En la entrada de Niceto Club casi nadie sabe de Claudio Combetto. Cualquiera que pregunte por él recibirá como respuesta gestos de extrañeza. Hasta que diga el apodo. Esas ocho letras son la llave: acá el tipo de la puerta se llama Gulliver y todo aquel que haya ido al club más de una vez lo sabe. ¿Se puede construir una leyenda parado en la puerta? Suena raro, pero es una tarea que Gulliver -tiempista de la palabra, espíritu renacentista, artista de alma- logró en sus 20 años en Niceto.
Su historia con la música comenzó mucho antes de que existiera el boliche que está celebrando sus primeros 25 años de vida: Gulliver se crió al calor del primer rock nacional. Al punto tal que, entre otras tantas experiencias, fue público de uno de los legendarios recitales de presentación de Artaud, el disco emblema de Luis Alberto Spinetta.
Años después, expuso sus collages en el Parakultural, fue iluminador y luego seguridad de Cemento. Hasta que Carmen Castro, la Negra Poli, lo invitó a formar parte del staff de los Redondos. Tiempo después de que publicaran ¡Bang! ¡Bang!!… Estás liquidado (1989), Gulliver abandonó el barco ricotero, tras dos años de lidiar con un público al que, en un principio, intentaba persuadir a través de la palabra. Pronto El Soldado, uno de los tantos personajes de la mitología redonda, le mostró cómo funcionaba el negocio. “Es así”, le dijo después de revolear a un fan.
En 2003, Claudio tocó las puertas del club de la calle Niceto Vega luego de una estancia prolongada en Villa Gesell, repartida entre la hotelería y la seguridad. “Cuando volví a Buenos Aires, se dio que mi hija venía a estudiar música con Mariana Baggio del otro lado de esta cuadra -recuerda en conversación con Indie Hoy-. Buscando un lugar donde comprar unas galletitas (esto era un páramo, no encontrabas un kiosco ni a palos), veo Niceto Club. Yo leía Radar, el suplemento de Página/12, y ahí siempre aparecía nombrado el lugar. Toqué timbre, apareció un chabón y me presenté. Era Javier Fernández. Le conté que había laburado en lugares como este, que venía de Gesell. Al otro día empecé. Estoy acá gracias a Javier”.
Fernández asegura que la mayor cualidad de Claudio es el trato con la gente: “Siempre genera una situación de revolver, provocando de alguna manera a cada persona que viene. Pensá que cuando entró, la Magic metía 500 personas; al Club 69 venían 600 personas; a Los Cafres o Miranda!, 150. Y en seis meses explotó todo. Él es el que va con las llaves colgando, no deja de ser el tipo de la puerta. Una entidad. Él ha modificado un montón de situaciones en lo personal”.
Gulliver devuelve el elogio y repasa con cariño sus días en Niceto: “Javier es mi alma mater. Así como yo llevo 20 años, hay un equipo humano, un núcleo que tiene muchísimos años acá. Hay algo que nos aglutina como un engrudo, como una sustancia del espacio exterior. Y aunque a veces no se ve, hay días que acá adentro hay laburando 40 personas, más las que laburan de día. Hay más gente que en un hipermercado, y todos están más locos que una cabra. De Nicolás -el dueño- para abajo estamos todos re pirusquis. Y él nos junta, ¿eh? Se vieron y se hicieron muchas cosas acá. Una de las gracias que tiene Niceto es la diversidad. Tuve la suerte de escuchar muy buenos músicos. De escucharlos, porque si los miro me descuentan del sueldo. Siempre mirando al público, ¿no?”.
Mientras sorbe un café, el protagonista repasa sus años en el club: haciendo puerta, sacando fotos -la faceta artística sigue allí- y mirando de reojo los shows. No vaya a ser cosa…
Cerati de fiesta
El Club 69 los jueves a la noche era tremendo. No tenías límite de capacidad ni de horario. Teníamos una fiesta, la Magic, que era de trance, alucinante, 900 personas bailando poseídas por el demonio de la pastilla, ¿viste? Ahí adentro en trance hasta las 10 de la mañana. Pero básicamente, en la primera época esto era un club. Eran todos amigos. Venían Charly García, Juan Castro, Divina Gloria, Sandra Ballesteros. Cerati, qué buen chabón… medio tránsito lento, de cara tristona, ¿viste? Pero muy buena onda. Se quedaba a un costadito bailando. En una Magic, la gente estaba una arriba de la otra. Y afuera había 400 personas. Viene él con un grupo de amigos y tuve que decirle: “Mirá, Gustavo, si te dejo pasar a vos, se me tiran encima los 400”. Y el tipo no hizo escándalo, se fue tranquilo. No como otros, que vienen a prepotear: “Cómo no me dejás pasar, soy [Michel] Peyronel, ¿no sabés quién soy yo?”.
