus relaciones de alto perfil. Lo que germinó fue un trabajo decididamente pop, con producción de Jack Antonoff incluida. MASSEDUCTION es una extravagancia decadente de fosforescencia Day-Glo y melancolía híper-saturada, un álbum que extrapola lo personal para hacer una disección profunda sobre seducción y dinámicas de poder, sea este de naturaleza sexual-afectiva, económica o geopolítica.
Hay soluciones escapistas a las estructuras de poder, pero apenas son temporales. “Yeah, I admit I’ve been drinking / The void is back and unblinking”, inaugura el opener “Hang on Me” sobre slides de mellotrón, introduciendo el exceso de los últimos años en la vida de Clark. Este es detallado en profundidad en “Pills”, una oda al consumo de psicofármacos cuyo hook se sirve del léxico publicitario para terminar sonando como un jingle pokemonástico. El tema documenta las ramificaciones de la celebridad facilitada por su LP auto-titulado, cuya gira comenzó como una subversión del concierto de rock, pero terminó por devenir en una forma de auto-destrucción. “My mind on the gap, my head on the stairs”, entona Annie en alusión a un momento clave de su show coreografiado, antes de cederle el paso a un inesperado solo de saxo de Kamasi Washington, coda que emula el bajón del retorno a la consciencia con su consecuente intrusión de pensamientos negativos. En este sentido, podría afirmarse que “Pills” encapsula (no pun intended) todo MASSEDUCTION, albergando tanto una fiesta como un lamento.
Con cada entrega de su discografía, St. Vincent ha encarnado diversos arquetipos: Strange Mercy era ama de casa medicada, Love This Giant (2012) era la Bella y la Bestia, y el epónimo era líder de culto de un futuro cercano. MASSEDUCTION es, según sus propias palabras, dominátrix en un hospital psiquiátrico: sexy, pero absurdo y auto-consciente de su propio artificio kitsch. Este definirse por la constante redefinición, sumado a la importancia atribuida al aspecto interpretativo, ha invitado constantes comparaciones a David Bowie. Hay un paralelismo que trazar entre St. Vincent y Scary Monsters (and Super Creeps) (1980), la obra maestra no reconocida del Duque Blanco. Ambos conservaban la experimentación de lo inmediatamente precedente pero aplicada a la sensibilidad más accesible de lo que vendría después, situándose en la intersección de lo abordable y lo lunático. En adición a esto, no hay dudas de que la técnica de Fripp ha informado la de Clark. Siguiendo esta lógica, MASSEDUCTION es entonces su Let’s Dance: la guitarra continúa aportando texturas, pero dejó de ser los cimientos sobre los cuales se levanta todo su material. En su lugar, el foco de atención se dispuso sobre sintetizadores ochentosos, pedal steel y beats programados. El maravilloso track titular ilustra esto a la perfección, con un estribillo que reafirma lo que posiblemente sea el enunciado principal del álbum entero: “I can’t turn off what turns me on”. Es sucedido por “Sugarboy”, un banger post-Donna Summer que se edifica sobre bases de disco y celebra la fluidez sexual y de género.
Los rellenos melódicos de “Sugarboy” anticipan el motif que propulsa “Los Ageless”, ciudad que no recibe un tratamiento muy afectuoso por parte de Clark. En su versión de Hollywood, las madres ordeñan a sus bebés, y los sabios se esconden en bares para quemar páginas de memorias sin escribir, lo que es tan sólo una forma poética de describir la ingesta de alcohol hasta el punto de no recordar. Así y todo, no es una mera condena a la superficialidad de la industria, sino también la expresión más feral de una ruptura no superada. Escenificado en la costa opuesta, el single “New York” es otra elegía amorosa. Contraponiéndose con “Los Ageless”, esta gentil balada de piano desplaza la visceralidad a favor de resignación nostálgica. “I have lost a hero, I have lost a friend / But for you, darling, I’d do it all again”, añora Annie en un tributo afectuoso a la metrópolis donde se congregan lxs freaks. MASSEDUCTION es un disco atravesado por pérdidas.
Efectivamente, lo que distingue a MASSEDUCTION del resto de la oeuvre de St. Vincent es su inmediatez emocional. Actor era una pieza cálida, pero lidiaba con asuntos fríos como la desconexión y el desapego. Inversamente, Strange Mercy tenía un trasfondo muy personal, pero imponía una distancia desde sonidos gélidos y desolados. Este va directo a la yugular. “Happy Birthday, Johnny”, la última entrada en la trilogía de un personaje recurrente en el mundo de la guitarrista, es sobre la disolución de un vínculo con un amigo o ex-amante que desestabiliza su vida cada vez que vuelve a ingresarla. Pese a su economía, es uno de los momentos más cargados de toda la escucha, junto a la triada ingeniosamente secuenciada del final. En “Young Lover”, Clark rememora encontrar a una pareja que sufrió una sobredosis, culminando con la pirueta vocalmente impresionante del agudo final. Derramado el vaso, un breve preludio empalma con “Slow Disco”, que es la mejor canción de todo MASSEDUCTION. “Slow Disco” retrata el momento exacto en que se practica eutanasia sobre una relación en un intento de auto-preservación, y la voz de Annie rebalsa de tanto sentimiento como las cuerdas que la acompañan.
“Smoking Section”, la encargada de cerrar MASSEDUCTION, imagina distintos escenarios de suicidio ante el dolor que provocó esa ruptura. “What could be better than love?”, inquiere Clark en su registro más grave sobre acordes de piano, antes de aseverar: “It’s not the end”. El álbum, sin embargo, termina. ¿Es entonces una afirmación de resiliencia, o el consuelo desesperanzado que se repite alguien en negación? La alternancia de tonos y la aparición repentina del falsetto sugieren lo primero. Para St. Vincent, MASSEDUCTION es otro clásico en lo que está destinado a ser un legado extenso y legendario.
St. Vincent – MASSEDUCTION
2017 – Loma Vista
01. Hang on Me
02. Pills
03. Masseduction
04. Sugarboy
05. Los Ageless
06. Happy Birthday, Johnny
07. Savior
08. New York
09. Fear the Future
10. Young Lover
11. Dancing With a Ghost
12. Slow Disco
13. Smoking Section