Chocolate Remix, el proyecto musical de reggaetón lésbico que encarna Romina Bernardo desde 2013, volvió después de cuatro años con Pajuerana, su nuevo álbum editado por Goza Records. Aunque conserva el humor contestatario de sus primeros trabajos, en estos seis temas explora nuevas formas de contar historias y prescinde de la literalidad para presentar imaginarios posibles.
En entrevista con Indie Hoy, la artista habló sobre su nuevo disco, el éxito internacional, federalismo, trabajo sexual y por qué no todo tiene que ser siempre un debate.
¿Por qué Pajuerana?
Yo soy tucumana, un poco viene por ahí la cosa. Fue un intento de insulto que una vez me propinaron y me pareció hermoso: lo tomé como un bautizo. Creo que esto se siente especialmente en “¿Quién sos?”, el primer tema del disco en el que, usando la jerga de mi provincia, contesta este insulto, eso de lo que renegamos todas las personas que venimos de las provincias cuando llegamos a Buenos Aires, ese halo de sabérselo todo, de querer enseñarte cómo es el asunto, cómo es y debería ser la vida. ¡Muy tirapostas! Reniega pero también un poco se burla de la situación.
¿Es Romina Bernardo la que reniega y se burla o es Chocolate Remix?
Yo hablo en tercera persona porque no puedo parar de imaginarme siempre como personajes diferentes que encarno en distintas perfos, en distintas propuestas, en el escenario. Es una cuestión de canalizar cierta energía. Algunas me son propias pero todo en algún punto es más que une misme. En algún punto me siento media draga encarnando siempre distintos imaginarios.
¿Fue pensada la decisión de tomarte un tiempo entre Sátira y Pajuerana?
La verdad es que no tenía el tiempo suficiente para sentarme a hacer otro disco. Después de Sátira empecé a viajar un montón y se activaron muchísimas cosas que, si bien fueron inesperadas, como en algún punto la vida misma es un suceso inesperado me las fui tomando con naturalidad, siguiendo mi propio ritmo, lo que yo podía abarcar. Pero estaba a full, y hacer un disco requiere bastante tiempo, o al menos a mí me gusta dedicárselo.
Hoy parece que el éxito hace que los tiempos tengan que acortarse.
No me gusta esa obsesión instalada por sacar y sacar material. La música tiene cada vez menos vida útil. Todo parece viejo y obsoleto demasiado rápido. Yo soy medio vieja, medio old school: el disco para mí tiene un halo especial, es otra cosa, y si no disfruto el proceso, creo que hacerlo no tiene mucho sentido. A veces parece haber más deseo de llegar a tener un millón de likes que de vivir el proceso de crear y de hacer: el verdadero momento de goce. Después se comparte, lo cual también es hermoso, pero no se puede vivir solo de eso.
¿Cómo cambió ese proceso desde tus comienzos hasta ahora?
En los primeros temas que subía a las redes hacía todo yo: grababa, mezclaba, masterizaba. Todavía estaba muy nuevita. Hoy agarro algunas de esas canciones que tengo por ahí guardadas, escondidas, y pienso: wow, mirá lo que subía, ¡qué atrevida! Pero igual cada vez estoy más de acuerdo en compartir cosas del proceso que no necesariamente estén tan pulidas y terminadas.
¿Y hoy por hoy?
Tengo un proceso que sigo casi siempre cuando voy a trabajar con otras personas. Arranco desde cero: la composición empieza con un beat muy simple y repetitivo que me sugiere una situación, una emoción, una forma de estar, y a partir de ahí surge la letra. Algunas veces, las menos, tengo pensado sobre qué voy a cantar, pero en general me lo sugiere la música. Cuando llego a una idea más acabada, una estructura definida, una letra completa, arreglos y demás, ahí sumo a alguien más. Para Pajuerana llamé a Sneed & Larsen, DT. Billardo y EMG Beatz, con quienes laburé en conjunto a partir de las maquetas.
Se nota la influencia noventera en el sonido y en lo visual. ¿De dónde viene?
