Pablo Jubany es un compositor nacido Rosario, hijo de una importante figura del tango de esa ciudad. Hace mucho tiempo viene transitando el camino que todo artista independiente debe recorrer si efectivamente desea continuar su marcha. Dicho derrotero, como todos sabemos, se desarrolla sobre la base de obstáculos que constituyen a la vida marginal de los outsiders; escollos que a medida que van siendo sorteados imprimen a sus protagonistas la magia de la experiencia. Pero no de esa experiencia que bien supo criticar Walter Benjamin, artificio a través del cual los adultos miran con irónica condescendencia a los anhelos de cambio profesados en la contraconducta de la juventud. Hablamos de una experiencia basada en el autoreconocimiento del artista respecto de su marginalidad a la hora de ubicarse en algún espacio del campo cultural, siempre proclive a la homogeneización y estandarización.
En ese sentido, Pablo Jubany puede ser definido como un artista diferente, distinto, ya que tanto su trayectoria como su búsqueda creativa se encuentran apartadas de muchos de los espacios y conceptos frecuentados por el mainstream, e incluso de varios circuitos de músicos independientes. No se trata aquí de realizar una apología de la misantropía, anudando un ideario romántico del arte a la figura de un creador incomprendido por el mundo. Por el contrario, la experiencia de la que hablamos remite a un trabajo llevado a cabo día a día, en la calle, en los bares, pero sin dejar de ser fiel a las vibraciones e intuiciones subjetivas. Ésas mismas que en la paciente práctica de la espera, o de una noche bowieana, confirman con altas dosis de melomanía dónde se encuentran las pasiones sonoras, indicando el camino a seguir.
En julio de este año el compositor rosarino lanzó su disco, titulado La Espera. Estuvimos hablando con Jubany sobre sus influencias, concepciones estéticas y cuestiones vinculadas a su carrera.
Te iniciaste escuchando a grandes artistas, como Scott Walker, Bowie, Marc Bolan y The Smiths, entre otros. ¿Cómo es tu relación con ellos?
Íntima; al menos ésa es la sensación. Quizás no tanto con Bolan, pero con Scott, Bowie o Neil Hannon -por ejemplo- el análisis que hago de sus obras es puntilloso, profundo, y la sensación de intimidad se desprende además de que se trata de artistas poco explorados, o al menos no muy abordados como modelos en la escena (estética y regional) en la que me toca moverme. Y ni hablar por fuera de ella, a decir verdad.
Mi formación en el rock fue muy curiosa. Como para ponerlo de algún modo: si todos los que nos dedicamos a esto nos constituimos como tales a partir de una mezcla entre las experiencias de contacto directo (la música que escuchamos desde siempre en la radio, en la tele, en nuestra casa) y el desarrollo de una subjetividad más de connousier, de lo que fuimos buscando y eligiendo, se puede decir que yo forjé una identidad como artista valiéndome sólo de lo segundo. Si bien vengo de una familia muy vinculada a la música (y a la cultura en general), mis padres no escuchaban rock y tampoco tenían hermanos o parientes cercanos que lo hicieran, por lo que cuando -cerca de los nueve o diez años- lo identifiqué en la periferia de mi minúsculo universo como un vehículo interesante (más que nada a través de Bowie), empecé a desarrollar un proceso formativo no sólo autodidacta sino también bastante insular. Y así fue que nunca tuve oportunidad de cambiar a Páez, los Cadillacs, Floyd o los Guns por los Smiths, simplemente porque siempre había estado aislado de todo aquéllo.
¿Por qué creés que, a diferencia de otros compositores y músicos, ellos tuvieron una escasa recepción en Argentina?
Es curioso, porque durante mucho tiempo me pregunté justamente eso y no supe qué contestarme. Cuando empecé a entender un poco más las corrientes estéticas del rock me di cuenta que acá, en general, el público y los hacedores del rock habían elegido otra cosa. No era con Bowie o Bolan nomás: se trataba de toda una corriente más bien ideológica en cuanto a su approach al rock que había sido postergada en pos de otra ídem. Pero seguía preguntándome por qué. Una vez, hace mucho, leí una entrevista a García de principios de los 80 en la que contaba que en el primer show de Serú Girán en Obras tocaron un tema disco y que el público les gritaba “putos”, pero porque no habían entendido que era en joda (el tema). Ese tipo de cosas me daban mucha bronca… llegué a convencerme de que gente como él (me refiero a los referentes del rock nacional, nada menos) eran unos salames. Otro ejemplo puede ser Spinetta pegándole por elevación a los Babasónicos diciendo que había que dejarse de boludear reivindicando a -por ejemplo- Leonardo Favio, cuando la búsqueda tenía que ir por el lado de no sé qué disco de Yes con un nombre de esos larguísimos. En fin, esas son las cosas que no entendía y que me sublevaban.
Luego, más bien recientemente, pude vincular todo eso al momento que el país estaba atravesando cuando el rock nacional se gestaba y se desarrollaba. Supongo que el rock, al elegir ponerse en un lugar de resistencia, se vio en la necesidad de inclinarse por aquellas escuelas que lo hacían parecer más digno, más complejo, menos hedonista. No sé si los Stooges o su música eran un referente posible para los rockeros que buscaban convencer a la sociedad argentina (y sus tutores de esa época) de que su oficio era algo serio.
