Bajamos en ascensor hasta el infierno, piso 13. Ahí, en lo más alto del abismo, fue donde conocimos al peor Dillom. Hace casi tres años, el joven artista argentino plantó la semilla de un sauce llorón que creció torcido con Post mortem (2021), su hoy clásico disco debut. Y si entonces no se había preocupado por las críticas que podían lloverle al mostrarse injurioso hasta la médula, aún menos le interesa hoy encasillar su segundo álbum en un solo género.
Por cesárea, publicado casi sin aviso previo a fines de abril por su sello Bohemian Groove, lleva la experimentación como estandarte. El cabecilla de la Rip Gang busca mimetizar distintas corrientes musicales para hacer de los contrastes los estados anímicos de su doppelgänger, mientras cava la fosa del trapstar que alguna vez fue para configurar una descarnada obra de terror psicodélico.
Tras el sorpresivo éxito de su primer disco y las giras mundiales que lo siguieron, Dillom buscó librarse de todo tipo de prejuicios y romper con cualquier cadenas, para originar un espléndido sucesor que no deje indiferente a nadie. Tocar el cielo con un álbum debut puede ser algo tan glorioso como maldito para muchos artistas, y Dillom pasó un largo tiempo frustrado sin saber cuál iba a ser su siguiente paso.
“El que te dice que no, te miente, porque existe esa presión -admite en conversación con Indie Hoy-. Pero es una presión más de afuera para adentro, que de adentro en sí. Porque no es algo que decía: ‘¿cómo voy a superar este disco? Es insuperable’. Yo terminé Post mortem, lo saqué, me encantó, pero pasó un tiempo y surgió un poco ese incomodidad que tenemos los artistas en general. Me pasa que algo me puede gustar y a los dos meses ya estoy buscando algo nuevo que me represente”.
El todo es más que la suma de sus partes. No hubo adelantos ni una campaña de promoción que advierta lo que estaba por venir. Por cesárea emergió a cuerpo completo con doce canciones que suturan una máxima crucial. Una apuesta arriesgada y a contra corriente de las reglas actuales de la industria musical, y si bien Dillom no tenía idea alguna de cómo podía pegar en el público, sí sabía que el golpe iba a ser duro.
“Los procesos fueron a la inversa -dice Dillom comparando sus dos discos-. Post mortem lo arranqué con el nombre, y a partir del nombre arranqué la narrativa, que tampoco tenía narrativa, era más temático que otra cosa. A partir de ahí, empecé a enfocar las canciones que tenía en ese universo. Y esto fue al revés, porque Por cesárea no tenía nombre hasta unas semanas antes de aparecer. Pero yo ya sabía todo lo que iba a pasar en el disco, en el sentido de que escribí el guion y el trabajo fue ponerle música a esa historia”.
En Por cesárea, redescubrimos a un artista corrosivo y sin concesiones. Un Dillom que después de muerto quiso ir hasta el fondo en serio, allí donde ya no existen demonios que parecen los de Lovecraft, solo reflejos de sí mismo. La narrativa aborda la historia de un personaje profundamente perturbado que va progresivamente enloqueciendo. A través de letras explícitas y descorazonadas, Dillom explora los vaivenes de la salud mental, los traumas infantiles y los vínculos tóxicos, difuminando con mordaz ironía los límites entre lo real y lo imaginado.
“En cuanto a Post mortem, yo creo que se vendió y se terminó instalando como un disco conceptual, pero para mí es más temático -reflexiona el artista-. No es que tiene una narrativa, una historia que te lleva. Es un mejunje de cosas y vivencias de un momento que yo estaba pasando. Ahora realmente tenía ganas de hacer algo que sea una historia, un cuento, algo que comunicar. Soy fanático de las películas de terror, y yo quería hacer mi propia película de terror hecha disco”.
