Pablo Maeda grabó, hasta el momento, dos discos: La métrica del espacio (2013) e Islandia (2016). Escucho los discos, hago anotaciones; obsesiones: el tiempo y el espacio. Escribo: Elliott Smith en mi cuaderno y subrayo ese nombre. Acordamos con Pablo encontrarnos en el Café Margot, epicentro del barrio de Boedo. Espero en la esquina. Lo veo llegar. Su remera tiene estampada una caricatura de Elliott Smith.
La educación sentimental
Nos sentamos y pedimos una cerveza. Le muestro a Maeda mi cuaderno y sonríe con su rostro de rasgos orientales. Su padre y su madre son japoneses, oriundos de la isla de Okinawa. Islandia comienza a sobrevolar mi mente. Al ver la anotación Pablo me comenta su relación con Elliott Smith y otras músicas: “Te juro que al día de hoy puedo decir que he escuchado temas de él millones de veces y me hacen llorar, posta. Hay gente que vos le explicás eso y le parece ridículo pero, en el caso de Elliott, era un tipo que tenía todo el tiempo la emoción a flor de piel. Esa es una de las cosas que más me interesan de la música, porque te hacen poner en ese estado. También me pasa con los libros, con las películas, pero la música tiene algo que trasciende todo. Y te queda en la memoria hasta el día que te mueras, eso me parece que tiene la música. Además de Elliott, soy realmente fanático de Radiohead, bueno, Pink Floyd, toda esa rama más de cuelgue también.” Le pregunto sobre el contexto musical vernáculo: “Yo crecí con la música del under, tengo dos hermanos mayores. El del medio fue el que se dedicó más a la música, de hecho toca en la banda: es el bajista” – Cristian Maeda, integrante de los Islandeses junto a Fernando Masci, teclados; Hernán Bocaccio, guitarra y Lucio Curto, batería – “Empecé escuchando Hermética a los nueve años… Los Brujos, los Peligrosos Gorriones, Menos que Zero que me parecen increíbles, no entiendo por qué no tuvieron mucha más relevancia. Yendo más a lo actual, me gusta mucho Valle de Muñecas, me fascina lo que hizo Ravioli, lo de Flopa está buenísimo, Pez me parece increíble, toda gente que admiro mucho desde chico. Y ahora: Atrás hay truenos, Marina Fages… Hoy en día hay millones de bandas, es re diverso.” Surge, entonces, el tema de la masividad o no de ciertas bandas y el motivo de esa situación: “Un poco es una fórmula, mucha veces lo que atrae no es lo estrictamente musical. Las cosas se dan como se tienen que dar. Y es válido también. Hay que hacer las cosas que a uno le es inevitable hacer. El esfuerzo de hacer un disco es un esfuerzo en todo sentido, te demanda muchísimo y uno lo hace porque lo quiere hacer. Lo tenés que hacer, es como un deber que tiene tu cuerpo y tu cabeza y tenés que sacarlo. Lo que no se puede evitar es la búsqueda de un sonido. Y después…” De allí deriva el prejuicio de lo masivo o popular como signo de dudosa calidad: “Hay cosas geniales en todos lados y cosas de mierda en todos lados. En el under pasa pero no se dice porque estás criticando a alguien que se rompe el culo y está bien que no digas eso, porque está laburando, pero que las hay las hay. Tal vez en los 90s y en los 00s era eso, no venderse. Ahora hay más independencia y eso te lleva a profesionalizarte en un montón de aspectos, profesionalizarse entre comillas, porque no es el mismo profesionalismo, es otra forma de encarar el mercado. Hay un cambio muy fuerte con lo de ‘venderse’, ahora uno se tiene que vender a uno mismo, venderse entre comillas. Porque hacés tu disco y lo tenés que vender.” Da un sorbo a su cerveza y remata: “Es que hay mucha gente que entendió que se pueden hacer mejores cosas siendo comprensivos que de otra manera. Tal vez era más fundamentalista, antes, la gente que los músicos.”
