“Se fue dando de forma muy noble y auténtica”, así define Lukas el vínculo de amistad e intercambio melómano que dio origen a Wax & Smoke, la crew de DJs residentes a la cual pertenece. El trío dinámico lo completan DJ Frsh y Turbina, y pinchan discos juntos desde hace ya ocho años. “Desde muy chicos, por influencia de nuestros hermanos o padres, curtimos mucha música -cuenta Lukas en conversación con Indie Hoy-, por eso el acercamiento al vinilo fue un proceso natural e intuitivo”.
Todo comenzó en Levitar Bar, en Palermo, en el ciclo de “cabina abierta” de los días miércoles. Eran largas noches de rendir culto a las bandejas, en las que sonaba dub, reggae, rock, disco, funk, soul, y lo que pinchaba uno se iba complementando con lo que el otro no tenía. Se dieron cuenta de que ahí había algo interesante y fue surgiendo una amistad alrededor de su colección de centenares de discos. “Lo que es basura para uno, es un tesoro para otros. Cuando nos cayó esa ficha, empezamos a buscar discos por todos lados -se entusiasma Lukas-. Empezamos a reunirnos en nuestras casas, caíamos con un bolso de vinilos cada uno, y pinchábamos durante horas, hasta que un día dijimos bueno, ¿por qué no hacemos una fiesta? Así, sin muchas pretensiones. Lo hicimos 100% por la música“.
Entonces nació la fiesta Fiebre, evento que los Wax & Smoke llevan a cabo desde hace ya algunos años, con una amplia convocatoria en cada presentación. Además de construir un público propio, el espacio les permitió desarrollar su propuesta, un combinado de diversos estilos que van desde el dub, funk, y hip hop hasta el disco, electro, house y diferentes músicas del mundo. En paralelo, ampliaron sus horizontes trasladando su cóctel bailable a grandes escenarios como el de Lollapalooza, Buena Vibra o Niceto Club, y compartieron cabina con artistas y bandas nacionales e internacionales de la talla de Nightmares On Wax, DJ Koze, Washed Out, DJ Zuker y Los Brujos. Hasta tuvieron su programa semanal en la radio Rock & Pop durante la pandemia, un espacio donde compartían música y data con grandes invitados de la escena local, mediante entrevistas y sesiones freestyle en vinilo.
Si bien logran adaptarse a cualquier tipo de propuesta, incluidas las multitudinarias, su mayor logro es haber gestado una comunidad propia. “Para nosotros, la fiesta Fiebre es como un viaje de egresados -la define Lukas-. Es todo autogestivo, no le tenemos que chupar las medias a nadie. Cuando llegás a eso, es como que lo lograste”.
La tarea del DJ suele estar más asociada a lo solitario, pero lo de ustedes es casi como tocar en una banda. ¿Cómo funciona esa dinámica?
Definitivamente. Funcionamos más como una banda que como DJs. Hoy en día, nuestros sets son bastante eclécticos y hay mucho de improvisación. En el medio puede pasar cualquier cosa, podemos pegar un volantazo y cambiar la onda. Eso lo hace muy enriquecedor a nivel musical, y también bastante lúdico. Juega el factor sorpresa.
Entonces no hay roles específicos. ¿Cómo manejan los egos?
Tocamos hace tantos años juntos que ya es como mental. Musicalmente, podemos entrar por un pasillo y salir por otro, y ni tenemos que hablar. Cuanto menos hablemos, mejor fluye. De todas formas, la comunicación es fundamental, como en cualquier banda, y las cosas se dicen de entrada. Si a alguno no le gusta un tema o le parece que no va, o lo que fuere, lo decidimos por mayoría y listo. Si fuésemos cuatro, ahí quizás sería un problema. Pero la verdad es que nunca nos peleamos y, si surge alguna diferencia, al final nos damos un abrazo y ya está. En ese sentido es más fuerte la amistad.
A su vez, ese vínculo humano está atravesado por el vinilo, un objeto tan ligado a lo artesanal como a lo emocional. Demanda otro tipo de interacción y cuidado. ¿Cómo los atraviesa eso?
