No es una tarea fácil hablar de Paul Higgs. Tan inabarcable como ocurrente, el músico y productor montevideano es uno de los referentes de la nueva escena uruguaya y lo deja en claro con cada paso que da. Con una presencia tan apabullante como genuina, en su haber lleva publicados once discos de estudio -por lo menos que él recuerde- entre las bandas que forma parte y su proyecto solista, algo impresionante para sus intensos 29 años. “Capaz compongo algo, lo subo a Bandcamp, no le digo a nadie y me olvido -cuenta el músico en conversación con Indie Hoy-. Hoy la música cumple muchas más funciones en mi vida que solo lo que grabo”.
En esa frase hay una verdad categórica y es que Higgs vive por y para la música. Todo en su vida gira alrededor de ella, dado que lo acompaña desde que tiene memoria, y la forma que encontró de devolverle tanta contención es dedicándole cada instante posible. Si no es componiendo o detrás de las consolas, es tocando con colegas, con sus bandas o con cualquiera que simplemente quiera compartir el placer mundano de enchufar un instrumento y hacer un poco de ruido. Por esa misma razón, con transcurso de los años, pasó por bandas como Oso Polar, Hidroala o Algodón, esta última de gran reconocimiento en tierra charrúa.
Higgs habla de cualquier tema con una devoción ostensible y una verborragia a veces difícil de seguir. En ese tsunami de palabras, cuenta su origen y comenta que es descendiente de ingleses, que un ancestro suyo llamado Thomas Berry Higgs llegó un día a Uruguay desde una localidad de nombre Melton Mowbray a trabajar en los ferrocarriles y que nunca más se fue. También cuenta que esta fascinado con Jellyfish, una banda estadounidense que tuvo su auge en los noventa pero que, según él, “eran demasiado Alicia en el país de las maravillas para la época en que salieron y no fueron comprendidos”. Eso es Higgs, una miscelánea entre lo clásico y lo millenial bañada en esencia yorugua.
Para comprender mejor quién Paul Higgs es, no hace falta más que observar a su alrededor. Apenas se entra a su morada uno se encuentra con un sillón de terciopelo violeta y un póster en blanco y negro de los Red Hot Chili Peppers justo encima; vinilos en el piso, la mayoría de los ochenta y los setenta; y una guitarra acústica de fabricación brasilera reposando sobre la pared. En su brazo derecho, lleva tatuada la palabra “Funk”, representación del impacto que tuvieron los Peppers -y sobre todo dicho género- en su vida. La guitarra, por otro lado, es un souvenir del país que lo acogió en sus tierras por un periodo de tiempo, al igual que lo hizo Argentina y su Uruguay natal.
Bajo esa triada entre países y latitudes, el artista acaba de publicar el disco Tridimensional, el cual se configura como una obra íntima y poderosa, realizada mano a mano con el músico coterráneo Martin Buscaglia, o el “Halcón Plateado”, como lo llama Paul. En esta ocasión, Higgs se abre sin prejuicios a nuevas sonidos y a narrar con la mayor sinceridad posible sus aficiones, inquietudes y reflexiones que transitan por su inconsciente y exterioriza de la forma que mejor sabe.
En comparación con todos tus otros discos, ya sea en banda o solista, Tridimensional parece ser tu trabajo más personal y tranquilo que sacaste hasta el momento. Mientras en tus otros álbumes predominaba la distorsión, en este abundan los sonidos acústicos y la voz limpia.
Totalmente. Es que en cierto modo físico, sónico o espiritual, que sí se refleja en el sonido, este es el disco que he hecho con menor cantidad de escudos sonoros, por lo cual eso implica que sea íntimo. Previamente solía llevar a cabo una especie de “súper música”, algo así como Paul Higgs con esteroides, en pos de nunca supe bien qué, viste. Jamás me hubiese atrevido a lanzar una canción que sea solo guitarra criolla y voz y mucho menos meterla en un álbum que fuese tan importante para mí. Esto es todo lo contrario a mis trabajos anteriores que, naturalmente, por una inquietud creativa constante, siempre me salió sobrearreglar todo, sin que eso signifique algo positivo o negativo. Lo que logramos esta vez es más certero y, aunque las otras veces también lo era, ahora más que embocarle el dardo en el centro fue como tirar todos los dardos a la vez y destruir el tablero.
