Alfredo no sale de su casa sin su morral donde lleva un discman, discos para el viaje, algunas revistas y algún que otro libro. Si no está en uno de los bares que rodean Plaza Armenia, en el barrio de Palermo, preparando su programa La Casa del Rock Naciente (sábados y domingo de 8 a 10 hs por FM Rock & Pop), seguro que está pensando qué canciones va a pasar y qué historias va a contar en La Trama Celeste (sábados de 18 a 21 hs por AM 750).
Cumplió 62 años en noviembre, es abuelo y aún se lo puede encontrar en algún que otro recinto nocturno, ávido de deseo por conocer nuevos sonidos que lo estimulen. “Soy muy curioso”, confiesa. Y admite que a veces se vuelve un problema porque tiene “un aluvión de estímulos” y le cuesta hacer foco. ¿De dónde saca la energía para seguir su camino? De la música, claro. Particularmente de los festivales, una de sus maneras favoritas de consumir arte: “Creo que uno tiene una edad biológica que es inocultable, por eso los festivales son una fuente de juventud para mí. Me gusta ese ritual, me da vida”.
Fuiste a festivales de todo el mundo, ¿qué nos falta en Argentina?
Uno de los casos más especiales es el de Glastonbury, que es casi como un campo temático de cultura alternativa en donde la música tiene un rol fundamental pero no es lo único que sucede. En la Argentina un festival como el Music Wins se acerca bastante al espíritu de lo que a mí más me gusta de los festivales. Hay buena vibración, la gente es razonablemente bien tratada, ya sea desde la oferta musical como desde la oferta gastronómica. Si vos vas a un festival querés disfrutar de la música, pero mucha gente también quiere disfrutar de compartirlo con sus amigos o con su pareja. Querés diversión pero también querés algo que te deje una cosa sustanciosa. Me parece que nos estamos acercando un poco más a un ideal de festivales donde la gente es mejor tratada, que se llevan a sus casas algo más que la música. Igual hay algún camino que falta recorrer, como el tema de las comunicaciones… ¡volver a tu casa es un infierno!
Es muy común cruzarte en todo tipo de recitales, a cualquier hora y en diferentes puntos de la ciudad. ¿Por qué seguís saliendo a ver bandas?
Cuando empecé a escuchar música, después de las bandas más obvias como los Beatles o los Rolling Stones, vino una generación que me volvió loco. Jethro Tull, Fleetwood Mac con Peter Green, Led Zeppelin. Me acuerdo que al principio esos discos llegaban a Buenos Aires con cuentagotas y nos enterábamos de lo que estaba pasando por revistas como NME o Melody Maker, que acá llegaban como tres meses después. Me producía una gran excitación escuchar esas bandas, al igual que las primeras del rock argentino. Sentía que me daban elementos para mi vida que no se obtenían en la escuela, ni en el discurso del gobierno de turno, ni siquiera en esa gente que se dirigía supuestamente a los jóvenes. Me enganché con el rock de una manera vivencial, no fue solamente una música que me divirtió, fue una música y unas letras que me ayudaron a forjar la persona que fui después, y eso no cambió. Nunca perdí la curiosidad.
¿Qué diferencia hay entre el pasado y el presente?
Me parece que esencialmente no hay una división tan marcada en generaciones como para que sea absoluta. Muchas veces la gente se empeña en hablar de la generación de ahora y la generación de antes como si fueran barreras infranqueables. 40 o 50 años no es nada, y si te ponés a pensar en todas las músicas de las diferentes generaciones son muchas más las uniones que las divisiones. Para mí no hay mucha diferencia en disfrutar de lo que me puede contar Courtney Barnett en un tema como “Depreston“, que habla de lo que representa mudarse a una casa nueva y descubrir todos los fantasmas que tiene ese lugar, o de una canción ecológica de Led Zeppelin como “That’s The Way“, del año 1970, que de alguna manera mostraba también una persona un poco compungida al ver que había peces que se morían en agua sucia. La sensación de extrañeza frente a una situación impensada está en los dos casos.
¿Cómo fue el 2016 para la música?
