Adrián Cayetano Paoletti se ha convertido en uno de los íconos del under local. Compositor y poeta, forjó una distinguida carrera independiente que empezó a fines de los ochenta. Su primera agrupación, Copiloto Pilato -hoy devenida en banda de culto de Argentina-, se creó en el meollo de una generación renovada de músicos que revivió algunos tópicos clásicos de la cultura del rock, como fueron la relación entre poesía y música, entre texto y contexto, retomando así una mítica fascinación de la vida rockera: esa que siempre reivindicó la interacción de experiencias sonoras con otras vinculadas a curtir la calle, andar sin rumbo fijo y escribir. Pablo Schanton ya lo había señalado en 1992: “Copiloto Pilato es, sobre todo, un grupo beatnik. Sus integrantes comparten con Kerouac, mentor de aquel movimiento de los cincuentas, las mismas obsesiones. Les encanta vagar, vagabundear, deambular por ciudades propias y ajenas, viajar a dedo sin rumbo” (ver).
No todo grupo musical sobreviene, por el mero transcurso del tiempo, en un referente de culto. No se trata de un automatismo histórico. Existen condiciones que definen a esos conjuntos y que los diferencian del resto, como es el caso de Copiloto Pilato, cuya trayectoria justifica hoy el epíteto.
Paoletti perteneció a esa nueva vieja escuela que influyó a muchos creadores, algunos muy conocidos, otros no tanto. Pero como siempre ocurrió con los artistas de culto, ese grupo de compositores no llegó a gozar de un reconocimiento mayor, quedando reservado sólo para el “vestuario” (léase pequeñas reuniones o conversaciones efímeras), en donde algunos músicos exitosos expresaban sus elogios hacia ellos, aunque siempre con una curiosa prudencia. El compositor de Monte Grande se mantuvo, como un outsider, fuera del mainstream.
Su carrera solista se inició con Paciencia, en 1994. Luego vinieron dos discos más: En la ruta del árbol en busca de la canción perfecta, de 1998 (álbum fundamental), y Soy yo por ahora, del año 2000, producido por Julio Moura. Tuvieron que pasar casi once años para que Paoletti volviera al mundo del rock, ya que se había dedicado a estudiar y luego a ejercer el Derecho. En febrero de 2011 lanzó Casa Rodante, un trabajo que aunaba las composiciones realizadas durante ese retiro que, a decir verdad, tuvo más de descanso que de interrupción artística.
En julio de 2014 Adrián Paoletti edita su quinto y último disco: Los mandos no responden, aumentaré la potencia al máximo, otro trabajo en el cual las letras y la musicalidad se conjugan para dar lugar a nueve piezas que llevan el estilo del compositor.
Estuvimos conversando con él sobre el nuevo álbum, su carrera, las colaboraciones y varios temas ligados a su trayectoria.
Volviste a grabar un disco en el cual, además de buena música, hay mucha tinta. Todo indica que seguís en busca de la canción perfecta.
Sí, yo de chico escribía, tenía la idea de ser escritor, pero al mismo tiempo quería hacer música, y en un momento opté por el formato canción. Me sentía más cómodo ahí, era más fácil llegar a la gente. Con la canción podía contar una historia, ya sea a través de una poesía o de un cuento, y tenía una llegada más ágil que por medio del texto. Además, era más probable que un pibe escuchara una canción a que leyera un libro.
Y sí, en este momento estoy muy abocado a las composiciones. Incluso estoy preparando un disco nuevo, de canciones románticas, en formato acústico. Entonces paso mucho tiempo con la guitarra, armando las listas y trabajando en el estudio. El tiempo es muy importante para mí, porque soy muy rutinario con el trabajo.
A esto se le suma que hace un tiempo comencé a tocar solo. Yo siempre me acompañé de otros guitarristas, como Gonzalo Córdoba por ejemplo, quien era el encargado de meter magias con los efectos y ese tipo de cosas. Pero como dejé de tocar con otros violeros, empecé a ensayar y a pasar más tiempo con los pedales.
Bueno, todo eso, sumado al laburo de estudio, me insume mucho tiempo.
El álbum tiene un título interesante. Transmite una energía extrema, dando cierta sensación borderline. ¿Por qué ese nombre?
El nombre surgió de charlas que solíamos tener con Miguel Hiza, un gran amigo mío, acerca de la presentación de “El hombre nuclear”. Así, tal cual empezaba la serie, cuando el piloto de prueba decía: “los mandos no responden, aumentaré la potencia a…”, y finalmente terminaba estrellándose. Luego venía la reconstrucción, en la cual le colocaban las piernas biónicas, etcétera.
Miguen Hiza es un músico y artista plástico chileno, con quien mantuve durante largo tiempo una correspondencia epistolar. Él solía enviarme sus ilustraciones y yo le mandaba cosas mías. Fue quien hizo los dibujos de la tapa de Paciencia (1994), a los cuales yo ordené después para esa portada. Bueno, la última vez que estuvo en Argentina, hace muchos años, salíamos todos los fines de semana y él siempre hacía chistes vinculados a esa escena. Me decía, “¿te acordás del hombre nuclear?” (risas)
También tuvo que ver el hecho de haberme separado de mi ex mujer, la madre de mi hijo, además de una serie de cosas que me fueron pasando. Desarmé la banda con la cual grabé el disco anterior, Casa Rodante, que se llamaba Adrián Paoletti & Los Acordes. Así que era un momento de ruptura y de cambio: los mandos no respondían y había que aumentar la potencia al máximo, ir para adelante (risas).
