En todas las generaciones de artistas estadounidenses, sobretodo en la tradición literaria, hay muchos que se desvelan por desentrañar ese viejo mito que es el sueño americano. John Grant, nacido en Estados Unidos y afincado en Islandia, es uno de esos grandes narradores que, a través de la música, devanea sobre ese sueño que parece construido y estrangulado mil veces, de distintas formas, según la generación. En su quinto disco de estudio, Boy From Michigan, Grant se pregunta: ¿Qué pasa si todo eso que te prometieron si trabajabas duro, si rezabas mucho, y si hacías lo que había que hacer, de pronto se convierte en cenizas?
A tres años de su último disco, Love is Magic, en esta nueva entrega Grant repasa su infancia en el interior de Estados Unidos, su educación religiosa estricta, la decadencia de la vida a la americana y el sexismo y los discursos de odio en la sociedad, desde su mirada, como hombre homosexual y persona portadora de VIH.
El disco, que fue producido por la galesa Cate Le Bon y grabado en Islandia durante la pandemia y al calor del proceso de elecciones presidenciales en Estados Unidos, es una mezcla de su mejor faceta como pianista, electrónica experimental y curiosa, letras narrativas y texturas cubiertas de un manto ominoso, por momentos, también soleado, que confirman a Grant como uno de los grandes cronistas de esa vida deseada que ya no existe, si acaso existió.
¿Cómo te ha tratado esta primavera pandémica en Islandia?
En realidad ahora estoy pasando un tiempo en Reino Unido, haciendo promoción del disco. Pero estuve todo este tiempo en Islandia. Allá fue mucho más fácil que en muchos otros lugares del mundo. No hubo muchas muertes y las restricciones no fueron tan duras como en otros países, así que fue bueno estar ahí y me dio tiempo para concentrarme en hacer este disco.
Todo el mundo parece desear ir a Estados Unidos y lograr quedarse, pero vos hiciste lo contrario: te fuiste de ahí muy pronto y muy lejos. Claramente, tenés una relación agridulce con tu país y este nuevo disco trata un poco sobre ese sentimiento. ¿Cómo pensás que la migración ha impactado en tu música, en tu escritura y en la forma en que pensás sobre Estados Unidos, ahora, desde afuera?
No sé si mi forma de pensar sobre Estados Unidos ha cambiado mucho desde que me fui, es decir, creo que mucha gente, cuando crece, tiene deseos de irse a vivir a otro lugar. Eso sí, una de las cosas que siempre me dijeron viviendo en Estados Unidos era que yo no parecía norteamericano y nunca supe realmente qué significaba eso. Creo que la razón última por la que me fui es que yo deseaba otras cosas, quería huir un poco de una educación religiosa muy estricta de la que venía y, antes que nada, quería estudiar alemán y ruso, cosa que hice. También hablo español.
Igualmente, tu disco es muy americano. En realidad, es una mirada más bien crítica sobre el sueño americano, sobre la imposibilidad de realizarlo, o el sinsentido de desearlo.
Sí, supongo que siempre escribo de lo que conozco y este último año fue el año de la pandemia y también el año de las elecciones en Estados Unidos, entonces estuve pensando en estas cosas mucho más que antes. Por ejemplo: ¿Qué significa ser un americano? ¿Qué significa venir de donde vengo? ¿Quién soy? ¿Me estoy convirtiendo en algo bueno? ¿Estoy progresando en mi vida o sigo siendo el mismo de siempre? Tiene sentido para mí pensar en esta idea del sueño americano porque, de alguna manera, yo siempre viví muy enojado porque nunca sentí que el sueño americano fuera algo en lo que se me permitiera participar. Así que siempre me enojó mucho que Estados Unidos estuviera siempre gritando a todo pulmón que ese es el mejor lugar del mundo, que hacemos las cosas como se deben hacer, que nos sigan y que hagan lo que hacemos porque somos los mejores en todo. Creo que es un lugar maravilloso, claro, y bello, pero también hay un montón de mierda. Y también hay un montón de lugares maravillosos en el mundo para vivir y ser feliz, quiero decir, ¿tú estás en Buenos Aires? ¿No estás feliz ahí?
Sí, estoy feliz, pero no soy originalmente de aquí. Quizás por eso te preguntaba lo de la migración. La distancia, el viaje, muchas veces hacen conectarse con los lugares de origen con una mirada renovada.
Sí, definitivamente. La distancia me ha hecho notar lo envuelto y perdido que estaba en el sistema de consumo de Estados Unidos. Por supuesto que todos somos individuos y todos nos vemos afectados por el condicionamiento de nuestro entorno de maneras totalmente diferentes, pero me he dado cuenta de que cuando yo vivo en Estados Unidos definitivamente me vuelvo más orientado al consumo. Es un país tan saturado por el sistema capitalista y por la idea de que si quieres ser alguien, la única forma de hacerlo es siendo famoso o teniendo mucho dinero. Yo creo que estando lejos he progresado mucho en lo que respecta a aprender a quererme más a mí mismo, a nivel personal. De hecho, una de las cosas más importantes que hice por mí mismo fue dejar de ser alcohólico y ser adicto. Creo que definitivamente migrar me ayudó, porque entonces pude salir de mi mismo un poco más y tener espacio para pensar de dónde venía y quién era.
