“El disco se grabó en cinco días, de doce de la noche a cinco de la mañana”. Casi entre risas y 35 años después, Martín Aloé recupera fragmentos de fílmico mental en una charla de andén. No hay chicos en vagones dormidos de la estación del tren, como describe la letra de “La luna en la carretera”. El panorama aparece más bien despejado mientras el bajista de Los Pillos acota que los cuatro músicos tenían que ir a trabajar luego de cada sesión. “A las siete, ocho de la mañana: [Alejandro] Fiori en el banco, Pablo [Esau] en la fábrica, Adrián [Yanzón] y yo éramos cadetes. Salíamos a avenida Garay [la vieja sede de los estudios Moebio quedaba en Solís 1769 entre Garay y Brasil, a cinco cuadras de Plaza Constitución] y veíamos Buenos Aires: todo neblina. Faltaba Pichuco tocando el bandoneón”.
Aquellas madrugadas transcurrieron entre el miércoles 6 y el domingo 10 de agosto de 1986, y la noche está expuesta en los surcos de un disco mitológico que hoy reeditan los propios músicos. Un grupo con estatus de leyenda, dos palabras que fueron debut, despedida y presagio: Viajar lejos.
De carácter casi fundacional para la escena dark que tuvo en Fricción y Don Cornelio a sus exponentes más (entre comillas) populares, el álbum de Los Pillos se publica por primera vez desde su aparición en 1987 en el formato original: disco de vinilo. Hace poco más de un lustro, Adrián Yanzón y Martín Aloé decidieron rescatar la historia completa de una banda que duró poco pero dejó estela, cuando en 2015 compilaron buena parte de sus grabaciones en un álbum doble al que titularon Antología 1985/1988. Aquello era en verdad el mismísimo Viajar lejos con el agregado de un demo al que el tiempo había vuelto malentendido.
Sobre la calle Colón, en pleno centro de Avellaneda, había (hay) un enorme galpón. Es la fábrica de muebles de la familia Esau, esa que ocupa el fondo en la foto de portada del disco. Emplazada frente a otro monstruo, el estadio Presidente Perón del Racing Club, era la base operativa del grupo. Los Pillos deseaban grabar allí Viajar lejos, pero todo se registró en el mencionado tour de force de Moebio, con Javier Calamaro como productor artístico. “No estábamos de acuerdo con que nos pusieran un productor, y menos él. No hubo peleas ni puteadas, solo mala predisposición de nuestra parte. A la larga estuvimos muy arrepentidos, porque el chabón hizo magia. ¡Cada vez que me lo encuentro no me canso de agradecerle!”, dice Aloé en conversación con Indie Hoy.
La fábrica siguió siendo el espacio de trabajo del cuarteto luego de la grabación. Allí registraron, hacia la primavera de 1987 y en una portaestudio de ocho canales, un demo con material nuevo. A finales de 2010, el material comenzó a circular en internet con el erróneo carácter de disco inédito. Para zanjar el detalle, Nómades, el proyecto en cuestión, fue incluido en la antología que inició el rescate de su historia.
Aloé cuenta mejor esta retrospectiva que tiene su secuela 2021: “No hay cintas de nada, salvo que hayas sido el dueño de la grabación: los Redondos y pará de contar. Las compañías digitalizaron lo que tenían, que eran las cintas de media pulgada. Cuando hicimos el CD nos daba pudor ponerle la tapa de Viajar lejos, podríamos haberlo hecho y decir que era ese disco con bonus tracks. Porque Nómades era un ensayo, pero al haber tanta movida alrededor de subidas con un audio horrible, y sobre todo con el mito de que ese era el segundo disco… lo peor para nosotros era que se dijera eso. Entonces, recuperamos el material que teníamos, lo laburamos en el estudio, digitalizamos y salió la Antología. Nos motivó lo mismo que ahora: que ninguna subida estuviera acorde en cuanto al audio”.
Para esta primera reedición en vinilo, 34 años después de su publicación –aunque se grabó en el invierno de 1986, Viajar lejos llegó a las bateas al año siguiente–, Aloé consiguió un álbum de época como muestra. “La hermana de mi cuñada tenía el vinilo que yo le había regalado y no lo había abierto nunca. De ahí tomamos. Y apareció un cassette de cromo TDK, creo que vino de la casa de Pablo. Recién pasado a cassette es más sencillo después mejorarlo. Como el disco que me había dado mi cuñada tenía un toc en el tema uno, de viejo, tomamos de otro vinilo en el que estaba bien”. Para los audiófilos, el bajista se encarga de aclarar que el mastering del CD y el del vinilo son distintos: “El cagazo mío era que la reedición sonara baja o con feo audio, pero nadie se quejó”. Otro punto importante era volver accesible el consumo físico de su obra: las pocas copias que circulan de la edición original se ofrecen a precios exorbitantes. Por eso, la novedad solo se consigue escribiendo al correo electrónico del sello editor ([email protected]).
