Definir a un artista como vanguardista introduce, desde el comienzo, una problemática. Principalmente, porque el concepto de vanguardia puede variar, debido a que existen autores que las reivindican como así también otros que las consideran simplemente pastiches o resignificaciones de creaciones anteriores, en lugar de entenderlas como fenómenos que realmente llevan en sí la originalidad y el atrevimiento que profesan.
Aun así, sería deshonesto negar la existencia de vanguardistas, ya que hubo y todavía hay iconoclastas que en su extensa o temprana carrera construyeron un camino autónomo, desafiando los límites impuestos por la cultura. Uno podría pensar en los happenings, en Marta Minujín y el Instituto Di Tella, como ejemplos de vanguardia en la década del sesenta; también en las incursiones de escritores y poetas como Osvaldo Lamborghini o Néstor Perlongher, quienes introdujeron nuevas estéticas literarias en Argentina, por nombrar sólo algunos. Es por eso que el concepto de vanguardia es muy elástico, y puede aplicarse a diferentes creadores que estuvieron situados en diversos espacios del campo cultural, renovando la experiencia estética: desde la literatura hasta el arte pop. Quizás eso que llamamos vanguardia tenga más que ver con una ruptura de orden cultural y espacial, es decir, fragmentada y particular, que con una predisposición de carácter universal, que en abstracto se define para luego aplicarse a las obras o intervenciones.
En ese sentido, el mundo del rock y del pop también tuvo importantes iconoclastas, como es el caso de Daniel Melero, quien fue y sigue siendo un artista de vanguardia. ¿Por qué? En primer lugar, porque desde su primer proyecto musical, Los Encargados, introdujo en Argentina un tipo de sonoridad que no existía antes de sus incursiones, desafiando así los cánones de la época en la cual inició su experiencia compositiva. Tal como Umberto Eco entendiera a la relación entre electrónica y vanguardia: “en el caso de la música electrónica, el músico cambia en cada obra los mismos elementos fónicos, es decir, se comporta como un poeta que escribiese una primera poesía en un lenguaje inventado perteneciente a la familia de las lenguas declinables y después escribiera una segunda poesía en un nuevo lenguaje aglutinante, de forma que se viera obligado, para escribirla, a cambiar las mismas convenciones ortográficas e incluso los signos alfabéticos utilizados antes” (Umberto Eco, “La definición del Arte”. Experimentalismo y vanguardia. Pág. 236. Ediciones Martínez Roca). En segundo lugar, porque, como dijera un colega respecto de Supernatural: “Daniel Melero sólo hace un álbum cuando tiene algo para decir”.
Melero acaba de lanzar su último trabajo, titulado Disco, editado en conjunto con la Universidad Tres de Febrero. Estuvimos charlando con él acerca de este nuevo proyecto y sobre cuestiones vinculadas a su trayectoria.
¿Cómo es esto de trabajar con una Universidad? Conociendo tu carrera, uno podría sorprenderse, por tu formación y desarrollo autodidacta; pero al mismo tiempo no tanto, debido a tus vínculos primarios con la música electroacústica, que siempre estuvo más cerca de las aulas que de la calle.
Creo que no hay que verlo como algo academicista. Ni a las intenciones de ellos ni a las mías. Nunca me interesó el reino académico, a pesar de tener varias carreras universitarias inconclusas. Me parece que fue producto del tipo de trayectoria que tuve, el hecho de que a ellos les resultara interesante llamarme. Cayó en un momento especial, porque a mis discos primero los hago y después veo qué canal encuentro para sacarlos. No soy un artista que tenga un contrato con una discográfica; hace años que estoy lejos de eso. Por eso asumo mis proyectos como una carga a mis finanzas. Disco significaba para mí un presupuesto altísimo, y sabía que sólo lo recuperaría haciendo shows; y bueno, justo la UNTREF se puso en contacto con nosotros a través de facebook. Yo en ese momento estaba haciendo un álbum con Cutaia, Disritmia. Era una posibilidad hermosa que empezara a trabajar de nuevo con él después de treinta y un años. Pero, de todos modos, el ideal para mí era Disco, porque ya en ese momento el álbum se me estaba organizando; lo veía como una pieza conceptual (y terminó siéndolo). También consideré que sería muy atractivo para una institución como la UNTREF, ya que iba a tener el mismo gesto alegre que llamaran a un tipo que no perteneciera al academicismo.
