Juana Rozas crea desde el exceso: de emoción, de performance, de ruido. En Tanya, su nuevo disco publicado en abril, la artista argentina moldea una pesadilla donde el pop convive con el grito, la distorsión y la tragedia. Cada canción es una escena cargada de tensión, donde se late con fragilidad y furia. Su voz recorre pasillos vertiginosos, fiestas devastadas y habitaciones clausuradas, mientras se disuelven los límites entre la música, el cuerpo y la actuación.
Todo en el proyecto de Juana responde a una lógica dramática: la de alguien que ensaya coreografías como si fueran exorcismos, que compone letras como si abriera un diario íntimo escrito con sangre. Y que le da forma a un personaje con nombre, historia y una caída en cámara lenta que se escucha, se ve y se baila.
Tanya es una figura que nace rota y se arrastra a través del fuego, una heroína trágica que canta desde el delirio y la desesperación, un personaje que se desangra entre beats industriales, distorsiones metaleras, ambientaciones electrónicas corrosivas y hasta una chacarera deformada. Nada suena limpio: todo está contaminado, todo huele a encierro, a noche larga. Tanya no busca redención, solo espacio para seguir cayendo.
Todo suena cargado de espinas, de peligro, de belleza torcida. Tanya se multiplica, se autodestruye, se sacrifica frente a un altar de texturas derretidas y grita, implora, seduce, se pierde. Es víctima y verdugo, estrella pop y espectro. No hay tregua, pero hay sentido. Uno oscuro, espeso, tan pulcro como venenoso. Es una descarga visceral que demuestra que Juana no tiene miedo de ir hasta el fondo, incluso si el final, aunque turbio, se parece un poco a la alegría.
Todo comenzó con “Antonio”. Al menos así lo recuerda Juana, como el germen de lo que terminaría convirtiéndose en Tanya. “Fue el primer tema que hicimos con Bruno [Donato, productor]”, cuenta en conversación con Indie Hoy. Pero había algo más, una chispa encendida por otro personaje: Tanya McQuoid, la millonaria carismática de la serie The White Lotus. “La que dice ‘These gays are trying to murder me’. Me fascinaba”, afirma Juana.
Los fantasmas de Tanya, en realidad, ya venían apareciendo desde antes de empezar a trabajar en el disco. “Era una borracha loca que yo ya tenía en la cabeza. Pero quedó guardada. No tenía nombre todavía”, dice, como quien habla de un espíritu que esperaba en la sombra su momento de manifestarse. Ahora, mientras Tanya se abre paso con sus agujas eléctricas, Juana ya está imaginando lo que vendrá después. Hay nuevas voces en camino.
Tanya habitaba su cabeza como un espectro en formación: una mujer rota, exagerada, a punto de explotar. Pero primero llegó Vladi, su primer disco de 2022, una especie de criatura intermedia que apareció en escena con forma de vampiro y dejó apenas entrever lo que vendría después. “No lo llegué a explorar del todo en Vladi”, dice Juana, como si el cuerpo de ese personaje hubiera sido solo un primer intento, un anticipo velado de la figura que más tarde encontraría su lugar en Tanya.
Ahí sí, el concepto se volvió total: “Quería hacer este personaje mío, loca psiquiátrica, borracha, violenta. Que se mueva de tal forma, que tenga esta cara con esta mueca”. Tanya nació del deseo de actuar, de deformar, de hacer ficción con lo íntimo. Un alter ego desenfrenado.
Pero todo en Tanya también habla desde un contexto, desde una época cargada de estímulos y colapso. “Quería retratar algo de la locura actual. En todas las épocas hay locura, pero esta es una locura de ansiedad, de decadencia. Todo se va cada vez más a la mierda. Todo es fugaz”, dice Juana, con una lucidez tan brutal como poética.
La pregunta inevitable aparece: ¿dónde termina el personaje y empieza ella? La respuesta no busca resolver la ambigüedad, sino habitarla. “Tanya me permite hablar de cosas que, como Juana, me costarían más. Como Juana me pasa de tener muchas voces en la cabeza, casi esquizofrénica”, dice. Y hasta en terapia, confiesa, habla en tercera persona. “Con mi psicóloga hablamos de Tanya, de Vladi, de Juana. Me facilita. Me permite decir lo que tengo que decir”.

El entrenamiento actoral no fue improvisado. Desde chica, Juana estuvo cerca del teatro: su mamá —psicóloga— hacía teatro, y su hermana mayor también actúa. “Yo tocaba la guitarra, era más del palo musical, pero un día mi vieja me dijo ‘¿por qué no probás una clase de teatro?’. Y empecé”. A los 20 actuó en su primera obra: Todo tendría sentido si no existiera la muerte, escrita por su profesor. Tres horas de función, pura exaltación y mucho aprendizaje. Más tarde, estudió en la EMAD —la Escuela Metropolitana de Arte Dramático— y reforzó esa dimensión escénica que hoy se funde con lo musical.
