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    Jaz Coleman: "Es un tiempo terrible y maravilloso para estar vivo"

    Hablamos con Jaz Coleman, líder de Killing Joke y creador del Club Malvinas Underground Forum, sobre su vida en Argentina, el colapso del mundo tal como lo conocemos, la música como refugio y por qué cree que nuestro país tiene un rol clave en lo que viene.
    De Juampa Barbero19/06/2025
    Jaz Coleman.
    Jaz Coleman. Foto: Gentileza del artista.

    Jaz Coleman es una figura imposible de encapsular en un solo gesto. Músico, compositor, filósofo autodidacta, activista contra el globalismo, ocultista pragmático, y anfitrión de espacios que parecen salidos de otra línea temporal. Fundó Killing Joke con la idea de provocar un temblor cultural, y desde entonces convirtió su vida en una mezcla constante de experimentación y resistencia. Coleman encarna esa rara estirpe de artistas que no distinguen entre arte y advertencia. Cada uno de sus proyectos —ya sea un disco, un manifiesto o un club— parece estar diseñado para sobrevivir a una catástrofe. Y no porque sea pesimista: porque está convencido de que aún se puede construir algo verdadero entre las ruinas.

    Desde hace un tiempo, Coleman llama hogar a un rincón del mundo que, a simple vista, parecería estar lejos del caos global. “Llegué a Argentina hace dos años. Y aunque amo Sudamérica, vine porque me enamoré. Seamos honestos”, admite en conversación con Indie Hoy, con ese tono entre solemne y juguetón que caracteriza al artista de 65 años. Lo dice sin evasivas, como si su arribo a Buenos Aires tuviera algo de fuga y de destino a la vez.

    Argentina, dice, le recordó a Egipto. “Al principio fui por las antigüedades, pero terminé enamorándome de la gente. Acá me pasó lo mismo. Me enamoré de la gente”, cuenta. Lo que encuentra en la sociedad argentina es algo más que simpatía: “Amo al pueblo argentino. Es una sociedad fuerte, resiliente, que atravesó muchas crisis económicas y que está preparada para todo. Es reconfortante vivir entre personas de buen corazón y generosas”.

    Pero su mirada no se detiene en la superficie. Coleman ve en este país un territorio complejo, donde conviven muchas culturas y tensiones, y también un lugar desde donde actuar. “No sé si estás al tanto de los titulares, pero estamos en medio de una especie de Tercera Guerra Mundial. El Reino Unido ya declaró que está en guerra con Rusia, y Argentina, de alguna forma, ya tuvo experiencia con esta gente. Es un momento muy peligroso”.

    En ese clima de urgencia, de desinformación y ruido constante, su respuesta fue construir un refugio: Club Malvinas Underground Forum. “Decidí fundar un club donde los teléfonos móviles están prohibidos —cuenta—. Un club de música underground donde podamos hablar, integrarnos, colaborar y tener ese tipo de conversaciones que teníamos antes de que existieran los celulares y el internet”. El gesto no es menor: “Prohibí completamente el uso de teléfonos en el club. Y estoy tratando de armar una programación que incentive a las personas a colaborar”, asegura.

    El germen del Club Malvinas Underground Forum se remonta, para Coleman, a un punto de inflexión personal y político. “Para mí, todo lo relacionado con Malvinas empezó en 1982 —recuerda—. Ese año publique un single llamado 'Empire Song', que hablaba sobre los excesos del Imperio Británico, y coincidió exactamente con el estallido de la guerra”. Esa sincronía entre el arte y la historia lo marcó para siempre. Lo acercó a un conflicto que muchos británicos prefieren no pensar. “Si lo hicieran, mirarían el mapa y se preguntarían qué hacen las fuerzas británicas en unas islas tan cercanas al territorio argentino. La respuesta es simple: están robando recursos, usando las islas como base militar para avanzar sobre la Antártida”, cuenta.

    Nacido en el Reino Unido pero de ascendencia anglo-india, Coleman creció con una educación que le enseñó a ver con claridad los abusos del colonialismo. “Los británicos inventaron los campos de concentración —asegura—. Si mirás cualquier zona en conflicto hoy, vas a ver que antes estuvo ahí el Imperio dividiendo pueblos, enfrentándolos”. Para él, es una lógica repetida: “Pasó en Irlanda del Norte, cuando metieron escoceses; pasó en Sri Lanka, trayendo tamiles del sur de India; pasó en Pakistán, desplazando a los musulmanes hacia el norte. Esa lógica de dividir para conquistar me llena de rabia. Hace 45 años que me siento así, y lo primero que hice fue buscar otra ciudadanía porque me avergüenza la política exterior británica”.

