Héctor Roberto Chavero. Un ser que a través de su nombre mutó y se convirtió en un hito en la historia de la humanidad. ¿Quién se escondía detrás de ese seudónimo? Alguien que “viene de lejanas tierras para decir algo”. Alguien llamado Atahualpa Yupanqui. Un tipo que narró, llegó a otras dimensiones con nuestra poesía y nos marcó un mágico camino. ¿Qué hay de su legado de contador de historias, de juglar gaucho? ¿Vive en otros o pasó al olvido?
Para la búsqueda del Legado Yupanqui (“narrarás”, “hazte contar” en quechua) pensé en mi San Juan, una tierra llena de narraciones y de artistas que saben interpretarlas. Tierra que se ha visto fortalecida en estos años por músicos que se animan a mostrar lo que hacen. Y en esa búsqueda de los cuentistas de mis pagos llegué a Fabricio Pérez. “El Pérez”. Un cuyano de pura cepa que fusiona folklore con los sonidos que brotan del paisaje natural y humano para recrear sus acordes. “El Fabri” estaba recién llegado de Europa y era el momento ideal para una charla, mate mediante.
La entrevista se pactó en su lugar, un departamento compartido por otros personajes, con habitaciones decoradas por miles de boletos de colectivo, pósters de bandas y otros elementos bizarros que le daban el necesario amor familiar a ese hogar. Cuando el agua estaba a punto de hervir, preparamos todo y subimos a la pintoresca terraza a entrevistarnos.
La comunicación como base
Fabricio Pérez empezó a tocar en la secundaria y desde esas épocas pensaba en mostrar alguna vez su música: “Tenía ganas de mostrar lo que hacía, pero no me animaba o sentía que lo que tenía para decir no era importante”. Desde la temprana edad sus raíces se enterraban en la Comunicación.
Fabricio terminó sus estudios secundarios y universitarios (es Licenciado en Comunicación Social) y su actitud siempre fue proactiva: “En relación a comunicación, trabajo desde los 17. En la escuela hacíamos cortos y escribía en una revista. Siempre he trabajado en relación a eso: escribiendo, filmando, guionando y como periodista”. Y la música siempre estuvo a un lado.
Momento bisagra
Fabri comenzó a rodar en asados y juntadas hasta que un amigo ofrece pagarle por grabar sus canciones y lo convence a presentarse públicamente. Ese vez se trató de una intervención y El Pérez la recuerda así: “La primera vez que toqué era un espectáculo audiovisual: una falsa entrevista de radio en la que yo decía boludeces sobre mí y me hacía el langa. Lo hice y me fue bien. En ese momento estaba haciendo un programa de radio con músicos y conocía gente. Armé la fecha, otro amigo hizo un video, lo subimos a YouTube, lo mostramos y empecé a recibir palabras que no esperaba que me dijeran y dije ‘Capaz que lo puedo hacer’ ”. La segunda fue en una fiesta con bandas amigas y para la tercera tuvo la posibilidad de abrir para Lisandro Aristimuño en un evento provincial de teatro (Teatrina) en 2008. “Al principio, me asusté. Después me di cuenta que estaba todo bien y seguí. Y ahí me decidí”.
El aprendizaje desde una banda
A la par de su incipiente carrera solista Fabricio estaba tocando en Sudamericaneros, un trío de folklore fusión local con el que estuvo de gira unos cinco años, haciendo una pausa de sus músicas y poniendo sus energías en aprender a través del trabajo colectivo.
En la banda conoció más sobre sonido, cómo grabar y hasta tuvo espacio para tocar sus canciones. Al poco tiempo de haber empezado, tocaron para un festejo del 21 de septiembre en el Parque de Mayo de San Juan y Fabri pudo verse desde otro plano: “Estuvimos en un escenario con un sonido gigantesco y no veíamos dónde acababa la gente. Y es algo que no tiene mucho sentido porque tal vez tocaste el sábado anterior y te fueron a ver cincuenta personas y ahí, miles. Toda una avenida que no te está escuchando, que no les calentás un carajo, que te bardean. Es rarísimo. Y con todo eso aprendés”.