La película de Tanya fue también un deseo que venía gestándose desde Vladi, el cual fue acompañado por un cortometraje de tres temas. “Ahí ya dije: bueno, quiero hacer todo un disco así”, cuenta. Aquella experiencia de Vladi fue cruda y frenética: un rodaje de 24 horas en un sótano prestado, con un equipo reducido formado por amigxs, todos entregados hasta el final. “En un momento éramos siete personas en un sótano dándolo todo y diciendo: hay que terminar esto. Me gusta un poco pasarla mal. No por sufrir, sino por esa cosa medio aventurera de estar en el barro y darlo todo”.
Para Tanya, esa intensidad se mantuvo: la película se filmó entera en un día. Para lograrlo, un mes antes comenzaron los ensayos. Juana se preparaba tres veces por semana. Cada coreografía, cada gesto, híper feliz o súper triste, no importa, hasta el más mínimo movimiento estaba fantaseado de antemano. “Ya teníamos todo armado, entonces un video salía en tres tomas, pasábamos al otro, y así salieron los nueve”, cuenta.
El disco entero llevó entre un año y medio y dos. Hubo etapas intensas, pausas y regresos. “Partes”, subraya Juana. Pero todo vuelve a Tanya: el personaje, la herida, el concepto. “Dentro de mi mente, perdí para siempre. Estoy, pero ausente”, repite una y otra vez en “Puerta”, la apertura del disco, mientras el traqueteo mecánico de la base avanza como una locomotora sin frenos que te pasa por encima.
Antonio, cómplice emocional de Tanya, es una pieza fundamental para entender la desdicha de la protagonista. “Nació un poco de un amigo real, ese amigo de las aventuras”, asegura Juana. Pero también hay algo lúdico, un juego de sonidos: Tanya, Antonio, nombres tanos, personajes que se atraen como imanes.
“Representa una distracción en la que ella cree que va a olvidar algo o sacarla de ese estado roto, y lo logra por un rato, pero al toque vuelve a cagarla y a romperse de nuevo. Ya sea como una cosa romántica, amistosa o familiar, no es su pareja tóxica, es otra cosa. es un espejo. Hice ‘Antonio’ y ‘Tanya loca’ seguidos. Era como el núcleo del disco. Le quería dar mucha entidad a este personaje”.
“Wanna Hotel” es, para Juana, uno de los instantes decisivos. Una fantasía fugaz, cargada de sudor y beats que laten como un corazón fuera de control. Hay un pulso que no da tregua, mientras se baila con los ojos cerrados y el pecho abierto. Es una canción que agarra el drama y lo lleva a la rave: sufrir, sí, pero sin parar de moverse.
Su faceta más electrónica nació de forma medio accidental: de chica se bajó GarageBand en el iPod y empezó a producir cosas, aunque en esa época escuchaba más jazz y R&B. El cambio se dio cuando conoció a Lean Vázquez y Juan Wolf, sus directores creativos. “Empecé a salir con ellos de noche, íbamos mucho a fiestas. Me metí muy de lleno en ese mundo”, cuenta. La canción originalmente era más pop, más suave. Pero Andy Noplex, otro de los productores, propuso un giro: “Se le ocurrió meterle un bajo y un kick re gede, y lo recontra transformamos”.
En la película, esa canción es el primer gran quiebre de Tanya. “Es cuando ella llora por primera vez. Se ve su sufrimiento de verdad”. “Bad Choice” presenta a Tanya, pero “Wanna Hotel” la desnuda. Es la grieta donde se ve lo que sangra. Aunque el verdadero derrumbe llega más adelante, con “Tanya Loca”, este es el punto donde el personaje se rasga por dentro. En vivo, esa vehemencia se sostiene: “Intento no quebrarme. Te podés poner a llorar tranquilamente. Pero también tiene algo potente. Me apoyo ahí, en la fuerza del tema”, admite Juana.
Tanya es una figura trágica, pero también impredecible. En su rompecabezas encaja el ruido industrial, el pop sucio, la electrónica saturada y —de golpe— una chacarera metalera. Así define Juana Rozas a “Besito a las flores”, la canción que comparte con Chita. “Hace un montón que la conozco y quería hacer algo juntas. Sentía que este tema era para ella por su forma de cantar, porque tiene algo especial que iba muy bien con la canción”. En el video, Chita termina sacándole un ojo a Juana. “Me encantaba esa idea. Ella es toda divina, y de repente está toda ensangrentada”.
El origen de de este tema también fue más lúdico que solemne: “Estábamos con un vinito y empezamos a joder con ‘Por una cabeza’, el tango de Gardel. La canción, de hecho, se llamaba así. Después la cambié porque no tenía nada que ver”. De ese juego nació una melodía medio chacarera que fue tomando cuerpo. “Al principio era guitarra criolla. Pero cuando el disco empezó a tomar forma y todo era tan distorsionado, más metalero o punk, dijimos: ¿qué hacemos con este tema que nos encanta pero que no encaja?”. La respuesta fue simple: distorsión. “Le metimos guitarra sucia, más power, y lo llevamos al universo de Tanya”.