Hace falta valor, rebeldía, y un poco de inconsciencia para engendrar un disco como Por cesárea. A Dillom no le falta de ninguna de esas cualidades. Abundan los artistas que se dejan guiar por las últimas tendencias y condicionan su obra de acuerdo a las exigencias del mainstream, pero acá tenemos un ejemplo de alguien que hizo todo lo contrario. Dillom se contrapone al reggaetón de plástico para ensombrecer la brillantina de la Bresh con un disco sórdido alineado a nuestros tiempos de desgracia. Teniendo todo a disposición para complacer, decidió desechar las rosas y conservar las espinas con filo de bisturí. Para la desdicha del hater que estipulaba el desbarrancamiento artístico a merced de la plata pelotuda, Dillom hizo el disco menos careta del mundo.
“Me acuerdo del primer chispazo, fue la primera vez que fuimos a España -recuerda-. Habíamos reservado unas sesiones de estudio para laburar ahí. Desde que cerré Post mortem no pisé nunca más un estudio por siete meses, me hinché las pelotas. Y durante esas sesiones, no salió absolutamente nada. Yo estaba medio frustrado, y tuve unas conversaciones con Fermín [Ugarte] y Luis [Lamadrid], mis productores, y en base a esa frustración, me fui a dormir una siesta a la tarde. Me acuerdo que desperté de repente y dije ‘¡Listo, la tengo!’. Y ahí me bajó la idea. Después de una frustración tremenda, me cayó la idea. Toda así de una, destrabé algo, no sé cómo, pero salió toda la data junta”.
Si bien en su debut logró relucir su inclinación por lo macabro de forma fragmentada en algunas piezas como “Demian”, “Post mortem” y “Piso 13”, en Por Cesárea Dillom hace evidente su manía de mutilar la realidad en pos de saturar la ficción. Este disco conceptual, una especie de pesadilla lúcida, no es autobiográfico, pero se nutre de las experiencias personales de Dillom para crear una vida paralela donde las malas decisiones guillotinan la cabeza de su psycho killer.
“Nació inspirado en cosas que me pasaron a mí, en mi historia -cuenta Dillom-. De ahí, me pregunté qué pasaría si yo en toda estas situaciones hubiese enloquecido y los mataba a todos, si hubiese tomado las peores decisiones. Me pregunté qué hubiese sucedido si dejaba que los pensamientos más oscuros que todos tenemos me ganaran. Con todas esas preguntas, fui generando la historia de un personaje. Por momentos se pone muy extremo, pero quería mostrar esa decadencia”.
La pantalla se enciende a tracción groovera, algo que en primer instancia desencaja en las expectativas de cualquier seguidor de Dillom, pero es mejor sentir esa sensación desde el principio porque Por cesárea descoloca hasta el final. “Últimamente” es el prólogo donde el protagonista se presenta en clave de un narrador advirtiendo que algo pasó, un incidente.
En seguida, todo se oscurece, se trastorna sónica y emocionalmente para volverse más incisivo sobre un beat poderoso que acompaña la desdicha del protagonista al arrancar a su madre de la ventana a punto de tirarse. Si esto fuera un slasher, después de esta escena vendría el título con el destello de un cuchillazo.
“Hay un tema como bastante Edipo en el disco, así que el título va bastante por ese lado -dice Dillom-. Me gustaba la idea de jugar con lo traumático en forma física, pero también mental. Además, en contraposición con Post mortem tiene bastante sentido y queda divertido, aunque no lo pensé por ese lado. Una cesárea es el primer trauma que tiene uno. Es un nacimiento artificial”.
Dillom tiene tatuado a Leatherface, el asesino de La masacre de Texas, película que le encanta llevar estampadas en remeras, al igual que Cementerio de animales y Scream. Pero esto no es un slasher, y más que Tobe Hooper o Wes Craven, Dillom es un Ari Aster dirigiendo su terror psicológico con las reglas que conoce a diestra y siniestra.
Tras el shock del preludio, el escenario es otro. Las tormentas fueron un flashback, y la nebulosa se desvanece al deslumbrar las secuencias más luminosas. Una voz pitcheada le da un toque de inocencia e infantilismo, y ni siquiera los spoilers en el coro de Juan Lopez repitiendo “Me está volviendo loco” parecen una amenaza, sino simples habladurías del corazón cursi y enamorado de “La novia de mi amigo”.
