Si con Jessico Babasónicos logró captar el rock en tiempos convulsos de crisis, Infame cristalizó la bocanada de una nueva era, de la síntesis superadora que marca el rumbo del futuro. No sin cierta cuota de arrogancia necesaria que supone toda suspicacia, que supone toda impresión (certera) de que nada es como se muestra. Lo aparente, lo inmoral, los grises entre lo dicho y lo hecho, entre la superficie y lo profundo, son hoy parte de la poética babasónica. En Infame, entran por la puerta grande, con proyección masiva, con mayor contundencia que en su discografía previa y con mayor escepticismo.
Pero, ¿por qué el escepticismo, en un país donde tanto el fantasma de la crisis institucional así como el de un nuevo menemato se disolvían con una vuelta de página de un proceso democrático reencauzado en su normalidad, hacía tan solo algunos meses? Evidentemente, dos décadas no son suficientes para borrar una conmoción profunda en la idiosincrasia de una sociedad. “Yo le puse Infame por la época, esta época donde un montón de gente sin ningún talento tiene acceso a la notoriedad, es el período más infame después de la segunda década infame, que sería el menemismo”. Parece que Adrián Dárgelos hubiera hecho esta declaración esta misma mañana, sin embargo la hizo hace veinte años.
La misma “infamia” como zeitgeist se reconocía en otro producto cultural fundamental de la época. “Fueron los años en los que el mal gusto invadió la nación”, señalaba en un recordado monólogo ese mismo año el personaje encarnado por Federico D’Elía en Los simuladores, Mario Santos. La infamia como trauma cultural del país. La relación con el lenguaje televisivo no es casual: “Irresponsables” fue cortina de una reconocida telenovela de Canal 13. A su vez, en el nombre de este disco se inspiró Santiago del Moro para bautizar un programa de chimentos algunos años después. Una dualidad propia de todo producto pop cuya potencia radica en exacerbar tanto el valor simbólico como el valor de mercado de su esencia.
Así, Dárgelos y compañía parecían observar una continuidad de resabios culturales a inicios del siglo XXI de la década pasada, la del 90, de la ilusión global, de la ficción de la convertibilidad, del posmodernismo berreta, del comienzo de la hiperconectividad, cuyas consecuencias ya habían tratado en Miami (1999) y que no acababan todavía de mutar en ninguna forma de certidumbre. Pero que sin embargo, había que tratar de forma artística: “Me viajé sin humildad/ Al corazón de la basura” cantaban en “Gratis”. En Infame, Babasónicos se contaminaron adrede, con voluntad estética, de lo mismo que querían denunciar. Y el resultado fue magnífico.
Ya entonces, se había hablado de esta continuidad con su álbum de 2001: es nuevamente un disco de pista, como confirman respectivos discos de remixes. Uno de los trabajos conceptualmente más sólidos de la banda, Infame fue multipremiado y de él se desprendieron muchos hits y clásicos que terminaron de definir la quintaesencia del sonido babasónico para las masas, aún más que Jessico. Algunos planteaban en su momento una relación trilógica que incluía a Miami; otros, con el diario del lunes, dirían que la trilogía arrancaba en Jessico y llegaba hasta Anoche (2005). En varias entrevistas, no sin cierto atajo, la banda se reía de estas cosas.
Lo cierto es que, para un grupo acostumbrado a cambiar de piel de manera constante y siempre forzando los límites (sus primeros cinco discos son una lección magistral de esto) y en especial para su fandom más antiguo, Infame significaba la perpetuación de algo que ya a estos les había disgustado en Jessico: que la joya brillara y estuviera al alcance de todos. Con Infame empezó el “yo los seguía desde Cemento”, el enfervorizamiento fanático sectario de ciertos fans para los cuales el cachetazo de realidad llega cuando se enteran que este disco cumple su vigésimo aniversario. Y que hoy por hoy es retrato de la época en que fue concebido, mucho más que si hubieran seguido insistiendo con el sonido de aquel “nuevo rock argentino”.
A la vez, Infame confirmó algo mucho más interesante: el hecho, hoy realidad inobjetable, de que Babasónicos supo ser tanto una de las mejores bandas alternativas de su tiempo, como una de las mejores bandas del pop mainstream del país. Y lo más importante es que lo segundo es consecuencia de los primero. Esto, que podría pensarse ya a partir de Jessico, se debe ajustar a la especificidad de Infame, que no es para nada una mera secuela de Jessico ni mucho menos una precuela de Anoche. La continuidad entre ambos discos es debatible y hay varios puntos que conectan a Infame con trabajos aún anteriores.