¿Fue difícil para vos mostrar este lado más vulnerable y relajado?
No fue difícil mostrar esta nueva faceta porque fui de la mano con Martín Buscaglia. Trabajando con él siempre me sentí muy seguro y a la predisposición de su dirección. Al sentir esa comodidad, y al mismo tiempo esa amistad que ya hemos formado previa al momento que comenzamos a trabajar, la satisfacción era constante. El proceso en sí fue cero dramático. Tal vez el disco hable de algunas experiencias dramáticas de mi vida, pero la grabación fue muy amena y cero rasposa.
¿Cómo fue la metodología de trabajo con Martín en el estudio?
Nada más tuve que seguirle el carro al Halcón Plateado. Él es mágico, es como Ho-oh, el pokémon dorado legendario. La realidad es que lo llamé a él para la producción porque quería sacarme a mí mismo del medio. Estaba cansado de cantar “I Me Mine” y con Buscaglia ya nos llevábamos re bien. El fella es ultra funky, entonces me podía cazar el trip. Además es ultra melómano, y al gustarle tanta música distinta, me servía bastante. Con él busqué derrocar la figura creativa que se había generado junto a mi desarrollo como artista. Es como si él hubiese agarrado un machete y comenzó a desmalezar el pantano donde vivía Horacio Quiroga, así llegamos a su casa entre las cañas y rescatamos el cráneo de cristal. Recorrimos ese multiverso con mucho entusiasmo, aprovechando la corriente y rompiendo la barrera del sonido. También elegimos el equipo con el que íbamos a trabajar, desde el primer momento sabíamos que a los coros los iba a hacer Hidroala, la banda que tengo con Leandro Aquistapacie y Charlie. Para las baterías contábamos con Diego Bartaburu de No Te Va Gustar, que justo es la pareja de mi mejor amiga.
Un disco que transpira esencia uruguaya entonces.
¡Sí, de una! Siento que junto a Buscaglia -él con 20 años más de experiencia- se dio todo en un momento donde nuestra experticia, más que brillar por su ausencia, se lució por su presencia. Con poca cantidad de tiempo y pocas posibilidades, ya dábamos en el blanco enseguida. No necesitamos meses de preparación porque ambos ya nos sentíamos afianzados.
Es un aporte generacional muy importante para la música uruguaya que ambos trabajen a la par de esta forma.
Ojalá que así sea. Y sí, es verdad, con él fue todo súper a la par y de forma descontracturada.
En canciones como “Sufro” o “Ni ahí” hablás sobre lo que la gente piensa o espera de vos. ¿Eso es algo que te pesa?
Con el tiempo me fue resbalando y ya hace tiempo me pasa así. Ejercito un desinterés eficaz sobre lo que otras personas puedan decir de mí o de mi trabajo. Tal vez se debe a que crecí en un ambiente escolar muy cerrado y todo el tiempo fui muy adverso a todo eso con lo que crecí durante varios años. Cuando tenía 11 se abrió mi tercer ojo y a partir de ahí encontré mi personalidad. Capaz que cuando expresás libremente lo que sentís o lo que sos en una sociedad tan cerrada causa algún grado de repulsión. A a esta altura ya no me pesa nada. Estoy entrenado ante esa especie de cuestiones. “Ni ahí”, por ejemplo, engloba una filosofía de vida que se desenvuelve en un determinado contexto. Tal vez en la mismísima vida cotidiana es más complicada de aplicar. Se basa en una actitud motivada por hacer lo que uno quiere.
Después hay otras canciones como “Adoquines” que parecen salir de escenas cotidianas y con una Buenos Aires muy presente.
Me acuerdo de estar yendo ir a mis clases de canto por el barrio San Telmo, vestido con un piloto amarillo, y ya estar curtiendo un tapabocas antes de que todo explote. Me acuerdo lo extraño que se sentía y de hablar con mi profesora sobre todo lo que estaba por venir. Es en base a esa experiencia y esas imágenes que surge la canción “Adoquines”. Habla de mi paseo en subte de aquí para allá. Un relato medio tanguero. Un arrabalero after pils con Nintendo 64. La verdad que sí, muy porteño, pero es inconsciente.
Por otro lado, el disco viene con un concepto y una estética bastante marcados. ¿Cómo los trabajaste?