En “Cirugía“, la amenaza vuelve a palpitar, pero maquillada con el aura de una canción romántica, un estribillo pegadizo y melodías jubilosas. Un encantamiento con alma hitera que será el fruto de cientos de cóvers en internet. Una canción sin laberintos ni rupturas, apta para todo público en apariencia, donde Dillom se cuelga la viola y demuestra toda su sensibilidad de cantautor.
Como pétalos de una flor que crece en el pantano, “Cirugía” camufla entre colores y arpegios los primeros indicios del veneno en una desventura de amor obsesivo que oscila entre el espionaje a lo Michael Myers y el body horror de David Cronenberg. Un caramelo agridulce con rutilantes riffs de guitarra para digerir la red flag como una percha de mariposas en el estómago.
“Todas las colaboraciones que hay, las quise usar como un instrumento para el fin, que era la historia del disco“, cuenta Dillom acerca de la meticulosa y quirúrgica tarea de articular el esqueleto de su segundo disco. “No quería que fuera un juego de egos, ni de personalidades. Incluso yo soy funcional al cuento. A veces las colaboraciones suelen ser forzadas, una cuestión más comercial. Yo, si no necesito feats, no lo uso porque no me interesa. Y si van a restar más que sumar, no lo pongo. Mi idea era que aporten y que dieran algo más”, agrega mientras sostiene con una mano el timón y con la otra una lata de cerveza.
Dillom sabe que toda buena película tiene sus personajes secundarios, subtramas e interludios. Por eso hace hincapié en que las colaboraciones sean consecuentes al relato y no solo bijouterie. La aparición de Andrés Calamaro en “Mi peor enemigo” no solo es un viaducto hipnótico que ritualiza el vagabundeo zigzagueante del protagonista como una voz fantasmagórica, sino que sella la amistad que trascendió cuando fue el invitado de honor en la culminación del Post Mortem Tour 2022 para interpretar juntos “Output Input”, el clásico de El salmón (2000).
“Con Andrés veníamos hablando hace un montón y yo lo venía guardando porque quería que él esté en mi disco -admite Dillom-. Hicimos el tema con un sample de fondo, que es una grabación de él en cassette de unas grabaciones perdidas que tenía, y lo terminamos ampliando”. Fue desde ahí que empezaron trabajar un beat sobre una de estas grabaciones titulada “Astorias”, una jam junto al trompetista Jerry González.
Las ausencias son sustanciales a la hora de entrañar la sensación del inminente peligro al acecho. En esta línea narrativa, Dillom reconoce cuándo cerrar la boca según las exigencias dramáticas del guion y desaparecer como una sombra en la noche más opaca. En “(Mentiras piadosas)” parece llevarnos a un bar de mala muerte donde su presencia es nula, y es su colega de la Rip Gang, Broke Carrey, quien se apodera de la escena para ahogar las penas inclinando la botella sobre un vals fúnebre y melancólico.
Pero la colaboración más desconcertante es la de Lali en “Carie”. La diva pop, transformada en un eco etéreo, encarna la voz femenina de la conciencia, indiscernible y completamente alejada de su zona de confort. Sobre un ritmo de trip-hop que reverbera como martillazos, su canto inmaculado de sirena nos envuelve en un sueño químico mediante una súplica en busca de redención. La participación de Lali se subraya también por su homenaje a la cultura nacional, al interpretar textualmente un verso de “Plegaria desvelada” de María Elena Walsh, ícono de la música y literatura infantil argentina.
“Con ambos tengo una relación increíble, que me parece de las cosas más claves como para empezar a trabajar -asegura Dillom sobre Calamaro y Lali-. Yo en todo sentido de mi proyecto trabajo con gente que me cae bien básicamente, con la que comparto algo y tengo interés personal. No me sale trabajar con alguien que me parece medio pelotudo o no me cae muy bien. Entonces, partiendo de esa base, además de que son dos personas talentosas y que admiro un montón, tuvimos la motivación de unirnos para hacer algo”.
