Como todo los veranos, al visitar las mejores librerías capitalinas con el fin de pispear novedades editoriales independientes, tuve la suerte de toparme con ciertas curiosidades; por ejemplo, un ejemplar de la potente nouvelle Volveré y seré millones (Pirani Ediciones), del escritor Matías Pailos. En esta historia licenciosa, que se articula “al ritmo de un zapping vertiginoso”, su autor demuestra que la extensión en literatura, a veces es una superstición. “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”, como afirmaría Baltazar Gracián. Pues a Pailos le bastaron 63 páginas para trazar una mirada tan personal como socarrona sobre una de las zonas más traicioneras habidas y por haber: el campo de la política. Y lo hace -como si fuera poco- a través de un humor negro (negrísimo), escatológico y sexual, situado a los desaparecidos en escena. Mejor dicho, a los “desaparizombies”, porque gracias a un registro de corte satírico, la historia de zombies (¡con conciencia política!) traspasa, y con creces, varios sub-géneros. ¿Es esto posible? Absolutamente, en 63 páginas, como dije, y 22 capítulos políticamente “incorrectos” (sic).
No es una hipérbole considerar a esta nouvelle como una de las más irreverentes publicaciones realizadas en la era K. A través de la caricatura de la locura y abusos colectivos, Pailos ilustra los pormenores de una nación tan convulsiva como inexplicable. Un lúcido ataque a la realidad.
-¿Cómo y cuándo te surgió la idea de escribir una nouvelle tan curiosa como ésta?
-Todo empezó poco después de la muerte de Néstor (Kirchner), a fines de 2010. En ese entonces todavía quería espantar y ofender, y estaba bastante encaprichado con el tema de los desaparecidos. Me molestaba la existencia misma del tabú –no de ese en particular, de cualquiera-, y me parecía que uno de los subproductos literarios virtuosos que podía explotar para combatir lo que consideraba un mal, era poder decir lo que se reprimía a la luz del día. Parte de la literatura que más me gustaba era la que rimaba con el humor negro, escatológico y sexual. El factor zombie me permitió poner a los desaparecidos de nuevo en escena, pero –por supuesto- como los malos, muy malos de la película. Unos que actuaran, además, en contra de los intereses de un Gobierno que los tenía muy presentes. Así que se me apareció (y no recuerdo cómo) la idea de los desaparecidos zombies –los “desaparizombies”- irrumpiendo en la Plaza del Funeral Popular y haciendo desastres –quiero decir, matando gente, mucha gente. Después vino la pregunta obvia: bueno, ¿y esto cómo sigue?, y escribí el resto tratando de hacer quedar en offside a todos los que pudiera. Un proceder algo pendejo, para ser franco, del que hoy por hoy me veo bastante alejado, pero que en su momento parece haber dado resultados, más o menos.
-¿Sos fanático del cine de zombies de Romero?
-Lamento confesar que no particularmente. Vi “El regreso de los muertos vivos” hace no tanto, y si bien me gustó, no diría que “dejó una huella imborrable en mi alma”. Vi la primera temporada de “The Walking Dead”. Me pareció que estaba bien –hasta ahí-, y con ese espíritu encaré la segunda. Duré dos capítulos. Mi historia de zombies favorita es “Soy leyenda”, la novela de Richard Matheson, en la que, como oportunamente me recordó Sebastián Robles, no hay zombies, sino vampiros.
-¿Qué pensás que ofrece la literatura de sub-género?
-Parte de lo que te dan los “sub-géneros” es un imaginario (escenografía, pasos de comedia, personajes, evolución esperada de las historias) más o menos claro y manejable, que arranca con un cierto déficit de verosimilitud. Eso te da tanto la oportunidad de encuadrar tu narración en un marco claro, como la de violentarlo sin mucha dificultad.
-¿Recordás el tiempo que te llevó terminarla?, ¿efectuaste algún tipo de cambio argumental mientras la escribías?