Para empezar, busqué trabajar con personas que pudieran impulsar y responder con máximo equilibrio lo que yo quería expresar. Cité a Jazzie Moyssiadis, que es una fotógrafa de San Pablo muy capa con quien nos hicimos muy amigos hace tiempo. Así que me fui a Brasil a hacer las fotos del arte del álbum. Ella me habilitó un cuarto en su casa y me quedé dos semanas ahí. Conviviendo, tiramos ideas y títulos y ella fue parte de toda esa concepción estética del disco por fuera de lo sonoro. Lo escuchábamos y tratábamos de pensar cómo podía lucir ese sonido que en parte ya lo tenía grabado. En una especie de parálisis del sueño, en un estado entre el sueño y la vigilia, encontré el título Tridimensional, que involucraba a Brasil, Argentina y Uruguay, pero también involucraba los pies en la tierra de esta dimensión, que es la tercera, y me parecía una palabra equilibrada. Entonces le dije a Jazzie: “Encontré el nombre del álbum, ¡al fin lo encontré!, me lo voy a guardar en el corazón y te la voy a decir en unos días”. Y así que seguí mi viaje por Río de Janeiro en una aventura total, mientras que en Uruguay Buscaglia mezclaba el disco junto a Gustavo Montemurro y me mandaban todo lo que hacían. Después, finalmente le cuento a Jazz el título y le digo que teníamos que crear una bandera que incluya a Uruguay, Argentina y Brasil. La creamos y decidimos materializarla, por eso llamamos a unos albañiles para que la construyeran y se formó una especie de estructura de tres metros por tres metros donde me saqué muchísimas fotos. Después volví a Montevideo y le mostré las imágenes a Francisco Cunhya, que es un artista con quien trabajo hace ya tiempo. Al ver las fotos llegamos a la conclusión de que la bandera no se comprendía mucho, entonces fuimos a una muestra de artes visuales de un artista uruguayo que justo trabajaba todo con rayas y con la tridimensionalidad. Ahí vimos cómo usaba rayas sobre un plano blanco y le daba volumen a la obra y nos encantó. Con eso como influencia, llegamos a todo este concepto que tenemos ahora, con los colores que ya habíamos usado previamente con Jazzie. También me pasó que necesitaba un color que impacte visualmente y que, en parte, pueda representar a la música del disco, y ahí de forma parcialmente azarosa me llegó: ¡plaf, naranja! Te juro que estaba tirado en la playa y me llegó de forma inesperada, mientras en el cielo miraba la geometría sagrada y las caras de mi padre y mi madre formándose en las nubes.
Otra cosa que te mantuvo ocupado fueron los shows en vivo. Los shows que diste en la residencia del CC Richards junto a Melanie Williams y Choki Gianquinta tenían un componente energético bastante contagioso. Parecen tener una química nata a la hora de tocar y está la sensación latente de que puede pasar cualquier cosa cuando están tocando los tres juntos, casi como un presagio de peligro.
Bueno, pasa que el rock and roll -en su esencia más referida a la libertad- tiene peligro. Peligro en un sentido no necesariamente terrorífico, o sí. El rock tiene vértigo, y de eso hay mucho cuando tocamos. Con Melanie y Choki ensayamos mucho para que se den este tipo de situaciones involuntarias. Y muchas veces no están ni planteadas. Si le pifiamos sabemos reírnos de eso y seguir como si nada.
Este año también arrancaste como guitarrista en Doppel Gangs, el proyecto de Simón Saieg. ¿Cómo surgió eso?
Antes de que todo explotara, Simón me escribió por Facebook comentándome que con su banda había sacado una canción que también hablaba de un helado de frambuesa. El tema era “Ramona” de Perras on the Beach. Y después con esa canción y esa banda sucedió lo que sucedió, a la semana que yo hablé con él. El Chupalapija recién había salido, yo se lo mostraba a mis amigos y flasheábamos. Fue el instante previo a que esa canilla se destapase y la cultura rioplatense se inundara de estos personajes fabulosos. A partir de ese entonces nos hicimos amigos. Un día los agitamos para que vengan a tocar a Montevideo, vinieron, nos conocimos, yo me puse de novio con una chica mendocina y eso fue algo que nos unió más también. Con él somos como almas que se encuentran en la misma frecuencia. En 2019, se da que nos mudamos los dos para acá y nos juntamos a tomar café, charlar, y en una, subiendo un ascensor me dice: “che, voy a armar una banda para tocar lo que estoy grabando, ¿estás para ser el guitarrista?”. Y así se dio.
