La palabra nace con el pensamiento pero ¿qué produce el pensamiento? ¿Un sentimiento, una sensación, un hecho, un acto? Si pensar es poner en palabras algo que afecta el interior de cada uno, ¿hacer una canción, un poema, un video, unir unos acordes es como pensar? Mariano di Césare habla, se cuestiona y resiste ese recorrido como un ping pong entre las profundidades, el lenguaje y la transformación que implica ese ida y vuelta. No sale ileso después de cada movimiento.
Basta con observarlo mutar en sus proyectos musicales, recibir sus ideas en textos, imágenes en secuencias, canciones, conversar con él en un saludo, un cruce, una cerveza o una virtualidad. Todo lo que hace está impulsado por una construcción obsesiva que gira en torno a la palabra adecuada, inmortalizada, en la evolución del pensamiento de un hombre.
Sobre la calle Bolívar, en San Telmo, el tráfico hace alarde de sus sonidos a pocos metros de una cerveza.
“Hay días como estos –dice-, en los que duermo mucho y la mente trabaja poco durante el día, entonces a la hora de llevar al discurso las ideas me quedo corto. Pero todo es presente y esto soy hoy”.
En la garganta la cerveza está fría mientras el calor del bajo porteño está pegado a todo en este bar. Hace pocos días Mariano publicó un microdisco que se llama Un instante maravilloso, una vuelta rápida por cuatro escenas: la pareja, el movimiento, el silencio y lo espontáneo o trabajoso de la felicidad. Antes de eso publicó un EP de cuatro canciones grabadas en vivo con El Príncipe Idiota, se llama Novedades. Mientras tanto, Mi Amigo Invencible tocó y tocó por todo el país, se asentó como una banda capaz de corromper el límite de una escena, incluir “a los de afuera”. Pero todos esos datos se conocen a simple avistaje de Facebook, y lo que vinimos a retratar es a la persona.
En malla y remera, combatiendo la solemnidad, Mariano no puede evitar tener ciertas discusiones consigo mismo sobre la simplicidad que quiere transmitir y la complejidad de sus pensamientos. La tregua se presenta como intercambio de ideas con otros pares. No lo sé, pero puedo imaginar que prefiere una charla de atardecer que exponer su obra en el formato que sea. La realización es algo que le sale fácil, sabe que sólo necesita sentarse a trabajar. En cambio, la discusión, la alimentación de las ideas, requiere de una claridad enriquecida por un otro.
“Voy dejando el cuerpo en cada palabra”, canta Mariano en el microdisco. Y lo aclara después: “Me lo tomo muy en serio. No quiero perder el tiempo diciendo algo que no es exactamente mi verdad, lo que pienso”.
¿Qué rol ocupa la duda, entonces? Piensa, luego dice, luego reformula, y termina en una risa. Conclusión: la imposibilidad lo obliga. Siempre resiste las ideas, sobre todo las suyas. La experiencia le enseñó: hay que trabajar. Trabajar es avanzar, es aclarar.
En lo que escribe Mariano hay referencias cruzadas a la literatura y el cine. Coquetea con la escritura, va de manera intermitente a talleres literarios, lee, produce y dirige piezas audiovisuales, tiene una productora. Está Fiódor Dostoyevski y Michel Houellebecq como nombre de alguno de esos proyectos, pero duda y explica, tal vez por lo provinciano, que le parece un bodrio el vínculo de la literatura con la música, que prefiere rechazar lo intelectual. Sin embargo esas dos prosas, tan densas, tan sobrecargadas de significantes, se le enredan entre lo que disfruta, lo que sufre y lo que idea.
“La literatura que me gusta es muy solemne, como (Juan José) Saer, a quien le debo mucho. Ese es el lenguaje que tengo incorporado, lo que leo. Me gustaría escribir una canción como escribe (Fabián) Casas pero no me sale. Termino en algo más (Antonio) di Benedetto, más tranqui”.
Y ahí donde él dice terminar, en realidad, es un camino controlado. En Mi Amigo Invencible compone con Mariano Castro, también cantante de la banda, sobre un imaginario más cerrado, con posibilidades ficcionales que se ajustan a las identidades de los seis miembros. Una palabra se une a otra, escrita de a dos, como un cadáver exquisito consciente.
“Es la experiencia lo que me ha marcado. Werner Herzog dice que hay que filmar lo que se ha vivido, lo banco mucho a él. El terreno en el que más nos sentimos cómodos es en el pasado. El presente es muy extraño todavía para escribir con esa seguridad. Las letras de los Invencibles son muy cerradas para mí, no deja mucho abierto, y eso nos lo regala el pasado”.
Sin embargo, cuando es él el único que canta, cuando él crea otros proyectos para sacar lo que en el grupo no puede, las palabras se convierten en un cuaderno de intimidades, en un diario personal, en el mundo interior. ¿Qué pasa con eso? La exposición es altísima. Y le da miedo. Pero se salva con el control de la forma de la canción. Es ahí, dirigiendo el proyecto, pensándolo hasta que le cierre, en su estética personal, donde él encuentra su escudo.
¿Qué te obsesiona?
No sé si es lo que más me obsesiona pero es lo más recurrente, lo que me da más herramientas para crear, y es la pareja, el amor. Siempre una decisión te deja afuera de otra, y tengo discos enteros hechos por esos deseos.
¿Qué dolor es el que sobrevivís con la música?
Creo que la búsqueda total de la libertad. Es lo que más persigo, en todo sentido, mía, de mi pareja y de todos. La libertad, además, es algo en constante movimiento y que perderla es mi miedo más grande. Yo trabajo freelance y eso no lo voy a cambiar nunca. Pase lo que pase, siempre veré formas de trabajo libre. Después hay otros temas más pequeños (que en realidad son gigantes) que me convocan. El silencio y la imposibilidad de un instante maravilloso, realmente maravilloso, por ejemplo. La concepción del silencio en la música me tiene loco y es lo que más difícil encuentro de plasmar.
Sos muy consciente del hecho artístico. ¿Sentís una responsabilidad?
No, sólo sobre mí mismo. La responsabilidad es primero conmigo, si después a otro le pasa algo, mejor. Es una necesidad personal, no lo veo como un acto de generosidad. Eso del arte para sanar o para modificar la percepción se lo dejo a mis ídolos, que ellos sí lo hicieron conmigo. Pero yo no quiero intentar eso porque no tengo las herramientas políticas para hacerlo. Es más una necesidad visceral.
Cuando habla sobre Mi Amigo Invencible dice que lo que él más quisiera es convertir la banda en lo más popular posible. Sí, reconoce que hay algo de eso por el hecho de ser un grupo de personas muy diferentes y que en la creación colectiva surge algo de ese orden, pero sueña con ser más accesible aún, llegar a más personas.
Lo otro, sus proyectos personales, los relaciona con el interior de su cuerpo, con su profundidad, y es algo que no puede evitar.
“Sueño con cosas posibles, que sé que puedo hacer”, dice, cuando habla del futuro, de las relaciones, del crecer. Entre esas cosas hay montañas, grabaciones, y la permanencia de los vínculos. Rasgo clave para entender a este hombre que hace diez años toca con las mismas personas que conoce hace muchos más.
En 2017, Mariano piensa entrar en el estudio, otra vez, con Mi Amigo Invencible de la mano de Shaman Herrera. “Mi plan es disfrutar al máximo, lo de siempre y todo lo nuevo que se viene”, afirma, bebe y sonríe.