No es lo mismo que poner música con una compu y un controlador. Sin desmerecer, todos usamos esos formatos a veces en otros contextos, pero el vinilo es lindo a la vista, estás ahí haciendo scratching, manipulando las tapas de los discos, que a su vez están gastados porque tienen historia. Cada disco que usamos, nos acordamos de dónde viene y qué recorrido hizo. Si lo compramos en un viaje, en la disquería tal, en un mercado de pulgas en París porque estaba 3 euros cuando es un disco que por ahí vale 80… no es por fetichistas ni fundamentalistas, pero cualquier persona que toque con vinilos te va a decir lo mismo: no tiene punto de comparación. Después de tantos años, sigue siendo el mejor formato para tocar.
Tampoco está tan mal ser un poco fundamentalista en este caso. Ayuda a preservar el valor del objeto-arte asociado a la música, algo que con las nuevas formas de consumo se ve cada vez más amenazado.
Totalmente. El vinilo estuvo medio dormido, opacado por el CD, pero por suerte volvió con todo. Es un formato que nunca va a morir. Un día mi novia me dijo, así al pasar, que su tía tenía unos vinilos en un baúl. Para ellos era basura, los iban a tirar. Fui a ver, y estaba la primera edición de Oktubre de los Redondos, con la serigrafía hecha a mano por Rocambole, y el insert adentro que se veía la marca de agua de la hoja Rivadavia con el logo de los ochentas. Son piezas únicas.
Además del objeto-arte, el vinilo también mantiene viva toda una cultura. Una gran comunidad que se vincula en torno a ese objeto, y a través del intercambio. Algo irremplazable desde lo virtual.
Sí, de hecho en la pandemia abrimos una disquería online de música electrónica con un amigo. No teníamos entrada de dinero, entonces dijimos “che, ya que tenemos tantos de discos, empecemos a vender los que ya no ponemos, démosles rotación”. Los tres somos coleccionistas y disc jockeys, nos encanta, pero coleccionamos la música que ponemos y que usamos, no al nivel de “tengo toda la discografía de Led Zeppelin porque la quiero tener”. Además del objeto-arte, entendemos al disco como herramienta de laburo. Por eso, si nosotros ya no los pinchamos, está bueno que los pueda aprovechar otro.
¿Y qué priorizan cuando salen a buscar discos? ¿Rescatar a un artista desconocido, la versión rara de un clásico?
Nos encantan los lados B, las versiones dub y las instrumentales. Si el lado A es el lado cantado, nosotros ponemos la versión más rara. Por eso nos movíamos mucho buscando los maxi de los ochenta, que traían la versión bailable de pista, más extendida. El gran laburo del DJ se basa en eso, en intentar conseguir la versión de la versión, como para diferenciarse. En la primera época poníamos música más comercial, éramos más radiales. Después empezamos a buscar cosas menos conocidas
Hablando de radial, ¿cómo fue la experiencia en la Rock & Pop?
Fue medio un sueño que haya sucedido eso. En aquel momento no se podía salir a la calle y teníamos permiso para circular, íbamos los domingos a la madrugada, de 2 de la mañana a 5 y media. Y claro, nosotros veníamos de otro palo, y de repente estábamos frente a un público que estaba acostumbrado a escuchar los 300 temas que había en rotación. La mayoría eran taxistas que escuchaban clásicos de rock nacional, y de repente les poníamos música afro, disco, cosas de Nigeria de los setenta, absolutas rarezas. Se volvían locos. Nos decían: “¡No puedo creer esta música que están poniendo! ¿De dónde la sacan?”. Eso te demuestra que hay ciertos consumos que se imponen y muchas cosas interesantes quizás quedan al margen.
Arrancaron musicalizando bares y terminaron prendiendo la pista de baile con una fiesta propia. ¿Cómo fue esa transición?
En esa época llegábamos hasta el disco. Electrónica no pasábamos, porque sentíamos que no nos íbamos a diferenciar. Hasta que dijimos: “Bueno, pará, si nos quedamos en esa vamos a vivir tocando en bares, siempre de fondo”. Nos íbamos cada uno con dos bolsos llenos de discos, todo un quilombo, para hacer un warm up y que después venga el DJ principal y ponga un pendrive. No nos cerraba. Hasta que empezamos a hacer la fiesta y ahí nos empezaron a llamar ya no para abrir sino para hacer bailar a la gente. Le agarramos el gustito a eso y no hay vuelta atrás.
