Flamantes Nihilistas se formó a comienzos de 2017. Ese mismo año, la agrupación musical conformada por Luciano Alonso (bajo y lírica), Ana Vojnov (teclados y voces) y Mauro Digalz (batería) lanzaron dos EPs: Teoría de la noche y Mis amigos, los lobos. “El nombre de la banda es un capítulo de Apocalípticos e integrados, de Umberto Eco“, explica Luciano. “Desde que lo vi dije: este es el nombre para una banda. Por la utopía de lo nuevo, como volver a descubrir la pólvora”.
La génesis del flamante nihilismo
Este 2018 es el turno de El barco ebrio, título tomado de un libro de Arthur Rimbaud. Sobre la evolución musical de la banda, Ana agrega: “Lo compositivo evolucionó bastante. Antes la composición era más de inexpertos, y ahora salió esto, que es genial, con la experiencia de haber compuesto varios temas. Encontramos nuestra forma. Siempre Luciano arranca, y a partir del boceto que propone lo vamos transformando”. Mauro profundiza la explicación sobre ese proceso compositivo: “Lu arma una línea y una letra. Ana agarra el piano y la letra, los dos tocan eso y después entro yo; y digo: hagamos un espacio, un silencio, esto me gusta, esto no me gusta, dale más power acá. Y empezamos a experimentar a partir de ahí”. Lxs tres coinciden en la importancia de la producción de Santiago de Simone, productor del disco, y Ana remata: “Nos tiró cosas que parecen simples pero funcionan… Tiró un concepto que funcionó: Menos es más” y agrega, luego, sobre su trabajo vocal:
“Gané mucha cancha con el paso del tiempo. Cuando grabé me escuché mejor que nunca.”
Hay algo característico en Flamantes Nihilistas: la búsqueda de plasmar cierto concepto. “No sé cuál es el concepto. Yo diría pesimismo jocoso. No hay ningún plan previamente trazado. Está sujeto y abierto a la posibilidad de la constante reescritura, solo que eso no sucede en forma accidental”, indica Luciano que es señalado por los otrxs dos integrantes como el eje conceptual de la banda. “No es programático. Nosotros trabajamos, escuchamos lo que grabamos y decimos, eh, boludo, esto se parece a los Smashing Pumpkins, y si yo hubiera querido hacer previamente un tema parecido a los Smashing Pumpkins, ni en pedo me va a salir. Claramente, porque escuché mucho a los Smashing Pumpkins, cuando compongo, se debe parecer. Y vos me decís: hay influencias de Rimbaud, de Baudelaire, de Pizarnik: seguro, pero son accidentales. Se me filtran las influencias porque es lo que me gusta y lo que escucho y lo que leo. Es algo que le pasa a todo el mundo y es parte del proceso creativo y punto. Para mí la única moraleja es que el arte, la música y la literatura que consumís te define. Hay que mantener una calidad elevada en la búsqueda artística personal. Como banda, como artista, me parece importantísimo el compromiso con uno mismo. Si vos consumís pelotudeces, lo más probable es que vayas a producir pelotudeces. Me parece que el compromiso artístico, en cuanto a consumidor, es muy importante para crear”.
El paso de los unders
“El under es un abanico muy grande,” analiza Mauro. “Tenés el under de Los Espíritus, tenés otro under más chiquito y tenés el under donde estamos nosotros. Hay un under que se quiere auto sustentar, podés no querer llenar Obras pero si no tenés plata para la sala…” Luciano interviene: “Es muy difícil saber qué carajos es el under. Y hay bandas que son under porque no les queda más remedio, y hay otras bandas que buscan ser under. Porque hay cierta búsqueda estética… Hay muchos que se escudan en el cliché de: ‘ay, soy un artista incomprendido’. Nadie me escucha, entonces soy bueno. Es un malditismo berreta. Por otra parte, hay bandas –Los Espíritus son un ejemplo– que fueron under, crecieron y ahora son los monstruos que son, pero al mismo tiempo, el sonido se los permitía. Si tuviste la suerte de escucharlos en su momento, te das cuenta de que podían ser mainstream tranquilamente. Hay bandas que se la re bancan. En definitiva, la industria es un misterio absoluto”.