Florencia Ruiz lleva grabados diez discos: seis en solitario, uno con Ariel Minimal, uno con el Mono Fontana –sí, el histórico y genial tecladista de Spinetta– con quien actualmente forma un dúo, uno de remixes y otro que compila quince años de su música. La contacto y Florencia me propone encontrarnos en el Bar Pan y Arte, Avenida Boedo al 800. Es domingo. El bullicio ambiente es ensordecedor. Florencia, me cuenta, transcurrió su infancia en Villa Luzuriaga, conurbano bonaerense. ¿Qué hacía aquella niña? “Jugaba con mis amigos de la cuadra, en la calle. Tengo un hermano un poco más grande, casi de mi edad. Árboles, calle…” ¿Y en qué se transformó esa niña Florencia? “Soy ama de casa, soy madre, soy profesora, soy música…”
La salieri de Charly
Llega el café y continúa el sonido abrumador del interior del bar. A los gritos, casi, le pregunto a Florencia qué música escuchaba esa niña de Villa Luzuriaga: “Yo escuchaba a Charly García, siempre. Mi abuelo era músico, yo vivía en su casa, estaban todo el tiempo cantando, y mi tío trajo esos discos de Charly… y recién a los siete tuve mi propio casette, mi única propiedad, Yendo de la cama al living. Yo era de Charly y lo sigo siendo. Lo de Charly – Spinetta no lo termino de comprender, cada uno es quien es, cada uno hizo su camino…” Comentamos con Florencia aquella tapa de la revista Pelo: Spinetta con la camiseta de River, García con la de Boca. Antinomias inservibles. “Me parece re nabo que te pregunten si escuchaste el disco de tal, no, no lo escuché, pero no hay una malicia, es como que te pregunten, ¿che, te leíste todos los libros que hay en el mundo? No. Me encantaría pero no puedo. No es que uno para ser uno tenga que trabajar en oposición a otro o en concordancia con otro, me parece imposible vivir así”. Esa niña que es la señora Florencia Ruiz ejecutó, como instrumento primero, el bandoneón: “En la primaria, y toqué hasta los veinticuatro años. Mi abuelo tocaba. A los veinticuatro dije, hasta acá llegamos. No se puede hacer todo. Si tocás, tenés que tocar bien, para tocar más o menos, no… para hacer chingui chingui, no…” Florencia es muy rigurosa consigo misma: “Eso tiene que ver con la formación. Yo cuando iba a una clase de composición el maestro me decía: ¿no te quedó nada sucio en tu casa?, ¿un placard?, ¿para qué viniste?, ¿para mostrarme este bodrio? Y yo decía: bueno, me voy, cuando tenga algo bueno, voy a volver. Cuando tengas una buena obra, tráela. Estudié en Morón y en el Conservatorio Nacional. Y no me ponía mal. En la música es eso, nadie quiere herir a nadie, pero si voy quiero que me digan, arrancá de nuevo, está mal… Si vos ponés tu disco y llorás, hay algo que no anda bien. El Mono me pregunta, ¿nuestro disco de uno a cinco, cuánto? Le digo, bueno, pará, primero, es lo que pudimos hacer, porque si me tengo que poner a pensar en cada uno de mis discos todos los podría haber hecho mejor. Siempre, por cosas de dinero, de técnica, de esto, de aquello… Es lo que te pone en la ruta, también”.
El mono tremendo
El disco que editó, hasta el momento, esa sociedad conformada por Florencia Ruiz y el Mono Fontana se titula Parte. Juan Carlos Fontana fue miembro, en su adolescencia, de Madre Atómica, banda mítica de la década del setenta. Luego formó parte de “Nito Mestre y los desconocidos de siempre” pero, fundamentalmente, fue el socio musical y creativo –durante décadas– de Luis Alberto Spinetta. ¿Cómo llegó Florencia Ruiz a armar un dúo con este Mono? “Es una historia muy natural. El otro día me decía Minimal, cuando escuchábamos el disco: es completamente natural este dúo. Fuimos a tocar a un evento que organizó un amigo en común, Fernando Kabusacki, un evento que tenía que ver con Japón, cuando fue lo del tsunami y se les ocurrió hacer algo para juntar guita y lo organizaron en Casa Brandon y se hizo un grupo para improvisar, estaba Ale Franov –hermano de César Franov, miembro de Spinetta Jade– que es un amigo que adoro y es un capo… y estaba Kabu, estaba el Mono y estaba un músico que no puede más, Alan Courtism que tenía una banda que se llamaba Reynolds –banda que puede ser llamada, a falta de otro término, experimental, un documental sobre la banda da cuenta de ello: Buscando a Reynolds– Ahí lo conocí al Mono, charlamos un rato y yo me fui a Japón –suelo viajar bastante a Japón– y después me llamó para hacer un show. Y seguimos tocando hasta ahora. Y ya hace cinco años, sin prisa pero sin pausa”. Debido al bullicio originado, fundamentalmente, en la mesa aledaña a la nuestra, Florencia propone desplazarse hacia el entrepiso del bar. Lo hacemos. El bullicio es menor, pero no tanto. Y sigue comentando sobre su relación con el Mono Fontana: “Tocar con Fontana es el sueño de mi vida. Y para que ese sueño sea realidad hay que laburar mucho. Hay que estar ahí, estudiando, buscando, componiendo cosas nuevas. Las canciones las compongo yo, lo que toca él, no. Él toca teclado, piano, percusiones, panderetas. Y hace fondos”. La observo con extrañeza. ¿Fondos? “Él desde que tiene trece años graba cosas y lo pone atrás. El en Madre Atómica tocaba la batería. Y me contaba que él ponía un vaso y una pastilla de Redoxon para comenzar el