La productora de este disco fue la gran Cate Le Bon. ¿Cómo fue el proceso creativo conjunto? ¿Cuáles fueron tus momentos favoritos y los más complicados de la grabación?
El proceso fue muy divertido porque Cate y su ingeniero vinieron a Islandia para trabajar conmigo y decidieron quedarse en vez de volver a Los Ángeles. Kate es de Gales pero Islandia era bastante segura comparada con otros lugares. Esas dos primeras semanas en las que trabajamos por primera vez todas las canciones que iban a estar en el disco fueron fenomenales, fue un momento realmente emocionante toda la exploración inicial de sonidos. Y quizás lo más difícil fue la mezcla porque eso sí tuvimos que hacerlo a distancia, con el estudio en Los Ángeles. Ese fue un proceso muy largo y muy complicado, donde todo el tiempo parecía que estábamos perdiendo la cabeza.
¿Y cómo fue vivir en ese bunker conjunto a la vez pandémico y creativo? Además, en un lugar que, desde el continente americano, nos parece tan lejano como es Islandia.
Lo bueno es que ellos se quedaban en un Airbnb y yo podía volver a casa. Siempre es bueno tener un lugar donde volver. Yo creo que nos resultó muy bien. Cate estaba especialmente angustiada y ansiosa por la situación del mundo y, bueno, no era un momento fácil para nadie, pero resultó que creamos un disco hermoso del que estoy particularmente orgulloso. Muchas veces nos agarramos de los pelos, eso siempre pasa y es parte del proceso, pero principalmente fue muy divertido, tuvimos muchos momentos de felicidad muy genuina.
Estás por salir a tu primera gira post pandemia que por ahora solo será en Europa. ¿Qué expectativas tenés? ¿Estás ansioso por salir o has desarrollado, como muchos de nosotros, un poco de síndrome de hikikomori?
Sí, quizás he desarrollado un poco de eso. Se siente un poco raro volver al mundo ahora. Yo ya tengo mis vacunas puestas pero igual a veces pienso: ¿Qué tal si por algún motivo no funcionan más? ¿Qué tal si viene una cepa peor? ¿Qué pasará cuando se abra el mundo completamente? Eso sumado a que en general siempre estoy muy nervioso antes de salir de gira, porque quiero hacerlo bien y quiero que a la gente disfrute el espectáculo y todo eso, así que sí, definitivamente, estoy muy nervioso por volver a salir, pero también sé que una vez que salgo es lo mejor del mundo, así que sé que una vez que empiece la nueva gira va a ser genial estar de vuelta.
Quizás podrías continuar aquí, sabemos que hablás muy bien español y que incluso te gusta el cine argentino.
Sí, creo que Argentina es ridículamente hermosa, estuve ahí hace unos años y me gustaría no solo volver a tocar sino quedarme ahí más tiempo para perfeccionar el español. Alquilar un Airbnb, disfrutar más la comida, no sé. Es cierto que soy fan del cine argentino, soy muy fan de Lucrecia Martel, La mujer sin cabeza es increíble.
Uno de los grandes temas de tus canciones es la diversidad sexual y de género. Hablás sobre eso desde un imaginario muy personal, abordando tu propia historia y tu experiencia como hombre homosexual. Pero no sé si alguna vez te has considerado un activista LGBTIQ+ realmente. ¿Qué percibís de la narrativa LGBTIQ+ hoy? Porque sucede que al mismo tiempo en el que está muy en la palestra, y eso puede percibirse como positivo, también está siendo extremadamente explotada por marcas y corporaciones que la usan como bandera, lo que muchas veces resulta decepcionante y desempoderante.
En realidad, no creo que nosotros hayamos querido nunca ser parte de la cultura dominante, quiero decir, que si hay algo que realmente me preocupa a veces es que muchas veces siento que la cultura gay se ha convertido en algo mainstream. Nosotros solíamos ser los creadores y los outsiders, haciendo cosas realmente interesantes y únicas, y sí siento que eso se ha homogeneizado un poco. Y, bueno, cuando las corporaciones se involucran, no sé, seamos sinceros, cuando una corporación usa la bandera LGBTIQ+ o lo que sea, no lo hace por convicción sino que por dinero. Obviamente puedo ver que hay un costado positivo para la comunidad, pero sobre todo, la razón es el dinero y el beneficio para la corporación. Así que creo que la forma en la que yo lo pienso es a través de mi propia vida. Siento que se trata de individuos y de comunicarse con los individuos, con las herramientas que tenemos y, sobre todo, a través de la compasión. Lo otro que pienso es que en la comunidad LGBTIQ+, somos extremadamente diferentes unos de otros. Aunque somos parte de esa comunidad seguimos siendo individuos, así que realmente trato de no pensar en la comunidad como un todo. Pienso en mis vínculos con la gente y en intentar hacer lo mejor. Sobre todo lo que más pienso es en no causar más daño. Eso es algo importante para mí: asegurarme de que personalmente no estoy causando más daño al mundo.
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