Para mí fue la confirmación de que estamos en una etapa muy fructífera. En el siglo XXI y en la segunda década en particular. Como a todo el mundo, me afectó la desaparición de algunos personajes que fueron muy emblemáticos en la historia de la música, como David Bowie, Leonard Cohen, Leon Russell, pero no soy de quedarme demasiado en los obituarios. Me gusta concebir la música como un continuum, como una cadena que sigue. Creo que en estos momentos hay muchos motivos para verla así. Hay una nueva generación de creadores y creadoras que le están poniendo su sello al siglo XXI. Soy tremendamente optimista porque no vivo buscando una bandera dentro de la música, sino sonidos que me estimulen y letras que me hablen de las cosas que se viven en la sociedad, en la vida de todos los días, en las relaciones entre las personas. En el festival Music Wins, por ejemplo, comprobé una vez más en vivo cómo se hace realidad la presencia de figuras como Courtney Barnett o Edward Sharpe and the Magnetic Zeros. Artistas que son algo más, que dejan su marca, que tienen letras inteligentes, que ponen el dedo en la llaga de las cosas que nos tocan vivir en estos días y que tienen una música acorde. Conocen el idioma tradicional de la música que vino antes pero lo renuevan al mismo tiempo. Yo no comparto en absoluto la visión pesimista que tiene mucha gente sobre la música contemporánea. Al contrario, me parece que la música sigue siendo un bálsamo en estos días en que la situación política y social en el mundo no es la mejor.
Comenzaste tu carrera periodística en la época del papel y las redacciones. ¿Lograste adaptarte a las nuevas tecnologías?
Para mí la tecnología es fantástica. Las cosas que he logrado desde que me subí a la computación y a internet, en 1996, son increíbles. Vi la mayoría de los adelantos y me han ayudado mucho en mi profesión. Sin embargo me parece que a veces la tecnología se convierte en un superstar y el medio supera al mensaje. No hay que olvidar que hay una obra que evaluar, que transmitir, que acercarle a un receptor. Porque en definitiva creo que soy básicamente un intermediario entre los creadores y los receptores.
¿Ese es el rol del periodista de rock?
Ese es el rol que considero tener yo, no quiero hablar por los colegas. Uno naturalmente interviene en ese rol, da su punto de vista y aparece la propia subjetividad. Uno toma una cosa que se hizo de la nada y trata de estimular la curiosidad de un receptor. El vehículo para llegar a ese receptor es importante, a mí me encanta escribir en mi blog, en Facebook, en una revista, pero eso es un canal. Cuando ese canal se vuelve una obsesión y querés que esté cada vez mejor, te encargás de vestirlo y adornarlo y a veces te olvidás de lo que va por ese canal. Para mí ese es el mayor peligro de la obsesión por la tecnología.
¿Cómo es tu relación con los músicos?
Mi relación no cambió tanto desde que fui a ver mis primeros recitales. No soy de invadir el espacio privado de los músicos, no me gusta ir al backstage, ni tampoco al estudio de grabación si no tengo un motivo profesional. Me gusta escuchar la obra y que me cuenten los detalles elementales de su background, pero no soy una persona invasiva en ese aspecto. Me parece que lo fundamental es la obra. Si la vida de una persona es completamente opuesta a su obra, se va a notar. No me gusta ser amigo de los músicos, salir a comer y pasar tiempo con ellos. No tengo amigos músicos, tengo una relación cordial pero hay una distancia natural.
En agosto pasado apareció en el diario La Tercera de Chile la nota “Me verás caer: la crisis del rock argentino” y se armó un fuerte debate al respecto. Sabiendo que tu opinión es contraria a la tesis de ese artículo, ¿qué dirías que está pasando en el rock argentino?