Dios de adolescencia
Le pregunto a Pablo Maeda cómo comenzó a ejecutar música. Silencio. Rememora: “A los diecisiete o dieciocho años, tocaba un poco la guitarra. Tenía la fantasía, como todo adolescente, de tener su banda. Terminé el secundario y me fui con unos amigos de vacaciones a la playa, llevé la guitarra y me puse a componer, fue en Aguas Verdes, ahí entre La Lucila y Santa Teresita. Y empecé a tocar. En 2003 arranqué con mi primera banda y en el 2007, 2008, estaba como la formación estable. De la formación original queda sólo el baterista. Con los chicos que estoy ahora hace como diez años que tocamos, al principio éramos banda pero en un momento les dije: ‘che, si no les jode quisiera hacer algo solo, paralelo’. Me dicen: ‘siempre te dijimos que lo tenías que hacer’. La banda se separó, yo empecé con lo mío y es como que de a poquito la banda se fue sumando al proyecto. Una cosa rara, una transformación que hubo. Y así surgió el primer disco. Tocamos en un cuarto que tenía el batero. Lo grabamos un verano, cagándonos de calor. Después lo masterizamos con Andrés Mayo, eso es lo que salvó el disco. Había que sacarlo, tenía que sacar los temas de mi cuerpo, como un demonio. Y ahí arrancó todo, saqué el disco sin tener contactos con nadie.” Ese primer disco es La métrica del espacio, título que reúne dos obsesiones de Pablo, justamente: la mensurabilidad del tiempo y lo espacial. El espacio – tiempo. “Empecé a tocar, muchas veces solo, muchas veces con la banda, a veces semi acústico, a veces más eléctrico. No sé bien cómo se dieron las cosas. Empecé a conocer gente. Ahora tengo amigos que son músicos y está genial. Se fueron armando fechas. Cuando salió el primer disco estuvimos un año y medio sin parar de tocar. Después dijimos: necesitamos un descanso. Y descansamos un rato bastante largo. Hasta la presentación del nuevo disco fueron como dos años que no tocamos. Pero fueron dos años de intenso laburo, esta vez con el disco ya enfocado a que sea banda.”
Islandia, la geografía de una idea
“Salimos a tocar el primer disco. El batero tiene un amigo que se fue a vivir a Europa, escuchó el disco y nos dijo: ‘che, tiene un tono como islandés esto’. Entonces, cuando salimos a tocar dijimos: nos vamos a llamar Pablo Maeda y los Islandeses. Y este disco es bastante autorreferencial y dijimos, pongámosle Islandia para que tenga sobrepeso.” Un comentario generó una indagación y un concepto: “Empezamos a escuchar a Sigur Rós, nos volvimos bastante fanáticos. Hay otras bandas… Está Björk, está lo que hace solo el cantante de Sigur Rós. Más que nada por lo visual nos entró el concepto de Islandia. Ya estamos enamorados de ese lugar del planeta. Islandia es como la tierra prometida. Más para mí, que me gusta el frío. Islandia es la sociedad modelo, con ese paisaje surrealista que tiene. Para mí es una cuestión de enamoramiento total, y entonces construimos todo ese concepto”. Le comento a Pablo mis anotaciones sobre las letras de Islandia, el tiempo y el espacio son obsesiones: “Sí, creo que esa es la palabra, así como está el planteo de Islandia como el lugar utópico también se da esa idea, ese concepto, es como que el lugar en el que estoy viviendo no me estaría satisfaciendo. Me gusta mucho pensar en eso, en lugares utópicos, en las fantasías, en el ideal, es a lo que trato de apuntar aunque sea imposible, por más que uno sea consciente de que eso es imposible, y justamente eso no tiene que ser una traba. El tema es buscar, lo que está bueno es la búsqueda misma. Para seguir buscando está bueno; buscar algo que, racionalmente, sabés que tal vez no encuentres nunca. Me gustan ese tipo de viajes. Y el tiempo es un concepto que no logro concebir. Es una invención del hombre, una unidad de medida. De alguna manera tenemos que medir el paso del tiempo. Es una locura, pero el hombre tiene que medir todo, es como una necesidad.” Me cuenta, Pablo, que en la grabación de Islandia, su último disco, encontró una cierta concepción de trabajo: “Me di cuenta de que hay formas de hacerlo, no una fórmula específica. Y es más laburo que inspiración a lo que uno se dedica. Si uno es dibujante, te gusta dibujar, ¿qué vas a hacer? Vas a practicar. Si querés dibujar una línea recta perfecta la vas a dibujar millones de veces hasta que salga, hasta que tu mano te obedezca. Esto es un poco lo mismo. Es una forma de buscar hacer las cosas así y con un sentimiento, tal vez. Es como tratar de adiestrarse a uno mismo.”