“No somos un grupete hippie que vamos a cantar ‘We Are the World’ todos juntos al final. Eso no va a pasar”, anticipa Sergio Rotman en el inicio de una conversación en el que máximas como esas aparecerán casi de la nada gracias a la misma inercia de la charla. Se refiere a su encuentro con normA este jueves en Niceto Club, donde la banda platense y el proyecto solista del fundador de Cienfuegos y El Siempreterno –entre otros grupos- presentarán sus últimos discos y sellarán una comunión estética que hace que se los imagine cercanos, compartiendo imaginario y referencias vinculadas al post punk. Algo también que se evidencia en las colaboraciones cruzadas grabadas por ambos en sus más recientes álbumes: Odio, de Rotman; y Cro9uis, de normA.
“Nos unen varias cosas. Lo primero es un profundo amor por Wire, la banda inglesa, que parece una cosa banal y pequeña pero no lo es”, acota el propio Rotman, quien admite al pasar que pensó en el grupo liderado por Chivas Argüello para ser su banda de acompañamiento en los inicios de El Siempreterno: “Nunca se los propuse, de hecho creo que ni lo saben, pero tengo una conexión con ellos que va pegada a cierto gusto musical y a cierta forma de escribir”.
“Hay ciertas bandas, como ciertos escritores o actores, gente dentro del arte, que unen a las personas más allá de que se conozcan personalmente. No sucede más que con un puñado de artistas. Pero vos sabés que si a esa persona le gusta eso, tenés muchísimas posibilidades de que sea tu amigo para toda la vida”, resume el, entre otras cosas, magnético saxofonista. Ese tipo de reflexiones con buena dosis de chispa (y casi sin filtro alguno) son, también, parte de la magia negra que transmite este músico troncal en la historia del rock argentino de las últimas cuatro décadas. Alguien capaz de ser parte de esa maquinaria internacional llamada Los Fabulosos Cadillacs sin perder su identidad underground construida a imagen y semejanza del punk, su principal sistema de creencias a nivel filosófico.
Continuando ese mismo viaje, este jueves el artista y gestor también vinculado a Mimi Maura mostrará las canciones de Odio, su segundo disco solista. Un trabajo en el que, entre otras particularidades, hay un guitarrista distinto en cada tema y pueden escucharse algunas de las canciones más sentidas de Rotman. Todo como parte de un caos controlado con precisión y astucia en el que el músico entrega su visión de mundo: un imaginario nihilista con el pesimismo certificado de un pensador de la contracultura que parece listo para recibir el fin del mundo. Y que además tiene ganas de hablar de eso.
Cuando publicaste Odio decías que ese era el único sentimiento que eras capaz de sentir. ¿Seguís pensando lo mismo?
Lo confirmé con dolor. El ser humano no para en su idiotez. Lo que llamamos proceso civilizatorio, sobre todo los últimos 250 años que hace que vivimos de esta forma, en ciudades conducidas por 50 corruptos… Antes la civilización era diferente, si bien vivíamos en ciudades, este conglomerado gigantesco que formamos ahora no lleva más que a la desintegración de la humanidad. No hay otro camino para lo que estamos haciendo, que es la mediocridad, la falsedad y el truco. Nos alejamos de la verdad cada día. Cada día que prendés internet y chequeás las noticias es un día que estás más lejos de la verdad y de la felicidad. Hemos creado un sistema perfecto para que todo sea una mierda, y los últimos dos años, sobre todo con pandemia… Era lo último que faltaba, ¿no? Una estupidez hecha internacional y mundial. Si bien hubo grandes intentos de hacer estupideces mundiales, esta fue una obra del arte de la maldad. Así que no solo creo que el odio es el único sentimiento que puedo sentir, sino que además ahora ni siquiera siento amor, que antes por ahí así. Quiero ver cómo todo se prende fuego.
¿Hasta qué punto ese clima que presenta Odio estuvo influido por el encierro y la pandemia? ¿Cómo fue este proceso creativo en relación al del primer disco?