La formación que grabó Viajar lejos duró lo que un suspiro, suficiente para dejar esta obra que aún despierta la devoción de un puñado de fans. Sorprende la química –palabra tan gastada como necesaria para el caso– lograda por el cuarteto, en especial si consideramos que el guitarrista Alejandro Fiori ingresó a deshoras para suplir la partida intempestiva de Saúl Díaz de Vivar (que había compuesto casi todas las partes de guitarra). “Saúl desapareció un mes antes de que grabáramos. Era una época donde no había tantos músicos como ahora, sobre todo que tocaran el estilo que hacíamos”, continúa Martín. Fiori era siete años mayor que sus compañeros, y en 1986 también participó en otro disco clásico del rock argentino: Silencio, de Los Encargados. Aloé concede: “La genialidad que había hecho Saúl, Alejandro la hizo sublime. Embelleció todo de tal manera que después fue muy difícil conseguir otro guitarrista”.
Más allá del innegable talento de Fiori, Los Pillos representan aún hoy el endurecimiento de aquella estética dark que muchas veces quedaba en el disfraz o la mímica. La fibra sombría en la ejecución, propulsada por el galopar avasallante de la dupla Esau-Aloé e incrementada por el timbre de voz de Adrián Yanzón –en sintonía con golas de la época como la de Morrissey o el Solari de Oktubre–, les daba una caloría punk singular. A esto hay que sumar lo inescindible para una canción: líricas que sobrevuelan lo más patético de la cotidianidad citadina –ascensores, colas sin final, periódicos, vagones, veredas– cruzado por juncos, peñones, aguaceros, lunas, nieblas, sembrados. La alienación y el descanso en dos territorios siempre caros al rock nacional: el de la acción en las urbes, y el de la promesa (el campo, por supuesto). Ninguna reivindicación de este disco es tardía: su pátina cenicienta conserva el brillo de la noche final, sus preguntas siguen flotando en el viento de la utopía.
El único músico que atravesó todas las encarnaciones de Los Pillos fue Pablo Esau. El baterista que en los inicios del grupo, además de tocar su instrumento de pie, cantaba. Por entonces, la formación era de trío: la bajista era una chica rebautizada como Luisa Lane y el guitarrista era Pablo Segheso, coautor de dos canciones que llegaron al álbum (“Poco placentero” y el tema-título). Luego de publicado Viajar lejos y de un puñado de presentaciones, y tras intentar seguir con Diego Pérez Goett en reemplazo de Alejandro Fiori, Los Pillos se disolvieron en septiembre de 1988.
Esau y Aloé armaron Harry, un trío junto a Gigio González. Ya iniciada una nueva década, sobrevino la historia que alimentó el mito. Esau se tomó vacaciones junto a su novia Mónica Vidal, cantante de El Lado Salvaje. La pareja viajó al norte argentino en el verano de 1990, y de allí cruzó a Bolivia. Su siguiente destino era Brasil, pero la avioneta que los trasladaba de un país a otro desapareció sin dejar huella. Se presume una caída en plena selva boliviana, pero no quedaron rastros ni de la aeronave ni de sus siete pasajeros. Para los libros, el músico desaparecido siempre fue “el baterista de Los Pillos”, a pesar de que por entonces Pablo Esau ya tenía otro proyecto. Sin él, la posibilidad de un retorno de la banda quedó clausurada para siempre.
Hacia 2012, Alejandro Fiori y Adrián Yanzón formaron Los Pollos y retomaron algo del repertorio hasta entonces inédito de la banda. Hoy, el cantante se encuentra trabajando en la edición de una serie de EPs de Jóvenes Transmutados, su grupo previo a Los Pillos, que reformó en el siglo XXI junto a Chuchu Fasanelli –reconocido por incursiones discográficas como Radio Trípoli– y Simón Miró.
Aloé, en tanto, reflexiona sobre el interés que todavía despierta la música del cuarteto: “No sé por qué sucede, pero es algo que me hace súper feliz. Pasó con otros grupos en los que toqué, como Cienfuegos o Lions in Love, y está buenísimo. Mantener la música que grabaste hace 30 años, ponerla al día de hoy y ser actual… no sé si muchos lo pueden decir con orgullo. Habría que preguntarles a los que nos escuchan, pero que pase es glorioso y es un mimo al alma y al ego”. Y a la memoria, como reza el nombre del sello que publica esta reedición: Estés Donde Estés.