A Nueva York la bombardeo sin piedad con mi Idea de ella misma; le superpongo sin pedir permiso, como fantasmas, mis imágenes privadas de cómo deben ser sus cosas; replico, repito y reelaboro groseramente sus pavimentos, sus alcantarillas, sus carteles de neón; de las bocas de subte hago emerger sin decoro a visitantes de la noche enredados en tiras y tiras de celuloide, mis momias de celuloide; escalo sin respeto las laderas del Chelsea Hotel y espío por las ventanas como una Ann Darrow voyeur sin su King Kong; reabro las puertas de sus bares en ruinas y los lleno de gente que ya está muerta y sigue haciendo música, mis zombies de CBGBs.
Y entre ellos (aunque no muertos literalmente, pero sí artísticamente, y no me vengan con que siguen tocando porque eso que eran ya no lo son) está Television, noche tras noche, en pleno desgrane etílico de Little Johnny Jewel. De hecho me es imposible pensar a Nueva York sin Television y a Television sin Nueva York, pero no quiero sacar a relucir el odioso rótulo de “bandas que capturaron el zeitgeist” —o más bien en este caso el “ortsgeist”, el espíritu del lugar, deténganme antes de que me vaya por derroteros lingüísticos horripilantes— porque no estoy muy segura de que alguien más que yo tenga tan profundamente embebida la conexión entre las dos partes. Es por esa conexión, sin embargo, que Television me gusta tanto; un cable tendido a fuerza de pura anécdota rockera que huele mitad a verdad, mitad a fábula.
A la banda la fundaron dos mocosos que se escaparon de la universidad de Stanford (Regla Número Uno en la Construcción del Mito: huída despavorida de institución académica a elección), fueron arrestados por provocar un incendio (Regla Número Dos: todo mito se fragua con fuego) y se mudaron a NY a principios de los ’70 con la idea de ser poetas (Regla Número Tres: posea sensibilidad bohemia, en una urbe bohemia). Uno tocaba la guitarra, el otro prometió que aprendería a tocar el bajo sobre la marcha. Se llamaban Tom Miller y Richard Meyers pero se cambiaron los apellidos, respectivamente, a Verlaine —por el francés Paul Verlaine, poeta de los buenos él—, y Hell, que no necesita mucha explicación. (Regla Número Cuatro: la adopción de un seudónimo que me deje dejar de ser yo y ser ese otro que sé que soy y no me dejan ser.) Idas y vueltas mediante, y con la adición de Billy Ficca en la batería y Richard Lloyd en segunda guitarra (aunque de “segunda” tenía poco y nada porque era igual de protagónica que la de Tom) en el ’74 empezaron a tocar regularmente como Television en el 315 de la Bowery Street. Con las Bases del Mito así oficialmente sentadas, se da inicio a la serie de eventos des- y afortunados que sólo pudieron haber pasado ahí y no en otra ciudad.
A Hell lo echan de la banda por pasarse de rosca con el rollo infernal. Mucho lío en escena, mucha payasada, Richard me estás opacando las calidad de las canciones, andate literalmente al demonio. Verlaine se consigue una novia, y esa novia se llama Patti Smith. Richard Lloyd se saca fotos enfermo, ensuerado hasta los tuétanos, con un cigarrillo prendido en la boca, en una habitación de hospital enriquecida con oxígeno. Eso, claro, después (o quizás antes, quién sabe) de que post-show se le acercara un grupo de fans un poquito cultista a preguntarle si su remera con la leyenda “Please Kill Me” era un pedido serio para la audiencia. Si querés que te maten, te matamos, Lloyd.
Pero si hay algo de Television que contiene a Nueva York, toda ella, medible y escuchable, transferible y guardable, modelo-para-armar… ese algo es la música misma y más precisamente, el disco debut de la banda, Marquee Moon. Ya sé que, tarde pero seguro, los críticos y la prensa le han confeccionado sus coronitas de laurel y dado el reconocimiento largamente debido, pero aún así no logro dejar de pensar que es un disco jodidamente subexplorado, poco descubierto, infravalorado. Marquee Moon es NY en la voz cínica y agraviada de Tom, en las señales eléctricas que se telegrafían una a otra las guitarras, en toda la imaginería que garabatean las letras con sus personajes de cementerio, sus Cadillacs, su Broadway medieval, los brazos de la Venus de Milo, la promesa de vestirse de policías y terminar en la cárcel esa noche, la luna de marquesina que nos resguarda de la lluvia. Sobre Marquee Moon se dice mucho de lo técnico, de lo ajustado, de lo poético, de lo elaborado; casi siempre se remarca, y no sin razón, que para ser un disco punk no suena muy punk que digamos. De lo que se habla poco (o no lo suficiente, al menos) es de la ciencia-ficción de su metrópolis encapsulada. Verlaine & Co. pintan su Nueva York a fuerza de pura anécdota rockera. Y por eso me gusta tanto Television, y Marquee Moon, y Nueva York, aunque casi casi que es todo lo mismo.
Television – Marquee Moon
1977 – Elektra Records
01. See No Evil
02. Venus
03. Friction
04. Marquee Moon
05. Elevation
06. Guiding Light
07. Prove It
08. Tom Curtain