Yesan asoma la cabeza vía videollamada y muestra los síntomas del verano madrileño. Al menos los que se dejan ver desde el cuarto desde donde se conectó: una musculosa, un rostro radiante y una sonrisa que solo se esfuma cuando le toca responder preguntas de manera seria y holgada.
Como para no estar contento. El productor argentino no solo se salteó el invierno de su país cruzando el Atlántico, sino que está teniendo un 2021 de ensueño y que nada tiene que envidiarle a los anteriores: está colaborando con artistas internacionales tanto por placer como por pedido de su discográfica y fue uno de los responsables de Desde el fin del mundo, el reciente disco consagratorio con el que Duki se llevó las críticas y elogios que hace rato se merecía.
Por caso, Yesan —de nombre Federico Rojas— no es de esos que una vez publicada su obra no la escuchan nunca más y la dejan ahí reposando en las plataformas digitales: repasarlas es un ejercicio que le gusta, aunque, en el caso de Desde el fin del mundo, ninguna canción entró en sus playlist habituales. “En un momento dejé de escuchar el álbum por sanidad porque estaba hace tres meses inmerso en eso y fue como… ok, vamos a esperar a que salga y escucharlo con oídos de oyente. A veces cuesta separarse”, confiesa, y explica que eso se da porque, justamente, él empezó a hacer música “porque quería escuchar en su cabeza la música que no sonaba en la calle”.
De hecho, hace poco le pintó volver a escuchar Antezana 247, el álbum que produjo para Ysy A en 2018 y flasheó con la música que pensaban tres años atrás cuando ni el drill ni el reggaetón eran géneros que los traperos argentinos pensaban abarcar. “Está bueno cuando pasan los años y empezás a tener perspectiva”, resume.
Respecto al recibimiento de la crítica y de los consumidores, lo que pasó con Desde el fin del mundo fue inversamente proporcional a lo que le sucedió a Súper sangre joven, el álbum debut de Duki de 2019. Ese vago sonido y espíritu conceptual que atraviesa al disco no fue solo percibido por el público, sino también por sus artífices. “Fue complicado”, anticipa Yesan. “Hubo cosas en el medio que no terminaron de poder generar el mood de disco y creo que eso es, en el fondo, lo que se percibe. No llegamos a poder generar esa burbuja de disco, de irte a dormir soñando con el disco, levantarte desayunándolo y almorzándolo después. Creo que hay una maduración con Desde el fin del mundo que ya, desde el vamos, habiendo aprendido el proceso previo, apuntamos a que sea un caso exitoso”.
Y claro que lo fue. De cierta forma es posible pensar que sin Súper sangre joven no habría Desde el fin del mundo ni toda esa marea de éxitos que le trajo a Duki experimentar con diversos géneros y trabajarlo como se tiene que trabajar un álbum de 18 canciones y más de 57 minutos de duración. Para la primera etapa, en octubre del año pasado, ambos se fueron para Estados Unidos al mejor estilo Soda Stereo para crear Doble vida, pero en vez de a Nueva York, a Miami. Después, en noviembre, Duki se puso a laburar con otros productores y, ya en diciembre, la triada Asan-Duki-Yesan sentó cabeza para ponerse manos a la obra y darle el último envión al álbum. De ahí volvieron a la playa, pero no a la de Florida, sino a la argentina: Cariló fue el destino y, una vez cumplido un mes ahí, volvieron a la ciudad de la furia para terminar de delinearlo. “Cuento el proceso y las fechas y te das cuenta de que estábamos súper metidos”, termina.
“Súper sangre joven, nada… es un primer disco. Hay primeros discos que son geniales de bandas que ni siquiera se pueden superar. Los Guns N’ Roses creo que nunca pudieron superar su primer disco. También hay discos que son buenos discos o discos promedio y… ¡está bien! Es parte de una evolución y creo que Mauro —el nombre de pila de Duki— lo entendió perfectamente tanto en Súper sangre joven como en el EP 24”, sacude Yesan, en defensa de esos primeros gateos de Duki en lo que fue el trabajo de piezas de largo aliento.
Otro punto clave de la creación de Desde el fin del mundo es ese tándem que armaron junto al productor Asan, que también participó de “Luna” con su voz y letra. Primero porque Yesan ya venía con ese expertise de la coproducción con Hecho a mano (2019) y Mordiendo el bozal (2020), el segundo y tercer álbum de Ysy A, respectivamente, y segundo porque ambos tenían características y gustos que se complementaban y hacían de cada uno de los tracks algo único. Así lo explica él: “Cuando uno comprende que la obra es lo más importante y se entrega a eso, es muy lindo trabajar a la par y estar bien acompañado —eso es importante; los procesos son largos y está bueno poder tener alguien que también esté con vos remando—. En el caso de Asan, Duko decidió incorporarlo por una razón y fue muy acertado”.