La onda de Miranda!
Hay gente copada, como los de Miranda!, que no se la creen. Son buenos pibes, y todos los músicos que estaban con ellos también. Lo que generan en los shows… No se podía respirar ahí adentro. Tienen la mejor onda del mundo. Su show es terapéutico: el público, la alegría que hay, todo es genial. No sé si muchas bandas surgieron acá, pero muchas bandas sí se desarrollaron acá, con la oportunidad de tocar con una técnica adecuada para crecer. Capaz no los escucho en casa, pero lo que se genera en sus shows y lo que he visto es, no sé… ¡Es como un Peter Gabriel pero en jardín de infantes!
Un flaco en el club
Cuando Spinetta tocó acá no lo quise cargosear, ni le conté que vi la presentación de Artaud. Su hija Vera iba al colegio con mi hija, pero él era de esos tipos que veía ahí y los miraba de refilón. La última vez que tocó en Niceto se me ocurrió regalarle un collage. Él era un gran artista en todo sentido, con ese concepto renacentista de hacer de todo un poco. Entonces, agarré un collage mío, lo escaneé en dos o tres tamaños distintos, de papeles distintos, y lo volví a montar, lo hice más grande… Un collage lindo. Se lo puse en un paquete con el nombre de todos. “Los compañeros trabajadores de Niceto te hacemos este regalo agradecidos por tu música”, blablablá. Mi hija era chiquita y en su momento se quiso ir, en pleno recital. Al otro día me cuentan que, al final del show, Spinetta dijo: “Quiero agradecer en particular a toda la gente de Niceto, que me hizo este regalo tan especial para el alma”. ¡Y yo ya no estaba! No encontré fotos en ningún lugar, ni grabaciones, ni nada. Sí le pude sacar ahí un par de fotos, fue difícil porque la luz que se usa en el escenario es bastante tramposa. Me acuerdo que hacía un calor de cagarse [Spinetta tocó dos veces en Niceto en diciembre de 2010]. Fito Páez fue de invitado y salió puteando: “No toco en este lugar nunca más en mi vida”.
Pruebas de sonido privilegiadas
Cuando desaparezco de la puerta es porque me quedo viendo un show. Es que el show me enganchó y valió la pena. Eso me pasó un montón con Gabo Ferro. Una vez, Javier me llevó al balcón. Estaba yo solo con una botella de champagne escuchando a Gabo. Él sabía que me gustaba. Y me metía en problemas, porque siempre terminaba llorando, y no quedaba bien que me vieran llorando. Pero me conmovía la voz del chabón. Otro privilegio que tengo es la prueba de sonido. Ahí he escuchado cosas que después en el show no salían, ¿viste? Gabo haciendo “Casas de arañas” de David Lebón, Lisandro Aristimuño haciendo temas de Spinetta. O el propio Spinetta, que en la prueba de sonido les cambiaba las letras a sus canciones. La famosa “Mucama ojos de mantel”. Y vi la prueba de sonido de CocoRosie. Viste que son dos: una que rapea y la otra cantante lírica. Ese día fue uno de los más explotados. Las minas venían con la fama de histéricas totales: “No les hables, no las mires”. Entonces me escondí por allá atrás, arriba, en el fondo. De loco. En esa época tenía devoción por estas pibas, y salió la cantante lírica y empezó a tirar unas voces así a palo seco que llenaban todo el lugar. Casi tengo un orgasmo de lo que fue eso. El show fue muy muy bueno, pero las veces siguientes fue menos gente a verlas.
Del progresivo a Aristimuño
Disfruté mucho de shows de Morbo y Mambo, D.I.E.T.R.I.C.H., Poseidótica… Una banda que tocó bastante acá, muy interesante, muy buena gente. Además de buenos músicos, y muy creativos todos. Lo que deriva del progresivo me gusta, y Poseidótica me gusta más que Natas, que está el mismo baterista [Walter Broide]. Pero no sé, de los shows de Lisandro Aristimuño disfruto mucho también. Me acuerdo la primera vez que presentó “El plástico de tu perfume” con Liliana Herrero. La mina se rapeó todo en su parte de la canción y cuando terminó dijo: “Es la primera vez en mi vida que rapeo en un escenario y fue impresionante”. Es una genia.
Daniel Melero de soporte y DJ Boom Boom Kid
Melero una vez hizo una buenísima. Tocaba él y otras dos bandas. Y como siempre, para hacer algo distinto, salió primero y tocó cuando había 40 personas. Se fue apenas terminó su show y toda la gente se quedó esperando que saliera último. Y no, chicos: tocaron los otros y terminó. Eso es una actitud artística. Otra fue la de Boom Boom Kid, que toca siempre acá, pero además viene a pasar música a veces. Tengo fotos de una vez que, haciendo de DJ, se puso una mesita con dos Wincos al final de la barra, y sí o sí te tenías que acercar hasta ahí para escucharlo. Genial. El chabón tiene un catálogo impresionante en la cabeza.
