En mayo de 1990 se realizó la Warehouse Party en el Estadio Obras Sanitarias, la primera fiesta electrónica en la historia de nuestro país. Entre los artistas que se presentaron aquella noche se encontraba el tenista Guillermo Vilas, quien había convencido al productor de eventos Bernardo Bergeret (personaje clave en el futuro desarrollo de la escena electrónica nacional) para presentar su disco debut en el marco de un evento inspirado en lo que venía sucediendo en las raves europeas.
Vilas había publicado un mes antes su primer disco titulado Mil nueve noventa, uno de los registros pioneros del house en Argentina junto con el de artistas como The Sacados y El Signo. Pero, ¿cuál fue el proceso de formación ideológica y cultural que lo llevaron al tenista de casi cuarenta años de edad a experimentar la importante y necesaria interrelación entre cultura y deporte? Responder esta pregunta tal vez nos ayude a entender por qué la relación entre deporte y contracultura es una de las soluciones más viables para evitar los discursos culturales y políticos polarizantes del presente.
En 1959, el escritor Lawrence Lipton publicó el libro The Holy Barbarians, en donde recorría la historia de los poetas beats y analizaba su lugar en la sociedad. Casos como este habían sentado las bases de una nueva contracultura integradora, en donde la influencia arrasadora del rock iba a filtrarse en otros campos fuera del mundo del arte como el deporte y la política. Guillermo Vilas es un hijo de este proceso de transformación cultural que atravesó a la sociedad occidental desde mediados de los años 60 y se consolidó con el Mayo Francés de 1968.
Primero, es de vital importancia dar cuenta del instinto de aprendizaje cultural y curiosidad de Guillermo Vilas. En sus primeros viajes a Buenos Aires, el tenista marplatense conoció el Bar Moderno, un lugar en donde se cruzaban las vanguardias políticas de izquierda con la presencia de artistas como Federico Manuel Peralta Ramos, pionero de los happenings en Argentina junto a Marta Minujín. Allí se adentró en la liberalidad de aquellos tiempos y conectó inmediatamente con el espíritu disidente de la contracultura local que cuestionaba el sistema establecido de valores para buscar que la sociedad se transforme y avance cultural e ideológicamente.
En 1968, y con solo 18 años de edad, Vilas se transformó en el tenista número 1 de la Argentina. El año siguiente, al mismo tiempo en el que debutó en el circuito internacional, presenció el masivo festival de Hyde Park encabezado por The Rolling Stones, y luego el mítico festival de Woodstock. Estos eventos tuvieron una fuerte influencia en él, definiendo su carácter iconoclasta y al mismo tiempo heterodoxo: con los años, Vilas rompió con el lenguaje estético del deporte a través de su imagen, y también negó las normas tradicionales del jugador del tenis a través de la modernización que iba a aportar a la técnica de ese deporte con la invención de “La Gran Willy”.
En cierto sentido, Vilas reflejaba al sujeto social aventurero, solitario y radical frente a la burocracia jerárquica del deporte de la misma manera que el rock de aquellos tiempos se enfrentaba a las normas convencionales y regresivas del arte comercial. Tenía la fuerte creencia de que sus méritos deportivos debían atravesar el campo del tenis para influir en la experiencia social y cultural de su tiempo. Estas experiencias hicieron que conciba al deporte como un hecho social y total.
Desde sus iniciáticos pasos por el circuito internacional escuchando a Jimi Hendrix, y sus primeros grandes torneos ganados en donde comulgaba con la poesía y música de Luis Alberto Spinetta, Lou Reed y David Bowie, hasta llegar a su primer Roland Garros en donde escuchaba Kraftwerk antes de cada partido, Vilas sintonizaba con la contracultura como herramienta de fortalecimiento de su mente y talento creativo.
Vilas cuestionó las normas y tradiciones del mundo del tenis, renovándolas en forma implícita a través de experiencias que estaban mayormente determinadas por ideas contraculturales provenientes del mundo del arte. Formaba parte de un momento clave en donde el romanticismo de la contracultura abrazaba al deporte. En los tiempos de John McEnroe fumando marihuana con Chrissie Hynde de The Pretenders en Wimbledon, Gullermo zapaba con Ron Wood y Keith Richards y grababa palmas en la canción “We’re Gonna Make It” de la banda estadounidense de hard rock Trigger.
A sus 23 años, Vilas publicó su primer poemario titulado Ciento veinticinco, y un segundo en 1981, a sus 29 años, titulado Cosecha de cuatro. Este último posee un prólogo de Spinetta, íntimo amigo del tenista y al que ayudó a grabar su único disco en Estados Unidos en 1978, Only Love Can Sustain, en donde compondrían juntos la canción “Children of the Bells“. Pero quizás la anécdota musical más célebre de Vilas sea la manera en que contribuyó indirectamente a la formación de Metallica. El tenista danés Torben Ullrich, padre de Lars, mudó a su familia a los Estados Unidos ante la insistencia de su hijo para conocer a Vilas, su máximo ídolo de la infancia.
Con estos antecedentes artísticos, no es de extrañar que cuando se acercaba su retiro a mediados de los 80, el espíritu inquieto de Vilas aprovechó el tiempo libre para seguir de cerca las últimas tendencias y comenzar a pensar seriamente en la idea de crear su propio proyecto musical.
Vilas comenzó a adentrarse en las fiestas de música house durante sus viajes frecuentes a Europa y Estados Unidos a partir de 1987 junto a su novia europea, la vestuarista Michelle Tomaszewski. Al mismo tiempo en que la radio Z95 de la mano del mencionado Bernardo Bergeret comenzaba la difusión radial de música electrónica a fines de los ochenta, Vilas hacía lo propio a través de su programa en ATC titulado KO, difundiendo videoclips de diferentes artistas internacionales. Vilas encontró en Bergeret un gran socio para promoverse artísticamente ya que, además de manejar la radio, dirigía el sello ABR que publicó a The Sacados y Jazzy Mel, proyectos que también giraban en la órbita del house.
Así finalmente en 1990, Guillermo publicó su primer LP titulado Mil nueve noventa, que con el paso del tiempo se iba a transformar en la primera placa de larga duración de house editada por un artista argentino, junto al álbum Te pido más respeto de The Sacados. En canciones como “Tu eres para mí”, “Ella es la obsesión” y “Si quieres amarla”, se nota una clara influencia de las pistas de Chicago, Ibiza y Mánchester.
El aporte artístico y la visibilidad popular de Guillermo Vilas es un ejemplo de la fascinante interrelación que puede existir entre contracultura y deporte. A partir de la publicación de Mil nueve noventa, la música electrónica comenzó a crecer en el país hasta convertirse hacia fines de la década del noventa en el género más popular de la industria a la par del rock y la música tropical. El legado de Vilas habla de la importancia de los paradigmas culturales que permiten generar expresiones populares y modernizantes provistas de una visión romántica que se pare al costado del camino que indica las normas establecidas y permitan refundar desde cero la manera de acercarse al deporte y el arte del presente.