Eric Mandarina es un pibe veinteañero de Villa Martelli. Escuchando, hace meses, cierto programa de radio, su música acaparó mi atención. Eric, con su guitarra y su voz conforma una banda: cuerdas, percusión -utilizando la guitarra-, efectos vocales, textos rítmicos. Nos encontramos en el bar Simik, en Avenida Lacroze y Fraga, bar que es también un museo fotográfico: cámaras antiguas, elementos de laboratorio, fotografías, etc. El contexto es, por cierto, amable. Eric llega en su moto. Editó un disco, Error, en 2015. El pibe de Martelli es, también, actor. Pedimos cerveza artesanal. Esa música que acaparó mi atención, una mañana, escuchando un programa de radio, fue consecuencia de un proceso que lo llevó, a Mandarina, a encontrar una forma. Esto ocurrió hace poco. “Sí, que se armó el lenguaje con todo esto y que yo entendí y dije ok, este es el lenguaje completo, bah, completo… que reuní todas las cosas, porque antes hacía canciones, pero que se configuró así, hace poquito, tres años y puedo decir dos también…” El quiebre se dio cuando Mandarina unió sus estudios juveniles de batería con el instrumento con el cual componía sus canciones, la guitarra, y le sumó sus estudios de actuación:
“Empezó por el lado de la percusión en guitarra. Cuando empecé tocaba siete u ocho canciones y la última era con percusión en guitarra. Mis primeras canciones, ¿no? Salía a tocar para treinta personas y temblaba. Y el último tema era percusión con guitarra. Después, al mismo tiempo, empiezo a estudiar teatro y entonces empecé a utilizar la voz de otra manera, sonoramente y demás. Y curtí un año de música electrónica y de fiestas y demás y entonces ahí apareció el beatbox, como entremedio se dio lo del teatro, utilizar la voz y una influencia medio electrónica. El beatbox al comienzo era un juego, como un instrumento más y después el teatro, la voz, aparecen los objetos, los televisores, las radios y demás. Fue una necesidad de suplir. No tuve mucho alcance a recursos, por ejemplo, lo primero que quería pegar era una loopera y no llegaba y no llegaba. Por eso empecé a percutir la guitarra y a hacer beatbox. Todo al mismo tiempo. Y a tratar de desmenuzarlo y ejercitarlo. Y con los objetos fueron por verlos escénicamente y que estuviera al alcance –no soy un gran actor, ni ahí, sino que investigué en talleres de actuación esa disciplina– y me despertaron un montón de ideas para trasladarlo a lo musical. Y utilizando objetos desde lo sonoro, o sea una tele sonando, una radio sonando o microfoneando un libro, empiezo a suplir las necesidades de agrandar la cosa, como una necesidad de lo digital, de lo que producía, y la necesidad de ampliarlo…”
Mandarina no utiliza efectos sonoros, el efecto sonoro es él mismo y los objetos que manipula: “Orgánicamente empezó así, porque tenía necesidad de ampliar y no tenía herramientas digitales al alcance. Y después por una decisión, porque entendí que, lo que no hago digitalmente –tirar el sonido de una tele– lo hago poniendo una tele en el escenario y la microfoneo. Y no sólo está el sonido de una tele sino que se ve el objeto, de cerca, de lejos, de donde sea y suma. Ahí fue cuando empecé a jugar con todas esas cosas.”
El disco editado por Eric se titula Error y, claramente, el título no es casual: “No sé bien cómo decantó el nombre pero dije: pero qué bien, qué acertado que estuvo. No se podría haber llamado de otra manera y tampoco lo pensé tanto. En realidad me pasó con la letra de un tema, de deconstruir la letra y no saber para dónde ir y entonces dije: error. Esa palabra fuerte me llegó y la llevé al disco. Y encontré más sentidos después de haberlo hecho. Está bueno eso, el error como material para utilizar, no ocultarlo, no corregirlo, sí quizás moldearlo y exponerlo, me parece rico eso.”
