Hay nombres que cargan con un juicio propio, con una forma de concebir el mundo. Hablar sobre Joy Division no tiene nada que ver con la dicha, muy por el contrario, trae el advenimiento de emociones oscuras y un pesimismo desgarrador. Como un vacío existencial que nos entra por los oídos y nos hiela la sangre, decir Joy Division es decir angustia, asfixia y desolación. Su corta historia se contará por siempre como la de un grupo que no le dio oportunidad al fracaso porque jamás se le permitió la gloria. Decir Joy Division es un oxímoron que pone en diálogo lo efímero con lo eterno y su desgraciado trayecto, la misericordia contemporánea, que aun 40 años después de su segundo y último trabajo discográfico, puede aunar todas las miserias del planeta y provocar el mismo efecto sin ser desvaído por el paso del tiempo.
Closer (1980) llegaría un año después del inmenso Unknown Pleasures (1979), pero lo que sucedió en el medio cambió para siempre la historia del grupo. Ian Curtis, con tan solo veintitrés años, se quitó la vida dos meses antes de la salida del álbum. Esta fue la punzada voraz que enalteció a Joy Division hacia un lugar inalcanzable hasta para ellos mismos, porque inmediatamente el mundo comprendió (y lo sigue haciendo) que la sofocación y el desconsuelo forman parte de una realidad ineludible. Saber que Closer es el disco póstumo de su vocalista condiciona la escucha, contextualiza el abismo que retrotrae desde el principio hasta el final. No es lo mismo escuchar una canción como “The Eternal” sin ningún tipo de información previa, sin conocer la tragedia y percatarse de los enigmas develados en su sombría poética.
Closer fue grabado en el Britannia Row Studios de Londres y publicado bajo el sello de Factory, el nido del post punk inglés que impulsó a grupos como Happy Mondays, A Certain Ratio, Cabaret Voltaire, Orchestral Manoeuvres in the Dark, entre otros. Al igual que en su disco anterior, la banda trabajó con el singular productor Martin Hannett, quien dotó el sonido de una atmósfera lúgubre y una espacialidad intransigente creada por sintetizadores. Las líneas del bajo estridente de Peter Hook (“Heart and Soul”), las guitarras chirriantes de Bernard Sumner (“A Means to an End”) y la experimentación en la batería de Stephen Morris (“Twenty Four Hours”) engendraban un clima atosigante para que la voz grave y fúnebre de Curtis parezca a la de un ángel caído y dispuesto a descender hacia las penumbras del infierno (“Decades”). Al igual que Hannett fue indispensable para la memoria de Joy Division, el diseñador Peter Saville se encargó de la legendaria portada. Según cuenta la historia, lo hizo sin haber escuchado ninguna de las canciones del álbum y la elección fue anterior al suicidio de Curtis, a pesar que lo que se nos muestra es el velatorio de Cristo en una imagen retratada por Bernard Pierre Wolff.
La pulsión de muerte presente en Ian Curtis puede entreverse en su inspiración en ciertos autores literarios con los que sentía una cercanía emocional. La primer canción del disco, “Atrocity Exhibicion”, está basada en la novela de J. G. Ballard, escritor inglés de ciencia ficción cuyos relatos se caracterizan por una atmósfera post apocalíptica llena de paisajes lúgubres y deshabitados, en donde los residuos y la chatarra tienen una importancia vital en un ecosistema metálico. La frialdad de Joy Division es análoga al acero de las fábricas que eran los grandes panteones del Mánchester al que pertenecían sus integrantes. Las melodías de Curtis dibujan largas caminatas bajo nubes negras, una llovizna constante y la sombra de estos gigantes de cemento.
Pero Ballard no fue al único escritor al que acudió Curtis para exteriorizar su desasosiego. A partir de la obra de William Burroughs salió “Interzone” de Unknown Pleasures, así como Franz Kafka y su relato “En la colonia penitenciaria” infundió una de las mejores canciones del disco, “Colony”. La historia cuenta cómo un oficial enamorado de su máquina asesina prepara la escena cruel de la ejecución de un condenado mientras le explica extasiado el funcionamiento de su artefacto a un explorador que llega de visita a la colonia penitenciaria. El oficial y el explorador hablan un idioma que ni el verdugo ni el condenado comprenden y eso hace más despiadada la escena mientras esperan el momento de la sentencia. Este entramado de inhumanidad le sirvió como fuente de iluminación para socavar en los temas que le interesaba hacer énfasis: la incomprensión mundana, el arrebatamiento de la libertad y la reclusión inhóspita del ser.
La canción más representativa hoy en día de Closer es “Isolation”, su título ya nos conduce a una situación que nos toca muy de cerca en el marco de la pandemia y quizás hoy entendemos la canción mejor que ayer. La palabra “aislamiento” nunca estuvo tan activa como en 2020, al igual que el término “Nuevo Orden” que incorporamos en nuestro lenguaje cotidiano. El sonido de “Isolation” se aleja del estilo crudo y primitivo del grupo, pero representa el futuro de los integrantes sobrevivientes: New Order y su incursión en las baterías electrónicas y los sintetizadores. Esta asociación forma una especie de juego de palabras análogo al presente que nos toca vivir: el aislamiento es la transición hacia el Nuevo Orden.
Closer es un disco icónico del post punk, su sonido perpetuó las reglas del género y abrió paso a las ramificaciones de la new wave y el dark wave, influyendo a bandas de todas partes a pesar de la franja generacional que los separa. Pero Closer también fue la carta de despedida de una de las bandas más incitantes de la época, y su prestigio fue reconocido con más potencia y vitalidad tiempo después, porque al cerrar una puerta abrieron una ventana a los sonidos que definieron las décadas siguientes.