show, y lo escuchaba el que estaba adelante, pero a él lo motivaba eso, no le daba igual. Laburó mucho con eso, y por suerte fue cambiando la tecnología y ahora lo hace con un iPhone. Va disparando cosas…” Florencia admira a su socio, el Mono Fontana, un músico de excepción, un creador y también una persona particular: “Sé que para ir al show lo tengo que ir a buscar, conseguir lo que le gusta para comer, conseguir que todos lo traten como corresponde, que el trato lo haga sentirse cómodo y feliz con la situación. Yo me pongo en ese rol porque si tengo un amigo, lo voy a cuidar. No es ‘arreglate, esto es así’. No, esto es un todo, ¿viste? Totalmente un todo”. Paradójicamente, Florencia y el Mono grabaron el disco Parte en una toma: “Es arriesgado. Él dice, si entramos en el viaje, entramos. Es una música elevada. Hay que tener cintura para sostener eso. Me siento muy afortunada. El Mono Fontana es un prócer y es el mejor amigo que te puedas imaginar. Hay una transparencia en ese tipo, en lo que hace…. No soy tecladista pero calculo que para el mundo del teclado este tipo vino a aportar un mundo nuevo. Un periodista de Clarín me cuenta que va a entrevistar a Devendra Banhart, a Austin, Texas, y le dice: ‘¿de dónde sos?’ Y le dice: ‘de Argentina’. Y el tipo le dice: ‘ahí está el mejor músico del mundo, el Mono Fontana’. Le tengo una adoración… Yo hago la prensa, en bici, es un modo de ver la vida… Yo cobro una clase doscientos pesos y la de prensa te cobra nueve lucas por mes… ¿Cómo puede ser? Es el mundo de los valores corridos. Y no quiero estar con ese mundo. El disco va a hacer su camino. Nadie va a decir: ¡oh! ¡Revolucionó a la música argentina¡ Pero dirán: ¿te acordás de este disco?”
Florencia, la madre que no va a cantar la publicidad de Sancor
Esa niña de Villa Luzuriaga se ha convertido en una mujer, Florencia Ruiz, música, madre de Julián, ama de casa, docente: “Doy clases de música, desde toda la vida. Clases en escuelas, en jardín de infantes y hace dos años que lo dejé al jardín y continúo con mis otros laburos que son dar talleres de Armonía Funcional, doy en Estudio Urbano, que es un proyecto del Gobierno de la Ciudad que venimos tratando de sostener, hace mucho, un montón de docentes. O en mi casa… Trabajo. Ciento por ciento. Mi camino es el del que va lento y va tranquilo. Y va seguro, tratando de mirar para adentro, también. ¿Quién soy? ¿Para dónde voy? Son preguntas que siempre aparecen en mí y en mi obra. Laburo mucho en mi propio sonido, llegar al lugar al que tengo que llegar. Yo hice estudios formales de música y eso no me torció de mi rumbo, yo siempre quise hacer mis canciones y nunca sentí eso de ‘ahh, hice esto, logré esto, toqué a tal nivel’ y eso cambió mi canción. Me enriquecí, pero el camino siempre fue el mismo”. Florencia admira a Spinetta, y a partir de él hablamos de cierta ética artística: “Tiene que ver con cierta tranquilidad, cierta comunión en los ideales, en los valores, en cómo encarar la música, con la dedicación, la concentración…” Una ética que, evidentemente, Florencia construyó y practica: “Lamentablemente, lo cultural pesa mucho. Y uno, cuando entiende la música podría pensar: pongo azúcar, dos huevos, harina y algo copado sale. Pero no es la idea. A mí me llamaron muchas veces para hacer un grupo de rock de chicas de no sé cuánto… Olvídate… Prefiero ir al Jardín. Muero con la bici y en piyamas yendo al jardín, no quiero que asocien mi nombre con ciertas cosas. No me interesa laburar de música.”
¿Qué música escuchás? Estás en tu casa, ¿qué pondrías ahora?
“Este año es complicado porque llegó a mi casa una bandeja de vinilos. Y llegaron libros viejísimos, es genial. Todos los días pongo un disco, lo escuchamos con mi hijo, así que si escucho discos son los de mis amigos: Ariel Minimal, Flopa y muchos alumnos que tengo que están haciendo discos, todo lo que me mandan trato de escucharlo. Lamentablemente el día tiene veinticuatro horas y tengo que trabajar, si estuviera becada me gustaría escuchar un par de discos… Este año me pareció un discazo el de Liliana Herrero, gran disco, increíble… ¿De qué otro disco dije no puede más? Alan Plachta, me dio un disco de su grupo, Tatadios, buenísimo… También tengo ese ánimo docente: soy muy alentadora”.
La tarde cae en el barrio de Boedo. Intercambiamos con Florencia opiniones sobre la eterna discusión sobre vida y obra, del éxito artístico, acomoda sus mechones de pelo color ceniza. “La política es importante. Los valores están distorsionados. ¿Qué es el valor para un músico? Llenar un teatro. Está bueno, pero si no lo llenamos no se me va la vida, no me importa quién venga. Para mí el asunto es tratar de ubicarse. Un poco tenemos que entrar en las reglas del juego, porque si no entrás te quedás afuera. El Príncipe, Mateo, todos esos musicazos que terminaron arruinados. Una vida triste. No la pasaban bien, la pasaban re mal. Si no le podés dar a tu hijo un plato de fideos, es triste. Hay que encontrar un sano equilibrio. Ahora cuando te llaman para cualquier cosa… ¿podés cantar la de Sancor? No. Van a decir, ¿a esta piba qué le pasa? ¿A cuánto equivale una publicidad? ¿A cien clases? Bueno, doy las cien clases…”