    No es un lamento pasivo, sino un llamado urgente. “Amo a mi familia y a mis amigos en Inglaterra —admite—, pero parece que vamos directo a una Tercera Guerra Mundial, a una aniquilación nuclear, y los líderes están empujando todo hacia eso. Los misiles que caen en Rusia están programados por británicos, alemanes y franceses. Somos cómplices de esta guerra. Cuando todo esto termine y miremos atrás, vamos a tener que hacer responsables a quienes nos llevaron a este desastre. Lo mismo pienso del Foro Económico Mundial, que detesto. Detesto el globalismo”.

    En ese contexto sombrío, el arte sigue siendo su única forma de resistencia: “Uso el arte como herramienta de lucha, para educar, para unir. Mucha gente siente que ya no importa votar, que las élites hacen lo que quieren sin escuchar a nadie. Y viendo la situación de Argentina, sentí que era el momento de hacer algo”.

    Ese algo es el Club Malvinas, un espacio de cultura subterránea pero también de contención. “Ya hice muchas cosas en mi vida, pero ahora solo quiero crear un espacio donde podamos respirar aliviados, rodeados de personas con las que compartimos una visión —cuenta Coleman—. Un lugar donde podamos hablar y tener conversaciones interesantes, algo que se perdió entre tanta pantalla”.

    La chispa se encendió con una canción escrita por él, “Universe B”, dentro del disco titulado Hosannas from the Basements of Hell (2006). “Ahí digo: ‘Festejamos toda la noche mientras la última batalla ardía’. Y eso es lo que está pasando: estamos al borde de una guerra nuclear. El reloj del Juicio Final está a un minuto de la medianoche”.

    En el club, no se hablará solo de música. Habrá lugar para pensar en lo que viene. “Vamos a hablar de temas como la hiperinflación alimentaria, cómo sobrevivir, cómo producir alimentos sin sol, porque el aumento de la actividad solar puede tapar al sol y generar fallas en las cosechas. Si no hay comida, no hay música —cuenta sobre la programación del evento—. Si yo estuviera en el gobierno, subsidiaría los alimentos. Hoy los más pobres son los que más sufren, y lo que se viene es una depresión económica más fuerte que cualquier otra, una hiperinflación que va a sorprender incluso a los argentinos”.

    Por eso, Club Malvinas busca ser refugio, trinchera y ágora. “Quiero construir un lugar al que quieras ir, donde te sientas seguro y puedas hablar de los problemas que nos atraviesan —asegura Coleman, quien espera hacer siete encuentros en lo que queda del año, y expandirse a Colombia y Perú—. Es una tarea enorme, y no hay que olvidar que hoy la gente ya no tiene plata. Los festivales de música están desapareciendo en todo el mundo porque la gente no puede pagarlos”.

    Pero si alguien no puede pagar, podrá ir igual. “En nuestro club, si alguien no tiene plata y nos avisa con anticipación, puede venir igual. Vamos a mantener los precios bajos: la entrada va a costar lo mismo que tres cafés”.

    Hablar con Jaz Coleman es moverse entre capas del presente y del pasado, entre lo visible y lo invisible. Cuando se menciona Pylon, el último álbum de Killing Joke, su voz baja un poco, sin perder firmeza. “Oh, Pylon… bueno, sabés, es el último álbum que hice con Geordie, y eso significa mucho para mí”. Cuenta acerca del guitarrista Geordie Walker fallecido en 2023. Compartieron 45 años de banda, de viajes, de visiones del mundo que mutaban pero no se quebraban. “Hicimos todo juntos”.

    Pylon, para Coleman, fue también una advertencia. “En este disco hablamos de muchas cosas que están pasando ahora. No sé si estás al tanto del tema de la geoingeniería… La mayoría de las nubes que ves en el cielo son falsas. Y, bueno, nuestros cuerpos están siendo envenenados por lo que están rociando sobre nosotros. Y esto no es una teoría conspirativa, es una conspiración”, asegura. En sus palabras, Pylon no es solo un disco: es una denuncia con base poética. “Tratamos todos estos temas... temas muy drásticos. Tengo recuerdos felices de esa grabación. No sabía que iba a ser la última con Geordie. Hace dos años tocamos en el Royal Albert Hall y tampoco sabía que ese iba a ser el último show con él”.

    Jaz Coleman.
    Jaz Coleman. Foto: Gentileza del artista.

