Horacio Bautista Beascochea nació en Santa Rosa, La Pampa, pero reside en Neuquén desde 1995. Obtuvo menciones en diversos concursos literarios y publicó dos novelas: La tierra plana (2007) y El porvenir es una ilusión (Colisión Libros), siendo ésta última, una de las ganadoras del concurso Simulatio de Novela, organizado por la editorial Colisión Libros. Una novela coral, ágilmente estructurada, y pensada como una punzante reflexión sobre la Argentina trashumante.
¿Cuál fue el trasfondo de El porvenir es una ilusión?
Hubo varios disparadores, uno de ellos, unos versos de Miguel Hernández referidos a la juventud (Sangre que no se desborda,/juventud que no se atreve,/ni es sangre, ni es juventud,/ni relucen, ni florecen), del poema “Llamo a la juventud”, en el libro “Viento del pueblo”, más el interrogante en lo personal, siempre recurrente, de cómo una generación decidió que podía cambiar el mundo y se brindó al resto de la sociedad, al punto de arriesgar su vida en ello. La cita de esos versos y el interés fueron la excusa para intentar contar una historia de los 70. Creo que el círculo se terminó de cerrar luego de una visita a Naicó, un poblado abandonado en el medio de la llanura y a pocos kilómetros de Santa Rosa, en La Pampa, como si hubiese sentido que esas casas guardaban una historia, con su cementerio que mira a una laguna con garzas y un caldén de tanto en tanto, un lugar perdido en la llanura, que es recurrente para mí, con sus misterios, sus silencios, sus preguntas, sus disparadores. Mi primera novela, “La tierra plana”, también está ambientada en la llanura, pero en la época de la llamada Conquista del Desierto y cuenta historia del capitanejo Pincén.
En su novela, las imágenes se van dando de un modo desnudo. ¿Cuál cree que sea la relación de esta novela con el cine?
Sabés, varios lectores me han hecho ese comentario. Debido a sus vaivenes y giros en la acción, creo que está íntimamente relacionada con el cine. “El porvenir es una ilusión” es una obra con varias reescrituras, hasta llegar a esa versión definitiva. En lo personal, creo que trasciende los 70, es más que todo una historia de lealtades, de personajes que ante situaciones límites, actúan.
El problema del tiempo y el espacio narrativo parecen desenvolverse rítmicamente. ¿Cómo desarrolló el punto de vista narrativo?
Como te mencioné, fue una novela que tuvo muchas reescrituras. En la primera de ellas, un narrador omnisciente daba cuenta de la acción, hasta que fue creciendo la voz de Leandro, el profesor de Literatura, como uno de los narradores, quien contaría la historia de su amigo (Martín), desde un presente ambientado en pleno neoliberalismo, en la década del 90, luego de los indultos presidenciales del ex presidente Menem a los jerarcas del Proceso. Entonces surgió la idea de dividir la estructura narrativa en un “Ayer”, con capítulos que desarrollan los acontecimientos de 1976, intercalados con un “Hoy”, ambientado en el presente. El resultado final es ese tiempo y espacio narrativo que se discurre casi con naturalidad. Pero no fue un proceso simple, requirió de varias reescrituras.
William Faulkner cierta vez dijo que la experiencia, la observación y la imaginación son importantes para el escritor. ¿Incluiría usted también la inspiración?, ¿por qué?
Ya lo dijo Faulkner y como no coincidir. En cuanto a la inspiración, no le adjudico un papel preponderante en este oficio. Básicamente considero que nuestro trabajo requiere también de constancia, tiempo de escritura y paciencia. Por supuesto que hay días en que estás más inspirado y escribís páginas a las que no les modificás nada y en otros, todo se hace cuesta arriba. No hay que estar inspirado, sino embarcarte en una travesía e intentar llegar a buen puerto.
¿Qué porción de su novela se basó en la experiencia personal?