-La primera versión fue escrita más o menos de un tirón. Yo diría que me tomó dos meses, quizás menos. Después de la primera relectura, fue sometida a una operación de engordamiento, porque lucía un tanto escuálida a mis ojos. Ahí entró la parte de la historia que transcurre en la villa 31, y puede que también las editoriales de La Nación y Página/12 –en parte por lo mismo (para estirarla), en parte para mostrar otro modo de narrar el escenario de la novela, y, finalmente, porque la opinión fanática es un buen vehículo para revelar el inconsciente colectivo. Como material literario, mejor eso que los juicios mesurados y sensatos.
-El título, tan sugestivo como oportuno, remite a una cita textual de una figura política nacional medular. ¿Habías pensado en alguna otra?
-No, la verdad que no. En algún momento tuvo otro título, que sí remitía al universo zombie, pero que no decía nada sobre la política nacional, que es parte de lo que le da cierta originalidad al libro. Los “millones” del título aluden a las multitudes con la que toda plaga zombie decente debe contar. La primera persona (“volveré”), por su parte, sugiere una alianza entre el emisor eminente de la sentencia –Eva-, y a través de ella, del peronismo todo, el movimiento y sus masas sus “millones”, si se quiere, con la plaga en cuestión.
-Por cierto, ¿la frase fue realmente de Evita o es todo un mito popular?
-Tras una breve investigación por la red, me inclino a pensar que no lo hizo. La frase aparece en una décima de José María Castiñeira de Dios del año ’62, que tiene a Evita como sujeto de enunciación. Pero está unos años antes (1951) en “Espartaco”, la novela de Howard Fast, en boca del propio Espartaco. Pero hay otro antecedente notable: el cacique aymará Tupac Katari, en 1781, la soltó tras ser apresado por orden del Virrey Vértiz. (Lo de Fast lo sabía, porque vuelta a vuelta lo cuenta Dolina. Del resto de los datos, me acabo de enterar.)
-Volviendo a tu nouvelle. Es un texto que, a través de la sátira, hace un recorte muy lúcido de ciertas zonas de la realidad política. ¿Hubiese existido esta novela sin los Kirchner?
-Hubiera sido un mundo diferente.
-¿Te parece?
-Para empezar, hubiese tenido que imaginar una razón distinta a la muerte de Néstor para llenar la Plaza. De todas formas, el actor político central del libro no es el kirchnerismo, sino los desaparecidos. Así que la novela podría haber sido escrita en los ochenta o en los noventa, sin que parte sustantiva de la trama se viera alterada. Pero el kirchnerismo reforzó y polarizó el debate y la movilización política, aún dentro de los sectores de eso a lo que llaman “campo popular” (casi un oxímoron), que por supuesto contiene en sus filas mucho elemento antipopular. Y como quería rescatar parte de ese panorama forzado por el kirchnerismo, finalmente la novela sí le debe mucho a los K.
-¿Es posible imaginarse a Cristina leyendo la historia de Marky Nitro?; ¿qué tipo de observaciones pensás que le haría?
-Si bien no es imposible, obviamente es dificilísimo. No creo que este tipo de ficción exagerada sea del gusto de los políticos, gente que hace de eso de tener los pies sobre la tierra, el pan de cada día. Supongo que, en el improbable caso de que el escenario en cuestión tuviera lugar, Cristina festejaría los padecimientos de la parte gorilácea del espectro de personajes, y frunciría el seño ante las intervenciones de, digamos, “los sectores populares”. (Dicho esto, creo que vale la pena consignar que, al menos en mi cabeza, ella es parte de la novela, en tanto Jefa de un Estado que toma una serie de decisiones primero extrañas, y después extremas, lo que quizás, si se diera cuenta, la llevaría a sacar consecuencias –equivocadas- con respecto a la filiación política del autor.)
-Me gustaría, si te parece, glosaras el perfil de un “neo-zombie no desaparecido”, por ejemplo.
-Esa frase vendría a ser algo así como una explicación técnica trunca de los nuevos zombies, productos de mordeduras desaparizombies. En la novela también se los llama “los conversos”, uno de los tantos chistes conceptuales menores regados a lo largo el libro. La diferencia de temperamento con los desaparizombies queda clara una vez que se encierra a parte de los conversos con un grupo de desaparizombies en la Plaza de Mayo. Mientras los últimos, setentistas, se muestran desafiantes y temerarios, los primeros, hijos de estos tiempos, son un poco más cobardes, porfiados y prudentes. Lo que es toda una rareza en un zombie.