Claro, por eso lo señalaba como una contradicción que en realidad no termina de ser, porque si bien tu trayectoria estuvo apartada del mundo académico, se sirvió de sus conocimientos. Hay una suerte de dialéctica.
Es que fue lo más inteligente que se podía hacer. Sí, en efecto, hay una dialéctica muy extraña, y además, si te fijás, la gente suele vincularme al pensamiento de Eno, pero yo pienso en John Cage… Y bueno, más academia que esa, que aparte llegó a la obra silenciosa; el pianista sentado como obra musical, lo cual se transformó también en una muestra de humor, y para mí el humor siempre representó inteligencia.
Fue muy lindo. A mí me parece que observar en los créditos del álbum la figura del Rector de la Universidad, es una maravilla (risas).
Señalaste en muchas ocasiones que la elección de los músicos, en tu caso, es casi como empezar a componer. Supongo que es un trabajo minucioso: articular capacidades individuales para trabajar en grupo. ¿Cómo sucedió en el caso de Disco?
Yo creo que sé rodearme, y fundamentalmente busco artistas. Te doy un ejemplo: Tomás Barry, quien hace poco inauguró una muestra de fotos, entró en la banda porque era fotógrafo. Yo no sabía que él tocaba; me enteré el mismo día en que le dije que entrara al grupo. Me rodeo de eso, y bueno, además resulta que esas personas tienen una eficiencia altísima como instrumentistas. Pero lo más interesante es que se pueda llegar a elaborar algo en conjunto, y por ese motivo creo en el diálogo. No creo en las revoluciones, creo en el cambio, y entonces continuamente tengo que tener entropía. Por eso en cada actividad que llevamos por nuestra cuenta también estamos involucrados, como con Yuliano, con quien grabaré un disco suyo. Es interesante compartir el riesgo y la composición. Yo sé que soy el hábil declarante de este núcleo, tal como un aglutinador. Después, el arte de tapa, fue realizado por Gabriel Rud, otro miembro de la banda, y para mí era muy importante que estuviera. Él es un artista plástico bastante consagrado; ganó en el Palais de Glace el premio del Fondo Nacional de las Artes. La primera vez que lo gana un artista joven, ya que siempre se lo entregan a gente mucho más grande. Es quien hace nuestros videos desde Supernatural. Hizo la tapa de Disritmia, que es sensacional, y entró al grupo por su pensamiento artístico. Lo mismo que con Tomy. Personas que tenían que estar.
Salvo dos de ellos, el resto de los miembros no se conocían cuando los convoqué. Es decir que ahí hubo un acierto, porque es toda una red, ya que al mismo tiempo yo me conocía con todos ellos y sabía que iba a funcionar. Pasa seguido. Con Félix ocurre algo así. Sigue siendo nuestro ingeniero de grabación pero no toca más con nosotros, es David quien toca el bajo ahora, de Índica. Lo mismo con Silvina, quien ahora está muy ocupada con Kellies, su proyecto fuerte, y por eso entró el baterista de Guerra de Almohadas, con quien yo también había trabajado. Está muy conformada la energía, porque hay tres o cuatro que trabajamos siempre, entonces los que se van sumando entran rápidamente en ella. Así se dio con el liderazgo de nuestro baterista a la hora de tocar, que es sensacional, y resulta que es el más nuevo del grupo; y para el tipo de música que queremos realizar, es fundamental, porque la construcción empieza en él.