Odio fue un disco producido y compuesto en un 99% entre abril y mayo de 2020. Las canciones pertenecen a ese momento. La producción es bastante particular porque tengo la misma base casi en todas las canciones [Álvaro Sánchez y Gabriel Muscio] y después tengo guitarristas invitados en cada canción [Pablo Martín, Hernán Espejo, Ariel Minimal, Gonzalo Campos, Saúl Díaz de Vivar, Florián Fernández Capello y Chivas Argüello y Ugo De Orta, de normA]. Mi idea era que sonara todo diferente y en realidad extrañamente todo suena bastante parecido, uniforme, lo cual me gustó. Me gusta cuando el plan original se cambia. El disco se sostiene en un estado ánimo, claramente, y no tiene ningún punto de comparación con el primero. El primer disco lo hice después de hacer los dos shows de regreso de Cienfuegos, que fue algo que me sorprendió mucho, que Cienfuegos tenga esa convocatoria. Cuando en 2007 dejamos de tocar había 80 personas en el Salón Pueyrredón, volver con 4 mil no es normal. Y tampoco es que pasaron 50 años. A la salida de eso dije, “si yo juré que nunca iba a reunir a Cienfuegos y lo hice, ¿qué otra cosa dije que nunca iba a hacer?”. Y era hacer un disco solista. El fracaso fue rotundo. El disco está buenísimo pero yo no podía componer, estaba bloqueado y tuve que recurrir a canciones que ya tenía, a covers que no pensaba nunca grabar. Como si eso fuera poco, la presentación del disco fue un desastre. Yo tengo mucha experiencia y me doy cuenta enseguida cuando una banda funciona o no. Y al toque me di cuenta que no funcionaba. Hice una segunda presentación en febrero de 2020 y fue muchísimo peor, y fue muy doloroso para mí. Era una demostración de que no podía. Envalentonado con la vuelta de Cienfuegos dije “ok, puedo hacer lo que quiera”, y la verdad que no puedo, tengo que hacer lo que está bien. Luego llegó la pandemia, tuve peleas muy fuertes con gente cercana y entendí que estaba frente a un apocalipsis que tenía que pasar. Cuando me guardé, me di cuenta que lo que tenía que hacer era un disco bueno. Hice Odio y me ha ido muy bien. Ahí pude armar una banda. Y cuando me dejé de pelotudeces y de hacerme la estrella de rock y el idiota, me metí en un bar pequeño como Strummer Bar y me dediqué solamente a tocar ahí. Ahí todo funcionó perfecto y me di cuenta que había cometido un error y lo tenía que subsanar. Ahora mi obligación es esa.
¿Cómo coordinaste el trabajo con tantos guitarristas?
No te olvides que yo tengo 38 años haciendo esto. Solamente Canary [su sello discográfico] tiene 48 grupos. Para mí, ese tipo de desafíos no son conflictivos. Al contrario, el conflicto y el quilombo me sirve, me ayuda. Una cosa que ganás es experiencia y aprendí que el rock and roll es eso: es caos y una situación en la cual no estás seguro de lo que va a pasar. Y a partir de ese concepto me pareció bastante sencillo trabajar con situaciones de audio que sean conflictivas, que no funcione todo a la perfección. Algunas canciones las grabé directo a las cintas, sin Pro Tools. Volver a grabar como grababa en el siglo XX me ayudó un montón. El disco tiene algunos conceptos de producción que hizo que todo funcionara. Y el audio del disco lo mezcló Pablo Martín, que es el guitarrista de Tom Tom Club [banda integrada por Tina Weymouth y Chris Frantz de Talking Heads]. Él vive en Nueva York, es amigo mío de la infancia, y él se encargó de que toda arista que fuera conflictiva pasara a ser un beneficio y no un problema.
¿Sentís que este es un disco más cancionero?