La invasión del Pity
El Pity es el padrino de una de las hijas de un amigo mío. Entonces, él le habló de mí y siempre charlábamos. Es un tipo muy inteligente, y un gran compositor y letrista. Nos quedábamos charlando sobre cine. Estábamos en la Fiesta Invasión y no terminaba de funcionar. Nosotros acá le decíamos Infección. Un día viene con el baterista, y se mandan al camarín donde estaba una banda, no me acuerdo cuál era. Agarraron una botella, se la guardaron, y uno de los músicos saltó: “¿Qué hacés?”. Y el baterista le dice: “Hago lo que quiero” y le muestra un fierro. La banda llamó a seguridad y los terminamos sacando, los tuvimos que echar. Pasaron como dos años, y un día yo estaba ahí en el borde de la entrada. De repente, se asomó Pity todo tímido y lo primero que me dijo fue: “Hola, Gulliver, ¿me perdonaron?”. ¡Se acordaba! Fue lo primero que me dijo, ni un “cómo estás”. No, directo al “¿Me perdonaron?”. En alguna de todas esas veces que vino, no en esa vuelta, le saqué una foto.
Los trajes de Shaman y los clones de El Mató
A veces, las cosas más interesantes pasan en el lado B, no en el A. Uno que me gustó mucho el par de shows que le vi fue Shaman. Me parece impresionante, un artista de verdad. Hay un par de canciones de él que las escucho, el tema este con Santiago de El Mató, “Sonríe”… Es un mántrico, te levanta. En un momento, él hizo un registro tibetano. Conocía de antes esa técnica, pero nunca había visto a nadie hacerla en vivo. Aparte me acuerdo que tocó y yo no sabía ni quién era, salieron todos vestidos de traje, camisa y corbata, todos iguales. Y era una música del carajo. Del recarajo. Me impactó apenas empezó a sonar. Y él estuvo en la banda que tocó con Daniel Johnston, era un dream team de músicos de acá. A El Mató, que son amigos de él, no le cazaba la onda primero. Me parecían todos los temas iguales. Pero después de un tiempo, entendí. Las letras son buenísimas. Y además, después empezaron a aparecer los clones de ellos, ¿viste?
Hacer la puerta hoy
¿Qué cambió? Básicamente cambié yo, más allá de las épocas. Son 20 años y, como Niceto es un lugar tan ecléctico y flexible, parece igual pero nunca es lo mismo. Acá tenés una semana a los pibes de Barco, después a Ca7riel con Barro… entonces, vos cambiás con el público; cambia la gente, cambian los músicos. Lo que sí veo ahora es que hay mucha más asistencia a los shows. Y si no hay asistencia, te meten invitados a cagarse como para lograr algún efecto. Pero el que cambió fui yo. Hoy en día hay un escepticismo con la política. ¿Sabes qué te queda militar? Como actividad espiritual, la música –en todas sus variables– es una congregación. Ir a escuchar algo que te hace bien, sentirte parte, identificarte con las letras. Yo veo muchos adolescentes de 15, 16 años, que tienen todo un aspecto como de estar traumados, de estar lastimados por sus circunstancias. Esos pibes se encuentran, se identifican, y a su vez se ven contenidos en los artistas.
20 años en Niceto
Somos unos cuantos los que tenemos puesta la camiseta, más allá de lo que es el negocio, la empresa y la relación laboral. Como fenómeno cultural, capaz que dentro de 50 años un sociólogo se va a preguntar si existió Niceto o Cemento. Hay un fenómeno en la supervivencia, en dar trabajo a tanta gente y que los artistas puedan encontrar un entorno propicio para dar lo máximo. Escuchaba a los Bandalos Chinos en esta última residencia que hicieron y cada noche sonaban un poquito mejor: lo encontraban, como que se notaba que los tipos estaban felices en lo que hacían. Y eso es porque se sienten cómodos. Niceto es una empresa en los dos sentidos: una empresa como una aventura, una travesía. Los lugares se vuelven legendarios después, no se les da toda la relevancia hasta que dejan de existir y son una torre de edificios. Ahí todo el mundo dice: “¿Te acordás?”, y le ponen la plaquita. Este lugar es una referencia hasta para los taxistas. Cuando un turista pregunta adónde hay que ir en la noche porteña, el taxista le dice “Club 69”. Los astronautas de la Estación Espacial dicen que desde el espacio hay dos cosas que se ven: la Muralla China y Niceto.