    A pesar de todo, no hay lamento. Hay gratitud. “Estoy muy feliz. Cada día me despierto y me digo a mí mismo: es un privilegio estar viviendo acá en Argentina. Lo siento de verdad”, cuenta. Desde su visión, el país tiene una fuerza latente, incluso en medio del desconcierto: “Creo, en el fondo de mi corazón, que pase lo que pase en el mundo, Argentina va a emerger dentro de diez años como una potencia global, con todos los recursos que tiene este país. Claro que eso tiene que llegar también a la gente común”.

    Esa tensión entre esperanza y advertencia atraviesa todo su pensamiento. Coleman no habla de política partidaria, sino de estructuras de poder: “Vivimos en un mundo donde las decisiones las toman las corporaciones más que los políticos. Y eso, solo para que todos lo recuerden, es fascismo. Benito Mussolini lo dijo: el corporativismo es fascismo. Y eso es lo que está pasando cuando empresas como BlackRock le dicen a los países qué hacer”. Su consejo, antes de cualquier voto, es directo: “Asegurate de que los políticos en cuestión no tengan vínculos con el Foro Económico Mundial o con foros globalistas, ya sea el Consejo de Relaciones Exteriores o Davos. Esos son los enemigos del pueblo. Esos son los enemigos de la humanidad, en mi opinión”.

    El viaje se vuelve aún más extraño cuando se menciona Pandemonium, el disco de Killing Joke grabado en la Gran Pirámide de Giza. Para Coleman, no se trata solo de una anécdota excéntrica: fue una epifanía. “Fue una gran experiencia —sintetiza—. Para resumirlo: me convenció de que este mundo fue habitado por visitantes. Si lo pensás… fue habitado por civilizaciones que no son de la Tierra”. La sensación física lo marcó: “Cuando entrás en la Gran Pirámide, cuando subís por la Gran Galería... lo sentís. Sentís que es... alienígena”.

    Y hubo más: “Grabando ahí tuvimos algunas experiencias muy curiosas. Nuestro ingeniero se quedó dormido en la Cámara del Rey y, mientras dormía, vio miles y miles de ojos alienígenas mirándolo. Él estaba convencido de que la pirámide es una tecnología de conciencia. Salió corriendo de la pirámide. Tuvo un derrame y murió por esa experiencia”.

    La historia parece una leyenda urbana, pero para Jaz es real, parte de una verdad que desafía el consenso. “La ficción es más cuerda que la verdad. O, mejor dicho, la verdad es más extraña que la ficción. Y en la época en la que estamos viviendo ahora, más allá de las posibilidades de extinción, estamos empezando a darnos cuenta de que no estamos solos. Y la revelación está cerca. La revelación de que el ser humano no es la única entidad en el universo”. Por eso, dice con una mezcla de temor y asombro: “Es un tiempo terrible y maravilloso para estar vivo”.

    La carrera de Killing Joke empieza con una sensación que, para Jaz Coleman, no cambió demasiado con el paso del tiempo: la amenaza constante del fin. “Era como ahora mismo, mientras te hablo —dice sobre 1980, el año en que publicaron su primer álbum homónimo—. En ese entonces sentíamos que no nos quedaban muchos años antes de que estallara una guerra atómica y todos muriéramos”. Esa idea, la inminencia del colapso, no era solo paranoia juvenil: era atmósfera. Estaba en las canciones, en las calles, en la forma de vivir. “Era como los últimos días, todos estaban tomando drogas, había mucha promiscuidad. Yo pasé mucho tiempo en Berlín en esa época, y la gente pensaba que realmente estábamos llegando al fin del mundo”, recuerda.

    Ese primer disco de Killing Joke fue moldeado por ese pánico, por esa sensación de urgencia y destino sellado. “Eso afectó mucho la grabación —asegura—. Y ese primer disco hoy es más relevante que en aquel entonces. Si me hubieras dicho en 1980: no te preocupes, te quedan otros 45 años antes de que empiece la Tercera Guerra Mundial, me hubiera gustado saberlo”.

    Años más tarde, en 2003, la banda volvió a sacar un nuevo disco homónimo: Killing Joke. Una jugada inusual, pero con un propósito: “Ya estábamos en una etapa de nuestra carrera donde muchos jóvenes nunca habían escuchado a Killing Joke antes, y pensaban que éramos una banda nueva. Así que dijimos, bueno, vamos a dejarle ese nombre: Killing Joke”. La estrategia funcionó. “Mucha gente descubrió Killing Joke a través de ese disco, y luego compraron los discos anteriores. Pero mucha gente que ama Killing Joke pensó que ese era el primer disco”

    La grabación de ese disco, sin embargo, fue todo menos cómoda. Lo produjo Andy Gill, guitarrista de Gang of Four, y fue atravesada por la precariedad. “Geordie y yo estábamos totalmente fundidos, sin un peso. Cada día juntábamos lo que teníamos para ver qué podíamos comprar para comer y beber. Yo estaba tomando alcohol en ese entonces”. La situación era tan crítica que ni siquiera firmaron un contrato para el álbum. “Cada semana el manager me decía: Tenés que firmar el contrato o voy a parar la grabación. Yo le decía: Sí, sí, sí, lo firmamos la próxima semana, la próxima semana. Y seguimos hasta terminar el disco, lo sacaron y nunca firmamos el contrato”.