También está el filtro que ha impuesto el -por cierto, bastante obtuso- mercado americano; supongo que son varias cosas. En definitiva, creo que el rock aquí es como un espejo roto. Si bien es popular en todo el mundo, en este país se desarrolló a su alrededor un sentido de pertenencia extraño e intenso, pero que a su vez es frustrante, como que no termina de desarrollarse. De todas las cosas nuestras, el rock es la única que no es nuestra de verdad, o al menos no del todo. En un punto es como un amor imposible con el que te podés acostar.
Hubo un mundo paralelo al surgimiento de la cultura pop y que siempre dialogó con ella, como lo fue el del cómic. Hace no mucho trazaron una interesante analogía entre tu estética y la de Batman. Hay algo muy teatral en eso.
La teatralidad es una parte fundamental de lo que ofrezco. El sentido dramático y el histrionismo son elementos que, justamente por mi formación, me resultan completamente naturales a la hora de pensar y hacer el rock. Entiendo que no son la regla, pero no deja de sorprenderme cuán pocos son los que se han animado a incorporarlos a lo largo de la historia del género en nuestro país. Más aún, el indie nacional, tan afecto a figuras como Morrissey o Jarvis Cocker, parece ser el ghetto que más frunce la nariz ante el mínimo atisbo de melodrama. Y la verdad es que ese es un panorama que a mi banda y a mí nos favorece: por motivos relacionados a la naturaleza pop y a la arquitectura delicada de nuestra música, solemos vincularnos a un circuito en donde la intensidad dramática no abunda, por lo que la carga emotiva (y la potencia, vale decir) de nuestro show es algo que genera una enorme gratitud en el público, siempre.
¿Cómo trabajás durante las composiciones?
Compongo muy poco; sólo cuando creo que hace falta para algo en concreto. Eso sí: soy muy meticuloso y en general paso meses conviviendo con las canciones que eventualmente me decido a componer. Para el primer bosquejo de estructura básica (esto es: una melodía, una progresión armónica y un desarrollo) evito tener contacto con instrumentos, para no condicionar el flujo compositivo a ningún reflejo mecánico. Y si bien a la hora de producir/arreglar ya se hace inevitable “tocar” algo, trato de que las ideas salgan de la cabeza y no de los dedos. La letra siempre viene al final y también es un proceso que me puede llevar varias semanas. Pero la estética y (a veces) la temática de la canción son decididas de antemano, antes que cualquier otra cosa, y quizás por eso mismo es que después me lleva tanto tiempo concretarla. Dicho de otro modo: cuando creo que hay un tipo de canción que nuestro proyecto debería incorporar (ya sea para mejorar el desarrollo del show o para que ocupe un lugar en un disco), me dispongo a hacerla, sabiendo que tengo por delante un trabajo de meticulosidad de orfebre para que sea tal cual me la imaginaba antes de que existiera. Esto, me apresuro a aclarar, no necesariamente hace que la canción sea buena sino que sea exactamente como yo quiero.
Algún libro, disco y/o film que hayan marcado tu formación.
La verdad es que no leo mucha literatura. La poesía mucho no me atrae y las pocas novelas que he leído en mi vida me han atrapado (al punto de caminar por la calle leyendo) pero me da mucha fiaca encarar algunas nuevas. Me encanta leer, pero hace años que condicioné la lectura al hecho de incorporar información concreta. En ese sentido, para alguien como yo, internet es inagotable. Pushing Ahead Of The Dame (http://bowiesongs.wordpress.com), por ejemplo, fue para mí un hallazgo impagable. Este blog (de un tal Chris O’Leary) que desde 2010 o 2011 viene examinando y desmenuzando desde una óptica cultural una a una las canciones de Bowie (ya llegó a Reality) es no sólo lo mejor que he leído sobre Bowie (y he leído muchísimo) sino que también lo creo de lectura imprescindible en tanto ensayo de apreciación de un artefacto cultural contemporáneo.
Con el cine es otra historia. Aunque no me mantengo muy actualizado, he visto mucho cine. Ahora me viene a la mente una película no muy conocida de Mike Leigh que me parece un ejercicio cinematográfico impecable, tanto por la belleza del arte y la delicadeza y la agudeza del storytelling (un término más bien comiquero, ¿no?) como por su vocación genuina de entretener sirviéndose de un contenido emotivo mesurado, justo. Se llama Topsy Turvy y trata sobre la pareja compositiva Gilbert & Sullivan, responsables de una exitosa serie de óperas ligeras durante el Londres victoriano o pre victoriano. Como te imaginarás, la exploración tan delicada de ese mundo de partituras, vestidos, fosas y bambalinas (elementos -dicho sea de paso- propios del entretenimiento de elite que comenzaban a hacer su camino en el arte popular y masivo) me resultó fascinante.
Ninguna de las dos “recomendaciones” son fundamentales ni mucho menos. Sí me veo con un poco más de autoridad para sugerir discos que creo realmente importantes, aunque ya todos sabemos más o menos cuáles son. Podría decir que de los discos que me parecen imprescindibles, el que me resulta más infravalorado (para qué vamos a hablar de The Queen Is Dead, Low, Scott 4 o Behaviour) es Dog Man Star, a mi juicio una absoluta obra maestra del rock independiente. A veces no entiendo cómo Suede no es una de las bandas más grandes del mundo.
Agradecemos que hayas estado con nosotros.
Gracias a vos, a ustedes. Estuvo muy entretenido.