Frente al predominio del jazz en sus formatos clásicos a mediados del siglo pasado, Charles Mingus buscó romper las estructuras establecidas del género. No solo desde una mirada exclusivamente musical sino desde una puesta en escena simbólica y estética. Hace exactamente 60 años, el contrabajista estadounidense se alejó del cool jazz, del bebop y del jazz modal para abrirse paso a un nuevo panorama de creación artística.
The Black Saint and The Sinner Lady propone una mirada ecléctica del jazz y de su composición, tomando los principales argumentos de la big band de Duke Ellington para comenzar a conversar, con una naturalidad distinguida, con las distintas aristas del abanico artístico: el teatro, la danza y el cine. Se volvió de esta manera un álbum que podía -y todavía puede- ser escuchado y disfrutado por todo un público alejado del núcleo más acérrimo del jazz. Así logró expandir su territorio hacia zonas históricamente excluidas, tomando elementos orquestales o utilizando guitarras criollas características del flamenco español.
En este sentido, The Black Saint es una obra que trasciende los límites del jazz para convertirse en un disco conceptual regido por sus propias normas y preceptos, atravesando nuevas coordenadas y creando hojas de ruta novedosas. Se trata de una álbum ambicioso y atrevido que muestra el genio de Mingus como arreglista y director de orquesta. Porque más allá de un excelente contrabajista y un virtuoso instrumentista, la figura principal del músico estadounidense queda en la memoria como un prolífico y dotado compositor.
El álbum publicado por el sello Impulse en 1963 está dividido en cuatro temas, cada uno de los cuales fluye a la perfección en el siguiente, creando una narrativa continua que transporta al oyente a un tumultuoso mundo de pasión, emoción y espiritualidad. Para esto, Mingus reunió un conjunto de once músicos con el que formó dos secciones rítmicas separadas: un grupo de metales y una sección de vientos de madera. Esta rica combinación de instrumentos orquestales le permitió crear arreglos complejos e intrincados que se entrelazan en la búsqueda de ambientes cinematográficos y teatrales. El comienzo de cada tema introduce la entrada de un nuevo personaje, a la idea de un ballet con protagonistas y piezas musicales para ser bailadas. Con sus melodías, armonías y ritmos contrastados, los distintos instrumentos pintan un vívido paisaje sonoro que captura la esencia de la visión teatral de Mingus.
Por la intensidad de sus piezas y las texturas que se pueden escuchar, el disco se siente como un vertiginoso caos organizado donde la principal constante es el amalgamiento de figuras sonoras tocadas simultáneamente. La combinación y superposición de retóricas musicales generan teatros enormes de actuación donde los oyentes se pueden imaginar las escenas formadas por unidades de sentido claramente definidas. El uso por parte de Mingus de motivos recurrentes y leitmotivs musicales refuerza aún más esta unidad, permitiéndonos identificar temas familiares que evolucionan y se transforman a lo largo del álbum. En su esencia, The Black Saint es un álbum conceptual que cuenta una historia sin utilizar letras. Su brújula está orientada hacia el escenario, dirigiendo a su orquesta y dejando abrir el telón para que comience la función.
En su búsqueda por romper y ser disruptivo por su forma de narrar, The Black Saint apunta a construir imágenes sonoras que permitan el libre movimiento de la imaginación humana. La música de Mingus actúa como su propio lenguaje, permitiendo al oyente interpretar y visualizar su propio relato. El álbum está impregnado de una sensación de oscuridad y redención, cada pista representando personajes y temas diferentes. La capacidad interpretativa en este punto radica en crear texturas compositivas con altos niveles de profundidad y emoción a través de estructuras puramente instrumentales. Sin olvidarnos de la esencia primaria del jazz, con el acompañamiento de sus solos melódicos a lo largo de toda la obra, los movimientos de la música parecen coreografiados, como si los instrumentos participaran en una intrincada danza.
El propio título del álbum hace alusión a la dicotomía explorada a lo largo de la obra. Es decir, se yuxtapone magistralmente lo incorruptible y lo pecaminoso, la oscuridad y la luz, el santo y la pecadora. Esta dualidad se refleja no solo en la música, sino también en las ilustraciones y en los apartados escritos del álbum, que representan la lucha interior del Santo Negro, un doble personaje que encarna tanto la oscuridad como la redención. La interioridad bifásica de Charles Mingus nos es mostrada y desplegada en todo su esplendor a lo largo de los 39 minutos que dura el disco. Quizás el músico quiso exponer el ballet de su alma, la danza que sentía dentro de su pecho: la interioridad dividida que sufría consigo mismo entre el jazz y la música de cámara, entre el formato trío y la orquesta, entre la improvisación y lo guionado.
En definitiva, The Black Saint busca con desesperación trascender las limitaciones de la fórmula en el jazz sin rechazar la instrumentación convencional del género. Es desafiante en su estilo y composiciones, novedoso en su estructura y sonidos, y al mismo tiempo, busca trascender la forma espiritual y conceptual de los discos musicales. Más tarde, músicos como John Coltrane quisieron seguir el camino que comenzó Mingus desarrollando temáticas en torno a la trascendencia y a la fusión con el universo que no se llegan a implementar del todo en The Black Saint and The Sinner Lady. Sin embargo, este álbum sí logra ser una exploración profundamente íntima de los rincones más claros y más oscuros del alma del contrabajista que hoy rememoramos, entendiendo la importancia de haber marcado el camino hacia senderos que buscan combinar facetas y estilos sin estancarse en etiquetas preprogramadas. Dejando de negar que todos podemos ser a veces pecadores como también santos.