Parece que Daniel Melero tiene nuevas obsesiones y nuevas búsquedas, nuevas motivaciones que lo llevaron al estudio, a su laboratorio personal. Cristales de tiempo es el nombre de este frankenstein que fue diseñado, inevitablemente, con un ADN cargado de información que va desde la música estocástica del griego Iannis Xenakis, pasando por la electrónica más pura de Stockhausen y la pose de un crooner como Scott Walker.
“En Cristales de tiempo no uso casi afinadores de voz, solo si quisiera que la nota sea aún peor”, desliza Melero y se ríe. Esta vez la ironía característica de toda su obra se corre un poco dentro de Cristales de tiempo para darle paso al humor. Una muestra de esto el tema “Disfrutar“, en el que con unos pocos elementos arma una breve historia para que convivan raros personajes y acciones: “Voy a salir a matar, seré la gran novedad”, canta entre coros y el machaque de una guitarra que sostiene el pulso. “Arquetipos” es quizá una de las canciones más extraña del disco, donde Melero se atreve a jugar con la idea de los 12 arquetipos que nombraba Jung y una melodía que parece un espiral que hipnotiza a lo largo de los casi cuatro minutos que dura el tema. “Esta canción es un vals”, suelta Melero.
A esta altura, la obra de Daniel Melero tiene más que ver con el trabajo de un personaje como Joe Meek que con Brian Eno. La forma de obsesionarse con la música, las investigaciones para escribir quizá una canción de tan solo tres minutos y, sobre todo, la experimentación y esas ganas de vivir dentro de un estudio de grabación. Explica Melero:
“A mí me interesan muchos los ambientes donde se desarrollan los instrumentos. En los últimos años estoy yendo mucho a los estudios de grabación y cada vez me intereso más por dónde se colocan los micrófonos. Ahora estoy yendo a grabar con Cutaia, pero solo vamos al estudio a ver qué sale. La música tiene una falsa eternización cuando está terminada”.
“Odio la idea de arreglos en la música, ¿qué está rota la música? No me gusta desarmar lo que no está roto”, dice Melero, mientras se corre con su mano derecha el pelo finito y canoso que le cae en la frente. Dentro del bar de Recoleta, de fondo, como raspando la conversación, se escucha el sonido similar al de una moladora. El oído de Melero se abre y parece como si ese sonido, molesto para cualquier oído común, para él fuese un violín en perfecta armonía.
“Estoy interesadísimo en un lavarropas que ahora tenemos en casa. Tiene una cantidad de sonidos increíbles. Después me di cuenta que mi primer instrumento fue el lavarropas de mi mamá”.
Melero podría ser uno de los miembros del movimiento artístico Fluxus, donde se reunían un joven Maciunas con Nam June Paik y Yoko Ono para experimentar y crear. Su forma de hacer música es la de un científico loco que corta y pega cintas. Melero ya tiene una veintena de discos sin respetar la lógica del mercado. “Tener una filosofía de vida es más importante que ser esclavo de los deseos”, sentencia Melero, y la frase resume un poco su forma de vivir.
A esta altura ya es algo común que las nuevas generaciones, y las no tan nuevas también, busquen a este productor, músico y gurú para que meta mano en sus discos, o al menos, para que colabore en alguna canción y deje su mancha indeleble como la tinta de calamar. “A veces evito producir discos por compasión a esa gente que me vino a buscar. Yo les estaría torciendo el destino inútilmente”, cuenta Melero y agrega: “Después de trabajar con Soda Stereo, la cantidad de demos de bandas que me llegaban era enorme”.
“Soy una persona muy influenciable. Soy muy permeable a los músicos que colaboran conmigo”, revela Melero, y ahí quizá también radica el híbrido de su música. Y agrega:
“Me rodeo de gente que me propone sonidos que a mí nunca se me hubieran ocurrido. Ni siquiera conozco los teclados que hay ahora. Yo agarro una acústica y a los demás instrumentos los uso para hacer algunos sonidos. Mis pianos son simplistas”.
Uno de los pioneros de la música atonal, el señor Arnold Schönberg, dijo que si algo es arte, no es para todos, y si es para todos, deja de ser arte. Y Melero, con cada disco, se acerca cada vez más a esa definición del arte.