Ninguna. Los personajes son absolutamente ficcionales. Y desde un momento me pareció interesante que un militante, acorralado por las fuerza represivas en vez de exiliarse, decida replegarse y esconderse en un poblado perdido (Colonia El Porvenir), en el medio de la llanura. Cuando sucedió el golpe de Estado yo tenía 6 años. Igualmente, debo reconocer que ingresé al secundario con la primavera democrática de Alfonsín y es probable que, si bien es incomparable con un militante de los 70, mi militancia en Centros de Estudiantes y contactos con agrupaciones universitarias después, pueda jugar algún rol pequeño, a la hora de escribir la novela. Me interesaba y me interesan los 70. Cómo una generación intentó cambiar el mundo, con los resultados trágicos que todos conocemos. En una de las presentaciones de la novela me dijeron: “ahora contás que teníamos nombres falsos, que estábamos clandestinos y que apostábamos a otro mundo posible y te miran como bicho raro”. Es lo que sigue sucediendo, quizás en menor medida, o no, depende con quién te encuentres. Sí hubo un gran trabajo de documentación y de lectura: desde “La Voluntad”, de Anguita y Caparrós, hasta documentos de Montoneros o el PRT, trabajo que tiene que ver también con un interés particular por esa porción de nuestra historia.
Mientras escribía sus capítulos, ¿hubo autores a los que recordó?
Sí, varios. Creo que la poesía de Miguel Hernández, de “Viento del pueblo”, sobrevuela la obra. Tampoco puedo negar la influencia de Osvaldo Soriano, sobre todo a la hora de desarrollar los personajes. Aventuro que también están presentes, por lo menos en mi imaginario, autores como Conti, Walsh, Jorge Roberto Santoro o Paco Urondo que han intentado conjugar la literatura y la militancia. Creo que lo más difícil de “El Porvenir…” fue contar una historia, desde la literatura y no desde la historia o con un relato testimonial o biográfico.
Pienso en Martín, Flores, en Don Primitivo… ¿Qué importancia le otorgó al desarrollar las voces de sus personajes?
Creo que la novela está atravesada por sus voces y por ciertos dilemas y lealtades, como apuntó Humberto Bas, un escritor residente en Neuquén. Se manifiestan entre Leandro y el militante (proteger a su familia o ser fiel a su amigo), entre Martín y la realidad, que también oscila entre la posibilidad de abandonar la lucha y sobrevivir o regresar a la clandestinidad. El caso de Flores es similar, también es un personaje demediado entre el cumplimiento de su deber como policía y la fidelidad a un padrastro, en donde siente la necesidad de proteger a Leandro, que casi un hermano para él. Personalmente, creo que es uno de los personajes más ricos de El Porvenir. Don Primitivo, puede leerse como esa franja de personas que raramente toman partido por algo y que en general, terminan legitimando el orden imperante, sin preguntarse demasiado.
¿Qué juicio le merece la nueva narrativa argentina?
No tengo una opinión formada sobre los nuevos narradores.
¿Algún tipo de afinidades?…
Si de afinidades hablamos, me vienen a la mente Betina González, Guillermo Saccomanno, Pablo De Santis, Leopoldo Brizuela o Daniel Guebel, por nombrarte algunos. Sí considero que hay otra narrativa muy rica en el interior del país, por lo menos en la Patagonia, casi invisibilizada en Buenos Aires, con temáticas muy disímiles y que se sigue haciendo ficción, lo cual es más que saludable.
Sobre Augusto Munaro, autor de la nota:
Augusto Munaro publicó los libros Ensoñaciones: Compendio de Enrique de Sousa (RyC editora), El cráneo de Miss Siddal (Editorial Pánico el Pánico), Recuerdos del soñador evasivo (Alción editora), Cul-de-sac (Ediciones La Carta de Oliver), Todo sea por la excepción (Editorial Letra Viva), Gesta Cornú (Editorial Lisboa) y Breve descripción de una |sepultura| (Editorial Tinta China).