Una noche que lo fui a ver tocar en la confitería Ideal (Suipacha 348, CABA), me acerqué al guitarrista de jazz Juan Valentino para poder entrevistarlo, me pasó su número y me preguntó mi fecha de nacimiento: “Mandame un mensaje diciendo que sos la rata de fuego y ahí me voy a acordar de vos”.
El único argentino que continúa la técnica del guitarrista Wes Montgomery, tocar con la yema del pulgar a modo de púa, y que lo lleva tatuado en su brazo derecho. Me recibió en el departamento de Callao y Santa Fe que era de sus padres y que ahora utiliza con su hijo para dar clases, él de guitarra y su hijo de piano. Cuando nos sentamos en la mesa de la cocina, ése hombre bajito, de pelo canoso y anteojos, me confesó que le había consultado al oráculo chino I-Ching online cómo iba a ser nuestra entrevista. Por suerte, el augurio había sido bueno.
-¿A qué edad fue tu primera aproximación a la música?
-A los cinco fui a una maestra particular de piano por dos años hasta que un día, la maestra me acusó de haberme tirado un pedo. Yo no me lo había tirado, la mina me retó como una sargentona y yo me sentí tan avergonzado que no volví. Después, a los nueve, fui al Conservatorio de Morón a estudiar piano con mi hermano, pero ni pude aprender a leer partituras porque la pedagogía de la época era un embole, así que dejé el piano. Pero, como la música me gustaba mucho, seguí buscando qué hacer. Me gustaba mucho la trompeta, a los doce años había escuchado por primera vez a Louis Armstrong y el jazz me había parecido una cosa fascinante. Pero claro, yo vivía en Haedo y comprarse una trompeta en Haedo en esa época era un quilombo. En cambio, la guitarra estaba en todos lados ya. No es que me gustaba la guitarra, yo la agarré porque me quería expresar. La empecé a tocar de oído, porque ya había ido al conservatorio y me había dado la cabeza contra la General Paz y no quería saber nada con profesores. Con la guitarra me tuve que hacer un método propio, siempre digo que me lo inventé para hacerle creer a la gente que sé música.
-¿Cómo conociste a Wes Montgomery?
-Yo tocaba en un grupo que hacíamos fusión, una mezcla de jazz y rock y, un chico que siempre nos venía a escuchar y era como diez años mayor que nosotros, me regaló un vinilo de Wes Montgomery. Era un disco doble que tenía So Much Guitar y The Incredible Jazz Guitar of Wes Montgomery. Cuando llegué a mi casa, puse el vinilo y me quise matar: yo había escuchado a Wes Montgomery en las últimas grabaciones, que eran más comerciales, y estos son los discos donde él tocaba realmente hard bop, por primera vez tomé conciencia de lo que era Wes Montgomery. Escuché los dos primeros temas, guardé el vinilo y dejé la guitarra: ahí me puse un almacén y lo tuve como tres años.
-¿Qué tuvo que pasar para que volvieras a tocar la guitarra?
-Llegué un día a mi casa y, cuando estaba subiendo en el ascensor, escuché un solo de guitarra hermosísimo. La música venía de mi departamento. Estaba la que era, en ese momento, mi esposa lavando los platos y estaba el tocadiscos sonando con el vinilo puesto. Cuando me acerqué a leer: Wes Montgomery. Era el disco que me habían regalado unos años atrás. Entonces le pregunté a mi mujer por qué había puesto ese disco y me dijo que no sabía, que había agarrado cualquiera y lo había puesto. Yo ahí senté el culo en el sillón del living 10 años a estudiar a Wes Montgomery. Me resultó una técnica hermosa, me hizo pensar diferente, me hizo tocar de otra forma, me hizo tener más sentido de los silencios porque no podía hacer cosas rápidas. A mí no me interesa tocar bien, me interesa homenajear este estilo muy lindo, muy honesto, muy cálido y que nadie siguió.
-¿Por qué empezaste tu carrera profesional casi a los 30?
-Empecé recién a los 32, 33 años, a lo Jesucristo, y fue gracias a Menem: mi viejo tenía una fábrica familiar, trabajábamos todos ahí y, en los ’90, abrieron las importaciones y quebró todo. Nos quedamos sin laburo y además justo me separé de mi primera mujer y me quedé solo. Entonces, nos juntamos con Patán Vidal, un gran pianista amigo de muchos años, y terminamos tocando en el Samovar como acompañantes fijos para las bandas que iban a tocar. Una de esas noches, cayó Willy Crook y nos vio a mí y a Patán y nos propuso formar una banda, así surgió Willy Crook & The Funky Torinos y, después, para tocar en lugares más chicos, armamos Valentino Jazz Bazar. A fines del 2000, gracias a la crisis y un montón de otras cosas, The Funky Torinos se deshizo y yo quedé en pelotas otra vez. Venía viviendo de tocar, no es que tenía un trabajo regular. Además, cuando decidí dedicarme a mi vocación, prometí que nunca más iba a agarrar plata si no era por la guitarra, que no valía, que era hacer trampa. A esta altura, ni en pedo hago nada que no sea con la música, para eso me dedico a mis vocaciones frustradas.
-¿Cuál son esas vocaciones frustradas?
-Hubiera sido genial en dos vocaciones que tengo frustradas. Una es guardaparques nacional, ando a caballo a pelo desde los nueve y me encanta la naturaleza. La otra es chofer de ambulancia, soy un genio manejando, desde los 12 que manejo. Cuando era chico, lo más importante en mi vida era el registro. Pasa que por agrandado, por querer ser músico, para que las chicas me digan “¡Ay Valentino, hazme el amor!”, no me dediqué a ninguna de las dos.
-En el intervalo entre canciones siempre hablás con el público, les contás anécdotas. ¿Cómo surge?
-Empezó como una manera de desetiquetar, hacer el show ameno, no darle tanta seriedad y solemnidad porque me parece muy aburrido. La gente está pagando, además, por un show. Entonces, lo que puedo hacer es tocar lo mejor que posible, entregarme de verdad, darlo todo y, al mismo tiempo, hacer que la gente pueda tener un momento en el que no tenga que pensar en jazz, en música o en estar escuchando y analizando y se pueda reír de una pelotudez que yo digo. Está buenísimo y es una forma de que la gente se afloje.
-¿Las pensás antes de los shows?
-No es que no las pienso antes, pasa que son cosas que se me ocurren, por ejemplo, mientras manejo y decido decirlas, después hay que ver si cuando llego me acuerdo. Siempre digo espontáneamente latiguillos que ya me sé. Y está buenísimo porque encima, cada tanto, me sale algo zafado sin querer.
-En un entrevista para Página/12, dijiste que vos hacías jazz villero o cumbia jazzera. ¿A qué te referías exactamente?
-Es uno de esos chistes que tenía. Es la idea de llevar el jazz al llano, de que la gente vuelva a darse cuenta, o se de cuenta porque las nuevas generaciones no han escuchado jazz, de que el jazz es una música que se hizo para bailar, para disfrutar, para divertirse. No es una música intelectual, como hoy en día piensa la gente, ni es para una élite que sabe de música. A mí el jazz no me gusta porque sea raro e intelectual, me gusta, justamente, por la musicalidad desbordante que tiene.