Iggy Pop es un personaje muy particular. Siempre se lo ve medio escuálido y sin remera, pero muy energético y a toda velocidad. Ver un show de Iggy en el presente es una experiencia que te conecta directamente con el pasado, ya que lo único que cambió es su cuerpo más arrugado. Pero Iggy al día de hoy sigue siendo el animal encerrado en una jaula corporal que conocimos por primera vez con su banda The Stooges. No va a salir, porque no quiere escaparse de ese lugar, de esa bestialidad caótica que dibuja su personalidad sobre el escenario. Si nos fijamos en las etapas de músicos contemporáneos y cercanos como fue el trío David Bowie–Lou Reed-Iggy Pop, podemos decir que el menos cambiante fue Iggy. No es el camaleón de Ziggy Stardust, sino la iguana del rock. Pasaron 50 años del primer disco homónimo de The Stooges pero Iggy Pop sigue encarnando esa energía, frenesí y fortaleza que caracterizaron sus inicios.
The Stooges consiguieron su primer contrato discográfico gracias a la cercanía que tenían con la banda MC5. Su vocalista Wayne Kramer fue quien le recomendó al productor Danny Fields que escuche a The Stooges, y no se arrepintió cuando los vio por primera vez en vivo. Fields entendió toda esa furia que rebalsaba Iggy Pop, que no trataba de buscar el enigma de Jim Morrison ni la seducción de Mick Jagger: era más bien un perro sediento de hueso dispuesto a morder todo el esqueleto. Su show ostentaba teatralidad en el punto de la ebullición del caos, donde Iggy podía terminar tirado entre el público mientras los hermanos Ashelton no despegaban los ojos de sus instrumentos y seguían tocando como zombies. Las presentaciones de The Stooges tenían ese brote especial por ser pólvora para explosivos y con una impronta incendiaria que pisaba bien fuerte.
The Stooges estaban sumergidos en el apogeo de la cultura underground que surgió a finales de los 60 en Nueva York. Iggy sentía un gran interés por la música experimental, tanto en el free jazz de John Coltrane como en los artificios de John Cage. Pero The Stooges estaban lejos de ser música experimental, lo que Iggy Pop tomó de esta esfera fue un camino por encontrar la crudeza. Buscó la forma de intervenir el sonido de su banda con distorsiones y efectos para que suene metálico y filoso. Esto iba a ser de gran influencia para bandas posteriores como Joy Division, que le sumaron la frialdad de los 80, pero el sonido de The Stooges no era frío como el metal: The Stooges era una fundidora de acero que venía a terminar de extinguir a la década psicódelica de los 60.
La mitad de las canciones del disco nacieron en el mítico Chelsea Hotel, lugar que se hizo reconocido por las historias de Andy Warhol y The Velvet Underground. Es un hotel que sirvió de albergue transitorio para el arte, el sexo y las drogas de La Fábrica de Warhol, pero también se escribieron obras asombrosas en sus habitaciones: Arthur Clarke escribió el guión de 2001: Odisea en el espacio, la película de Stanley Kubrick; Dee Dee Ramone escribió una novela llamada Chelsea Horror Hotel, donde describe experiencias lisérgicas que llegan a los límites del absurdo; Ed Sanders escribió la novela La familia, donde se describen las visiones de Charles Manson y sus seguidores. Y para no ser menos, The Stooges hicieron su primer golpe en este lugar. Al principio la banda creía que iban a grabar un single con la mitad de las canciones que terminaron formando el disco, pero se encerraron y crearon lo que faltaba para hacer estallar el techo.
El disco abre con “1969”, un himno con actitud que encantó a toda una generación que apenas estaba entrando en la década de nacimiento del punk. Mucha potencia y destrucción, que años más tarde iba a inspirar a las más grandes figuras del género: Sex Pistols en su Never Mind the Bollocks hizo una versión de “No Fun”; The Damned homenajeó con su cóver de “1970”; los Ramones siempre hicieron explícito su encanto por The Stooges (el último show de los Ramones en Argentina fue teloneado por Iggy). En The Stooges se encuentran las raíces de muchas corrientes posteriores, y es porque fue una banda con mucho peso y personalidad.
Con un sonido crujiente, guitarras filosas y mucho wah-wah, Iggy Pop encontró de inmediato su atmósfera frenética. Pero a la vez, incorporó otras rarezas que unieron a The Stooges con corrientes ajenas a lo que iba a desencadenar el punk. El disco está producido por John Cale de Velvet Underground, y en canciones como “We Will Fall” se desmonta su trabajo y su marca: una sonata budista de 10 minutos que implora la experiencia del trance. Gran parte de este circuito neoyorquino había encontrado en las prácticas espirituales un motor para explorar lo desconocido. Los escritores beatnicks Allen Ginsberg y Jack Kerouac son fuentes seguras de esta unión entre oriente y occidente.
50 años después de su grabación, se sigue celebrando este disco como una joya inigualable y revolucionaria por donde se la observe. El debut de The Stooges rompió todo esquema impuesto por generaciones anteriores y supo absorber lo que quería de cada cosa, dando como resultado de la mezcla y su dinamismo, algo minimalista pero con mucho vigor concentrado. Algo ligero y de pocas palabras, un mensaje frontal y directo que tenía que poner el pecho desde el principio, y sin tapar su desnudez hasta el día de hoy.
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Foto principal: Tom Copi.