Hablando un poco de Uruguay, y dado que estuviste viviendo este último tiempo en Montevideo y Buenos Aires, ¿qué diferencias sustanciales encontrás entre la escena uruguaya y la argentina?
En Uruguay hay mucho de lo que yo llamo “anomalías”, que acá en Buenos Aires existen, pero son más normales que allá. En Montevideo hay piedras preciosas y acá quizás haya una catarata que manda oro constantemente. Entonces, el valor del cristal pasa a ser realmente importante. Cuando surge un artista de un lugar tan adverso, se valora el doble. Buenos Aires naturalmente me magnetizó y todo se alineó para poder cruzar el Río de la Plata.
Además de tu proyecto solista, estos últimos años estuviste trabajando mucho como productor. ¿Cómo empezaste y cómo te sentís en ese rol?
El trabajo de productor lo hago hace añares. En un momento dejé de hacer música para publicidad y pude dedicarme enteramente a tocar y producir. Cuando uno da un salto de fe muchas cosas caen en su lugar. Con el paso del tiempo empecé a trabajar con bandas más formadas como Los Siberianos, Las Sombras o El Príncipe Idiota. Me encanta ese rol. Ahora estoy con Charlie, con quien somos parte del mismo organismo. Cada trabajo de producción es total y completamente diferente al anterior, ahí conocés la psiquis de un conjunto de personas. Es un lugar muy personal donde salen a flote las inseguridades de la gente, es muy loco. Hay veces que terminás fulminado porque estás trabajando con energías ajenas.
En YouTube aparecen muchos videos tuyos tocando con tu viejo, Lulo. Entiendo que un poco la pasión por la música viene gracias a él, que formó parte de bandas emblemáticas como los Shades y Días de Blues. ¿Qué relación tenés con él?
Tengo la mejor. Mi viejo es muy capo, muy chill y muy cool. Es un outsider. Él es de esa gente que hace lo que hace solo porque lo hace, es muy despreocupado. Yo ahora estoy trabajando en su antología. Un nuevo sello uruguayo va a sacar un boxset con los cuatro singles de los Shades. Son uno de los primeros grupos uruguayos de la movida beat que hicieron un tema en español. Desde el 67 al 95, mi viejo grabó todo en casa y yo digitalicé todas esas grabaciones para recopilarlas en una antología.
¿Él fue quien te enseñó a tocar?
Sí, en gran parte fue él. Me acuerdo que me enseñó este de “salgo volando, por la ventana, y tantos días quedan atrás…“.
Muy millennial. ¿Y qué le pareció el disco?
Le encanta, mal. Pero bueno, en parte lo entiendo, tuvo a su hijo sano y relativamente decente… y ahora toco rock and roll, ¿qué más quiere? Él me prestó su Gibson SG del 68 para unos puntos en “Adoquines”.
Vas a presentar Tridimensional en vivo en Niceto. ¿Qué tenés pensado para el show?
Para este show traigo a una escenógrafa muy pro de Montevideo, vamos a armar unas estructuras montables ultra psicodélicas. La banda va a ser el trío del Richards junto con Charlie en piano y Lean en coros. También van a haber algunos vientos y tambores de candombe, a manos de Flor, mi profesora que es argentina pero tiene más swing que muchos uruguayos. Va a haber una estrella azul gigante que proyecte luz resplandeciente y mi guitarra va a descender por un sistema de poleas desde uno de los balcones de Niceto mientras al mismo tiempo suena música súper épica. En ese momento voy a aparecer con una capa mística, un traje y unas plataformas, todo hecho a medida para el álbum. Voy a disfrutar de invitar a personas que admiro un montón como a Fonso, Simón, amistades de acá con quienes nunca tuve la oportunidad de hacer este tipo de espectáculos por motivos territoriales. Nos dieron la sala para que expresemos el concierto que queramos, por fuera de tickets, por fuera de todo. De cierta manera, lo que pase en Niceto también va a ser una continuación de lo que fue la residencia.
Paul Higgs se presenta este jueves 15 de septiembre a las 20 h en Niceto Club (Av. Niceto Vega 5510, CABA), entradas disponibles a través de Passline. Escuchá Tridimensional en plataformas de streaming (Spotify, Tidal, Apple Music).