¿Por qué? Porque sus bagajes musicales y backgrounds tecnológicos son distintos. Mientras que Yesan encuentra su zona de confort en lo analógico, Asan apuesta por lo digital, logrando una sinergia que sirvió y que se refleja muy nítidamente en la escucha de las casi dos decenas de canciones que conforman el álbum. “Asan es mucho más joven que yo y tiene un bagaje distinto al mío, por lo tanto, tiene otros recursos. Fue una muy buena conexión desde muchos aspectos haber podido trabajar con él. Me encanta trabajar con gente y trabajar solo también: son desafíos distintos y, dependiendo del proyecto, hay veces que funciona más o menos, pero cuando se logra entender que la obra es algo mayor y que no solamente me compete a mí, ya entrás en un lugar donde estás, tal vez, liberado del ego”, comenta.
Volviendo atrás en el tiempo, Yesan confiesa haber sido de esos metaleros die-hard a los que ni se les cruzaba por la cabeza ni concebían la posibilidad de escuchar un género como el reggaetón, que era lo que existía en ese momento más parecido a lo que se escucha hoy. Menos que menos producir o tocar un tema. “Cuando era más chico era un poquito más cerrado. Después, cuando empecé a estudiar música, me abrí muchísimo. Ahí entré en el palo de la electrónica, cuando conocí a Oniria y a Ferlaflame. Ellos me influenciaron muchísimo y, con ellos, teníamos una banda electrónica”.
Después de reconstruir la anécdota de cómo se convirtió a la producción desde la computadora, afirma que, después de terminar la carrera, llegó ese momento clave en la vida de cada ser humano; ese en el que te das cuenta de que no se come del aire y que “de algo hay que vivir”. En esa, Yesan y compañía fundaron Neuen. Desde la base de operaciones de la productora empezaron a trabajar desde música para spot publicitarios hasta bandas sonoras teatrales pasando por jingles de radio. Quien hizo el puente con los que hangea hoy en día fue Taiu, clave en el armado de tracks de Trueno, por un conocido de por medio, aunque Yesan ya venía curtiendo rap hace rato.
Pero no rap escrito, ese que se escucha en canciones: freestyle. Yesan se hizo un asiduo concurrente de El Quinto Escalón en 2017 —cuando comenzaba a darse el ocaso del evento organizado por Muphasa e Ysy A, por entonces Alejo, desde un escenario puesto a disposición por el Gobierno de la Ciudad en el Parque Rivadavia de Caballito— y flasheaba con el hecho de que, domingo por medio, pibes que no tenían ni un solo tema publicado convocaban a miles de coetáneos (y no tan coetáneos) que se pasaban una tarde entera escuchando versos improvisados.
Después de trabajar en la parte técnica de los shows de Modo Diablo, Yesan se terminó de empapar de la cultura hiphopera que traían consigo Ysy A, Duki, Neo Pistéa y esa camada de nuevos artistas que llevaron a sus espaldas el sonido del trap, uno de los principales productos de exportación albicelestes que llegaron al resto de países de Latinoamérica. Y a esos pibes Yesan los considera como un oasis dentro del contexto de falta de novedad musical que había por esos tiempos. “Yo vengo del rock, de la música pesada, me gusta la música argentina, pero siento que había cierto… no estancamiento, pero falta de novedad en la música de la juventud”, argumenta. “Hoy entiendo que un chico de ocho años sepa quién es el Duko y no sepa quién es Charly García porque es lo más lógico del mundo”.
Hoy, Yesan se encuentra en un contexto donde hasta el Cosquín Rock le dedica espacios al trap y donde desde las discográficas mismas admiten que no existían tales movimientos de mercado desde la época de Soda Stereo. El movimiento de raperos que se gestó con hambre en las calles porteñas y del conurbano bonaerense están en la punta de lo que el mercado musical pide y, hoy por hoy, Yesan tiene una posición privilegiada. No solo de codearse con gran parte de los que esos pibes de ocho años tienen de ídolos, sino de trabajar junto a ellos en Miami, Cariló o en Capital Federal y ser, en parte, responsable de los productos artísticos que los jóvenes consumen.
Pero para él, no son deidades sentadas en un Olimpo con las que solo comparte los flashes de una selfie para el recuerdo, sino pares, y eso se vio reflejado en la estadía en suelos estadounidenses: “Esos días estuvimos bastante culo y calzón con el Duko. Laburábamos y cuando terminábamos nos poníamos a jugar a la Nintendo. Cuando nos pintaba nos prendíamos uno, íbamos a la pileta… gracias a Dios tenemos una relación muy linda de amistad al margen de la música, que nos conecta de una manera increíble, pero sabemos disfrutar esas cosas y esos momentos. Es importante eso: poder tener un tiempo para relajarte, estar tranquilo… ser persona”.