La propuesta era ir por algo medio kitsch, medio provinciano. Una de las principales influencias para lo visual fue la casa de mi infancia en San Miguel de Tucumán. Mi mamá es una gran artista del kitsch aunque ella todavía no se enteró. Hay algo del orgullo provinciano, pajuerano. Pintó este personaje que tiene vínculo con mi infancia, con una influencia muy noventera que representa esos años. ¿Qué es ser una pajuerana? Tal vez se espera a alguien que cante folklore o cumbia norteña, pero puede ser un montón de cosas. Yo crecí en Tucumán pero en la radio sonaba Technotronic. Me encantan esas confluencias azarosas que nos daba la transculturalidad de cuando ni había internet.
Aunque en este disco también tocás temas de la agenda feminista, hay algo menos explícito que en el anterior. Hablás de aborto, trabajo sexual y relaciones abiertas sin caer en la literalidad. ¿Qué cambió?
No me interesa decir si algo está bien o está mal, prefiero mostrar una posibilidad y que se construya en el otro. Así vivo yo mi trabajo como artista. Mi rol es crear escenarios posibles de dos formas: por un lado, representar lo que ya existe, ser una voz para canalizar lo que te rodea, dejar rastro en mi cultura de lo que está pasando, como “Ni una menos”; y después está esta otra forma que es presentar un imaginario posible. Esto es lo que más me divierte. Lo otro tiene algo de responsabilidad. A veces salen cosas más literales, más panfletarias, que tienen una llegada que las otras cosas, con más niveles de lectura, tal vez no tienen. Yo trato de tener un poco de las dos cosas. Cuando pienso en canciones como “Ni una menos” quiero que mi mamá me escuche y sepa de lo que estoy hablando. Ahora el feminismo es muy abarcativo y necesitaba aclarar de qué lado me paro: soy feminista, sí, pero mi feminismo es con las putas y las personas trans.
Tu música parece invitar no solo al baile sino al juego, a la creación. ¿Qué buscás con este proyecto?
Mi intención es animar un poco. A veces parece que ser artista es algo imposible, inabarcable, y me doy cuenta que lo he vivido mucho en mis pares, más que nada por una cuestión de género. De chica veía a mi hermano con sus amigos y ninguno se preguntaba si podía: se compraban un instrumento, se subían al escenario y no existía esa duda que por ahí sí está mucho más asentada en otras identidades. En el mundo de los varones heterocis está muy instalado eso de que todo se puede y, aunque cada vez eso se está ampliando para otras identidades, está bueno dar el ejemplo. Motivar y humanizar un poco: pensar todo en términos de igualdad.
¿Cómo vas a presentar Pajuerana en vivo?
En dos semanas ya nos vamos para Europa. Arrancamos en Womex, una feria internacional de música en Portugal, y alrededor de eso armamos una gira que incluye España, Francia y Alemania. La idea es, al volver, presentarlo en otras provincias y por último en CABA a fines del verano. Cuando era más chica siempre me quejaba de que todo pasaba en Buenos Aires así que quiero apostar un poco por la federalización, presentarlo en otras ciudades del país y dejar CABA para el final.
¿Qué es lo que más te sorprende de tocar en otros países?
Lo que es loquísimo es que, al principio, una asume que lo más importante son las letras, pero cuando estás ahí te das cuenta de que, a pesar de no entender el idioma, entienden igual. Pasa algo muy extraño: hay un lenguaje que no es solo verbal, una energía que sucede, que circula, y termina siendo la misma en todos lados. Llegás, ves una torta medio chonga en medio de todas las bailarinas y algo llega.
Y ahora, ¿qué podemos esperar de Chocolate Remix?
Ya estuve componiendo otras cosas. Aunque siempre está la base de lo latino reggaetonero, estuve yendo un poco hacia algo más techno, jugando con una sonoridad marica. Estuve experimentando bastante, produciendo recién en primera instancia. Pero ahora hay que dejar que el disco respire. Le daremos su tiempo de vida a Pajuerana y, mientras tanto, iré cocinando otras cositas. De pronto el mundo se reactivó y, como venía a otro ritmo, quedé un poco descolocada. Pero después de un año y medio así, te da un poco de respiro saber que algo en este mundo sigue funcionando.
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