Lo que pasa es que cuando trabajás bajo tu propio nombre, el camino es enorme. Una de las pocas cosas positivas que tiene no tener un grupo es que podés hacer cualquier cosa. En este caso, fueron canciones porque tuvieron mucho que ver con los primeros dos meses de encierro de 2020. Allá para mayo me di cuenta que esto era todo una pavada y salí, como todos los humanos deberíamos haber hecho. Pero esos dos meses me sirvieron para tener la energía para hacer esas canciones. Lo bueno de llamarte con tu propio nombre es que el disco que viene puedo hacer algo opuesto y a nadie le sorprendería. En un grupo sí esperás un mismo camino, porque tenés que unir cuatro, cinco, diez, veinte criterios. Es muy difícil en cada disco tener una visión diferente. Pero siendo solista, y pudiendo cambiar de integrantes todo el tiempo –aunque no lo vaya a hacer-, lo que estoy pensando para el próximo disco posiblemente no tenga mucho que ver con Odio.
Los tiempos que estamos viviendo
“Yo empecé a grabar en 1984 mi primer demo con Día D, con lo que después fue Cienfuegos. Por lo tanto mi camino fue siempre tan cambiante que no supongo que nadie espere nada de mí”, explica Rotman al ser consultado por su no tan vieja identidad solista, que inició en 2019 con su debut homónimo y consolidó con fuerza a partir de Odio, un LP que le hace honor a todo aquello que su responsable evoca (y promueve) discursivamente.
“Uno de los beneficios que yo tengo como artista es que no tengo que decirle nada a nadie. Más allá de que estoy utilizando mi nombre ahora, no tengo un plan maestro. No tengo una discográfica que no sea yo mismo, no tengo intenciones de comercializarme ni ofrecerme como producto de nada, así que ni siquiera me hago ese planteo”, agrega con un derrame filosófico que deriva en la independencia, la autogestión y el hazlo tú mismo como signo de una época que, seguramente, ya no volverá.
“Otro beneficio que tengo, que va contra la popularidad, es hacer lo que se me cante bien el orto todas las veces que quiera. Y eso es bueno, pero también significa que estás solo”, plantea una vez más con ritmo de cátedra. Y si queda alguna duda, él mismo explica su intransigencia absoluta a la hora de analizar el mapa de la industria musical actual, un tema que lo atraviesa a fondo: “Escuchate esto que es importante: todas las bandas que pertenecen de alguna forma a un tercero asociado, ya sea un sello discográfico, una productora o un estilo musical, están condicionadas a ciertos parámetros con los cuales no podés romper porque tenés códigos con otra persona que tenés que respetar. Bueno, no es mi caso”.
“Eso es lo bueno de ser verdaderamente independiente. Pero también tiene algo malo, que es que ya no sos un músico popular”, prosigue Rotman. “Y yo que pertenezco a la banda más popular del planeta me doy cuenta de eso. Cuando voy a tocar con los Cadillacs, como voy a ir a tocar ahora, digo ‘guau, me había olvidado que esto es una mierda’. Una mierda en el sentido de que tenés un montón de responsabilidades y horarios que cumplir, estadios que llenar. Todo tiene algo bueno y algo malo”.
Hace poco decías que no había ninguna forma de que algo popular sea bueno. ¿Cómo te llevás con la música de hoy?