    El precio fue alto. “Yo sabía que íbamos a tener que esperar otros 15 años para ganar algo de dinero con eso —recuerda—. Y es verdad, no ganamos nada con ese disco. Pero ahora lo poseemos, aunque Geordie ya no está. Él no puede disfrutarlo”. El recuerdo de aquella época sigue impregnado de penurias: “Yo dormía en el piso de amigos, Geordie también. Un amigo nuestro, Eddie, nos llevaba todos los días al estudio de Andy Gill en su auto”.

    Pero esa precariedad también fue semilla. Para Jaz, Killing Joke 2003 es la prueba de que las condiciones más adversas pueden dar lugar a las expresiones más potentes. “Ese álbum me recuerda que la mejor música sale de los momentos más oscuros, de la lucha, de no tener dinero. De ahí sale la mejor música. No sale de estar cómodo”, asegura.

    Killing Joke en Argentina
    Killing Joke en Argentina, septiembre 2018. Foto: Marianarchy Deadbilly.

    A lo largo de más de cuatro décadas y una discografía extensa, Jaz Coleman evita elegir un disco favorito. “No, no —dice sin dudar—. Me gusta la música de todos los discos. Y va cambiando, mis gustos cambian todo el tiempo”. La relación con su obra no es fija: se transforma, muta con el tiempo y con los contextos. De todos modos, guarda recuerdos particulares, como aquel de haber grabado con Dave Grohl. “Fue genial tocar con él en ese disco en particular, y ver cómo grababa. Porque cuando Dave graba en el estudio, hace cada parte de la batería por separado. Primero graba el bombo y la caja, después los toms, y luego los micrófonos de ambiente. Nunca había visto a nadie grabar la batería así”.

    La experimentación no es un adorno ni un recurso ocasional: es el corazón mismo de Killing Joke. “Creo que juega un papel enorme —asegura—. Como, por ejemplo, cometer un error y repetir ese error una y otra vez. Así entrás en un universo distinto. Cosas así. La experimentación es Killing Joke”. Lejos de entrar al estudio con todo planificado, Jaz describe un proceso casi ritual de composición espontánea: “La mayoría de nuestros discos se escriben en el estudio. No preparamos nada. Diría que casi todos los discos se escriben en el estudio, sin ninguna preparación previa”.

    Cuando se le pregunta qué espera de su próximo show en Argentina, Coleman responde con cautela: “¿Qué espero? Espero conocer un montón de gente nueva. Esa es mi única expectativa, realmente”. No hay idealizaciones ni anticipaciones forzadas. “Cuando tenés expectativas sobre un concierto o un evento, siempre es diferente a como te lo imaginás. Por eso trato de no visualizarlo muy de cerca”, asegura.

    Con The Orchestra of Death, su actual proyecto, Coleman quiere canalizar esa misma búsqueda experimental, pero desde otro ángulo. “Elegí personalmente a varios músicos de Argentina para hacer un proyecto experimental. Solo para el club, comisionado por Club Malvinas —cuenta sobre el setlist que mezcla composiciones antiguas y nuevas—. Incluye dos canciones que escribí en 1982, pero no con Killing Joke. El resto es música que escribí en Argentina”.

    Club Malvinas no es solo un lugar donde se presentan shows: es un espacio de intercambio, casi una célula de conspiración artística. “Espero que puedan venir a Club Malvinas, saludarme en persona, y conocer gente interesante. Tenemos un momento en Club Malvinas donde les pido a todos que se presenten a un desconocido en la sala, y eso es lo que hacemos”, cuenta. Para Coleman, lo esencial no pasa solo por la música. “Lo mejor de Club Malvinas es que vas a encontrar nuevos amigos y gente nueva con quien colaborar”.

    Jaz Coleman and The Orchestra of Death se presentará el domingo 29 de junio a las 19:30 h en Lucille (Gorriti 5520, CABA). Las entradas están disponibles a través de Passline, con un 2×1 para socios de la Comunidad Indie Hoy.

    Jaz Coleman
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