El vínculo de Juan Wauters con la canción terminó de consolidarse en circunstancias bastante particulares. Era apenas un adolescente en los tempranos 2000, cuando la crisis obligó a su familia a abandonar la ciudad de Montevideo para emigrar a Nueva York. Una vez instalado allí, salía a caminar con su padre para matar el tiempo y combatir el desarraigo. La cita obligada de esos primeros paseos era Strawberry Fields, el memorial de John Lennon en Central Park.
“En aquella época, si escuchabas Rolling Stones supuestamente no te gustaban los Beatles”, dice al otro lado del teléfono, de visita en su ciudad natal. “Mientras vivía acá nunca les presté tanta atención, no se escuchaban mucho en mi casa, había solamente un cassette”, recuerda. Pero en una de esas guitarreadas colectivas que improvisaban los fans en el memorial, tuvo una especie de revelación. Terminó conectando con los cuatro de Liverpool en ese contexto de comunión y homenaje, y fue tal el flechazo que hasta se compró un CD y un libro que enseñaba a tocar las canciones. “Fue tremenda escuela en ese momento. Yo recién llegaba allá, no tenía amigos todavía, me la pasaba solo, y enfoque mi atención ahí. Era un refugio para mí”, confiesa hoy, a poco de haber cumplido los 37.
Claro que la nostalgia tenía los días contados, porque este futuro trovador made in Villa Dolores no tardaría en encontrarle la onda al distrito de Queens, el más extenso y multicultural de Nueva York. Entonces todo rastro de melancolía fue arrasado por el impulso garagero de The Beets, agrupación que lideró entre 2008 y 2011, y que se disolvió luego de tres discos y varios EPs. De nuevo la sensación de vacío. Pero antes de que ese sentimiento se cronifique, Wauters lo tradujo en más canciones.
Inició una carrera en solitario y se convirtió en el secreto mejor guardado del indie neoyorquino, gracias a un cancionero en clave lo fi que dialoga con infinidad de sonoridades: desde sus coterráneos Eduardo Mateo y Jaime Roos, hasta Syd Barrett, Daniel Johnston y los Ramones. Después de los aclamados N.A.P. North American Poetry (2014) y Who, Me? (2015) se embarcó en un largo viaje por Latinoamérica para grabar La onda de Juan Pablo (2019), un álbum donde colaboró con músicos de cada país que visitó. Algo que no imaginaba, ni por casualidad, cuando comenzó a componer. “Había estado toda mi juventud en Estados Unidos y pensé que mi vida iba a suceder solamente allá, no sabía que a la gente le iba a gustar mi música”, se sincera.
Este 2020 pandémico encontró al juglar rioplatense terminando de grabar el quinto álbum bajo su firma. “Si al disco lo pensamos como un todo, quizás tiene una onda como que la vida sigue, pero también toca bastantes sentimientos”, dice sobre Real Life Situations, el trabajo que mejor refleja su versatilidad sonora. Un collage de cotidianidades que evoca esa frescura de los días pre confinamiento (a excepción de “Locura”, compuesto en plena cuarentena), y que es, en cierto modo, una celebración de la amistad. Con colaboraciones de Peter Sagar de Homeshake, Nick Hakim, Cola Boyy, El David Aguilar, Air Waves, Tall Juan y hasta de su compinche Mac DeMarco, Wauters amplía sus horizontes y explora el ADN musical de la ciudad que nunca duerme, con incursiones en géneros como el R&B y el hip hop de los 90, manteniendo a su vez la esencia latina. Un songwriter curtido en la Gran Manzana, sí, pero siempre orgulloso de sus raíces.
Cuando dejaste Montevideo recién estabas aprendiendo a tocar la guitarra. ¿Cómo imaginás tu vínculo con la música si no hubieses emigrado?
Me cuesta imaginar qué hubiese pasado… La matemática es otra vocación que tengo, yo quería ser profesor en el liceo. Terminé tocando música porque a la gente le gustó lo que hacía y empezaron a surgir oportunidades. A veces me dicen: “si vos te hubieses quedado en Uruguay, hubiera sido mucho más difícil”. Pero la verdad que no, porque lograr reconocimiento en Nueva York no es nada sencillo. Hay miles de grupos, todo el mundo llega ahí de todos los países y estados.
Componer canciones e interpretarlas en vivo también tiene que ver con esa otra vocación, en cierto modo…
Sí, me encanta componer. Aunque escriba cosas que tienen que ver conmigo, también pienso en tirarle una buena onda al mundo, asegurarme de que lo que canto le pueda afectar de manera positiva a la gente. Y lo mismo si hubiese sido profesor. Hay algo ahí que tiene que ver con compartir, brindar mi tiempo a la comunidad. Lo hago con mucha pasión.
Cuando se disolvió The Beets te lanzaste como solista, pero más adelante decidiste volver a colaborar con otros músicos. ¿Extrañabas algo de aquella dinámica?
En realidad, cuando empecé a venir a tocar a Latinoamérica me reencontré con cosas de mi vida que habían quedado de lado. Ahí la gente está haciendo mucha música en vivo en todas partes. En Chile, por ejemplo, una vez fui a un lugar donde tocaban música tradicional, como si fueran las payadas acá en Uruguay. Al ver todo eso, empecé a pensar: “wow, qué bueno estaría si esos músicos tocaran en un tema mío”. Eso inspiró el concepto de La onda de Juan Pablo, y la verdad que ese disco fue como un sueño hecho realidad. En ese momento me decían: “¡¿cómo te vas a tomar siete meses para viajar y grabar un disco?!”. Fue una locura, pero fue algo que quise hacer, y me lo autogestioné. Busqué la manera de concretarlo, porque nadie me dio plata para hacerlo.
