En la historia de The Rolling Stones, una banda marcada por los excesos, las transformaciones y la supervivencia, hay un capítulo que muchos fanáticos y críticos consideran una pérdida irreparable: la salida de Mick Taylor. El guitarrista, que se unió al grupo en 1969 con 20 años, aportó una sensibilidad musical que elevó el sonido de la banda.
Taylor llegó justo cuando la banda necesitaba reinventarse. La muerte de Brian Jones y el caos interno amenazaban con hundir al grupo, pero su incorporación trajo aire. Su técnica, su enfoque melódico y su facilidad para improvisar con un lirismo casi jazzístico chocaban -para bien- con la rudeza de Keith Richards.
Su estilo quedó marcado en discos esenciales como Sticky Fingers y Exile on Main St., donde canciones como “Sway”, “Can’t You Hear Me Knockin'” y “Moonlight Mile” alcanzan momentos de belleza que rara vez se repitieron. Eran los Stones en su momento más sofisticado, más emocionalmente complejo, sin perder nunca la crudeza y la irreverencia del rock and roll.

Una partida que no se entendió
La figura de Taylor fue tan importante que Richards lamentó su partida y admitió no entender su decisión de dejar la banda. “Su toque, su tono y sus ideas melódicas me deslumbran. Nunca entendí por qué se fue“, dijo en una entrevista recuperada por Far Out Magazine.
“Siempre fue un poco inquieto, un poco incómodo en su propia piel. Si tenía que irse, siempre esperé que fuera para cosas más grandes y mejores de lo que terminó haciendo. Me pareció un movimiento impulsivo. Pero eso fue lo que pasó y entonces llegó Ronnie”, concluyó.