Estuviste apartado de la escena musical durante diez años, en los cuales estudiaste abogacía. Fue bastante tiempo, sobre todo para alguien con un espíritu tan orientado a la composición. ¿Cómo fue esa década?
Sí, en ese tiempo hice la carrera de Derecho. Estaba un poco cansado de la rutina del rock, necesitaba un cambio en mi vida; quería cambiar de ambiente. Pensé que si me ponía las pilas la carrera podía llevarme cinco o siete años como mucho, y terminé haciéndola en seis. Tenía que ver con eso: poner mi mente en otra cosa. Sobre todo porque ese mundo del rock había dejado de ser divertido para mí. Entonces, como no vivía de eso y tampoco me resultaba divertido, decidí parar la pelota.
De todos modos, nunca dejé de componer. Paré de grabar y de tocar seguido, eso sí. Pero estudiaba con la guitarra al lado. Tocaba todo el tiempo. Entonces, lo primero que hice después de recibirme fue demear todas esas canciones que tenía y que posteriormente se incluyeron en Casa Rodante.
¿Cómo es el proceso creativo en tus trabajos? ¿Hacés las letras y luego buscás armonías y melodías para ellas o viceversa?
Bueno, eso se puede dar de las dos maneras. Hay muchas canciones que están hechas de poesías que después musicalizo, como es el caso de “Luca” y de “Su nombre es un verbo”, ambas del disco Casa Rodante. Las dos son poesías en sí mismas. Generalmente tengo armonías y melodías a las que luego les pongo letras. Pero depende del caso. Por ejemplo, en este último disco hay una canción que se llama “Hueco contra hueco”, que lleva una poesía que tengo escrita hace muchos años.
También hay veces en las que suele salir todo junto. Me viene una melodía con una frase y si estoy con la guitarra me pongo a laburar sobre eso, como fue el caso de “Mapa invisible”, la última canción del disco nuevo.
Y en el caso de la escritura, ¿lo hacés por pura vocación o hubo algún momento de tu vida o autor que te motivara a escribir?
Es que yo escribía ya cuando era muy chico. Solía cambiar las letras de algunas canciones y propagandas. Después, entre séptimo grado y primer año, empecé a escribir cosas mías. Tenía dos cuadernos llenos de poesías, y bueno, cuando comencé a estudiar guitarra lo primero que hice fue musicalizar eso. Recuerdo que a los 12 años tenía un cuaderno en donde escribía mis canciones y donde anotaba los acordes, la estructura, y si había algún punteo hacía una especie de cifrado que entendía yo solamente. Eran canciones que tocaba en mi cuarto y que de vez en cuando se las mostraba a algún amigo.
¿Cuáles fueron tus mayores influencias musicales?
Si tuviera que definirte mi formación en términos arquitectónicos, debería decir que los cimientos y las columnas están hechos por el rock nacional. Tengo una cultura de rock nacional tremenda. Desde que empecé a escuchar música lo hice con el rock de Argentina: León Gieco, Spinetta, Charly García, David Lebón, Sumo, Los Cadillacs y Virus; fui muy fanático de Virus. Eso fue la base, el contrapiso.
Después, cuando egresé -en 1984-, empecé Derecho pero al toque dejé, e hice un tiempo la carrera de Comunicación Social en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. Ahí conocí a un grupo de pibes, todos compañeros míos, entre los que estaba Jorge Morales, quien era el guitarrista de Los Corrosivos, una banda que en esa época compartía fechas con Todos Tus Muertos. Era el momento del “after punk”. Se había armado una movida en el Parakultural, en La Capilla y en Cemento. Se escuchaba The Cure, Joy Division, The Sisters of Mercy, The Lords of the New Church y varias bandas más. Bueno, toda esa música la consumí a full por este pibe, porque siempre iba al Parakultural a verlos a ellos, además de acompañarlo a volantear, entonces ahí me conecté con todo eso y más tarde con Echo & the Bunnymen, los Stone Roses, The Jesus and Mary Chain y el rock de cultura inglesa en general.
Colaboraste como letrista de Gustavo Cerati. ¿Cómo fue esa experiencia?
Eso empezó cuando Gustavo convocó a Gonzalo Córdoba para que tocara en lo que después terminó siendo Fuerza Natural. Cerati estaba proyectando ese disco y lo llamó a Gonzalo para tocar en el Unísono. Gustavo siempre fue un melómano. Recorría mucho el indie. Recuerdo haberlo visto en recitales de Suárez. Era un loco de la música, estaba muy atento a todo lo que pasaba, y fue en esos espacios donde lo vio tocar a Gonzalo.
Bueno, en esa época lo conocí, en una fiesta en Uruguay. Estaban hablando sobre Fuerza Natural y Cerati decía que tenía que hacer las letras. Entonces Gonzalo le sugirió que me dijera a mí que lo ayudara con eso. Hablamos mucho de música, de psicodelia, de rock nacional, del primer álbum de David Lebón y después empezó a comentarme qué quería exactamente con las letras.
Entonces me puse a laburar con eso. Nos juntamos un par de veces en Uruguay, en la casa de Cerati y en la de Gonzalo. Fue una muy buena experiencia. Gustavo era un tipo afable. Nos reuníamos a laburar pero también comíamos y compartíamos ratos. Yo le llevaba cosas que había escrito y él me mostraba unas letras que habían hecho junto con Richard (Coleman). Después, antes de que saliera el disco, hizo una escucha en el estudio y me invitó. Entablé una buena relación con él y fue un señor conmigo. Era una persona muy amable, de esas que les gustaba compartir un poco más allá de lo estrictamente musical.
Adrián, agradecemos que hayas estado con nosotros.
No, de nada. Muchas gracias a ustedes.