Existe una dolorosa afirmación, inherente al crecimiento del espíritu, que conlleva aceptar la finitud de nuevas sensaciones y experiencias. La realidad misma golpea impunemente y eleva indicios que pavimentan esa inescapable entrega a admitir que existe un límite en lo que una vez parecía un caudal de sentimientos inexplorados. La primera vez que escuché Either/Or presentí la monumentalidad del evento. Nada se sentía remotamente comparable a los acordes de “Speed Trials”, su inevitable oscuridad inicial y la punzante abertura emotiva de momentos sucesivos. Estaba entumecida, perdida entre el recitar de una voz conmovedoramente sincera y una melodía que en su simpleza apabullaba cada terminación nerviosa de mi cuerpo, entendiendo que ese sentir engendrado, esa fugaz nueva paleta de emociones, era algo que no debía tomar por sentado, que debía ser atesorado por su indudable rareza. Segundos más tarde estaba dispuesta a perderme nuevamente en cada emoción que ese disco requiriera de mí.
Tiempo después, la vida misma confirmó la singularidad de ese acontecimiento. Agradezco todavía poder evocarlo y sentirlo vívido y siento gratitud por haberlo entendido en su complejidad mientras ocurría. Hoy recurro a él para dar pie a este escrito, con la esperanza de que se sienta tan honesto y visceral como cada sensación que Elliott Smith alguna vez generó en mí, con la excusa de homenajear a Either/Or (1997, Kill Rock Stars) por transitar los veinte años de existencia y esperando posibilitar en otras personas la dicha de engañar a la vida con canciones y seguir engendrando inauditas emociones.
Either/Or, como concepto, implica un universo de escisiones, decisiones terminantes, “uno o lo otro”. Paradójicamente invita a conciliar opuestos irremediables como: alegría y tristeza, sosiego y exaltación, el anhelo de perderse en enamoramiento y un deseoso sentimiento de solitud y auto-aceptación. La alegría de encontrar algo tan único y la tristeza de aceptar esa misma condición, algo tan doloroso como reconciliar la idea de amar la música de Elliot Smith y resignarse a nunca poder verla ejecutada en vivo. Estos y otros opuestos encuentran armonía en los minutos que se suceden después del entumecimiento inicial previamente descripto.
“Alameda” es una oda en sí misma. Cual carta de presentación que sucede a la imponente “Speed Trials”, despliega armónicamente los elementos cruciales de la obra de Smith: solidez compositiva y líricas punzantes. Tristeza que extrañamente se siente bien, que se añora después de un tiempo. Recursos contemplados en sus producciones precedentes encuentran nuevos tintes, se complejizan estéticamente para dar pie a instancias de reflexión que fluyen con mayor facilidad, cauces sensitivos que se despliegan con menor resistencia. Las condiciones idóneas para la necesaria abertura de corazón que requiere “Ballad of Big Nothing”.
Si se pudiera adjudicarle un superpoder a una canción, uno inmune al paso del tiempo y las escuchas que encuentren constantemente a nuevas versiones de mí, elegiría felicidad y “Ballad of Big Nothing”. Guardo con (una probablemente inútil) cautela mis encuentros con ella específicamente por ese anhelo. No quisiera algún día faltarle el respeto no apreciándola lo suficiente, no sintiéndola con la fuerza con la que se merece ser sentida. Transitado uno de los opuestos previamente mencionados, ejemplifico aquí la dualidad entre un resplandor de alegría apabullante que solo encuentra su verdadera tonalidad al entrar en contacto con su inmediato contrapuesto de melancolía. Entiendo, cual moraleja existencial, que las dos instancias no tienen que estar separadas para engendrar en mí esa ansiada plenitud, que es quizás en esa relación dialéctica donde verdaderamente imponen y elevan su cometido. El momento de la fiesta en el que aparece el sol. El descontento con la finitud de lo que somos y nos rodea y la automática gratitud por esa reflexión que lleva a apreciar el todo (y su finitud) aún más. Si pudiera adjudicarle un superpoder a una canción, dejo que esta me haga mierda cada vez que pueda.