Muchas de las letras del disco nacieron así, entre el juego y la descarga emocional. “‘Tanya Loca’, por ejemplo, me salió de una. Es un vómito. Se nota. Es todo un gran estallido”. Otras, como “Antonio”, partieron de una palabra repetida, casi un balbuceo: Antonio, Tania, la playa, y después ella fue armando el relato al escuchar esos murmullos iniciales. “Bad Choice”, en cambio, nació en inglés, también desde el balbuceo: “Esas cosas que salen sin pensar y después cobran sentido”.
Pero cada verso, por impulsivo que parezca, termina ocupando un lugar definitorio. “'Bad Choice' es re importante. Es el tema más pop, pero también es el que presenta a Tanya en la peli y en el disco. Es la declaración: Soy una mina rota, pero también soy una diva. Entonces ya no estoy tan hecha mierda y me chupa un huevo. Ya fue, voy a hacer cualquiera”.
Entre tanto estruendo, "Ridículo", encuentra el modo de colarse por otra rendija como una balada indie pop que cuenta con la participación de Santiago Motorizado. “Justo estábamos haciendo este tema y Santi me empezó a seguir —cuenta Juana—. Antes escuchaba mucho El Mató, así que lo primero que pensé fue: ‘este tema es para él’. Él me había dicho que le encantaba ‘Pose’, un tema re hyperpop, y pegamos buena onda enseguida. Es un divino y le quedaba perfecto porque él es el rey del indie”.
A nivel musical, las influencias del disco van de Nine Inch Nails —“fueron el norte sonoro del disco”— hasta Crystal Castles y Charli XCX, pero en "Ridículo" canaliza un rock más sentimental. “Con Bruno hicimos el tema con Santi viendo 10 cosas que odio de ti —admite Juana—. Nos re colgamos con eso. Sacamos el sonido de la peli y empezamos a hacer un tema encima. De hecho, hay pedazos de letra sacados de los diálogos: Vamos al baile… ayer te vi".
“Me estaba riendo de un tipo desinteresado —continúa Juana—, de esos que dicen ‘nena’ y se creen modernos. Era una burla a ese chabón medio indie boy. Pero terminó siendo un tema que amo. Lo hago y digo: este tema me encanta, es uno de mis favoritos”. En el relato de Tanya, “Ridículo” aparece como un momento de derrape anestesiado: “Ya estoy de clonazepam, ya está todo.”
Otro track que se sumó sobre el final fue “Qué importa” la que comparte con Marttein. “Él vino al estudio, ya teníamos la base, la melodía y la letra. Pero después no sabíamos dónde meterlo en el disco. No entendíamos bien qué representaba Marttein en la historia. Terminó siendo como un personaje que juega un rato con ella y se va”. En la telaraña conceptual de Tanya, eso también tiene sentido: algunas decisiones se toman por intuición, por urgencia o por deseo.
Entre el frenesí y la autodestrucción, el imaginario del disco le debe tanto a la música como al cine. “El terror me lo metieron en la cabeza Lean y Juan —confiesa Juana—. Yo había visto cosas, pero no era una gran nerd”. Después me empezaron a mostrar pelis y me copé. Ari Aster fue una gran referencia, Beau is Afraid sobre todo. David Lynch, Gregg Araki… todos esos personajes extravagantes. Estoy viendo de nuevo Twin Peaks”.
El gusto por el cine de terror se vuelve explícito en su colaboración con Six Sex de hace un año: el single “I’m Star” homenajea a Pearl, la película protagonizada por Mia Goth y dirigida por Ti West. “Nos fascinamos con toda esa trilogía. Yo pensaba: esto que le pasa a ella en la peli, esa desesperación por ser estrella y brillar, es exactamente 'I’m Star'. Esa cosa de la decadencia también”.
La conexión con Six Sex va más allá que un track incendiario. Junto a ella y otras artistas como Fiah Miau, Vera Frod, Faraonika y Chita formaron SAMA, una especie de alianza pop entre amigas. “Surgió por Segundo [Palladino], que es diseñador gráfico y labura con nosotras —cuenta Juana—. Hicimos un grupo de WhatsApp y nos acompañamos. Vamos a los shows de la otra cuando podemos. Cada una tiene su universo, su cualidad. Eso está buenísimo: no hacemos lo mismo, pero hay algo que nos une”.
Al día de hoy, sigue proyectando imágenes en su mente. Ya hay ideas nuevas flotando. "Es como cuando estás dibujando y ya querés arrancar el siguiente. Igual, lleva mucho tiempo”, señala y antes de concluir, anticipa lo que viene: Tanya en el crucero, un EP que expandirá esta explosión lacrimógena.
El pop puede ser un campo de batalla, y Juana Rozas lo sabe. Desde ese lugar —inquieto, siempre al borde del colapso—, la teatralidad está cosida al músculo, a la garganta, al deseo de transformar cada tema en una imagen viva, un cuadro en movimiento. Hay beats que raspan, melodías que acarician con los dientes apretados, frases que estallan como verdades que nadie pidió pero todos necesitan escuchar. Cada decisión —estética, sonora, performática— nace del riesgo y se sostiene en la intemperie. No hay blindaje, solo entrega.
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