Julián Lede, mejor conocido como Su Majestad Imperial, Silverio, traspasa constantemente las barreras de lo convencional. Este DJ mexicano, símbolo de la desfachatez y la irreverencia, genera un quiebre mental sobre y debajo del escenario. No solo se manifiesta a través de su música tosca y obstinada acompañada por un espectáculo sin tapujos, sino también por medio de un discurso despojado de vergüenza. Charlamos con este personaje que, con solo un sampler y un calzón rojo, logra hacer apología de lo bestial.
¿Cómo comenzó el proyecto de Silverio?
Cuando arranqué no sabía exactamente lo que iba a hacer, pero sí sabía qué es lo que no quería. Comencé a tocar por el 2000, y lo que se veía en la escena en esa época era un montón de grupos que se subían al escenario como si fueran a comprar el pan. No había mucha personalidad en sus shows, venían de una tradición de luchar en contra de esto, de mostrar personalidad, lo que me parece una tristeza absoluta. Esto sucedía en todo el mundo, no solo en México. Toda esta actitud desenfadada me parece una pérdida de tiempo y espacio muy grave. Viendo esto, yo quería darle un giro a la imagen que se estaba dando. Buscaba golpear fuerte o provocar lo que sea, aunque no sabía muy bien cómo. Y a todo esto, trabajarlo con el público.
Tus shows son súper polémicos: pasás de estar vestido a estar en calzones, o a darle de tomar al público con una de tus botas. ¿Cuál es el propósito detrás de todo esto? ¿Buscás generar algo particular?
No tanto, lo que me gusta es que mis shows sean muy simples, lo que tengo es solo lo que llevo puesto y el público. Son los elementos más primarios para trabajar sobre el escenario y son más que suficientes. No necesito una pantalla con proyector o recursos que hagan más sofisticado el show pero que a su vez lo vacíen en contenido. Prefiero volver a una situación más elemental y primaria. Lo que yo veo y veía era una crisis de contenido. Los envoltorios de ese tipo de espectáculos están bien hechos, pero no hay nada dentro. Obviamente, la música me da el soporte. Si mi música fuera una mierda no lo podría sostener. Además, hay una relación con el público desde lo que te genera, ¿no? Digo, el encontrarte con 500 personas tiene algo de impactante también.
El 14 de diciembre estrenás un nuevo disco después de 5 años sin ninguna producción. ¿Por qué dejaste pasar tanto tiempo?
Me tomé un rato para hacer este nuevo disco. Me costó un poco más y le estuve dando vueltas al concepto que buscaba generar. Fue solo por eso, no por otra cosa.
Ya hace dos años consecutivos que te presentás en Argentina. ¿Tenés una conexión más íntima con el público argentino a diferencia del de otros países?
Lo que me gusta del público argentino es que la reacción es inmediata. En México me costó muchos años generar algo así en el público. Acá, si vos provocás recibís una respuesta inmediata y eso me parece muy saludable. Justamente fue el principio de todo esto. No me importa cómo sea la devolución de los que me escuchan, si es mala o si es buena. Lo que me desesperaba mucho con el mexicano es esa calma que tienen. Yo busco una reacción instantánea. No es mañana, es hoy y ahora. Y lo vuelvo a repetir: lo que vi acá es que si provocas, recibes. Eso me parece muy bien.
¿Cómo te llevás con compartir escenario o colaborar con otros artistas?
Realmente no me gusta compartir escenario. He hecho algo con La Tesorito (Laura León) y el 14 de diciembre comparto escenario con Rosso de Plastilina Mosh y El Muerto de Tijuana. Pero no es mi estilo, creo que no es necesario por cómo es mi show.
Por último, ¿qué opinas sobre el movimiento feminista que se ha extendido por toda Latinoamérica y que copó gran parte de la escena musical? ¿Cómo ves estos cambios en relación a tu música y a tus shows? ¿Te sentís parte o te hacés a un costado?
Definitivamente no lo soy, no soy un macho hijo de puta ni de casualidad. Pero no iría a las marchas ni me siento identificado. Si tendría que hablar a través de mi personaje diría “que se mueran todas”.