Error, el disco, es el resultado de las múltiples búsquedas de Eric, el pibe de Villa Martelli: “Tengo un contacto con la música desde la batería. Entonces: lo rítmico. Empiezo a hacer teatro y más allá de que siempre escuché regaee, funk, rock, hubo un momento donde curtí la música electrónica, como dj, y algo de la continuidad de la música electrónica me atrapó, que va siempre, que tiene un pulso. Había algo de eso que me gustaba pero que no me gustaba representarlo digitalmente, entonces el beatbox fue como imitar eso. Y a la vez buscar una intensidad percutiva, con la viola podía suplir una serie de bombos, de golpes, pero cuando apareció el beatbox se abre… ahí tengo mi consola digital, encontré mi pedalera, mis efectos, encontré todo, puedo hacer desde platillos hasta sonidos de pájaros, sonidos de viento, sonidos de una bandeja de dj. Entonces, en la voz tenía todo al alcance, inmediato, como disponible, sin tener la necesidad de acceder a tal cosa. Había que trabajarlo, como la percusión, como la guitarra, como todo. Ahora tengo todo marcado -muestra su mano– pero al principio podía tocar cinco minutos. Y con el beatbox, lo mismo. Al principio intentás y es pfffff… de tanto pffff… empieza a sonar el ritmo. Eso me pareció clave en el lenguaje. La propuesta no tiene batería e intenta tener una intensidad rítmica y entonces se fue armando entre la percu, la guitarra y el beatbox, por ahí empecé a buscar la firmeza rítmica, que haga bailar también…“ Chupate esa mandarina.
Pedimos otra cerveza artesanal y le pregunto a Eric por las letras, muy particulares también. “Es una ensalada que me cuesta entender a mí, pero hay ciertas cosas que me tocan que las quise trasladar ahí. De hecho los textos y letras que hice me las sé de memoria y las involucro con los temas y con la música. No tengo letras escritas, no tengo un cajón con letras o un archivo. Quizás en el proceso de aprendérmelas de memoria las tengo escritas un tiempo pero están todas acá (señala su cabeza). Hay una mezcla sensible o poética, que me vincula con lo flascero, con los sueños, con las maneras de decir las cosas más adornadamente y bellamente o no tan racional y por otro lado una cosa como agresiva, o chistosa o cínica a veces que no sé bien de qué lugar viene, sé que me lo despertó el teatro por un personaje, ver qué tengo para sacar de un personaje y bueno, tengo cosas agresivas y humorísticas o demás. Y crítica a mí mismo todo el tiempo. Al otro y a mí. Y después un lenguaje como televisivo, de absorber mucho de la televisión y de películas y demás y después volcarlo y resignificar toda esa información que está ahí, que al principio arrancó como un juego pero después empecé a encontrar un lugar que es raro volcarlo ahí, pero me gusta que sea raro. Algo deforme. Hay algo de la incomodidad que me gusta generarme y generar. Y ahí está como la violencia desafiante o provocadora mía, al otro, al público. Después está el otro lado poético y sensible, que me pongo a recitar algo poético o a transmitir eso sensible que me parece algo que está bueno: el amor, la tristeza, la muerte. Y el barrio –soy de Villa Martelli–. Asomó un poco esa parte barrial y para una segunda etapa –porque estamos planeando un próximo disco– creo que va a estar más presente porque estuve flasheando con eso. Sí, el barrio, la calle, más allá de lo épico, más allá de la poesía, lo bello, también lo concreto, lo barrial, los pibes, los fierros, la esquina, la birra, el paco, los furgones del tren, la vereda, todas esas cosas que me parecen que están buenas que no es por una cuestión de querer meter eso sino que fue parte de mí en cierto momento que pasé de colegios privados a colegios estatales y que pasé de situaciones de estar encerrado en un frasco de mayonesa a estar en una escuela con pibes de la villa y violencia y demás y el wachiturro y cuestiones, entonces para mí todo eso es un collage hermoso, que está bueno darlo a la luz y por parte verlo de afuera, estéticamente, como si fuera un director de arte que sólo dirige lo estético. Están buenos esos brochazos barriales, que en medio de la hermosura aparezca lo concreto y barrial.”
Salimos a fumar un cigarrillo. Entramos al bar y hablamos de deudas, las económicas y de las otras. Eric posa para las fotos. Luego partimos. Eric Mandarina se sube a la moto: “Mi próximo show es en Matienzo el 29 de julio, con la banda.” Saluda. La vida a veces es naranja, eh guacho.
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Fotografía principal: Cari Aimé