En plena tarde de un verano aplastante, corrimos a refugiarnos en el estudio de Jorge Chikiar, ardido productor del emergente argentino. Si bien el espacio es acogedor, no es de un gran tamaño, pero lo que lo hace parecer extenso es la impresionante densidad de instrumentos: teclados y teclados colman las paredes como parte intrínseca de ellas; algunas guitarras y un bajo cuelgan de la pared restante, la cual está bañada de partituras de cuando Jorge estudió piano en el conservatorio.
La conversación con Chiki, como le dicen sus allegados, fluye de una manera inesperada. Antes del primer mate ya se nota la calidez con la que elige vivir y trabajar, su temple determinado y los vastos conocimientos que su cabeza guarda: filosofía, actualidad y un profundo conocimiento de psicología (Freud y Jung son debatidos en extensión).
¿Qué tiene que tener un artista para que lo produzcas?
Tiene que tener una canción, una canción buena. Una canción tiene que ser algo ético, ético-estético, no algo que haya hecho porque unió algunas partes y va sonar bien y pegar, sino que le sea fiel, que lo represente como artista. Si no, pasa lo que pasa con los compositores académicos, hacen todo como la teoría manda, la estructura, la melodía, la armonía… Pero si no lo sienten no va a estar bueno. Tiene que ser algo sincero; un tipo que es sincero puede ser producido, por mí o por cualquiera. Después está el tema del valor humano, que pegues onda, te lleves bien. O sea, uno es sus interlocutores, vas a pasar mucho tiempo con esa persona y si no hay buena onda no se puede trabajar. También está el asunto de que cuando vas a trabajar con alguien, ese alguien tiene que entender que vos lo vas a producir, se tiene que soltar. Una vez un yankee me dijo “un buen productor es el que sabe imponer su ego”; si bien no comparto esa filosofía, hay algo de razón, en el sentido de que el artista es el artista y el productor es el productor, cada cual tiene su rol.
¿Cuál es entonces el rol del productor?
Y se resume en tres cosas: primero llevar el gusto del artista al gusto colectivo y viceversa, luego conocer el camino que lleva a la dirección estética o el concepto del artista, y la tercera sería conocer qué herramientas van a ser las necesarias para que eso se lleve a cabo. Por ejemplo, de una necesidad estética elegir un recurso técnico o tecnológico. Una herramienta técnica es saber en qué estudio grabar. Eso es una decisión que hay que tomar. Yo no grabo todo en mi estudio. Me convendría económicamente, claro, pero no siempre sería la mejor opción. Hay que saber adaptarse y conocer que este lugar es mejor para esto y este para lo otro, y eso es responsabilidad del productor. En cuanto a la dirección estética o concepto, suele ser lo más difícil, porque ni el artista lo tiene tan claro. Al trabajar con algo intangible, no podemos usar todos los sentidos para apreciarlo, entonces el productor le tiene que dar a los sonidos aspectos tangibles, y lo hace adjetivando. Busca algo que suene romántico, suave, gomoso, filoso, psicótico y demás. Y es un desafío doble porque no es solo qué quiere el artista de su música en general, sino de cada tema, metiéndonos en lo “micro” de cada secuencia.
¿Qué bandas suenan bien hoy?
Hay una banda de Mendoza que no me acuerdo el nombre [a este cronista se le prende la lamparita y pregunta enseguida: “¿Usted Señálemelo?”]. ¡Usted Señálemelo! [“¡Sí!, qué buenos que son” le digo, “el mejor show nacional del 2017”]. Yo soy un viejo, y me hacen acordar al pop argentino de los ‘80 o ‘90, pero con un sonido más nuevo. Se nota que los tipos no están distraídos, ¿me entendés? Ellos saben perfectamente lo que están haciendo. Todas las bandas con las que trabajo me parecen muy talentosas también: Nidos, Bröder, Domino, Coghlan. Y aparte de esas me gusta Translúcido. Me parece que hay un rock nacional muy fuerte y que es una cuestión federal, la cosa no empieza y termina en Palermo Hollywood.
Te noto pensativo… ¿Te quedaste con ganas de decirme algo?
Bueno, ya que me das el pie [risas]. También estaba pensando que muchos de mis alumnos [Jorge da clases de producción musical y de composición con medios electrónicos] hoy son parte de lo mejor de la escena ascendente. De Sambara [que lamentablemente hoy no está entre nosotros, pero podés leer la cobertura del emotivo show despedida] tuve a Gabriel Kerman, Andrés Elijovich y Julián Malosetti; de Nidos a Julián Ares; de Domino a Gonzalo Moreno, Jero Romero y Fede Giordano y de Coghlan a Eugenio Carlés; por nombrar algunos. Y eso tiene que ver con ir más allá de la “Cultura General del Argento” que todos creen que saben de todo un poco, y aprender en serio, poniendo conocimiento específico a disposición de los alumnos. Producir no es manejar un programa con “presets” como lo muestran algunos “nichos académicos” de donde salen “operarios” en serie. El productor es un artista y debe saber mucho acerca del material con el que trabaja.
Chiki, con tantos años de profesión decime que tenés una anécdota entretenida para regalarnos.
A ver… Sí, tengo una muy linda. Un día Gabriel Poggi (de Undergroundweb Instrumentos Musicales) me dijo: “Te va a llamar para tomar clases de síntesis Luis Alberto Spinetta” [serían clases sobre como manejar un sintetizador y sus posibilidades tímbricas]. Al principio no lo creí posible. Pero días después sonó el teléfono y una voz me dijo: “Hola, ¿hablo con Jorge Chikiar?” Le respondí que sí, reconociendo esa voz inigualable. “Soy Luis Alberto Spinetta, ¡tengo un Juno y no lo juno!” [Juno es un modelo de sintetizador]. Fue una hermosa experiencia compartir unos breves momentos con el Flaco.
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Foto principal: Néstor Fabian González