La nostalgia inherente a “Between the Bars” se manifiesta en la resignación a combatir un mundo empecinado en dañar a uno y sus afectos. La dulzura de su coro invita a descubrir salvación en la unión de almas tormentosas, generando esa magnética empatía de ser incomprendido propia de la obra de Smith. Me atrevo a pensar que uno de los efectos más generalizables entre quienes caímos en los encantos de su prosa es específicamente esa calidez de encontrar familiaridad en su tormento, de compartir esa condición de ser indefenso en un mundo hostil y obstinado. “Pictures of Me” alivia la desazón con una juguetona melodía que disfraza letras con un descontento igualmente perceptible.
“No Name No. 5” invoca a sus (4) hermanas indeterminadas de Roman Candle (1994, Cavity Search Records). Se erige con la misma ternura artesanal que caracterizaba a esa primera obra: rasguidos acústicos en paisajes oníricos y atrapantes cambios melódicos. En un tono más alentador encuentra realización el delicado enamoramiento que propone “Rose Parade” para luego dar lugar a la entretenida y sumamente placentera revuelta sensitiva de “Punch and Judy”: “Can’t you ever treat anyone nice? I think I’m gonna make the same mistake twice”, recita Smith en completa aceptación del vaivén de sus emociones.
“Angeles” es otro indiscutido highlight de esta producción, que aún en el descenso final no deja de merecer la completa devoción del oyente. La fiel aliada de su solidez compositiva ameniza con hipnóticos arpegios la tonalidad emotiva de la canción, sólo para retardar y volver aún más necesaria la conjunción de estímulos que se completa con la siempre amable voz de Steven Paul. Algunas veces más contrariada, otras más nostálgica, esta vez exige emotividad y la gana. Los sentimientos afloran en un similar crescendo en la poderosa “Cupid’s Trick”, donde esta vez la expresión es urgente y demanda contundencia. De un modo más paciente se presenta el recorrido de “2:45 AM”, para explotar con la misma imponencia sobre el final, enalteciendo a Either/Or con la contundencia que sus múltiples aristas requerían.
El toque final desborda hermosura y una calidez que acaricia al alma. “Say Yes” conmueve con su simpleza, con la ingenuidad y absoluta honestidad de sus planteos, con lo fácil que resulta compartir la felicidad que Smith retrata cuando, en un antipático mundo de individuos atomizados, su compañera elige amanecer a su lado. Humildemente, alcanza la gloria secreta: merecer un lugar protagónico en cada compilado de amor (amor real y verdadero) que exista.
Veinte años pueden engrandecer y abatir el espíritu de muchas maneras. Innumerables experiencias, recuerdos y sentimientos pueden atesorarse en sus más relevantes momentos. En mis veinticinco años de existencia, Elliott Smith musicalizó muchos contextos y ocasiones, atestiguando mi propio crecimiento, abriendo los brazos a cada nueva versión de mí que se presente deseosa de su encuentro. Este homenaje a Either/Or no es más que una (probablemente insignificante pero personalmente necesaria) muestra de gratitud hacia lo que hoy tiene la solidez de un monumento en mi vida. En un mundo que a veces parece nunca haberlo merecido, Elliott Smith dejó un legado de intensas creaciones que hoy se presentan como un refugio para cualquier ser con un alma que a veces se siente demasiado sensible para transitarlo. Cuando la vida misma parece sentirse poco excepcional, existen discos como Either/Or que acompañan cualquier tipo de mundano pesar que se ponga a su alcance. A mí, a veces me obligan a apreciar cada momento, cada sensación, a sentir con el corazón abierto, a buscar nuevas experiencias, nuevos contextos a ser musicalizados. Por eso homenajeo a Either/Or y abogo por su trascendencia, porque para mí es un preciado regalo de esos que me permiten engañar a la vida con canciones.
Elliott Smith – Either/Or
1997 – Kill Rock Stars
01. Speed Trials
02. Alameda
03. Ballad of Big Nothing
04. Between the Bars
05. Pictures of Me
06. No Name No. 5
07. Rose Parade
08. Punch and Judy
09. Angeles
10. Cupid’s Trick
11. 2:45 AM
12. Say Yes