En la banda no existe ofuscamiento, hay mucho sentido del humor, porque hace mucho tiempo que estamos juntos. Con Tomás hace diez años que trabajamos; con Félix tocamos casi once años, y digamos que sigue de algún modo, porque es nuestro ingeniero de sonido. Con Yuliano, intermitentemente, debemos llevar como doce años trabajando. Es un poco como lo explica Steven Johnson en su libro Emergence, nos conectamos por un principio emergente que todavía no pudimos resolver, pero estamos en contacto. Nosotros no sabemos el final de ninguno de los temas, no nos interesa; el final es cuando llega el final, y así con las estrofas, con algunos comienzos, ¿y cómo nos damos cuenta de todo esto? Estamos escuchándonos cuando tocamos.
Son muchas las diferencias que hay entre Disco y otros trabajos tuyos, como Conga, Cámara o Travesti. Hay una inclinación más irónica en las letras pero menos espesa o emocional en la música.
Sí, yo creo que es mi primer disco alegre (risas). No está cargado de melancolía. Para mí este disco se instaura como Travesti. Será un clásico. Está repleto de ironía, que es algo que a mí nunca me interesó. Para mí la ironía siempre debía darse entre amigos, pero no artísticamente. De todos modos, yo no traté de ser irónico respecto de la música disco.
Sí, eso está claro. Me refiero a cómo está funcionando el discurso en algunas composiciones, a cómo se construyen ciertas imágenes. Por ejemplo, una de las canciones se llama “Fin del espacio publicitario”.
Sí, eso es ironía (risas). “Club de músicos” también es ironía. Habla de nosotros el club de músicos, de nuestro funcionamiento. Como dice la letra, “nunca se citan, a veces se encuentran”. Son como “El club de la pelea”, juega con eso. Después, cuando fuimos al estudio -que vos ya sabrás que no teníamos ningún tema ni letra-, estábamos en el primer día de grabación y el técnico preguntó: “¿cómo se llama el primer tema?” Tomy dijo: “tanda”, y todo el concepto del disco estaba ahí. Fue impresionante, y a partir de ese momento el nombre de trabajo de “vamos a un corte” fue “tanda”.
Lo mismo con otra de las canciones. Esa mañana crucé a comprar unas bebidas a un supermercado chino, y observé que en esos banderines que suelen tener colgados decía: “bienvenidos”, y me encontré con otro hiper-concepto. Esa palabra que todos los días está presente. Me asombra la cantidad de veces que escucho o leo en un mismo día la palabra “bienvenidos”. Mirás la tele y todo es “bienvenidos”. Entonces, una vez que esa palabra bajó, se ordenaron los dos temas. Luego vino “Dudas”, que al comienzo se llamaba “duda”, pero después, cuando empecé a escribirla, cambió. En esa canción sí hay algo de la música disco, pero ligado a lo lírico. Porque la música disco tiene muchos temas dramáticos, como “Fiebre de sábado por la noche”, que es un drama constituido por el reino de la frustración y el fracaso de cada sábado en el emporio de una supuesta alegría. Lo mismo sucede con otras canciones, como “She Works Hard For The Money”, que habla de las dificultades de ir a bailar. Al final, el baile era un rito que no te dejaba otra opción que ir. Pero porque antes había otra noción sobre los compromisos. “Dudas” habla justamente sobre lo difícil que ahora resulta cerrar compromisos. Entonces, si te vas a dedicar a estar bailando con las dudas, bueno, no. “Club de músicos” sí existía hace tiempo, lo había grabado yo solo en el 2007, y nunca fue usado en algún disco. Lo grabamos y lo mezclaron Yuliano y Félix en el mismo día. Entramos al estudio a las 11:30 y a las tres de la tarde ya estaba mezclado, y es el mismo que salió. Le vino bien a la canción que así fuera, porque tenía mucho cerebro encima.
Y sí, “fin del espacio publicitario” fue en mi casa, a propósito (risas).
