Las pequeñas ciudades de Canelones y Santa Lucía están ubicadas sobre la Ruta 11 uruguaya, entre largas hectáreas vacías con praderas verdes, al sur del país. Todos los veranos son atravesadas por miles de turistas que se dirigen a las playas uruguayas del Océano Atlántico. En la última década, en estos pueblos aislados de menos de 20.000 habitantes, empezaron a producirse un número alto de bandas independientes de rock psicodélico que están resumidas en el nuevo compilado Canelones Crudos, un disco de 15 canciones de 15 bandas que han surgido en la última década en la escena de Canelones y Santa Lucía.
Según Nicolás Heis, baterista de la banda bonaerense Las Diferencias, Canelones es comparable con cualquier ciudad pequeña de Argentina. “Cuando llegué a tocar a Canelones sentí que podía estar en Argentina, yendo a tocar de visitante a un pueblo nuevo”, dice. Heis y su banda han hecho giras por países de la región y, según cuenta, “tocamos en Brasil, tanto en ciudades grandes como en pueblos, pero rara vez sentimos que estábamos en casa”. Las Diferencias se presentó en Canelones hace poco más de un año, aunque el baterista admite que esa noche no fue su mejor show. “Vimos que el público lo disfrutó y tenemos muchas ganas de volver y tener una revancha en Canelones”, confiesa.
La vocalista Silvana Noya es parte de Antílope, banda de Santa Lucía que publicará un nuevo EP en los próximos meses. Según ella, “incluso antes del 2008 la escena de Santa Lucía y Canelones fue muy prolífica. Siempre había toques, siempre teníamos algo que hacer. Había propuestas de lo que gustaras, desde hardcore, punk, heavy metal, indie, noise… había espacio para todos”. Además, Noya admite que “aunque los estilos eran diferentes, el under siempre se mantuvo en una atmósfera de unión, respeto y amistad”. Ella considera que lo que tienen en común esos pueblos es que son “lugares de gente creativa y solidaria. Estábamos tan aburridos que nos dijimos «hagamos algo ya», y salieron mil bandas(risas)”. La cantante considera que, para toda esa generación de jóvenes, la forma de expresión fue la música. “Nosotros hicimos algo más bien poético, queríamos decir cosas profundas, hacer una autocrítica, temas que fueran al interior del ser, a través de escenas de la vida cotidiana. Nuestra forma fue la poesía en las letras”, cuenta.
Ismael Viñoly es un periodista y productor de música que vivió la mayor parte de su vida en Canelones. Fue el líder de la extinta banda Ravengers, que forma parte del compilado, y también está cercano a largar un EP debut con un nuevo proyecto de música electrónica denominado Athame. Según él, haber crecido en su pequeña ciudad fue una especie de milagro y maldición. “Es un milagro”, cuenta, “porque como no había mucho para hacer, tuvimos que inventarlo todo y ocuparnos por todos los detalles de la música”. Para Viñoly, Canelones es la ciudad que tiene más pedales Big Muff per cápita del mundo. “Ravengers fue una de las primeras bandas del pueblo en introducir algo más pistero y sintetizadores en la escena, tuvimos que aprender a tocar bien la música que nos interesaba para dar un buen show”, cuenta. La movida neopsicodélica fue según él una etapa que se caracterizó por una explosión creativa y recreacional. “Recuerdo que cuando llegaban los fines de semana era normal ver gente con afros, pelos largos y guitarras, y comenzó a ser cotidiano ver personas nuevas que llegaran a Canelones y a Santa Lucía para ver qué estaba pasando”. En ese entonces, 10 años atrás, Viñoly recuerda que era “un adolescente moderno que no se fumaba el rock uruguayo tradicional ni sus gestos. En aquel entonces lo nuevo venía en parte del presente, y en parte del pasado, nuestro rock tuvo que ver con MGMT, Ariel Pink, Babasónicos, Happy Mondays, 808 State, Bowie y Black Sabbath”. Esto, cuenta, no tenía nada que ver con la sensibilidad de Canelones, y ese fue el escenario sobre el cual se comenzaron a crear y divulgar músicas distintas. “Lo recreacional era simple, ir a escuchar música y embriagarse en La Vasca, un antro ubicado en medio del campo sobre la ruta 11. Nada chic, cero romántico, pero ciertamente muy divertido. La Vasca fue nuestra hacienda, el lugar que cobijó esa movida”, dice.