Sudamericaneros viajó por varias ciudades y tuvo su espacio propio, previo a Casa Fantasma donde preparaban comidas, daban talleres de música y charlas sobre autogestión y muchas cosas más.
Según el entrevistado la banda le mostró el camino: “Había tenido un problema de salud y me di cuenta que era terapéutico. Es indisoluble de estar vivo. Esas ideas que a veces uno se propone de hacer una carrera o pensarse en algún lugar… si hay algo que está muy adentro va a salir. No podes combatir contra eso”. Y en ese sendero la Comunicación siempre estuvo presente:
“Para mí la música es un encuentro: encontrarme con alguien en una canción”.
La experiencia del vivo desde la autogestión
Para Fabricio Pérez tocar en vivo es una de las cosas más importantes que le vida le ha ofrecido. La decisión fue difícil pero es algo de lo que no se arrepiente. Y en la autogestión, el trabajo se duplica: además de los ensayos y el show, hay que diseñar el evento, comunicarlo, estar pendiente de las bebidas y las entradas y tener energías para subir al escenario. “Ahí te das cuenta que tiene que ser un trabajo colectivo: uno no podría hacerlo solo”. Y ese acto mágico, Fabricio reflexiona: “Uno se entrega. No sé otra cosa. No podría tocar viendo qué onda. Toco, cierro los ojos y le mando. No me sale de otra forma”.
Su preparación es simple: usa una guitarra, toca las mismas canciones y la entrega con el otro es igual. El respeto es su norte: “Me disgusta mucho cuando hay poca honestidad y poco esfuerzo. No me gusta cuando veo a alguien que está haciendo cualquiera. No tiene que ver con la calidad o si sabe tocar. Si no sos honesto con lo que hacés, no transmitís nada. Trato de pensar en eso: no boludear a nadie porque no me gusta que me boludeen. Me parece que si vos no boludeás a nadie podés conquistar la atención de cualquiera: desde un escenario enorme a una casa. La música me atraviesa y no me da para caretearla”, remarcó.
El compromiso social
Según el pensamiento del Pérez el artista es una persona viva dentro de un conjunto social. Y como tal, está empapado del lugar donde se encuentra y de las personas que lo rodean: “No me puedo hacer el boludo si el agua que sale por mi canilla viene con cianuro. Si te hacés el boludo es porque te querés hacer el boludo. Ahí es donde no lo concibo”.
La imagen es parte integral de un músico pero tiene que venir acompañada de contenidos y compromiso. “Es más fácil ser evasivo que comprometerse”, apunta Fabri.
Con el ruido a otro lado
Fabricio estuvo de viaje cuatro meses por distintos países de Europa y en sus giras algo ancestral lo acompañó: “En algunas ciudades me distinguían por el idioma o la manera en que cantaba. A veces tenemos fraseos incorporados porque los hizo Fito Páez y antes, Lito Nebbia o la base del ‘Motorizado’ porque antes la hizo Spinetta. Y no nos damos cuenta. Tenemos maneras de cantar y tocar que otros lugares no tienen”.
En Barcelona, París y Londres tenía contactos para tocar, pero en otras urbes la historia fue distinta: “Cuando estuve en Praga le escribí a un tipo que tenía un bar y me preguntó si era cantautor. Me dijo que me podía pagar y darme cerveza gratis. Si hacía covers, no me daban eso: lo contrario a lo que pasa acá. Y era todo rarísimo. El idioma no se parece a nada. No sabía dónde estaba el bar, andaba solo con la guitarra, empezó a llover a las siete de la tarde y dije ‘¿Para qué estoy haciendo esto?’ Estaba afiebrado y dije ‘¿A qué voy?’. No me iba a entender nadie. No sabía quién me iba a querer escuchar. En esa fecha estuve con otros dos tipos que hacían covers de los Beatles y Oasis. Me vendieron como una rareza: un argentino que iba a ese lugar. Y al final me pidieron otra, yo me quería ir y pensé ‘Puedo decir cualquier cosa. Puedo inventarme una canción ya’. Improvisé algo ahí sobre una idea que venía trabajando y pude experimentar el encuentro solamente por cuestiones de que era otro lenguaje”.