Recuerda a esa idea de que “esta era es sólo promoción”. Muy vinculada a la dinámica del business-now y del mercado de la cultura, que tienen bastante manoseado al mundo del rock y del pop en general.
Bueno, sí. Eso de “esta nueva era es sólo promoción” ocurrió acá, en este bar. Estaba almorzando con Mariano Sónico (Mariano Roger), y me decía: “antes nosotros tocábamos y hacíamos shows, ahora nos ofrecen negocios”; y es así, que tu disco venga en un celular, que ganaste la laptop de oro… Ahora sos laptop de oro, no disco de oro (risas). Entonces me dijo: “antes nosotros hacíamos shows, hacíamos discos, ahora nos traen negocios, y yo no sé hacer negocios, esta era es sólo promoción”, y automáticamente le respondí: “hoy me diste un tema”, y después lo terminé tocando con Babasónicos, de banda, en ese disco.
Por otro lado, yo desconfío mucho de “la inspiración”, así tal como una musa. La inspiración para mí es un músculo. Uno tiene que estar haciendo cosas, y así fue con este disco. Hay que ser eficiente y estar trabajando. Lo que pasa es que a veces estamos tan distraídos en lo que creemos que pasa que muchas veces no logramos ver qué es lo que podríamos hacer.
Es que en un mundo con tanta oferta, en el cual hay un constante bombardeo publicitario, podría volverse un poco difícil orientar algunas cuestiones.
Sí, sin dudas. Pero incluso cuando estás escribiendo una canción, cuando estás en ese ejercicio, estás pensando que tiene que salir de vos, y no se te ocurre que te la pueden estar dictando, y a mí me lo dictaron los banderines, por ejemplo. ¿Por qué Tomy dijo “tanda”? Todavía no lo sé, pero si yo hubiera hecho alguna objeción, habríamos perdido esa idea. En ese momento, cualquier decisión de uno servía, y el más rápido lo dijo, y esa rapidez habló también del todo final.
Yo siempre que compongo tengo un montón de gente en la cabeza. La gente que me preocupa qué pensará, hay muchas cosas, y bueno, en este caso habían un montón de intersecciones en ese campo de influencias pero que eran traídas a veces por un integrante sin incluso saberlo. ¿Sabés que sobraron canciones? Esto es lo más curioso. Nos sobró un día de grabación, en el cual quedaron temas que conceptualmente no ingresaban.
¿Le prestás atención a lo que está ocurriendo actualmente en el mundo del rock y del pop, tanto a nivel nacional como internacional?
No, no tengo la menor idea de quién está vendiendo discos en Estados Unidos. Yo escucho mucho a Chilly González, uno de los mejores compositores en mucho tiempo. Lo tengo en un lugar importante. Es un creador constante. Me sorprende mucho que un tipo con tanta formación -lo digo yo, que no soy academicista- tenga tanto sentido del humor, y que produzca siempre material diferente.
Me gustó mucho el disco de Sysiphus. El de Tobacco también, pero porque me gusta Tobacco, y ese video a las tres de la mañana es lo mejor que te puede pasar (risas).
De Argentina me gusta mucho Guerra de Almohadas, que es una banda que tuve la suerte de producir. Hicieron un disco muy bueno conmigo, muy diferente a todos.
Siempre tuve la oportunidad de trabajar con gente interesante. El disco que está haciendo Miguel Castro, de Victoria Mil, que ya lo estoy terminando, es espectacular. Me da envidia (risas). En realidad, Victoria Mil ya me gustaba. Tienen muy buenos discos, como Armas por ejemplo, que para mí es un clásico desconocido.
Creo que para componer hoy en día es interesante que, en el caso de las letras, no estén tan establecidas las formas. En Disco eso se nota, y es algo que vengo trabajando desde Supernatural.
Daniel, te agradecemos que hayas compartido esta entrevista con nosotros. Un gusto haberte tenido acá.
Gracias a ustedes. Me encantó la nota.
Daniel Melero se estará presentando este sábado 26 de julio en MOD.