Nina Simone, la célebre cantante y pianista, consideraba a la música como su Dios. Es por ese motivo que, para ella, el talento musical era un don divino y las grandes canciones eran regalos celestiales. Por ende, si la música era algo divino, los artistas que ella admiraba eran como santos devotos.
Según recopila Far Out Magazine, en una ocasión la artista se tomó el tiempo de seleccionar aquellos músicos que consideraba “maestros de la música”. Para empezar, nombró a dos referentes indiscutidos del jazz: John Coltrane, figura clave del bebop y pionero del free jazz; y Dizzy Gillespie, el virtuoso trompetista y mentor de Miles Davis.
“Miles Davis es un maestro”, declaró una vez Simone, para luego mencionar a otro referente de la escena neoyorquina: Duke Ellington, quien “indudablemente” también consideraba como a uno de las grandes figuras del jazz.
Art Blakey, el baterista, era otro músico que Simone admiraba profundamente, soñando con la posibilidad de tocar con él algún día. Entre los pianistas, Simone reverenciaba a Art Tatum, conocido por su virtuosismo en el ragtime, y a Oscar Peterson, un pianista canadiense galardonado con ocho premios Grammy.
Simone también reconocía la grandeza en la música clásica, especialmente en Johann Sebastian Bach, a quien consideraba “un maestro indiscutible”. Aunque encontraba parte de la música clásica demasiado fría, la pureza de Bach resonaba con su concepto de maestría musical.