Con Diego nos conocimos a mediados del 2012 en Córdoba. Hacía un tiempo que la ciudad estaba marcada por su reconocido dibujo del niño azul, que indudablemente llamaba la atención.
Los ojos del niño simulan un punto donde se mezclan el alma y el cuerpo, puerta melancólica a un mundo que solo el artista nos deja conocer a través de sus obras.
Él parece ser ese niño, algo tímido y de pocas palabras, con una imaginación sin igual. Entonces, ¿qué hay detrás de la mirada?
Diego Roa es un joven oriundo de Santa Cruz que registró su atractivo en el dibujo y a la pintura, absorbiendo los primeros conocimientos de libros de ilustración, cómics y publicidades de la década del ’50.
Reconocido por trabajos en formatos como el dibujo, el graffiti y la animación entre otros, hoy sigue sus estudios de arquitectura en la Universidad de Buenos Aires permitiendo así una búsqueda más aguda sobre el arte que desarrolla.
A partir del 2002 sus obras comienzan a ser publicadas en diferentes revistas tales como Rolling Stones, Inrockuptibles, Diario Clarín, etc. Así también comienzan a ofrecerse nuevos clientes de reconocidas marcas: Vans, Fila, Mercedes Benz, Puma, Parliament, Absolut Vodka, Samsung y más.
Diego es el protagonista de una importante intriga que se genera en Capital Federal durante los últimos años con la aparición de más de 1000 rostros de niños en trazos color azul, distribuidos en toda la ciudad sin firma de autor. Esta intervención callejera derivó en la búsqueda de su creador por parte de reconocidas marcas multinacionales, productoras, galerías y medios visuales, marcando el posicionamiento de su obra.
¿Qué te llevó a realizar el mismo dibujo en color azul, sobre distintas ciudades?
En un principio fue un dibujo que reflejaba de forma sintética el mismo mensaje que mis pinturas caseras, las cuales me llevaban muchas horas finalizar. Era un dibujo que me representaba y decidí multiplicarlo, sin utilizar firma alguna ya que no me parecía importante que se sepa quién las realizaba. En cuanto al color, antes trabajaba mucho con celestes, en este caso (representar sombras) lo más oscuro que tenía cerca era el azul, el color que utilizaba mucho en mi infancia.
Una vez que descubrieron quien estaba atrás del rostro aniñado, ¿cuál fue la respuesta de la gente? ¿Qué esperabas personalmente, como respuesta a tal acción?
Comenzó a sonar el teléfono, para pedidos de ilustraciones, muestras y murales. No fue de un día para el otro sino un cambio exponencial.
Yo no tenía muchas expectativas, me interesaba ser anónimo pero se corrió la bola de quién era el que lo realizaba y decidí exponerme en diferentes medios para ver qué pasa.
Nunca fui de ponerme sobrenombres. Me interesaba saber si es tan necesario ocultarse detrás de estos para pintar en las calles sin tener problemas. La conclusión es que los sobrenombres son una moda o un nombre artístico, los cuales son necesarios utilizar en otros países con otras leyes.
¿Cómo fue tu experiencia al trabajar en el arte de bandas de música?
Muy reconfortante, ya que desde muy chico me vi infuenciado por el arte de tapas de las bandas que escuchaba y ahora era mi turno para hacer una devolución. Puedo decir que es un trabajo muy divertido, un recorrido que parte desde una gran incertidumbre en cuanto a la composición de una pieza más abierta y diferente a mis obras personales, hasta llegar a los pasos finales con sumo detalle. Suelo dar muchas vueltas intentando encontrar un estilo que represente a la banda (escuchando sin parar su musica), pero por suerte siempre cerré muy conforme esta clase de pedidos.
Más allá de tus clientes y trabajos a pedido, ¿cómo se desarrolla tu obra personal? ¿En qué estas trabajando ahora?
Ahora me encuentro trabajando con nuevas tecnologías y pigmentos sensibles a cambios ambientales, es algo que me va a llevar bastante tiempo de estudio pero va todo por buen camino. Me mantengo desarrollando nuevos personajes y situaciones entre ellos.