Las notas apocalípticas existieron siempre. Creo que hubo una época en la que había muchas cosas y códigos por inventar, apareció Elvis y movió la pelvis, y después muchos lo hicieron. Después aparecieron los Beatles y crearon una relación con el público muy especial, que quizás antes no existía de la misma manera. Se tomaron la libertad de recorrer cualquier estilo, no tenían límites. Esas cosas marcaron a fuego la historia de la música pero después continuó y hubo una revolución como la del punk en el ‘76 y ’77 que trató de volver para atrás el reloj a una música más elemental y más primal. De inventar un nuevo idioma. Quizás lo que algunos le echan en cara a la música de hoy es que no hay una revolución mensurable, una de la misma dimensión que la revolución beat de Los Beatles, o la revolución punk de los Sex Pistols. Una parecida a eso que surgió en Inglaterra llamado britpop, o la pateada de tablero que fue el grunge de Nirvana. Pero han cambiado los tiempos, también. Nunca hubo tanta gente con la posibilidad de grabar su propio disco y para mí eso es bueno, no es malo. Hay gente que me dice “pero hoy en día graba cualquiera”. ¡Es fantástico que pueda grabar cualquiera! Que vos puedas grabar tu propio disco y difundirlo, darlo a conocer por internet. La gente muchas veces se obsesiona con que alguien marque el camino. Pasa en política y en muchas otras instancias de la vida. Están a la búsqueda de un papá cultural, social, político. La realidad de esta época es paradójica: nunca tuvimos tantas posibilidades de ser protagonistas y quizás nunca nos sentimos tan desvalidos. ¡Pero es un lindo desafío!
¿Qué bandas te sorprendieron este último tiempo?
Me fascinó Dibujo de Rayo de Marina Fages, me parece un disco increíble. Me encanta lo que hacen Francisca y los Exploradores, Atrás Hay Truenos. Me gustan las cosas experimentales que hace Honduras, Riki Tave. Gente que viene de otra movida pero que sigue muy activa como Rosario Bléfari con Sué Mon Mont. Las experiencias que hicieron (Juan Manuel) Strassburger y (Nicolás) Lantos con los Festipulenta para estimular a los talentos locales, y también del interior y de países vecinos. Cuando vos escuchás esa música escuchás gente dipuesta a correr riesgos, gente que te habla de lo que sucede hoy en día. Yo no encuentro una diferencia sustancial o conceptual con respecto a los grandes popes. Lógicamente hay talentos que son muy especiales. Una frase favorita que a veces esgrimo es que si sucediera un Farenheit 451 acá en la Argentina y se quemaran todos los libros de historia, se podría reconstruir el último medio siglo con las letras de Charly.
¿Hace falta encontrar un Charly en la actualidad?
No hace falta, para nada. Es un poco como la obsesión con el jugador perfecto, creo que en el fondo es la misma persona que llama “pecho frío” a Messi. ¡La gente quiere a Robocop! A muchas personas con el paso del tiempo se les cierra la puerta de la curiosidad, esa puerta que te da cierta candidez para ser sorprendido. Una de las cosas que más me gustan de toda esta movida actual es que la gente se larga a hacer cosas, y algunos son muy buenos. Últimamente me han pegado muy fuerte algunas chicas, como Fages o Cam Beszkin, con su último disco Enamorar o Morir que me parece una joya. La banda de La Plata Un Planeta también es bárbara. Tienen melodías, armonías vocales, lindas letras, unos climas muy especiales. La que me sorprendió personalmente estos dos últimos años es Los Espíritus. Afortunadamente ya han transcendido porque si no ya no creería más en ningún tipo de justicia artística. Son una buena mezcla de imaginación, ejecución y actitud. Me gusta lo que hacen Dolores Solá y Acho Estol en La Chicana, Omar Giammarco y sus canciones ciudadanas con un background de rock de la hostia. Todos estos grupos y solistas no le tienen que pedir permiso a nadie. Esta discusión de si el rock está vivo o está muerto es una discusión de viejos, a estos pibes y pibas no les importa, y no debería importales. No deberían prenderse siquiera en el debate porque la mayoría de los que hablan, no conocen. Lo que estos grupos tienen en común es que no respetan ninguna regla, hacen sus canciones como se les da la gana y eso es magnífico. Admiro mucho lo que está pasando, lo cual no quiere decir que abjure de lo que vino antes. No soy un pendeviejo, sigo escuchando toda la música. Lo que quiero rescatar es la figura del oyente militante, militar por el arte. Yo soy un oyente militante.