Es un trabajo artesanal construir un set, tenés que meter a la gente en un viaje. Eso construye identidad, te diferencia del que pone música de fondo con un pendrive.
Sí, le tenemos mucho respeto al oficio. Eso del facilismo, de que cualquiera puede ser DJ, no nos va. O sea, sí, poder cualquiera puede. Pero hacerlo bien es otra cosa. Con el tiempo aprendimos a seguir una línea y mantener la intensidad. Leer la pista es fundamental, no solo si la gente está bailando o no, si funcionó el tema o se fueron todos al baño y se pinchó. Sino también el target de la gente, la edad, el tipo de evento donde vas… Hay un montón de cosas que pueden afilar muy bien tu selecta y tu curaduría musical a la hora de ir a una presentación. Al comienzo era medio una ensalada musical, una playlist de Spotify. Un funk, un punk, un disco, un rock, un soul… Estaba bueno porque era para todos los gustos, pero no había una línea ni un viaje. Era tirar temas por tirar.
Tocar en eventos grandes requiere otra dinámica. ¿En qué ámbito se sienten más cómodos?
Fue buenísimo descubrir que nos podíamos adaptar y tocar en festivales o eventos grandes no deja de ser un desafío. Pero la idea de la fiesta era construir un espacio donde pudiéramos ser nosotros, sin bajada de línea. Que vengan todos los amigos a bailar y toquemos desde las doce de la noche hasta las seis de la mañana sin parar. La gente que va, es porque ya conoce la fiesta, la anunciamos y es sold out. Metemos 250 personas y ya vamos saldados, podemos pagarle al diseñador, al fotógrafo, alquilar los equipos que haya que alquilar. Ahí te das cuenta de que si apostás a crecer, eso puede trasladarse también a lo económico.
¿Les tocó tener que adaptarse a alguna situación inesperada, o donde sintieran que su propuesta no encajaba del todo?
Nos sorprendimos un montón yendo a tocar a fiestas de público más joven. Un día pasamos música antes de que toque Ca7riel en un evento de Adidas y dijimos: “Uh, acá vamos a tener que poner trap, hip hop”. Pusimos eso los primeros temas, y después dijimos: “Bueno, cambiemos un poco a ver qué onda”. Empezamos a poner disco, música más vieja, y la re bailaban. Uno a veces prejuzga, pero los más pendejos son re abiertos musicalmente. Algo positivo del acceso a las diferentes tecnologías es que el algoritmo te empieza a recomendar y terminás escuchando de todo. Eso no pasaba antes. O escuchabas rock, o escuchabas punk, estaba mucho más polarizado. Esa cosa de los Stones o los Beatles, todo ese tabú desapareció con las nuevas generaciones.
¿Cómo funciona hoy el algoritmo Wax & Smoke? ¿Se nutren de cosas actuales, o les sigue tirando más lo vintage?
Al principio estábamos en una más vintage, pero hoy bajamos música todo el tiempo, estamos actualizados en ese sentido. Ponemos cosas modernas y no dejamos de buscar hacia atrás. Es que de repente conoces un artista o un sello, y cuando te ponés a investigar resulta que ese sello es del noventa, que tiene como veinte discos en su catálogo. Empezás a investigar los artistas, de ese artista llegás a un alias de otro artista que sacó un disco diez años atrás, y así. Cuando te querés acordar, son las cuatro de la mañana con cincuenta pestañas abiertas en Google, buscando data. Es infinito.
Fuera de la experiencia de su fiesta propia, un espacio donde ya están asentados, ¿por dónde pasa hoy el desafío?
La realidad es que hoy preferimos tocar menos antes que tocar por tocar. Elegimos fechas de mejor calidad, propuestas que realmente nos interesen y las disfrutemos. En una época agarrábamos lo que venga, pero después te das cuenta que a la larga no te rinde. Tuvimos que rechazar muchas fechas para sostener eso, pero sentíamos que tener criterio también era necesario. Decir que no, también es un desafío, y todo un aprendizaje. Es parte de crecer.
Wax & Smoke se presenta este viernes 28 de octubre desde las 24 h en la fiesta Vampi en La Tangente (Honduras 5317, CABA) junto a Laika Perra Rusa, entradas disponibles a través de Passline.