Por ejemplo, Infame se despegó de Jessico gracias a una homogeneidad lírica que la banda no experimentaba desde Babasónica (1997). Y esto tiene que ver con uno de los tópicos centrales que la banda fue consolidando como núcleo de su discurso, que es lo (in)moral. Ya en tiempos de Babasónica había un imaginario que tenía una expresión léxica muy concreta y que tenía que ver con la contraposición entre el bien y el mal a través de las figuras arquetípicas: el diablo, el ángel, todo desde un tratamiento cercano al cine gore, que ya estaba sugerido desde la tapa del disco.
En ese entonces, tanto la poética como la musicalidad babasónica tenían una libertad expresiva que era muy atractiva para la introspección de un confeso literato como Dárgelos, quien siempre utilizó esa mixtura de paisajes sonoros -en muchos casos de géneros específicos del cine y la literatura- para crear personajes con cierta elaboración de discurso, con cierto juego léxico que en muchos casos escondía una ironía o una perversidad bien presentada. En numerosas entrevistas, señaló que en ese momento lo inspiraba lo barroco del lenguaje, jugar y ampliar mediante el léxico el universo de la banda.
Esa introspección a veces no estaba desprovista sin embargo de cierto “enrosque” o de cierta lírica más “torturada” que podía ser confusa en interpelar al oyente, como señalaba Adrián en las entrevistas de la época de Jessico. Cuando Jessico fue elegido disco de la década por el Suplemento No, observó que, contra toda intuición, su álbum consagratorio “fue nuestro último disco barroco” desde el punto de vista de la grabación y producción musical. Infame corta de cuajo con eso.
El tratamiento de los límites de lo moral pervivió en el horizonte de la banda, con correlatos tanto a nivel discursivo como de la propia expresividad musical. Quizás esta sea, más allá de las manifestaciones de la superficie, el puente posible entre sus discos previos y su obra de 2003, que no casualmente es quizás la que tiene muestras más rockeras de su etapa como banda mainstream, consagrada en público y convocatoria. A la vez, es el disco que tiene mayor cantidad de boleros y de canciones que parecen replicar, en un lenguaje pop, esa dualidad conceptual que ya habían visitado en Babasónica (la que podríamos observar contrastando canciones como “Demonomanía”, de un rock muy pesado, con la fragilidad psicodélica de “Esther narcótica”).
Sin duda hay varios ejemplos poderosos del tratamiento de los limites de la moral que ya son menos racionalizados en Infame que épocas de Dopádromo o Babasónica, y sin embargo no dejan de tener una potencia intelectual y sensible que caló más hondo en el imaginario colectivo que sus anteriores intentos. ¿Cómo se podría explicar sino, que parezca natural a la distancia el hecho de que una canción llamada “Putita” fuera un hit, arrancando con la frase “Sin piedad dejás atrás un séquito de vana idolatría”? Pero la pluma hábil de Dárgelos, que ya había experimentado harto por demás en las formas narrativas y poéticas para ese entonces, no fue la única responsable de que Infame fuera visto como una continuación consecuente, a la altura de Jessico.
El swing, que es uno de los conceptos musicales más repetidos por Babasónicos en entrevistas como el horizonte al que tienden todos sus esfuerzos artísticos, se ve encarnado en una producción despojada y sintética que logra sostener canciones con letras en algunos casos absurdamente sencillas, acotadas, directas; que no por eso dejan de ser composiciones novedosas justamente porque la producción musical es parte medular desde el vamos, cosa que quizás no había sucedido en los discos previos. Tal es el caso de joyas como “Suturno” o “Y qué”, que en pocas palabras logran condensar una historia, un personaje, un topos poético, que se ensambla con el imaginario conceptual del disco mientras los sintetizadores, las guitarras y los loops de batería generan una especie de mantra mutante plagado de una sensualidad políticamente incorrecta.
El universo babasónico fue ampliando sus fronteras expresivas con cada disco. Sucede hasta el día de hoy con Trinchera, su último lanzamiento. Sucede hasta el día de hoy, mientras se preparan para dar un recital para cerrar el año en el Campo de Polo que no hace más que confirmar una vigencia que nunca se pone en duda, pero que ellos se empeñan en seguir dejando en claro. El universo babasónico “de a poco va delineando sus propios márgenes y sus reglas. Dentro de esas reglas, que son bastante elásticas, va sugiriendo nuevas formas de interpretación de la música y nuevas formas de escucharla”, decían en 2001 para explicar la dinámica creativa de la banda alguna vez, en la cual se pueda encontrar quizás una clave de esa continuidad, que trasciende lo alternativo y lo pop, lo underground y lo mainstream y casi cualquier dualidad de la cual se hubieran podido alimentar a lo largo de más de 30 años de carrera.
En resumidas cuentas: si pasaron 20 años y la infamia no solo no se desvaneció de la idiosincrasia nacional, sino que se ve exacerbada con correlatos tanto musicales, mediáticos como políticos, tiene sentido aun buscar en la poesía de estas canciones una clave para entender hoy, con belleza y desfachatez, algo de la época en que nos toca celebrarlo.