Canelones Crudos presenta un estilo predominante y, de cierta manera, común entre las 15 bandas que participan, con el blues pesado y el psych-rock como principales géneros, tomando bandas que en su mayoría cantan en español, salvo excepciones más puntuales. Nueve de las bandas que aparecen en el compilado siguen activas, ya sea tocando en vivo, grabando o en planes de grabar en un breve lapso: son Los Ultraman, Antílope, Delouners, Jum, Guacho, Los del Galpón, Surpluss, Color Horror y Muga. A su vez, en los próximos meses se largará el volumen II del compilado, que va a involucrar a otras bandas de música independiente de Canelones que han quedado por fuera de esta primera entrega.
Según Felipe García, bajista en las bandas santalucenses Los del Galpón y Antílope, “en el comienzo, el D.I.Y se vivía de otra manera. Esta movida artística y musical en la zona no sucedió de un día para el otro, sino que viene desde la década de los 90″. “Nuestras bandas nacieron de la movida de los grupos anteriores, como Depresión Adolescente, y las que nacen ahora salen de las movidas que supimos armar nosotros. Esto no se detiene porque persistimos, si bien hay altibajos, las bandas siempre están”, cuenta. “Santa Lucía fue siempre un lugar de referencia para la movida under de Uruguay, tocaron un montón de bandas nacionales y también internacionales. Teníamos lugares para tocar. Había gente que traía discos de bandas de hardcore y psicodelia de afuera y los compartía, traía para vender, y eso también colaboró muchísimo. Cuando tenía 15 años empecé a tocar con Amy Taylor y al igual que ahora, éramos nosotros los que organizábamos las fechas. Era distinto, había mucha militancia en los toques, nos pasábamos la tarde previa recortando flyers para repartir en la noche, después se armaban ferias… se vivía el D.I.Y de otra manera”, cuenta. García dice que “ahora en Santa Lucía está Espacio Carlos Alfredo, y está genial, hay mucha gente haciendo cosas, es diferente a lo anterior, pero las bandas siguen saliendo y sonando”. Consultado si considera si hay un caldo de cultivo especial en la región que favorece el desarrollo de proyectos musicales, García afirma que “hay algo que nos mantiene inquietos, y la misma movida hace que esa inquietud se vuelque en la música.” Respecto al por qué de este fenómeno, y por qué esto sucede especialmente en esta zona de Uruguay y no en el resto del interior del país o en Montevideo, García afirma que hay dos factores que podrían explicar el fenómeno: por un lado, hay lugares para tocar (tanto en Santa Lucía como en Canelones); y por otro, “hoy es mucho más fácil tener acceso a equipos de grabación, todos tenemos amigos que tienen una tarjeta de sonido y micrófonos, y con eso, se puede hacer mucho. Es muy común hoy en día escuchar grabaciones de bandas que no tienen más que dos o tres canciones”, dice. A su vez, García afirma que “otro factor importante es la necesidad de estar. Hay tanta música y tanta difusión con las redes sociales que, si no estás subiendo material nuevo todo el tiempo, desaparecés.”
Diego Arrighetti es un fotógrafo independiente con una estética underground que vivió casi toda su vida en Canelones. Si bien nunca fue su intención llevar un registro documental, en los últimos 10 o 15 años ha desarrollado un archivo de bandas y personas de la zona que, de alguna manera u otra, da forma a ciertos momentos de la escena local. Pero Arrighetti considera que no cree que exista en Canelones una “escena”, dicho así, “con lo que eso implica: unidad, organización, dinero, infraestructura, sino que eso se percibe como un gesto de amistad entre bandas, gustos compartidos, inquietudes estéticas, maneras de hacer las cosas”. Según él, “siempre ha habido demasiadas bandas, y algunas han logrado mantenerse.” Arrighetti, más conocido como “Arri”, afirma que, en el aspecto musical, “Canelones es un lugar particular, al menos en lo que respecta a que se valore y se tenga en cuenta el tocar en vivo. Las ciudades se disfrutan y padecen, a veces en partes iguales, dependiendo de cómo cada uno se tome las cosas. En lo personal, siempre me gustó eso de esta pequeña ciudad, rodeada de campo, donde la frontera entre una cosa y la otra es difusa, y uno puede vagabundear por ahí y pasar de un monte de eucaliptus y piletas gigantes, a una calle asfaltada”, concluye.