-En tus libros sobresale un sentido muy presente y agudo de la ironía. ¿Pensás que en un país donde existieron autores como Charlie Feiling y Fogwill, haya un legado que gravite únicamente en torno al sarcasmo en la literatura?
-Lo de “únicamente” me parece un tanto radical, y te diría que no. Pero sí es cierto que algunos tenemos el tic del distanciamiento irónico, que, al menos en mi caso, obedece sin duda al deseo de que vean lo pillo y avispado que (no) soy, alguien que (no) sabe de lo que está hablando, que (no) es consiente de las implicaciones de todo lo que dice, que (no) leyó la literatura relevante, pero a la que no (sí) le otorga mayor importancia. Agotador, ¿no? Ni Fogwill es siempre así, y cuando de hecho lo es, no se le nota el esfuerzo. Pero no hay tantas voces de este estilo entre los nacidos en los setenta y ochenta. Es algo más de joven alfonsinista, me parece. Los que mejor lo hacen son los escritores que orbitaban en torno a Babel, el propio Feiling, Guebel y Bizzio, que es el que más me gusta de los tres. En parte porque –en particular en “Chicos”- a veces trasciende ese distanciamiento y (me) genera algún tipo de respuesta emocional, en ocasiones del orden de la empatía. En fin, no quiero ponerme melodramático.
-Más allá de la sátira, ¿qué opinión te merece la novela política en cuanto género?
-Estoy a favor, de ese género y del resto de las telas. No me parece que es algo que deba fogonearse particularmente, pero no es algo personal: no lo haría con ningún otro. Me gusta la diversidad y la amplitud de la oferta, tanto de temas como de procedimientos y estilos, me gusta saltar de unos a otros, sin mucha constancia ni fidelidad. Prefiero la traición constante al encorsetamiento genérico.
-¿Qué relevancia le otorgas a los diálogos en tus escritos?
-“Se me dan bien”, creo.
-¿Por qué lo decís?
-En general, me interesa imprimirles la agilidad que tenían los diálogos de las películas de la nouvelle vague, con un pie en el gag y otro en la declaración altisonante. De todas formas, los diálogos de VYSM, creo, son de los peores que escribí en mucho tiempo. Por suerte no son muchos, ni muy importantes.
–¿Con qué rama de la tradición literaria nacional podría dialogar Volveré…?
-Está medio emparentado con lo que hace Pablo Farrés, me parece, en el intento de tomar a la política reciente –y no tan reciente- como excusa para la narración estrafalaria y el chiste desubicado, que es un modo de decir lo que no puede ser dicho en público (sin ofender a mucha gente, sin que tu situación personal se vea amenazada en algún nivel que preferirías evitar). Es un ejercicio de libertad, quizás algo espurio, como pisar el pasto ante un cartel que diga “Prohibido pisar el pasto”. Una boludez en ocasiones necesaria. Quizás la diferencia principal con Pablo radique en que él se sirve de la política para hablar de la literatura, redefinir cánones, zanjar deudas y tomar a la propia historia como objeto de reflexión. Cuando yo hago este tipo de cosas, salgo un poco más al mundo, y el mundo está poblado de respuestas mediáticas de distinto tenor. Además, mantengo a raya los procedimientos metaliterarios, lo que en mí es todo un mérito, porque soy un adicto en recuperación. Temáticamente, la novela tiene todo que ver con “Vienen bajando”, la antología que cruza zombies y política argentina que sacó el C.E.C. hace unos años.
-Por momentos resolvés incluir fragmentos periodísticos de Clarín y La Nación. También estructurás varios niveles de lectura a través de citas y notas al pie muy ingeniosas. ¿Se trató únicamente de un recurso para verosimilizar la trama?
-Bueno, tenía la impresión de que la trama era “inverosimilizable”, con perdón de las damas. Pero de todas formas, tenés algo de razón, porque lo que quería era reflejar los distintos tipos de respuesta más o menos viscerales que cierta clase de hecho extraordinario despierta. No es que tuviera una agenda (con perdón del anglicismo) extra-literaria, sino que tenía la impresión de que mostrar ese tipo de reacciones, tensiones y disputas, en los diversos sectores y a través de (representantes de) todos los medios disponibles, me podía llegar a dar algo así como un fresco de El Bosco, enquilombado e inabarcable, al menos a primera vista. Por supuesto que la pretensión no es realista. Al menos para este proyecto, es más eficaz trabajar con el imaginario que con lo que “realmente” pasa.