En un mundo digital, Por cesárea abraza la esencia de una época pasada. Con baterías grabadas en estudios y el uso de sintetizadores vintage, cada canción resuena con una calidez abismal que se rebela ante la tecnología mientras se deleita en lo analógico. Bajo la producción de Fermín Ugarte y Luis Lamadrid, Dillom también se dio el lujo de contar con la participación especial de Alejandro Terán y el Cuarteto Divergente a cargo de un ensamble de cuerdas que fusiona el pop de los 70, lo contemporáneo y el ruidismo bajo un halo cinematográfico. “Terán terminó de ponerle el pegamento a todo el disco”, afirma Dillom.
“Fuimos haciendo, haciendo mucho, y al hacerlo, nos fuimos dando cuenta qué es lo que nos servía más, qué puntos encontrábamos en común -continúa-. Hubo mucha gente involucrada en el disco. Con la historia que teníamos, fuimos evaluando a ver cuáles eran las mejores herramientas para contarla. Yo quería que sea algo 360º, no solo de contar desde la letra, sino desde la música, los arreglos, los silencios y hasta te digo que fue clave la mezcla, que por ahí a veces parece algo más técnico, que no lo es para nada, aportó muchísimo a generar sensaciones y espacialidad. Cada parte del proyecto está puesta en pos de aportar a la historia”. En esa línea, enfatiza la labor de Santiago De Simone, el ingeniero de sonido detrás de la Rip Gang, Nenagenix, Dum Chica y muchos más.
La oscuridad avanza a cuenta gotas, cada vez más densa y electrizante. Con “Buenos tiempos”, regresa el Dillom que todos conocemos sobre una cadencia desenfrenada para envalentonar una furiosa noche de parranda con las pupilas dilatadas, corrompidas por un cóctel narcótico. “Tengo mucha manija de tocarlo en vivo -explica Dillom sobre la frenética pieza que enmascara un sample de Beastie Boys-. La siento como la parte más esquizo de la historia, la más nocturna, más desinhibida y más de joda del personaje. Y también es lo que más fácil se me da a mí. Un poco estoy jugando en mi terreno”
Entre todas la sarta de barbaridades que verbaliza, Dillom propaga su ácido sentido del humor que incomoda y produce escalofríos. Por eso, no está mal haber interpretado de antemano el histriónico estribillo que repite “El día que muera moriré en mi ley”, como un juego de palabras con el actual mandatario argentino. Mucho más después de haber sido tan aplaudido como funado tras la denuncia que devino al cantar “a Caputo en la plaza lo tienen que matar” en su reversión de “Sr. Cobranza” durante la última edición del Cosquín Rock.
Sin embargo, se trata de una coincidencia divina. “La canción salió mucho antes de eso -explica Dillom entre risas-. De hecho, no lo escribí pensando en Milei. Igualmente, si alguien lo entiende por ese lado, que agarre viaje también. Pero no, no tiene nada que ver con eso, no es un beef al presidente ni mucho menos, pero me sirve también”. Sonríe con picardía y toma otro sorbo de su lata.
Poco le importó a Dillom convertirse en el foco del alarde libertario, hasta que la justicia desestimó la denuncia. Tampoco le importó ostentar su lengua de serpiente el año pasado en la legislatura porteña cuando fue declarado como “Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires”. En el lugar más inoportuno, encontró la oportunidad perfecta para cantar “Side”, el track de Post mortem que incluye una analogía libidinosa en una mención a Horacio Rodriguez Larreta.
Dillom sabe muy bien que las experiencias arraigadas a Post mortem lo ayudaron a cristalizar su reputación de rebelde sin causa, en marcado contraste con su cara de angelito de la guarda. “Es una muy buena carta de presentación que me da la posibilidad de tomarme muchas licencias que quizás no se entenderían -asegura el artista de 23 años-. También puedo darme el lujo de tomarme el tiempo que me tomé, y de sacarlo sin adelanto ni nada, porque sé que también hay una expectativa detrás por eso, y me da un poco más de cintura para hacerme más el loco”.
Aclarado esto, estamos listos para lo peor. El clímax de esta pálida historia de amor llega en clave hip hop con “Muñecas”, el momento de máxima tensión. Sin escrúpulos ni remordimientos, el personaje describe detalladamente el femicidio como única salida de su peligrosa obsesión. El ímpetu volcánico que alcanza el sonido, es solapado con una interpretación enajenada que araña los dientes.