Eso es lo que pasa ahora. Antes vos podías hacer una canción espectacular y sentarte a esperar que sea conocida y se convierta en un hit o lo que sea. Ese terreno está manejado por gente: la voluntad de los escuchas ya no es más libre. Y es una paradoja, porque cualquiera puede escuchar cualquier cosa. Lo cual es una trampa. Es muy difícil que vos le dediques tiempo a escuchar un grupo nuevo, porque como tenés acceso a absolutamente todo, no tenés acceso a nada. Vos estás tan bombardeado por tanta música –que es un commodity, como cualquier cosa- que ese proceso lleva implícito que vos no puedas escuchar todo porque toman tu tiempo. Hoy lo que sí podés hacer es generar tu propia música y llevarla a todo el mundo. Pero eso es un truco también. Antes, el trabajo que tomaba llevar tu música hacia los oídos de la gente hacía que llegaran los mejores de los mejores. Y como yo lo único que siento por la raza humana es desprecio, a mí no me interesa que todo el mundo sea músico y famoso. Ni me parece bueno que cualquier tarado que rima dos palabras pueda tener acceso a todos. A mí me gustaba que existieran los sellos independientes que arriesgaban dinero porque creían en un grupo. Eso requería de un compromiso, y hoy no hay compromiso de nada. Hoy con una computadora y un teléfono podés hacer que tu disco lo escuche todo el mundo. Pero la gente se dio cuenta: no hay nada bueno porque no hay exigencia en el proceso de llevar tu creatividad a la exposición pública. Antes ese proceso hacía que vos tuvieras que hacer algo demasiado bueno para mostrarlo. Es como la manufacturación de comida: desde que hacemos comida en masa, la comida dejó de ser buena. Yo no los quiero a todos, yo quiero a los mejores. Solamente los mediocres se ponen contentos con poder poner en internet su maldito disco, que es una mierda y a nadie le importaría escucharlo. Yo prefiero que el sistema sea tan exigente que solamente los que son talentosos y tienen algo realmente interesante que decir lo puedan decir. No quiero que todos triunfen, quiero que todos trabajen y sean felices. Pero no me interesa tener millones de bandas que no pasan ni los seis meses. Antes ensayabas dos años, después dos años más para ver si grababas un demo y después tocabas un par de años más para ver si al público le gustaba. El proceso de una banda era de cinco o diez años… Me van a decir que no entiendo los tiempos que corren. No, ¿sabés qué? No los entiendo y es lo mejor que me puede pasar. Yo sería feliz en entender y ver que los tiempos de hoy en día sean “guau, mirá lo que hay”. ¡Pero no pasa nada, loco! Yo veo a todos, conozco a todos, hasta al trapero más desconocido. Lo único que hago es dedicarme a la música. Pero no pasa nada, no hay uno bueno. Ni uno bueno. No te pido mucho, uno dame. Son todos un montón de artistas pop desesperados por pegar y el séquito de tarados que los siguen sacándose fotos. Es una pobreza muy grande. Me van a odiar por decir esto pero es la verdad.
Es tu verdad, al menos…
¿Sabés cuál es el problema que tenemos? Nos han cooptado el pensamiento. Hoy en día, al cuestionamiento se lo llama “hate”. Y antes de que empiecen los que van a leer esta nota, que te digan “hater” para mí generación era un halago. Yo vengo de la generación en la que Johnny Rotten se puso una remera con la foto de Pink Floyd tachada que decía “I hate Pink Floyd”. Ese pibe era mi modelo de persona. El modelo de persona de la sarta de esclavos que hay ahora en el sistema es quien no odie, es quien acepte mejor que lo que tiene onda es tener millones de dólares. Es un problema generacional, mi amor.
Con casi 40 años de carrera transmitís una suerte de plenitud permanente, siempre haciendo cosas. ¿Qué es lo que te mantiene con esa energía y con esas ganas?
Es que no sé hacer otra cosa. Una de las cosas que nos diferencian mucho a mi generación de la de mis padres y de la de mis hijos es que nosotros no tenemos grises. La generación de mis padres sí. A mis padres, que querían ser músicos, les decían que estudien abogacía por las dudas. Y a la generación de mis hijos, que quieren ser abogados, les dicen que se compren una computadora para ser youtubers. Nuestra cultura, la que nace con el punk, que es un movimiento que cada día cobra más importancia porque fue el último acto decente del ser humano, que es renegar contra el sistema, tiene esa gran característica. Nosotros hacemos esto, y si no nos morimos. ¿Todo lo demás? Y bueno, los pibitos de ahora. Juegan a la pelota un poquito, son un poquito gamers, un poquito músicos. Todos muertos de miedo, todos vestidos igualitos, todos con una conducta exactamente igual. Y el que no es así, lo llaman “hater” y lo quitan de la sociedad. Nunca vi una cosa tan cruel como esa pero bueno, es lo que nos merecemos y son los tiempos que estamos viviendo.
Sergio Rotman se presenta este jueves 10 de marzo a las 20 h en Niceto Club (Av. Niceto Vega 5510, CABA) junto a normA, entradas disponibles a través de Passline. Tanto Rotman como normA venderán allí sus últimos discos en ediciones limitadas en vinilo. Escuchá Odio en plataformas de streaming (Spotify, Apple Music).