Los miles de kilómetros que lo separaban de sus pagos, el frío y la soledad fueron condimentos ideales para preguntas existenciales: “Después del show pensaba: ‘¿Para quién tocamos? ¿A quién le hablamos? ¿Hace falta irse tan lejos? ¿Hace falta estar acá y decir las cosas que hay que decir acá?’. Estaba en el culo del mundo, con cosas que me importaban solo a mí. Uno siempre habla de temas universales, en definitiva, pero me pregunté todo eso. Como la canción de Charly ‘Para quién canto yo, entonces’. Me preguntaba para quién hacemos lo que hacemos. Si tendría que ajustar las tuercas en lo que yo hago. Si le estoy cantando a un público específico y tal vez ese público necesita otra cosa de mí. Algo que no le estoy dando”.
Reflexiones y refracciones
Hacer borrón y cuenta nueva es algo necesario para los espíritus. Y Fabricio lo cuenta así: “A veces hay que hacer un reseteo. Lo hice hace 10 años cuando me di cuenta que tenía que tocar. Con poco más de 20 estaba trabajando y estudiando, me fui a trabajar a Buenos Aires unos meses, volví y me dije ‘¿Qué estoy haciendo, culiado? ¿Para qué sirve estudiar una carrera? ¿Para qué sirve aprobar ya una materia?’. En ese momento se me explotó el marote y dejé todo. Estaba tomando clases de bajo, me puse a tocar y a hacer radio. Y la vida se me abrió. Fue un año donde sólo me puse a hacer cosas que me gustaban. Y ahora me parece que fue algo parecido. Está bueno hacerlo. Te ayuda a ayudar a los demás”.
Fabri siente que la raíz de nuestros problemas es la falta de empatía. “Volví con la idea de que no nos estamos ayudando mucho. Hace un tiempo que estoy en la banda de Fabricio Montilla y un día me preguntaron por qué estaba ahí, como si estuviese detrás de alguien. Y no me entró en la cabeza esa idea: es poner todo el tiempo el ego adelante, que es lo que sucede con la mayoría de los músicos”.
En sus viajes notó que el panorama musical de afuera se caracteriza porque los músicos dialogan más. Conoció lugares donde los artistas se juntan a zapar, lugares donde todo está enchufado, la gente sube a un escenario y comienza el juego. “Te subís al escenario a jugar con los otros. Por eso también me gustan las bandas donde se borran las personalidades, como Sig Ragga”.
Otra gran diferencia es la diversidad, algo esencial de las ciudades cosmopolitas. “Hay mucha gente de todos los continentes. Y todas activas. Todas necesitando vivir y mostrarse. Las cosas se mezclan. Gente que necesita reafirmar su identidad. Ves esa diversidad mezclada”.
Sus conclusiones son claras. “El diálogo y ayudarnos entre nosotros es la que va. Y algún día le toca ayudar a uno más que a otro. Al ego es re difícil ganarle. Obvio que a mí tampoco me sale tan fácil. No sé cómo será en otras bandas, pero me parece que deberíamos tender a hacer eso: ayudar y dialogar”.
Toda nuestra charla estuvo cargada de momentos mágicos. Secuencias que el mate amigo intensifica y hace más profundas. Como esa que tuvieran Joaquín Soler Serrano y Atahualpa Yupanqui, charla en la que hablaron de Argentina, el campo, los hombres y sus costumbres, la poesía y la música que uno lleva dentro. Hasta de la amistad: esa gran fuerza que une personas.
Mientras lo escuchaba pensaba: ¿Y si El Pérez viene de lejanas tierras para decir algo? ¿Y si viene de otro plano para narrar y recién se está dando cuenta? Tal vez el camino siempre estuvo pero escondido dentro de él y tenía que descubrirlo. Tal vez todo se reduce al amor por lo que uno hace y a los demás.
Siempre hablamos para otro. Real o imaginario. Para Atahualpa “No es audición, es confidencia. Es uno mismo con otro cuero. Es uno mismo con otra piel”. Para Pérez es “encontrarse con alguien en una canción”. ¿Casualidad? ¿Causalidad? Solo el cosmos sabe.