-Si bien hay que huir de las clasificaciones: ¿Te pensás como un escritor emergente, marginal, independiente?
-Tachame la triple.
-¿Por qué?
-No publiqué en ninguna editorial grande, ni tampoco mis libros desataron un revuelvo de reseñas y comentarios, así que eso es suficiente para hacerme marginal. No está probado que VYSM sea el último libro que vaya a publicar, y hay buenas razones para pensar que estoy mejor plantado para que la recepción de mis próximos libros sea algo más amplia que la que tuvieron mis tres primeros, y supongo que eso alcanza para calificar de escritor emergente. Y carezco de todo contrato editorial, así que supongo que soy bastante independiente, por no decir indigente, pero sospecho que esa es la situación del noventa y nuevo por ciento de los escritores argentinos. No sé quién podría ser la excepción. (Quizás Fresán. O Martínez. O Sacheri.) En cualquier caso, ser un escritor argentino y ser un escritor argentino independiente parecen ser propiedades más o menos coextensivas.
-La extensión de Volveré…, por cierto breve, responde a una prosa condensada. ¿Cómo trabajaste los capítulos en relación a su estilo mordaz? Son más de veinte para un texto que alcanza apenas 63 páginas plagadas de peripecias desopilantes, es todo una odisea…
-Quería que fuera ágil. Eso es casi una mentira: quería que fuera desenfrenada. Quería que fuera leída de un tirón. No me molestaba tanto que no gustara: me era suficiente con que no pudieran soltarla. Y la brevedad de los capítulos contribuye a generar ese efecto. Quería que la novela tuviera el ritmo de un zapping vertiginoso. Y para eso necesitaba rupturas, no continuidades. Así que la polifonía y la multiplicidad de personajes eran opciones que caían de cajón. Por supuesto, en ese contexto es difícil desarrollar personajes, pero no es algo en lo que estuviera interesado. Prefería las caricaturas. La distancia irónica ya la traía de casa, pero la ironía y el cinismo hacen alto maridaje con las caricaturas. Quiero decir que no elegí el estilo en base al tema, o a la estructura, sino que en todo caso fue al revés, pero tampoco. En general, no elijo nada–más bien voy a los tumbos.
–Volveré y seré millones me hace pensar un poco en Osvaldo Lamborghini. En la virulencia con que irrumpe el pensamiento político. Latente, siempre está al acecho. ¿Me equivoco?
-Supongo que no te equivocás. En su momento fui superfan de Lamborghini, y me hubiera encantado escribir “El fiord” y “Niño proletario”. Quería ese nivel de incorrección política (muy snob, ya sé), escatología y sexualidad in your face (muy inmaduro, ya sé), pero aplicado al inconsciente colectivo político actual. Ariel Idez suele insistir en que el poder principal de un escritor es su influencia: cuántos quieren copiarlo, y con cuánta vehemencia. Bueno, hubo un tiempo en que lo único que quería era hacer un upgrade de Lamborghini. Pero es muy difícil copiarlo. Se requiere estar en un estado de inspiración poética permanente, y mis talentos en esa área son bastante limitados. Pero al momento de la escritura de VYSM, todavía escribía movido por ese impulso. Así que la influencia era pura y dura, para nada latente.
-¿Pensás que la novela, en cuanto género, tiene futuro?
-Dado el omni-presente del que goza, yo diría que tiene un futuro inmediato bastante relajado. Parte de lo que más me gusta de la literatura es –y voy a usar un par de metáforas de consumo masivo, espero que se entiendan- la posibilidad de meterme en un mundo nuevo, extraño y deslumbrante, y quedarme ahí todo el tiempo que pueda. Y sospecho que hay una relación directamente proporcional entre la extensión de la historia (en el caso de la narrativa) y el tiempo de permanencia del lector en ese nuevo mundo, una vez que de hecho logra entrar. Por eso, en general, prefiero una gran novela a un gran libro de cuentos, y creo que no hablo solo por mí.