Y en Real Life Situations llevaste ese concepto un poco más lejos, porque los invitados colaboraron en la composición de las canciones…
Sí, pero los músicos que colaboran en este disco son todas amistades mías de verdad, entonces fue todo muy casual. Nos juntábamos y decíamos: “bueno, ¿de qué va a hablar la canción?”, y ahí mismo la empezábamos a grabar. Estuvo bueno porque me di cuenta de que puedo escribir canciones así, en el momento. Con Peter [de Homeshake], por ejemplo, me quedé a dormir en su casa dos noches, pero tampoco era que estábamos escribiendo todo el tiempo. Él se levantaba más tarde, le gustaba quedarse despierto de noche, y a mí me gusta levantarme temprano, entonces me iba a dar una vuelta por ahí por Toronto. Ahí traje la letra y la fuimos armando. Se dio de manera muy espontánea, pero la verdad que le perdí el miedo a eso. Antes pensaba: “quizás digo cualquier locura”, y sí, dije algunas locuras. Pero la verdad que no me arrepiento de nada.
No solo priorizás la espontaneidad, sino que además hacés de la imperfección una estética.
Me encanta que exista la posibilidad de que las cosas salgan mal, siento que lo hace un poco más humano. Quizás no es lo indicado porque en general todo el mundo quiere mostrarse como perfecto, pero a mí me gusta que tenga esa calidad humana. Porque es muy fácil grabar un tema y corregirlo o editarlo si te salió mal, pero también está bueno que quede como salió originalmente. Eso lo enriquece, y es la manera en la que a mí me gusta hacer las cosas.
¿Tiene un poco que ver con el título del disco?
En realidad el título viene de “SpottieOttieDopaliscious”, una canción de Outkast que estuve escuchando mucho durante la pandemia. La letra dice algo así como “qué loco que en una época de tu vida podés estar yendo a los boliches, bailando, tomando por ahí… y de repente, cuatro años después, tenés el hijo de una persona que conociste en el boliche”. Y dice que eso es una cosa divina, siempre y cuando seas lo suficientemente persona como para poder manejar las situaciones de la vida real. Me encantó esa frase, y después cuando estaba haciendo el disco resultó que las canciones eran eso, situaciones de la vida real.
Entonces “Carmina pensá”, canción que rescataste para incluir en el disco, ¿la escribiste para alguien que conocés?
Sí, esa canción es del 2016 y la escribí para una amiga que estaba pasando por un momento difícil de su vida. Yo estaba viviendo en Londres y hablábamos mucho por teléfono en esa época. En aquel momento no se la mostré porque entre una cosa y otra se me olvidó, pero la escuchó más adelante y se emocionó. Por suerte ya estaba mucho mejor. Quizás inconscientemente, aun sin haberla escuchado, le llegó la buena onda.
Cuando tocaste en Buenos Aires en 2017, en Caras y Caretas, el show lo abrió Simón Poxyrán. Él te reconoce como una gran inspiración en su obra.
A Simón en realidad lo conozco desde antes de que surgiera, porque ya me agitaba por internet. Siempre me gustó su energía. Él le daba para adelante y me escribía, sin miedo. Me hace feliz sentir que lo que hago le da ganas de escribir canciones, a mí también otras personas me inspiraron para escribir. Y lo que hace él está bueno, se ve sincero en su propuesta. Me encantaría un día cruzarme con él y tocar la guitarra un rato.
¿Y cómo llevarías el disco al vivo, ahora que cambió la forma de hacer conciertos?
Andá a saber, el disco es tan loco que no sé cómo lo haría. Lo mismo pensaba cuando estaba componiéndolo: ¿cómo voy a hacer para presentar esto en vivo? Porque tiene muchas partes, muchos instrumentos y cosas programadas, pistas, sonidos… Entonces en un punto dije: “wow, qué suerte que no lo tengo que presentar en vivo”. En algún momento lo vamos a hacer, y hasta quizás hagamos un concierto por internet. La verdad que no me gusta mucho la idea, pero está bueno buscarle la vuelta para que sea interesante y no sea como un concierto común. Los conciertos comunes ya no existen.
¿Los extrañás?
No mucho. Cambió tanto el mundo, que antes eso era algo normal y ahora lo veo tan lejano… Mi vida se modificó, como la de todos. Y la verdad es que tampoco me muero por hacer un concierto ahora, en estas condiciones.
¿Lograste mantenerte optimista ante este nuevo panorama?
Por suerte me puedo acomodar a la situación que me toca, en vez de estar protestando tanto. Igual también protesto, a veces me canso un poco de no saber cómo se va a desenvolver el futuro. Pero está bueno porque te hace pensar en otras cosas. Últimamente he viajado un montón y siento que eso es parte de mi vida también, pero este tiempo disfruté bastante estar quieto. Extrañaba estar un poco más en casa. Ahora tengo otro tipo de planes, cosas a las que quizás antes no les prestaba tanta atención. Estoy feliz en pareja, por ejemplo, que hacía años no lo estaba porque no tenía tiempo para dedicarle a eso.
¿Qué otros planes tenés en el corto o mediano plazo, además de ese posible concierto virtual?
Algo que me gustaría, por ejemplo, que lo hacía cuando estaba en The Beets pero ahora ya hace tiempo que no, es componer unos temas, ensayarlos con una banda y grabarlos todos tocando a la vez, en vivo. O componer en el estudio, como hice en este disco. Ahora que aprendí y agarré confianza, la verdad que me siento capaz de grabar una canción con cualquier persona. Me gustaría hacer más canciones con gente que no conozco. Fue un buen ejercicio, siento que aprendí algo nuevo.
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