Incluso el guiño a Miranda!, más que a su alegre fuente original (“Hola”), nos remite al crimen pasional inherente a “Dos”, el pop con aires sesenteros estilo The Ronettes que publicaron en 2022. Dillom no titubea al expresar la monstruosidad con palabras, sin importar cuán tabú sea el tema o cuánto lo acerque a la hoguera del escrutinio público. “Muñecas” es un track despiadado con una encarnación endemoniada, tanto sónica como literaria, que asfixia hasta el estallido turbio y ensordecedor, pero desgarradoramente liberador de un bajo distorsionado con espectro de ruido blanco.
Entonces, todo se pone negro. Se escucha un corazón delator podrido de bombear. Con un personaje desequilibrado, Por cesárea avanza en perfecto equilibrio estructural. Lo hecho no tiene vuelta atrás, por lo cual llamar “Irreversible” al instrumental uptempo que le sigue dice mucho más que cualquier estrofa que pueda salir de su mente malévola. Las percusiones estridentes y una fun machine que parece emular una guitarra se encargan de auxiliar una elipsis narrativa para agudizar el trastorno paranoide que prosigue en el hardcore punk de “Coyote”.
“Quería llevarlo más allá de lo que ya sabía, implementar cosas nuevas, ver de empezar a contar historias -explica Dillom-. Traté de ejercitar la idea del storytelling. Pensé en muchos errores que había cometido en el disco anterior, y dije: ‘Ahora hay que hacerlo bien. Esto no puede volver a pasar‘. Y de ahí, construir y evolucionar la escritura y la musicalidad”.
La pantalla empieza a hacer interferencia con la nube negra que arrastra “Reiki y yoga“. Es una carta de despedida, el preludio a una última decisión horrible. Un lúgubre sonido de piano, algunos acordes sintetizados y un cántico espectral que evoca a las niñas saltando la soga en la Elm Street de Freddy Krueger convierten esta balada suicida en un réquiem con tres puntos suspensivos, dejando un final inconcluso.
Días antes de publicar el disco, Dillom citó a la prensa y colegas al Teatro Coliseo para una escucha de Por cesárea. Durante todo el evento, las luces permanecieron apagadas y de forma intermitente aparecían en el escenario personajes pertenecientes a esta historia lacrimógena. No había banda, solo breves relámpagos performáticos. Hacia el final, cuando sonaba “Reiki y yoga”, el telón se corrió para mostrar a un Dillom atando una soga alrededor de su cuello. La curiosidad hacia este dramático desenlace fue interrumpida por un potente flash que cegó con la brutalidad de un blanco edénico a todos los asistentes que habían pasado más de media hora absorbidos en un trance de oscuridad absoluta.
Cuando parece que se acabó, todo vuelve a comenzar. “Ciudad de la paz” funciona a modo de epílogo en una ensoñación post créditos. Después de tanta oscuridad, Dillom fue lo suficientemente noble con sus oyentes y les dio un nuevo amanecer a este turbulento relato. Pero algo nos dice que no hay vuelta atrás. No hace falta ser vidente para reconocer que ya no estamos en el plano terrenal, sino una especie de más allá donde el protagonista omnipresente encuentra sanar las heridas de su alma mientras levita como un fantasma en Navidad que recita: “La oscuridad ya no da miedo”.
¿Es este disco la crónica de un descenso a la locura del propio artista o una sátira retorcida de la sociedad actual? La respuesta se esconde entre las sombras, esperando ser descubierta por aquellos que se atrevan a adentrarse en un juego de espejos en el que toda reflexión nos devuelve una imagen distorsionada de nosotros mismos. Advertencia: escuchar Por cesárea puede provocar insomnio, paranoia y taquicardia, pero sobre todo, una fascinación desmedida que no nos dejará escapar del purgatorio de Dillom.
Escuchá Por cesárea de Dillom en plataformas de streaming (Spotify, Tidal, Apple Music).