Nacidos al calor del country, Wilco encontró su camino propio entre la melancolía eléctrica, el ruido dulce y una sensibilidad melódica inconfundible. En su discografía conviven canciones para cantar bajito y otras que parecen hechas para desarmarse en vivo. Entre la tradición y la búsqueda constante, Wilco siguió andando por más de treinta años. 

A pesar de los giros de estilo, los cambios de formación y los caprichos de la industria, la banda liderada por Jeff Tweedy nunca pareció moverse por moda. Su recorrido es el de una banda que confía en el tiempo, en el trabajo constante, en la evolución lenta. No hay hits fáciles, ni guiños al algoritmo. Hay discos con capas, texturas, contradicciones. Hay una ética del oficio, una idea del arte como proceso.

Desde sus comienzos en los años 90 como una extensión más luminosa de Uncle Tupelo, Wilco encontró su propia voz en el conflicto: en la tensión entre lo que se espera y lo que se desea, en la grieta entre tradición y ruptura. Mientras Tweedy juega con estructuras clásicas del folk, el country o el rock, el guitarrista Nels Cline guitarra o el baterista Glenn Kotche expanden los bordes de cada canción, introduciendo disonancias, texturas y arreglos poco convencionales. Si algo define su carrera, es esa voluntad de no acomodarse nunca.

Jeff Tweedy, con su voz quebrada y sus letras como confesiones a media luz, es el faro. Pero lo que hace a Wilco especial es su estructura colectiva: un grupo de músicos extraordinarios con sensibilidades distintas que, en lugar de competir, se equilibran. Entre ellos, John Stirratt es el corazón silencioso. Bajista, corista, pilar.

Cuando Wilco se prepara para tocar en un país al que no visita con frecuencia, no se trata solo de repasar una lista de canciones. Se trata de construir una experiencia. “Tratamos de armar una lista de temas que sea un buen recorrido por la carrera de la banda —cuenta John en conversación con Indie Hoy—. Intentamos tocar algo de cada etapa, de casi todos los discos, para dar una experiencia bien representativa de lo que es un show de Wilco”. Pero también hay algo especial en volver a la Argentina, un país que, según él, vibra distinto. “Sabemos que a Argentina le encanta el rock, así que quizás tenga un poco más de energía que lo habitual”.

No es la primera vez que pisan suelo porteño, pero la última visita en el 2016 en el marco del Festival Bue quedó grabada con cariño. “Me acuerdo del lugar, del evento… y también de haber pasado un par de días hermosos en Buenos Aires, comiendo y tomando mucho vino tinto —recuerda con alegría en la voz—. El show fue realmente muy divertido, con una energía increíble”.

Wilco en Festival Bue, octubre 2016. Foto por Matías Casal.

Ese espíritu inquieto, que busca renovarse sin perder la esencia, también marcó su último disco: Cousin (2023). Creado a partir de las canciones que Tweedy escribió en pandemia, el álbum abraza una veta distinta a la que nutrió el anterior Cruel Country. “Algunas de las más folk o country terminaron en ese disco, y Cousin se armó con temas que tenían algo más… como una vibra post punk, medio Joy Division, ochentosa —explica John—. Al menos así eran las maquetas cuando las escuchamos por primera vez”.

Pero Cousin también fue una oportunidad para abrir el juego desde la producción. Por primera vez en muchos años, Wilco decidió trabajar con una productora externa: Cate Le Bon. “Tiene un proceso creativo muy particular —cuenta John—. Fue muy interesante ver cómo esas canciones pasaban por su filtro. El resultado fue un disco que no suena como ningún otro de Wilco, y eso nos encantó”.

El paso del tiempo no desgasta la memoria de John Stirratt; al contrario, parece afilarla. La reciente reedición de A Ghost is Born (2004) lo llevó de vuelta a un tiempo de cambios y contrastes dentro de Wilco. “Con la reedición que acaba de salir, pude ordenar un poco mejor mis recuerdos de esa época”, dice. Entre esas imágenes rescatadas, aparecen las primeras sesiones de demo en Chicago, donde trabajaron por primera vez con Mike Jorgensen —que entonces aún no era parte de la banda— y donde también se despidieron de Leroy Bach. “Quedé muy sorprendido y contento con cómo salieron esas primeras versiones. Algunas me parecen incluso mejores que las que terminaron en el disco. Tenían una frescura, una libertad muy especial”.

Wilco. Foto: Gentileza de prensa.

Pero no todo fue liviano: la grabación definitiva, ya en Nueva York, coincidió con momentos personales y colectivos cargados de tensión. “Jeff estaba pasando por momentos difíciles en esa época, lo que se siente al escuchar todo ese proceso ahora —recuerda John—. Fue un tiempo muy intenso, justo después del 11 de septiembre, así que todo eso está muy presente cuando pienso en ese álbum”.

Otra reedición reciente, la de The Whole Love (2011), activó otra serie de memorias, aunque en una tonalidad distinta. Para Stirratt, ese disco captura uno de los últimos grandes archivos de tomas descartadas y ensayos. “The Whole Love fue una experiencia muy buena en cuanto a cómo trabajamos en esa época —asegura—. Nos tomamos un poco más de tiempo, nos metimos más de lleno en el proceso. Es un disco que recorre muchos estilos distintos, y eso es algo que me gusta mucho”.

A la hora de elegir un disco favorito de Wilco, John no duda demasiado. O mejor dicho, duda con devoción. “Tengo dos favoritos”, admite. Uno es Mermaid Avenue (1998), la colaboración con el inglés Billy Bragg para musicalizar letras inéditas del mítico cantautor Woody Guthrie. “Le tengo un cariño muy especial, tanto por cómo se grabó como por lo fácil que fue registrar esas canciones entre Chicago y Dublín”, admite. El otro es Sky Blue Sky (2007): “Ese disco, con la formación actual, fue muy importante para mí. Era una banda nueva aprendiendo a hacer música junta, y todo se dio de manera muy orgánica. Fue hermoso”.

Esa misma organicidad sigue viva en el presente, sobre todo cuando Wilco sale de gira. Para Stirratt, subirse a un avión todavía es un gesto de entusiasmo: “Lo mejor de salir de gira es poder visitar lugares como Argentina. Todavía me encanta viajar, y conocer nuevos lugares me sigue sorprendiendo. Incluso dentro de Estados Unidos, ir a ciudades que no conocemos es genial”. Pero no todo es destino; también cuenta el trayecto: “Y claro, también está todo lo que se genera con la banda: la convivencia, la camaradería. Eso también lo hace especial”.

Esa convivencia, a esta altura, es casi un pacto silencioso. Wilco no es una suma de talentos al servicio de un líder carismático; es una red afectiva que se sostiene en la escucha, en los años compartidos, en las decisiones tomadas a conciencia. Stirratt no necesita decirlo con énfasis: se nota en cómo recuerda los discos, en cómo habla del grupo en plural, en cómo reconoce las diferencias como un capital artístico.

Lejos del ruido promocional que suele rodear a las bandas longevas, Wilco se mantiene con un pulso propio. No necesita hits, ni declaraciones altisonantes. Su fuerza está en otro lado: en los detalles del estudio, en el equilibrio de sus shows, en la manera en que cada disco es una conversación abierta con su propia historia. Stirratt, siempre preciso, lo deja entrever: lo importante nunca fue sonar modernos, sino verdaderos.

Wilco se presenta el viernes 30 de mayo a las 20 h en C Art Media (Av. Corrientes 6271, CABA), entradas disponibles a través de Passline.

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